Cuentos completos (361 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
12.26Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Cambios climáticos! ¡Un cuerno! Pero, ¿quién creería la verdad?

Guardó silencio y Jack le dio un codazo:

—Dígame, viejo, ¿quién acabó con esos pequeños saurios? ¿Por qué no están aquí, vivos y coleando?

Hornby levantó la mirada y observó fijamente a Jack.

—Jamás regresé para averiguarlo, pero de todos modos sé lo que ocurrió. La única diversión que había en sus vidas era la caza mayor. Le dije que lo supe cuando los miré a los ojos. Por eso, cuando se quedaron sin brontosaurios y sin diplodocos, se dedicaron a la caza más peligrosa: ¡ellos mismos! E hicieron buena faena.

Hizo una pausa y agregó, truculento:

—¿Por qué no? ¿Acaso los hombres no estamos haciendo lo mismo?

El mejor amigo de un muchacho (1975)

“A Boy’s Best Friend”

—Querida, ¿dónde está Jimmy? —preguntó el señor Anderson.

—Afuera, en el cráter —dijo la señora Anderson—. No te preocupes por él. Está con Robutt…

—¿Ha llegado ya?

—Sí. Está pasando las pruebas en la estación de cohetes. Te juro que me ha costado mucho contenerme y no ir a verlo. No he visto ninguno desde que abandoné la Tierra hace ya quince años…, dejando aparte los de las películas, claro.

—Jimmy nunca ha visto ninguno — dijo la señora Anderson.

—Porque nació en la Luna y no puede visitar la Tierra. Por eso hice traer uno aquí. Creo que es el primero que viene a la Luna.

—Sí, su precio lo demuestra —dijo la señora Anderson lanzando un suave suspiro.

—Mantener a Robutt tampoco resulta barato, querida —dijo el señor Anderson.

Jimmy estaba en el cráter, tal y como había dicho su madre. En la Tierra le habrían considerado delgado, pero estaba bastante alto para sus diez años de edad. Sus brazos y sus piernas eran largos y ágiles. El traje espacial que llevaba hacía que pareciese más robusto y pesado, pero Jimmy sabía arreglárselas en la débil gravedad lunar como ningún terrestre podría hacerlo nunca. Cuando Jimmy tensaba las piernas y daba su salto de canguro su padre siempre acababa quedándose atrás.

El lado exterior del cráter iba bajando en dirección sur y la Tierra —que se hallaba bastante baja en el cielo meridional, el lugar donde estaba siempre vista desde Ciudad Lunar—, ya casi había entrado en la fase de llena, por lo que toda la ladera del cráter quedaba bañada por su claridad.

La pendiente no era muy empinada, y ni tan siquiera el peso del traje espacial podía impedir que Jimmy se moviera con gráciles saltos que le hacían flotar y creaban la impresión de que no había ninguna gravedad contra la que luchar.

—¡Vamos, Robutt! —gritó Jimmy.

Robutt le oyó a través de la radio, ladró y echó a correr detrás de él.

Jimmy era un experto, pero ni tan siquiera él podía competir con las cuatro patas y los tendones de Robutt, que además no necesitaba traje espacial. Robutt saltó por encima de la cabeza de Jimmy, dio una voltereta y terminó posándose casi debajo de sus pies.

—No hagas tonterías, Robutt, y quédate allí donde pueda verte —le ordenó Jimmy.

Robutt volvió a ladrar, ahora con el ladrido especial que significaba "Sí".

—No confío en ti, tunante —exclamó Jimmy.

Dio un último salto que lo llevó por encima del curvado borde superior de la pared del cráter y le hizo descender hacia la ladera inferior.

La Tierra se hundió detrás del borde de la pared del cráter, y la oscuridad cegadora y amistosa que eliminaba toda diferencia entre el suelo y el espacio envolvió a Jimmy. La única claridad visible era la emitida por las estrellas.

