Cuentos completos (375 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
7.53Mb size Format: txt, pdf, ePub

No servía de nada pensar en eso, y ni Joe ni yo hablamos del asunto, pero el humor de Joe no mejoró y, digamos la verdad, eso no me hizo nada feliz.

La Tierra flotaba a doscientos mil kilómetros por debajo de nosotros, aunque a Joe no le inquietaba el detalle. Estaba concentrado en su correa y comprobando su pistola de reacción. Deseaba asegurarse que podría llegar a Computadora Dos y regresar.

Les sorprendería comprobar la habilidad de sus piernas espaciales -si es que no lo han hecho nunca- cuando no les queda más remedio que moverse. No me atrevería a decir que lo hicimos inigualablemente; de hecho, desperdiciamos la mitad del combustible que usamos, pero por fin llegamos a Computadora Dos. Apenas notamos un golpe al tocar Computadora Dos. (Por supuesto, el ruido se oye incluso en el vacío, porque la vibración atraviesa el tejido metálico de tu traje espacial; pero apenas hubo un golpe, sólo un murmullo.)

Como es de suponer, nuestro contacto y la adición de nuestro impulso alteró ligeramente la órbita de Computadora Dos, aunque un pequeño gasto de combustible compensó el hecho y no tuvimos que preocuparnos por eso. Computadora Dos se encargó del problema, ya que, por lo que sabíamos, ninguna de sus averías había afectado su funcionamiento externo.

Primero acometimos la parte exterior, naturalmente. La posibilidad que un pequeño fragmento de roca hubiera atravesado como un proyectil a Computadora Dos, y dejado un agujero inconfundible, era bastante abrumadora. Dos agujeros, probablemente: uno al entrar y otro al salir.

La posibilidad que tal cosa suceda es de una entre dos millones en un día dado, lo que significa que sucederá al menos una vez en seis mil años. No es probable, pero sí posible, ¿comprenden? La probabilidad que la máquina sea alcanzada por un meteorito bastante grande como para destruirla es de una entre diez mil millones por día.

No mencioné estos datos porque Joe podía darse cuenta que también nosotros estábamos expuestos a probabilidades similares. De hecho, cualquier impacto que recibiéramos haría mucho más daño a nuestros delicados y tiernos organismos que a la estoica y superresistente maquinaria de la computadora, y yo no quería que Joe se pusiera más nervioso de lo que estaba.

La cuestión es que, pese a todo, no se trataba de un meteorito.

—¿Qué es esto? —preguntó al fin Joe.

Era un pequeño cilindro pegado a la pared externa de Computadora Dos, la primera anormalidad que habíamos descubierto en su apariencia exterior. Tenía medio centímetro de diámetro y quizá seis de largo. Casi como un cigarrillo, para los que hayan caído en la antigua mala manía de fumar.

Sacamos nuestras linternas.

—No es uno de los componentes externos —dije.

—Seguro que no —murmuró Joe.

Había una débil marca en espiral que recorría el cilindro de una punta a otra. Nada más. Por lo demás, era de metal, aunque de composición granulosa, muy rara…, al menos a la vista.

—No está muy pegado —dijo Joe.

Lo tocó suavemente con un dedo grueso y enguantado y el cilindro cedió. Empezó a alzarse de donde había hecho contacto con la superficie de Computadora Dos, y nuestras linternas iluminaron un boquete visible.

—He ahí el motivo por el que la presión interna cayera a cero —dije.

Joe gruñó. Apretó un poco más, y el cilindro saltó y empezó a irse flotando. Logramos atraparlo con cierto esfuerzo. Tras de sí había dejado un agujero perfectamente circular en la superficie de Computadora Dos, con un diámetro de medio centímetro.

—Este objeto, lo que sea, no es mucho más que hojalata.

El cilindro, delgado pero elástico, cedía fácilmente bajo los dedos de Joe. Un poco más de presión y se abolló. Joe se metió el objeto en el bolsillo y cerró éste rápidamente.

—Recorre la parte exterior y comprueba si hay más cosas de estas. Yo iré adentro —dijo.

No tardé mucho. Luego entré en la computadora.

—Todo en orden —expliqué—. Este es el único que hay. El único agujero.

—Con uno basta —contestó sombríamente Joe. Contempló el liso aluminio de la pared; a la luz de la linterna, el perfecto círculo de negrura resultaba maravillosamente evidente.

No fue difícil poner un precinto en el agujero. Reconstituir la atmósfera resultó algo más difícil. Las reservas de los materiales que Computadora Dos tenía para formar gas eran escasas y los controles requerían un ajuste manual. El generador solar fallaba, pero nos las arreglamos para encender las luces.

Finalmente, nos quitamos los guantes protectores y el casco, no sin que Joe colocara los primeros dentro del segundo y asegurara el conjunto a uno de los lazos de su traje.

—Quiero tenerlos a mano si la presión empieza a caer —dijo agriamente.

De modo que yo hice lo mismo.

Había una señal en la pared, justo junto al boquete. Yo la había visto a la luz de la linterna cuando estaba ajustando el precinto. Al encenderse las luces, la marca quedó bien patente.

