Crítica de la Religión y del Estado (14 page)

BOOK: Crítica de la Religión y del Estado
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Supuesto esto, es preciso reconocer la existencia del ser; y no sólo es preciso reconocer la existencia del ser, sino que es preciso reconocer también que el ser ha existido desde siempre, y por consiguiente nunca ha sido creado, pues si no hubiera existido desde siempre, es seguro que nunca habría sido posible, que existiera, ni nunca habría empezado a existir,
a)
Jamás habría podido empezar a existir por sí mismo, porque lo que no es, no puede hacerse a sí mismo ni darse el ser.
b)
Tampoco habría podido empezar a existir por ninguna otra causa ni por ningún otro ser que lo hubiera producido, puesto que no habría habido ningún ser ni ninguna causa; para producirlo, como se supondría, y haría falta suponerlo, diciendo que el ser no habría existido desde siempre. Ya que el ser existe, y es evidente que existe, es preciso reconocer que siempre ha existido, y no sólo es preciso reconocer que existe y que siempre ha existido, sino que además es preciso reconocer que este ser es el primer principio y el primer fundamento de todas las cosas. Es evidente que todas las cosas no son real y verdaderamente lo que son, más que en cuanto son el ser, y ellas mismas son partes o porciones del ser, y es cierto y claro que nada existiría si el ser no existiera, esto es como idéntico. De lo que se deduce evidentemente que el ser en general es lo primero y fundamental en todas las cosas, y por consiguiente que el ser es el primer principio y lo fundamental en todas las cosas, y como el ser nunca ha empezado a existir, y ha sido desde siempre, como se acaba de demostrar; y que por lo demás todas las cosas sólo son diversas modificaciones del ser, se deduce evidentemente que no hay nada creado, y por consiguiente ningún creador; todas estas proposiciones se deducen, y son irrefutables.

[T. II (pp. 186-189)
O. C.
De la séptima prueba.]

EL SER O LA MATERIA Y QUE SON UNA MISMA COSA SOLO PUEDEN TENER POR SÍ MISMOS SU EXISTENCIA Y SU MOVIMIENTO

[...] No serviría de nada, como ya he observado, decir que no hay un nexo necesario entre la idea que nosotros tenemos de los cuerpos y su movimiento, porque aun cuando no hubiera efectivamente tal nexo entre estas dos cosas, no por ello se desprendería que hubiera repugnancia o absurdidad alguna en decir que los cuerpos puedan moverse por sí mismos. Y además tampoco es sorprendente que no se vea nexo necesario entre estas dos cosas, ya que no debe efectivamente haberlo, puesto que el movimiento no forma parte de la esencia de los cuerpos, sino que sólo es una propiedad de su naturaleza. Si el movimiento fuera esencial a la materia o formara parte de la esencia de los cuerpos, es de creer que habría un nexo necesario entre la idea que nosotros tenemos de los cuerpos y su movimiento, pero este movimiento al no serles esencial, ni siquiera absolutamente necesario, puesto que un cuerpo puede existir sin movimiento, ciertamente no debe haber ningún nexo necesario entre estas dos cosas, y en vano se trataría de buscarlo. Es por esta misma razón que no se ve ni tampoco puede verse lo que hace que la materia se mueva con tal o cual velocidad, ni lo que hace que se mueva de arriba a abajo, o de abajo a arriba, de derecha a izquierda, o de izquierda a derecha, ni por último lo que hace que se mueva en línea recta, o en línea circular, oblicua o parabólica, aunque se mueva en todos estos diferentes sentidos, con una infinidad de modificaciones diferentes, porque no hay ninguno de estos tipos de movimiento que sea esencial a la materia, y es sin duda por esto que nos es imposible ver claramente lo que constituye precisamente el principio y la determinación de todos estos movimientos; de no ser con respecto al movimiento circular según el cual puede decirse que la materia tendería por sí misma a moverse siempre en línea recta, como tratándose del movimiento más simple y más natural, pero que, sin embargo, no puede moverse siempre así, porque todo cuanto es extensión, al estar lleno de materia, ésta no podría, la materia, encontrarse siempre o moverse en línea recta, sin tropezar con otra materia semejante que le impida continuar así su movimiento, y al no poder moverse siempre en línea recta, se halla obligada a moverse en línea curva y circular, lo que hace necesariamente que varias porciones de materia, o varios volúmenes de materia se muevan siempre y hagan así varios torbellinos de materia; y no hay duda que es de allí de donde procede la redondez de la tierra, la redondez del sol, la redondez de la luna, y la redondez de todos los demás astros o planetas, como nuestros cartesianos lo han hecho observar, y así aunque no pudiéramos ver claramente lo que hace precisamente el principio del movimiento de la materia, no vemos, sin embargo, ni tampoco podríamos ver que haya ninguna repugnancia, ningún inconveniente, ni ninguna absurdidad en decir que todos estos diversos movimientos y todas estas diversas modificaciones proceden de la materia misma, lo que basta para asegurar que proceden efectivamente de la propia materia y de ninguna otra causa.