En realidad Jimmy no tenía permitido jugar en el lado oscuro de la pared del cráter. Los adultos decían que era peligroso, pero lo decían porque nunca habían estado allí. El suelo era liso y crujiente, y Jimmy conocía la situación exacta de cada una de las escasas piedras que había en él.

Y, además, ¿qué podía haber de peligroso en correr a través de la oscuridad cuando la silueta resplandeciente de Robutt le acompañaba ladrando y saltando a su alrededor? El radar de Robutt podía decirle dónde estaba y dónde estaba Jimmy aunque no hubiera luz.

Mientras Robutt estuviera con él para advertirle cuando se acercaba demasiado a una roca, saltar sobre él demostrándole lo mucho que le quería o gemir en voz baja y asustada cuando Jimmy se ocultaba detrás de una roca aunque Robutt supiera todo el rato dónde estaba Jimmy jamás podría sufrir ningún daño. En una ocasión Jimmy se acostó sobre el suelo, se puso muy rígido y fingió estar herido, y Robutt activó la alarma de la radio haciendo acudir a un grupo de rescate de Ciudad Lunar. El padre de Jimmy castigó la pequeña travesura con una buena reprimenda, y Jimmy nunca había vuelto a hacer algo semejante.

La voz de su padre le llegó por la frecuencia privada justo cuando estaba recordando aquello.

—Jimmy, vuelve a casa. Tengo que decirte algo.

Jimmy se había quitado el traje espacial y se había lavado concienzudamente después de entrar en casa; e incluso Robutt había sido meticulosamente rociado, lo cual le encantaba.

Robutt estaba inmóvil sobre sus cuatro patas con su pequeño cuerpo de no más de treinta centímetros de longitud estremeciéndose y lanzando algún que otro destello metálico, y su cabecita desprovista de boca con dos ojos enormes que parecían cuentas de cristal y la diminuta protuberancia donde se hallaba alojado el cerebro no dejó de lanzar débiles ladridos hasta que el señor Anderson abrió la boca.

—Tranquilo, Robutt —dijo el señor Anderson, y sonrió—. Bien, Jimmy, tenemos algo para ti. Ahora se encuentra en la estación de cohetes, pero mañana ya habrá pasado todas las pruebas y lo tendremos en casa. Creo que ya puedo decírtelo.

—¿Algo de la Tierra, papi?

—Es un perro de la Tierra, hijo, un perro de verdad…, un cachorro de terrier escocés para ser exactos. El primer perro de la Luna… Ya no necesitarás más a Robutt. No podemos tenerlos a los dos, ¿sabes? Se lo regalaremos a algún niño. —El señor Anderson parecía estar esperando a que Jimmy dijera algo, pero al ver que no abría la boca siguió hablando—. Ya sabes lo que es un perro, Jimmy. Es de verdad, está vivo… Robutt no es más que una imitación mecánica, una copia de robot.

Jimmy frunció el ceño.

—Robutt no es una imitación, papi. Es mi perro.

—No es un perro de verdad, Jimmy. Robutt tiene un cerebro positrónico muy sencillo y está hecho de acero y circuitos. No está vivo.

—Hace todo lo que yo quiero que haga, papi. Me entiende. Te aseguro que está vivo.

—No, hijo. Robutt no es más que una máquina. Está programado para que actúe de esa forma. Un perro es algo vivo. En cuanto tengas al perro ya no querrás a Robutt.

—El perro necesitará un traje espacial, ¿verdad?

—Sí, naturalmente, pero creo que será dinero bien invertido y muy pronto se habrá acostumbrado a él… Y cuando esté en la ciudad no lo necesitará, claro. Cuando lo tengamos en casa enseguida notarás la diferencia.

Jimmy miró a Robutt. El perro robot había empezado a lanzar unos gemidos muy débiles, como si estuviera asustado. Jimmy extendió los brazos hacia él y Robutt salvó la distancia que le separaba de ellos de un solo salto.

—¿Y qué diferencia hay entre Robutt y el perro? —preguntó Jimmy.

