Crítica de la Religión y del Estado (21 page)

BOOK: Crítica de la Religión y del Estado
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Los locos razonan sobre los pensamientos, los deseos y las voluntades, sobre todas las sensaciones y afectos, o afectos del alma y del espíritu, como si fueran cuerpos, sustancias y seres propios y absolutos. Y no se percatan de que no son sustancias, ni seres propios y absolutos, sino sólo modificaciones del ser. El pensamiento, por ejemplo, no es un ser propio y absoluto, no es más que una modificación o una acción vital del ser que piensa. Paralelamente un deseo, un amor, un odio, una alegría, una tristeza, un placer, un dolor, un temor, una esperanza, etc., no son sustancias o seres propios y absolutos, son solamente modificaciones y acciones vitales del ser que desea, que ama, que odia, que teme o espera, que se entristece o se regocija, y que siente el bien o el mal, es decir, que siente dolor o placer.

[...]

...el espíritu, la vida, el pensamiento, no son sustancias, ni seres propios y absolutos; sino solamente modificaciones del ser que vive y que piensa; modificaciones que consisten en una facultad o facilidad que ciertos seres vivientes tienen para pensar y razonar, facultad o facilidad que es más grande, es decir, más desprendida y más libre en unos que en otros, y aunque sea más grande en unos que en otros y haya enfermedades que son más largas o más cortas unas que otras, de allí no se deduce que se pueda, ni tampoco que se deba pensar que la facultad o facilidad para pensar y razonar sea por ello una cosa redonda o cuadrada, o que tenga una figura mejor en unos que en otros, ni que las enfermedades sean por ello cosas redondas o cuadradas, y que sean capaces de poder dividirse o cortarse en pedazos y trozos, porque sería ridículo, como he dicho, querer atribuir a unas cosas, cualidades y propiedades que no convendrían a su naturaleza o a su manera particular de ser.

[...]

Por lo demás, cuando coincidieran con nosotros que el pensamiento y el sentimiento no serían en efecto más que modificaciones de la materia, no por ello sería propiamente la materia quien pensaría, quien sentiría, ni quien viviría. Sino que sería propiamente el hombre o el animal compuesto de materia quien pensaría, conocería o sentiría. De igual manera que aunque la salud y la enfermedad no sean más que modificaciones de la materia, no sería, sin embargo, la materia quien se portaría bien, ni quien estuviera enferma. De igual modo tampoco sería propiamente la materia quien vería, ni quien oiría, ni quien tendría hambre o quien tendría sed, sino que sería la persona o el animal compuesto de materia quien vería y quien oiría, o quien tendría hambre o sed. Y aunque el fuego, por ejemplo, y el vino sólo sean la materia modificada de cierta manera, no es, sin embargo, propiamente la materia quien incendia el bosque o la paja, ni es la materia quien embriaga cuando se bebe vino, sino que es propiamente el fuego quien incendia el bosque y la paja, y es propiamente el vino quien embriaga a los que beben demasiado, pues según la máxima de los filósofos, las acciones y las denominaciones de las cosas no se atribuyen propiamente más que a los agentes, y no a la materia ni a las partes particulares de que están compuestos
(actiones et denominationes sunt suppositorum).