Pero veamos las repugnancias y las absurdidades que se deducirían infaliblemente del sentimiento contrario. Si la materia no tuviera por sí misma la fuerza de moverse, sólo podría haber recibido esta fuerza de un ser que no fuera materia, pues si este ser fuera también materia, tampoco tendría la fuerza de moverse a sí mismo, o si tuviera por sí mismo la fuerza de moverse, sería pues verdad decir que la materia tendría por sí misma la fuerza de moverse, de manera que si no tiene por sí misma esta fuerza es absolutamente necesario que la haya recibido de un ser que no sea materia. Luego no es posible que la materia haya recibido la fuerza de moverse de un ser que no sea materia; por consiguiente, ella tiene por sí misma la fuerza de moverse y removerse. Yo pruebo la segunda proposición de este argumento. Nada puede mover o empujar la materia carente de movimiento más que aquello que es capaz de empujarla y alterarla, pues es cierto y evidente que aquello que no fuera capaz de empujarla y alterarla no sería capaz de moverla. Lo que no fuera capaz, por ejemplo, de empujar una piedra o un pedazo de madera es seguro que no sería capaz de moverla; ocurre en igual proporción con cualquier otra materia que no estuviera actualmente en movimiento, nada sería capaz de moverla si no fuera capaz de empujarla o alterarla. Luego nada es capaz de empujar ni alterar la materia más que la materia misma, así pues nada puede mover la materia más que la materia misma, y, por consiguiente, hay que reconocer que posee por sí misma el principio de su movimiento.