—Es difícil de explicar —dijo el señor Anderson—, pero lo comprenderás en cuanto lo veas. El perro te querrá de verdad, Jimmy. Robutt sólo está programado para actuar como si te quisiera, ¿en tiendes?

—Pero papi… No sabemos qué hay dentro del perro ni cuáles son sus sentimientos. Puede que también finja.

El señor Anderson frunció el ceño.

—Jimmy, te aseguro que en cuanto hayas experimentado el amor de una criatura viva notarás la diferencia.

Jimmy estrechó a Robutt en sus brazos. El niño también tenía el ceño fruncido, y la expresión desesperada de su rostro indicaba que no estaba dispuesto a cambiar de opinión.

—Pero si los dos se portan igual conmigo entonces tanto da que sea un perro de verdad o un perro robot —dijo Jimmy—. ¿Y lo que yo siento? Quiero a Robutt, y eso es lo que importa.

Y el pequeño robot, que nunca se había sentido abrazado con tanta fuerza en toda su existencia, lanzó una serie de ladridos estridentes…, ladridos de pura felicidad.

Punto de vista (1975)

“Point of View”

Roger vino buscando a su padre, en parte porque era domingo, y por lo tanto su padre no debería estar trabajando, y Roger deseaba asegurarse de que todo iba bien.

El padre de Roger no era difícil de hallar, debido a que toda la gente que trabajaba con Multivac, la gigantesca computadora, vivía con sus familias allí mismo. Formaban como una pequeña ciudad propia, una ciudad de gente que resolvía todos los problemas del mundo. La recepcionista del turno del domingo conocía a Roger.

—Si estás buscando a tu padre —dijo—, está al final del corredor L, pero es probable que esté demasiado ocupado como para atenderte.

Roger lo intentó de todos modos, asomando su cabeza por una de las puertas al otro lado de la cual había oído ruido de hombres y mujeres. Los corredores estaban mucho más vacíos que los demás días de la semana, de modo que era fácil descubrir dónde estaba trabajando la gente.

Vio inmediatamente a su padre, y su padre lo vio a él. Su padre no parecía demasiado alegre, y Roger decidió inmediatamente que no todo iba bien.

—Hola, Roger —dijo su padre—. Me temo que estoy muy ocupado.

El jefe del padre de Roger estaba también allí, y dijo:

—Vamos, Atkins, tómate un descanso. Llevas nueve horas con ello, y lo que estás haciendo ya no sirve de nada. Llévate al chico a tomar algo a la cantina, echa una cabezada, y luego vuelve.

El padre de Roger no parecía entusiasmado con aquella idea. Llevaba en la mano un instrumento que Roger identificó como un analizador de circuitos, aunque no sabía cómo funcionaba. Roger podía oír a Multivac cloqueando y zumbando a todo su alrededor.

Finalmente, el padre de Roger dejó el analizador.

—De acuerdo. Vamos, Roger. Te invito a una hamburguesa, y mientras tanto dejaremos que estos tipos listos de aquí intenten descubrir sin mi ayuda qué es lo que va mal.

Se detuvo un momento para lavarse, y al cabo de poco rato estaban en la cantina, delante de unas enormes hamburguesas y unas patatas fritas y unas gaseosas.

—¿Sigue estropeada Multivac, papi? —preguntó Roger.

—No conseguimos llegar a ningún lado, eso puedo asegurártelo —dijo su padre hoscamente.

—Pero parecía estar funcionando. Quiero decir, pude oírla.

—Oh, por supuesto, sigue funcionando. Pero no siempre da las respuestas correctas.

Roger tenía trece años y estaba estudiando programación de computadoras desde cuarto grado. A veces lo odiaba y deseaba haber vivido en el siglo XX, donde los chicos no necesitaban aprender nada de aquello…, pero resultaba útil a veces para hablar con su padre.

—¿Cómo puedes decir que no siempre da las respuestas correctas, si solamente Multivac conoce las respuestas? —preguntó Roger.

Su padre se alzó de hombros, y por un minuto Roger temió que iba a decirle simplemente que era demasiado complicado de explicar y que no le iba a hablar en absoluto de ello… pero casi nunca hacía eso.