Por ello, pues, sería ridículo por parte de nuestros cartesianos decir que la vida, que el justo temperamento de los humores, y que la fermentación de los cuerpos no serían más que modificaciones de la materia, bajo pretexto de que no serían cosas redondas ni cuadradas, ni de otra forma, por ello es ridículo de su parte decir que el pensamiento y el sentimiento no son modificaciones de la materia en los cuerpos vivientes, bajo el pretexto de que su vida no sería una cosa redonda, ni cuadrada, ni tendría otra figura. Y en la misma medida que sería ridículo decir que los animales no viven, bajo pretexto de que su vida no sería una cosa redonda ni cuadrada, ni tendría otra figura, es igualmente ridículo de su parte decir que no tienen conocimiento ni sentimiento, bajo pretexto de que sus conocimientos y sus sentimientos no pueden ser cosas redondas ni cuadradas, ni tener otra figura. Y de este modo los cartesianos se hacen manifiestamente ridículos, cuando bajo un pretexto tan vano y una razón tan vana y tan frívola, dicen que los animales no son capaces de conocimiento, ni de sentimiento, y dicen que comen sin placer, que gritan sin dolor, que no conocen nada, que no desean nada y que no temen nada. En todas las cosas parece manifiestamente lo contrario; nosotros vemos que la naturaleza les ha dado pies para andar, y andan; que les ha dado una boca y dientes para comer, y comen; que les ha dado ojos para guiarse, y se guían. ¿Les habría dado ojos para guiarse y no ver nada, oídos para escuchar y no oír nada, una boca para comer y para no saborear nada de lo que comen? ¿Les habría dado un cerebro con fibras y espíritus animales para no pensar en nada y para no conocer nada? Y, finalmente, ¿les habría dado una carne viviente para no sentir nada, y para no tener placer ni dolor? ¡Qué fantasía!, ¡qué ilusión!, ¡qué locura!, querer imaginarse y persuadirse de tal cosa, sobre tan vanas razones, y sobre un pretexto tan vano como el que alegan.

¡Cómo, señores cartesianos, porque los animales no podrían hablar en latín o en francés como vosotros, y porque no podrían expresarse en vuestro lenguaje para deciros sus pensamientos y para explicaros que sus deseos, sus dolores y sus males al igual que sus placeres y su alegrías, los miráis como puras máquinas privadas de conocimiento y de sentimientos! ¡Con esta condición, también nos haríais creer fácilmente que unos iraquíes y unos japoneses, e incluso que unos españoles y unos alemanes, sólo serían puras máquinas inanimadas, privadas de conocimiento y de sentimiento, en la medida que no entendiéramos nada de sus lenguajes y no hablaran como nosotros! ¿En qué pensáis, señores cartesianos? ¿No veis bastante claramente que los animales tienen un lenguaje natural; que cuantos son de una misma especie se entienden unos con otros, se llaman unos a otros, y que se responden también unos a otros? ¿No veis bastante manifiestamente que se asocian entre ellos, que se conocen y se hablan unos con otros, que se aman, que se acarician unos a otros, que juegan y se divierten bastante a menudo juntos, y que algunas veces se odian, se pelean y no se soportarían unos a otros al igual que unos hombres que se odian y no se soportarían unos a otros? [... ]

¿Acaso veis que unas máquinas inanimadas se engendren naturalmente unas a otras; veis que se reúnan por sí mismas, para hacerse compañía unas a otras, como hacen los animales? ¿Veis acaso que se llamen unas a otras, y que se respondan unas a otras, como hacen los animales? ¿Veis que jueguen juntas, y se acaricien, o que se peleen y se odien unas a otras como hacen los animales? ¿Os parece que se conocen unas a otras y que conocen a sus amos, como hacen los animales? ¿Veis que acudan cuando sus amos las llaman o que huyan si quisieran golpearlas? Y por último, ¿veis que éstas obedecerían a sus amos, y que harían lo que les ordenasen, como hacen todos los días los animales que obedecen a sus amos, que vienen cuando los llaman y hacen lo que les ordenan? No veis que máquinas puras y máquinas inanimadas hagan esto. No lo veréis nunca, ¿y pensáis que unos animales harían todo esto sin conocimiento y sin sentimiento? ¿Pensáis que se engendran unos a otros sin placer, que beben y comen también sin placer, y sin apetito, sin hambre y sin sed, que acarician a sus amos sin amarlos, e incluso sin conocerlos, que hacen lo que les ordenan sin oír su voz y sin saber lo que dicen, que huyen sin temor y gritan sin dolor cuando les golpean? ¿Y os imagináis todo esto, y os persuadís incluso de todo esto por esta única razón: que el pensamiento, el conocimiento, el sentimiento, el placer, la alegría, el dolor, la tristeza, el deseo, el temor, el apetito, el hambre y la sed..., etc., no son, decís, cosas redondas o cuadradas, ni de ninguna otra forma y que de este modo no pueden ser modificaciones de la materia ni del ser material? Estáis locos al respecto, señores cartesianos, permitid que os califique así, aunque por otra parte seáis muy juiciosos; estáis locos al respecto, y mereceríais más ser burlados que ser refutados seriamente,
spectatum hic admissi, rissum teneatis, amici.
Todas las modificaciones de la materia o del ser material, no deben tener, como pensáis, todas las propiedades de la materia o del ser material. Y así aunque una de las propiedades de la materia o del ser material sea ser extensa en longitud, anchura y profundidad, poder ser redondo o cuadrado, o poder ser dividido en varias partes, no se concluye que todas las modificaciones de la materia o del ser material deban ser extensas en longitud, anchura y profundidad, ni que siempre deban ser redondas o cuadradas, y divisibles en varias partes, como falsamente imagináis.