Que nada pueda empujar ni alterar la materia más que la materia misma, he aquí la prueba. Nada puede empujar ni alterar la materia más que lo que tiene en sí alguna solidez y alguna impenetrabilidad al igual que la materia, pues sigue siendo evidente que aquello que no tuviera en sí ninguna solidez ni ninguna impenetrabilidad no podría, de ningún modo, empujar la materia ni hacerla cambiar de lugar, puesto que no podría ejercer ninguna fuerza ni ninguna presión sobre ella, ni siquiera apoyándose o aplicándose de la manera que fuera contra ella, porque la penetraría de inmediato, sin poder encontrar ni poder hacer ninguna resistencia, de forma que sería como si no tocara nada, toda vez que uno no puede ni podría ejercer presión o fuerza sobre el otro. Luego sólo la materia tiene alguna solidez y alguna impenetrabilidad en sí misma, puesto que se concede que los pretendidos seres espirituales e inmateriales no tienen ninguna. Por consiguiente, sólo la materia puede empujar a la materia y puede ejercer fuerza o presión sobre ella y puede moverla, y de ahí que lo que no es materia no puede mover la materia.
Tangere enim et tangi,
como ya he dicho,
nisi corpus, nulla potest res.
Y así, una vez más, un ser que no es materia no puede mover la materia, y si no la puede mover mucho menos habrá podido tener la fuerza o el poder de crearla. De donde se deduce evidentemente que la materia tiene por sí misma su ser y su movimiento (el ser y la materia son una misma cosa. El ser es lo sustancial de todo, la manera de ser es lo formal de todo; todo consiste y todo se reduce al ser y a la manera de ser. Luego es cierto y evidente que el ser, en general, no puede tener su existencia y su movimiento más que de sí mismo. Y, por consiguiente, no puede haber sido creada), y no puede haber sido creada, como tampoco el tiempo, ni el lugar, ni el espacio y la extensión. Pues, finalmente, es imposible también concebir que el ser no exista; la razón natural nos hace conocer claramente la existencia del ser, la existencia del tiempo y la existencia de la extensión, y es imposible también que no haya ser y es imposible concebir que no haya tiempo, y es imposible también que no haya tiempo, es imposible concebir que no haya extensión, y es imposible también que no la haya; finalmente, es imposible concebir que no haya números y es imposible también que no haya; y es igualmente imposible que estas cosas no sean infinitas en sí mismas, cada una en su género y en su especie; la razón natural nos hace ver claramente esto, por poca atención que se preste, y no se necesita mucho más para ver claramente que estas cosas no pueden haber sido creadas, y si estas cosas no pueden haber sido creadas, como se acaba de demostrar, se deduce evidentemente que no hay nada creado y, por consiguiente, ningún creador.

[...]

Nosotros no podemos formarnos otra idea del ser y de la sustancia más que en relación a la que tenemos de los seres y de las sustancias que vemos y conocemos, y como esta idea no se ajusta aún a Dios y esta misma palabra de ser y de sustancia no se dice de Dios, y de otros seres y sustancias, más que en un sentido equívoco, como dicen los filósofos, es decir, con dos significados diversos, uno de los cuales se ajusta a los seres y a las sustancias que vemos y el otro que únicamente debe corresponder a Dios solo, y como nuestros deícolas no sabrían formarse ninguna verdadera idea de lo que pretenden significar en su Dios mediante esta palabra de ser y de sustancia, se deduce que no tienen ningún verdadero conocimiento de lo que le atribuyen cuando dicen que es un ser y una sustancia, y, por consiguiente, que no saben lo que dicen cuando hablan de él y le atribuyen la vida, la fuerza, el poder, el conocimiento, ni tampoco cuando le atribuyen solamente el ser y la sustancia y dicen que existe, no saben, digo, lo que dicen, diciendo esto, puesto que no conciben ni tienen una verdadera idea de lo que quieren dar a entender mediante estos términos cuando los atribuyen a su Dios. Y si no saben lo que dicen, ni lo que comprenden o lo que pretenden dar a entender cuando hablan así, ciertamente ni siquiera merecen ser escuchados, pues quienes hablan sin saber lo que dicen no merecen ser escuchados, y si no merecen ser escuchados, mucho menos merecerán que se crea lo que dicen.

Pero prosigamos nuestro argumento y hagamos ver las absurdidades que se derivarían si la materia no tuviera por sí misma la fuerza de moverse. De allí se derivaría
a)
Que todos los cuerpos, una vez hechos y formados, serían por su naturaleza inalterables e incorruptibles y, por consiguiente, no tendrían en sí mismos no sólo ningún principio de acción, sino que tampoco tendrían en sí mismos ningún principio de generación ni de corrupción, lo que en principio parece absurdo. No tendrían en sí mismos ningún principio de acción, porque para actuar es preciso moverse como he dicho, de manera que si los cuerpos no tienen en sí mismos el principio del movimiento, tampoco tendrían en sí mismos el principio de acción y se hallarán con absoluta impotencia para actuar por sí mismos... Y así basta de libertad en los hombres puesto que no tendrán por sí mismos el poder de moverse ni el poder de actuar. Pues cómo subsistiría la libertad ante tan gran impotencia para actuar y moverse,
b)
Los cuerpos vivos no tendrían tampoco en sí mismos ningún principio de generación ni de corrupción y serían por su naturaleza inalterables e incorruptibles, como he dicho, pues como el movimiento de las partes de la materia es el principio de las generaciones y de las corrupciones que se producen en la naturaleza, si los cuerpos no tienen por sí mismos el principio del movimiento, no tendrán tampoco por sí mismos el principio de la generación ni de la corrupción.