—¿Has visto eso, Joe? —pregunté.

—Lo he visto.

Había una depresión sutil y muy poco profunda en la pared, no muy visible, pero no había duda de su existencia si se pasaba el dedo por encima. Se observaba en una extensión de casi un metro. Era como si alguien hubiera arrancado una finísima capa de metal, de manera que la superficie quedaba claramente menos lisa que en otros puntos.

—Será mejor que llamemos a Computadora Central desde abajo.

—Si te refieres a cuando volvamos a la Tierra, de acuerdo —contestó Joe—. Me disgusta esa farsa de la conversación espacial. La verdad es que me disgusta todo lo relacionado con el espacio. Por eso acepté un empleo en la parte terrestre…, o sea, un empleo en la Tierra; al menos se suponía que lo era.

—Será mejor que llamemos a Computadora Central cuando volvamos a la Tierra —dije pacientemente.

—¿Para qué?

—Para decirles que hemos localizado el fallo.

—¿Ah, sí? ¿Qué hemos localizado?

—El agujero. ¿No lo recuerdas?

—Pues sí, lo recuerdo. ¿Y qué produjo el agujero? No fue un meteorito. Nunca vi uno que dejara un boquete perfectamente circular, sin señales de pandeo o fusión. Y menos que dejara un cilindro. —Sacó el objeto del bolsillo de su traje y alisó la abolladura, con aire pensativo—. Bien, ¿qué produjo el agujero?

—No lo sé —repliqué sin dudarlo.

—Si informamos a Computadora Central, harán las preguntas, contestaremos «No lo sé», y, ¿qué habremos ganado aparte de un lío?

—Ellos nos llamarán, Joe, si nosotros no los llamamos a ellos.

—Claro. Y nosotros no responderemos.

—Supondrán que hemos muerto y enviarán un grupo de rescate.

—Ya conoces a Computadora Central. Les costará dos días decidirse. Tendremos algo para entonces, y en cuanto lo tengamos llamaremos.

La estructura interna de Computadora Dos no estaba diseñada realmente para ocupación humana. Estaba prevista la presencia ocasional y temporal de reparadores. Eso significaba que había espacio para maniobrar, y también herramientas y recambios.

Pero no había un solo sillón. Por lo demás, tampoco existía campo gravitatorio o una imitación centrífuga.

Los dos flotábamos, bamboleándonos lentamente hacia un lado u otro. De vez en cuando, uno tocaba la pared y rebotaba con suavidad. O una parte de uno se superponía a una parte del otro.

—Saca el pie de mi boca —dijo Joe, y lo apartó violentamente.

Fue un error, porque los dos nos pusimos a girar. Naturalmente, no fue esa la impresión que tuvimos. Para nosotros, era el interior de Computadora Dos el que giraba, cosa muy desagradable, y nos costó un buen rato quedar relativamente inmóviles de nuevo.

Teníamos la teoría perfectamente desarrollada en nuestro entrenamiento en casa, pero estábamos escasos de práctica. Muy escasos.

Cuando logramos estabilizarnos, sentí unas molestas náuseas. Llámenlo náuseas, astro-náuseas o enfermedad del espacio, pero de todas formas son náuseas, y son peores en el espacio que en cualquier otro lugar, porque no hay nada para recoger los vómitos. Flotan alrededor en una nube de glóbulos, y no apetece seguir flotando cerca de ellos. Así que me contuve. Igual que Joe.

—Joe, está claro que la computadora falla. Examinemos sus entrañas.

Cualquier cosa para no pensar en
mis
entrañas y dejarlas en paz. Además, las cosas no iban demasiado de prisa. Yo seguía pensando en Computadora Tres camino del fallo total; quizá la Uno y la Cuatro estuvieran ya igual. Y había miles de personas en el espacio con la vida pendiente de lo que nosotros hiciéramos.

Joe también tenía la tez algo verdosa.

—Primero tengo que pensar —dijo—. Algo se metió dentro. No fue un meteorito, porque ha levantado un buen agujero en el casco. Y no se trata de un corte, porque no he encontrado un solo fragmento de metal en el interior. ¿Y tú?

—No. Pero no se me ha ocurrido buscarlo.

—A mí sí, y no hay nada por aquí.

—Puede haber caído al exterior.

—¿Con el cilindro tapando el agujero hasta que yo lo quité? Muy prometedor. ¿Has visto algo que saliera volando?

—No.

—Aún es posible que lo encontremos aquí, claro, pero lo dudo. La pared se disolvió de alguna forma, y algo entró.

—¿El qué? ¿Por qué?

La sonrisa de Joe fue notablemente maliciosa.

—¿Por qué quieres formular preguntas que no tienen respuesta? Si estuviéramos en el siglo pasado, yo diría que los rusos se las han arreglado para pegar ese dispositivo afuera… No te ofendas. Si estuviéramos en el siglo pasado, tú dirías que habían sido los estadounidenses.

Decidí ofenderme.

—Estamos tratando de llegar a algo que tenga sentido en este siglo, Iosif —dije fríamente, con exagerado acento ruso.

—Tendremos que suponer que ha sido cierto grupo disidente.