[T. III (pp. 53-107)
O. C.
De la octava prueba.]

CONCLUSIÓN

Todos estos argumentos no pueden ser más demostrativos de lo que son; basta prestarles una ligera o mediocre atención para ver su evidencia. Y así está claramente demostrado mediante todos los argumentos que he alegado a propósito, que todas las religiones del mundo, como he dicho al principio de este escrito, sólo son invenciones humanas; y que todo lo que nos enseñan y nos obligan a creer sólo son errores, ilusiones, mentiras e imposturas inventadas, como he dicho, por guasones, bribones e hipócritas para engañar a los hombres, o por políticos refinados y astutos, para mantener a los hombres sumisos, y para hacer todo lo que quieran con los pueblos ignorantes, que creen ciega y neciamente todo lo que se les dice como si procediera de los dioses. Y estos políticos refinados y astutos pretenden que es útil y conveniente hacer creer así a la mayoría de los hombres, bajo pretexto, como dicen, de que es necesario que la mayoría de los hombres ignoren muchas cosas verdaderas, y crean muchas falsas.

Y como todo este tipo de errores, ilusiones e imposturas son la fuente y la causa de una infinidad de males, de una infinidad de abusos y de una infinidad de maldades en el mundo, y como la misma tiranía que hace gemir a tantos pueblos en la tierra, se atreve también a protegerse con este especioso, aunque falso y detestable, pretexto de religión, tengo mucha razón al decir que todos estos fárragos de religiones y de leyes políticas tal cual son en el presente, en el fondo sólo son misterios de iniquidades. No, amigos míos, efectivamente sólo son misterios de iniquidades e incluso detestables misterios de iniquidades, puesto que así vuestros sacerdotes os hacen y os mantienen siempre cautivos bajo el yugo odioso e insoportable de su vanas y locas supersticiones, bajo pretexto de querer conduciros felizmente a Dios, y haceros observar sus santas leyes y sus santos preceptos. Y porque con este procedimiento también los príncipes y los grandes de la tierra os roban, os pisan, os arruinan, os oprimen y os tiranizan bajo pretexto de gobernaros y de querer mantener o procurar el bien público.

Quisiera poder hacer oír mi voz de una punta a otra del reino, o mejor de un extremo al otro de la tierra; gritaría con todas mis fuerzas: Sois locos, oh hombres, sois locos de dejaros guiar de esta manera, y de creer ciegamente tantas necedades. Les haría entender que están en el error, y que quienes los gobiernan abusan de ellos y los engañan. Yo les descubriría este detestable misterio de iniquidad que los hace por doquier tan miserables y tan desdichados, y que en los siglos venideros hará infaliblemente la vergüenza y el oprobio de nuestros días. Yo les reprocharía su locura y su necedad de creer y poner ciegamente fe en tantos errores, en tantas ilusiones e imposturas tan ridículas y tan groseras. Les reprocharía su cobardía por dejar vivir durante tanto tiempo a tan detestables tiranos, y por no sacudir el yugo tan odioso de sus tiránicos gobiernos y de sus tiránicas dominaciones.