Que el movimiento de las partes de la materia sea el principio de las generaciones y de las corrupciones que se producen en la naturaleza, esto es bastante evidente, puesto que se ve que las generaciones sólo se hacen, efectivamente, mediante una nueva unión y mediante una nueva aglomeración de las partes de la materia, y que la corrupción sólo se hace efectivamente mediante la desunión y la separación de las mismas partes de la materia. Así la unión o la desunión de las partes de la materia sólo puede efectuarse a través del movimiento; por consiguiente, si los cuerpos no tienen por sí mismos el principio del movimiento, no tendrán tampoco por sí mismos o en sí mismos el principio de la generación ni el de la corrupción, c) Si la unión o la desunión de las partes de la materia no se efectúa mediante la fuerza motriz de los propios cuerpos o de la propia materia de la que los cuerpos se componen, es preciso que se efectúe por obra de una causa extraña, los cuerpos no serán las verdaderas causas, sino solamente las causas ocasionales e instrumentales de las generaciones y de las corrupciones, al igual que de todos los demás efectos y acciones que se producen en los cuerpos, y no sólo en los cuerpos inanimados, sino también en los cuerpos animados, de modo que, por ejemplo, no serán los hombres ni los animales quienes se muevan por sí mismos, cuando los vemos moverse, actuar y correr o hacer alguna otra cosa, sino que sería alguna causa extraña e invisible quien los agitaría, quien los pondría en movimiento y quien les haría hacer todo lo que parece que hacen por sí mismos. [... ]

Y del mismo modo, cuando, por ejemplo, se viera a ciertas personas tocando agradablemente instrumentos de música, cantando alegremente, hablando sabiamente de todas las cosas..., o se viera a otras danzando agradablemente, saltando ligeramente o haciendo sutilmente toda clase de rodeos hábiles y sutiles..., o, finalmente, cuando se viera a otras transportadas de cólera y de furor, profiriendo juramentos y blasfemias, echando espuma por la boca, que fueran locas e insensatas, que dijeran mil necedades e hicieran mil impertinencias o mil maldades detestables, estas personas no se agitarían así por sí mismas, ni moverían sus brazos y piernas por sí mismas, ni moverían sus lenguas y sus ojos, tal como parece que ocurre, sino que, como he dicho, sería una causa extraña e invisible quien las agitaría así y quien haría a través suyo todo lo que es correcto o incorrecto y todo lo que hay de bueno o malo en su comportamiento, ya sea en sus palabras, ya sea en sus acciones, ya sea incluso en sus pensamientos, en sus deseos y en sus afectos. Por ejemplo, tampoco una pulga o una mosca se moverían por sí mismas cuando van a saltar o a emprender ligeramente su vuelo, sino que sería necesariamente una causa extraña quien movería todos los resortes imperceptibles de las partes de sus cuerpos y quien haría que se lanzasen tan rápida y sutilmente como hacen. De donde se deduciría evidentemente que los hombres no serían de ningún modo las causas verdaderas del bien y del mal que cometen y, por consiguiente, que no serían más dignos de reproche o de alabanzas de lo que son unos puros instrumentos inanimados, que sólo actúan a través de las manos de los obreros que los manejan; y de ser así, ¿sobre qué, pues, se fundará la pretendida justicia de las recompensas de los buenos y de los castigos de los malos, puesto que ni unos ni otros podrían hacer nada por sí mismos y no podrían hacer más que lo que una fuerza y una potencia superior les haría hacer o haría ella misma en ellos? [...]

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