—Hijo —dijo su padre—, Multivac puede que tenga un cerebro tan grande como una gran fábrica, pero sigue sin ser tan complicado como este que tenemos aquí —le golpeó la cabeza—. A veces, Multivac nos da una respuesta que no podríamos calcular por nosotros mismos ni en un millar de años, pero de algún modo algo hace clic en nuestros cerebros y decimos: «¡Huau, aquí hay algo que está mal!». Entonces le preguntamos de nuevo a Multivac, y obtenemos una respuesta distinta. Si Multivac funcionara bien, ¿sabes?, siempre daría la misma respuesta a la misma pregunta. Cuando obtenemos respuestas distintas, una de ellas está equivocada.

»Y el problema, hijo, es: ¿cómo sabemos que siempre atrapamos a Multivac en sus errores? ¿Cómo sabemos que alguna de las respuestas erróneas no se nos ha escapado? Puede que confiemos en alguna respuesta y hagamos algo que al cabo de cinco años se nos revele desastroso. Hay algo que funciona mal dentro de Multivac, y no podemos descubrir qué es. Y, sea lo que sea lo que está mal, está empeorando por momentos.

—¿Por qué empeora? —preguntó Roger.

Su padre había terminado su hamburguesa y estaba comiéndose las patatas fritas una a una.

—Mi impresión, hijo —murmuró pensativamente—, es que hemos hecho lista a Multivac de una forma errónea.

—¿Eh?

—Entiende, Roger: si Multivac fuera tan lista como un hombre, podríamos hablar con ella y descubrir qué es lo que va mal, sin importar lo complicado que fuera. Si fuera tan estúpida como una máquina, funcionaría mal de una manera tan simple que podríamos averiguar rápidamente lo que le ocurría. El problema es que es medio lista, como un idiota. Es lo suficientemente lista como para funcionar mal de una forma complicada, pero no lo suficientemente lista como para ayudarnos a encontrar qué es lo que va mal en ella… Y esta es la forma en que es lista de una forma errónea.

Parecía muy preocupado.

—Pero ¿qué podemos hacer? No sabemos cómo hacerla más lista…, todavía no. Y no nos atrevemos a hacerla más estúpida tampoco, porque los problemas del mundo se han vuelto tan serios y las cuestiones que le formulamos son tan complicadas que se necesita toda la inteligencia de Multivac para responderlas. Sería un desastre hacerla un poco más tonta.

—Si pararais a Multivac —dijo Roger— y la revisarais con el máximo cuidado…

—No podemos hacer eso, hijo —dijo su padre—. Me temo que Multivac ha de permanecer operando a cada minuto del día y de la noche. Tenemos una enorme acumulación de problemas.

—Pero si Multivac continúa cometiendo errores, papi, ¿no deberá ser desconectada? Si no podéis confiar en lo que dice…

—Bueno —el padre de Roger revolvió el pelo de su hijo—, encontraremos qué es lo que va mal, muchacho, no te preocupes. —Pero sus ojos seguían pareciendo preocupados—. Vamos, termina y salgamos de aquí.

—Pero papi —dijo Roger—, escucha. Si Multivac es medio lista, ¿por qué eso significa que es idiota?

—Si supieras la forma en que tenemos que darle las instrucciones, hijo, no preguntarías.

—Sea como sea, papi, quizá esa no sea la forma de mirarlo. Yo no soy tan listo como tú; no sé tanto; pero no soy un idiota. Quizá Multivac no sea como un idiota, quizá tan sólo sea como un niño.

Other books

Villains by Rhiannon Paille
KissedByASEAL by Cat Johnson
The Gale of the World by Henry Williamson
Night Heat by Brenda Jackson
Two Can Play That Game by Myla Jackson
The Harder They Fall by Gary Stromberg
Dangerous Flirt by Avery Flynn
A Vine in the Blood by Leighton Gage
The Brink by Pass, Martyn J.