Un antiguo decía antaño que no había nada tan raro como ver a un viejo tirano, y la razón de ello era que los hombres todavía no tenían la debilidad ni la cobardía de dejar reinar ni dejar vivir largo tiempo a los tiranos. Tenían el espíritu y el coraje de deshacerse de ellos cuando abusaban de su autoridad. Pero en el presente ya no es algo raro ver a los tiranos vivir y reinar largo tiempo. Los hombres se han acostumbrado poco a poco a la esclavitud, y ahora están tan acostumbrados a ella que ya ni siquiera piensan casi en recobrar su antigua libertad; les parece que la esclavitud es una condición de su naturaleza. Es también por esto que el orgullo de estos detestables tiranos va siempre en aumento, y también por lo mismo que día tras día agravan cada vez más el' yugo insoportable de sus tiránicas dominaciones.
«Superbia eorum ascendit semper»
(Psalm., 73.23). Diréis que su iniquidad y su maldad proceden de la abundancia de su enjundia, y del exceso de su prosperidad,
«prodiit quasi ex adipe iniquitas eorum»
(Psalm., 72.7). Han llegado incluso a complacerse en sus vicios y en sus maldades,
transierunt in affectum corais.
Y es por esto también que los pueblos son tan miserables y tan desdichados bajo el yugo de sus tiránicas dominaciones.

¿Dónde están estos generosos asesinos de tiranos que se han visto en los siglos pasados? ¿Dónde están los Brutus y los Cassius? ¿Dónde están los generosos asesinos de un Calígula y de tantos otros monstruos semejantes? ¿Dónde están los Publicola? ¿Dónde están los generosos defensores de la libertad pública, que expulsaban a los reyes y a los tiranos de sus países y que daban licencia a todo particular para matar a los tiranos? ¿Dónde están los Cecinna y tantos otros que escribían con tanta aspereza y declamaban con tanto ardor contra la tiranía de los reyes? ¿Dónde están los emperadores, estos dignos emperadores como Trajano, y los benévolos Antoninos, el primero de los cuales entregando la espada al primer oficial de su imperio, le dijo que lo matara a él mismo con esta espada que le daba si se convertía en tirano, y el otro decía que prefería salvar la vida a uno de sus súbditos que matar a mil enemigos suyos? ¿Dónde están, digo, estos buenos príncipes y estos dignos emperadores? ¡Ya no se ve ninguno semejante! [Tampoco se ve ninguno de estos generosos asesinos de tiranos! Pero a falta de ellos, ¿dónde están los Jacques Clement y los Ravaíllac de nuestra Francia? ¿No viven aún en nuestro siglo y en todos los siglos para derribar o para apuñalar a todos estos detestables monstruos y enemigos del género humano, y para liberar así a todos los pueblos de la tierra de su tiránica dominación? ¿No viven aún estos dignos y generosos defensores de la libertad pública? ¿No viven aún hoy para expulsar a todos los reyes de la tierra y para oprimir a todos los opresores, y para devolver la libertad a los pueblos? ¿No viven aún todos estos valientes escritores, y todos estos valientes oradores que increpaban a los tiranos, que declamaban contra su tiranía y que escribían ásperamente contra sus vicios, contra sus injusticias, y contra sus malos gobiernos? ¿No viven aún hoy para increpar abiertamente a todos los tiranos que nos oprimen, para declamar arduamente contra todos sus vicios y contra todas las injusticias de sus malos gobiernos? ¿No viven aún hoy para hacer a sus personas odiosas y despreciables a todo el mundo mediante escritos públicos y finalmente para excitar a los pueblos a sacudir de común acuerdo y consentimiento el yugo insoportable de sus tiránicas dominaciones?

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