—Si es así —repliqué—, tendremos que pensar en un grupo con capacidad para el vuelo espacial y con pericia para inventar un mecanismo poco común.

—El vuelo espacial no ofrece dificultades, si puedes intervenir ilegalmente en las computadoras en órbita…, cosa que ha sido hecha. En cuanto al cilindro, tal vez sea menos absurdo cuando sea analizado en la Tierra…, abajo, como dirían los entusiastas del espacio.

—No tiene lógica —apunté—. ¿Por qué tratar de incapacitar a Computadora Dos?

—Como parte de un programa para incapacitar el vuelo espacial.

—En ese caso, todo el mundo sufrirá las consecuencias. También los disidentes.

—Pero llama la atención de todo el mundo, ¿verdad?, y de repente la causa de quienquiera que sea se hace famosa. O el plan consiste simplemente en dejar fuera de combate a Computadora Dos y luego amenazar con hacer lo mismo con las otras tres. Ningún daño serio, pero infinidad de daño en potencia, y montones de publicidad.

Joe estaba examinando atentamente todas las partes del interior, repasándolo centímetro cuadrado a centímetro cuadrado.

—Podríamos suponer que el objeto no es de origen humano.

—No seas loco.

—¿Quieres que te dé mi opinión? El cilindro hizo contacto, después de lo cual algo de su interior comió un círculo de metal y penetró en Computadora Dos. Se arrastró por la pared interior, devorando una delgada capa metálica por alguna razón. ¿Te suena eso a algo de construcción humana?

—No que yo sepa, pero no lo sé todo. Ni siquiera tú lo sabes todo.

Joe ignoró mi comentario.

—Así que la cuestión es: ¿cómo logró esa cosa, lo que fuera, entrar en la computadora, que al fin y al cabo está razonablemente bien cerrada? Lo hizo con mucha rapidez, ya que anuló los dispositivos de reparación y regeneración de presión casi al instante.

—¿Es eso lo que buscas? —dije, señalando.

Joe trató de pararse demasiado rápidamente y dio un salto mortal hacia atrás, mientras gritaba:

—¡Eso es! ¡Eso es!

En su excitación, agitó brazos y piernas, cosa que no le llevaba a ninguna parte, claro está. Le agarré y durante un rato intentamos ejercer impulsos en direcciones no coordinadas, cosa que tampoco nos llevó a ninguna parte. Joe me dedicó algunos insultos, pero yo se los devolví, y en eso tenía ventaja. Comprendo el inglés a la perfección, de hecho mejor que Joe. Pero sus conocimientos de ruso son…, bueno, «fragmentarios» sería un adjetivo cortés. En un idioma que no se entiende, las malas palabras siempre resultan muy espectaculares.

—Aquí está —dijo Joe cuando finalmente nos equilibramos.

Apartó un pequeño cilindro del lugar donde el blindaje de la computadora se unía a la pared y apareció un diminuto agujero circular. El cilindro era igual que el del casco exterior, pero parecía más delgado. De hecho, pareció desintegrarse cuando Joe lo tocó.

—Será mejor que entremos en la computadora —dijo Joe.

La computadora era una confusión.

No a primera vista. No pretendo afirmar que fuera como un madero agujereado por termitas.

En realidad, si se observaba la computadora superficialmente, podía jurarse que estaba intacta.

Mirando con atención, sin embargo, era obvio que algunas de las placas habían desaparecido. Cuanto más atentamente mirabas, más placas veías que faltaban. Por otro lado, los repuestos que Computadora Dos usaba para repararse a sí misma se habían reducido a casi nada. Seguimos observando y descubrimos que faltaban otros detalles.

Joe se volvió a sacar el cilindro del bolsillo y contempló los dos extremos.

—Sospecho que se trata de silicio de alta calidad —explicó—. No puedo asegurarlo, claro, pero creo que los lados son fundamentalmente de aluminio, y los extremos planos, de silicio.

—¿Pretendes decir que el objeto es una batería solar?

—En parte sí. Así obtiene energía en el espacio. Energía para llegar a Computadora Dos, para hacer un agujero, para…, para…, no sé cómo decirlo. Para seguir viviendo.

—¿Has dicho… viviendo?

—¿Por qué no? Mira, Computadora Dos se repara sola. Es capaz de rechazar partes defectuosas y reemplazarlas con otras que funcionen, pero necesita una provisión de repuestos para hacerlo. Con suficientes repuestos de todos los tipos, podría construir una computadora igual, siempre que se la programara adecuadamente, pero necesita de esos repuestos, así que no suponemos que vive. El objeto que penetró en Computadora Dos recoge, al parecer, sus propios suministros. Es sospechosamente parecido a algo vivo.

—Lo que estás diciendo es que tenemos aquí un microordenador tan avanzado que puede considerarse vivo —dije.

Other books

Private North by Tess Oliver
Moonlight Wishes In Time by Bess McBride
The Kings of Eternity by Eric Brown
Only by Helenkay Dimon
3 Blood Lines by Tanya Huff
No God in Sight by Altaf Tyrewala
Almost in Love by Kylie Gilmore