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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Criopolis (27 page)

BOOK: Criopolis
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Jin se acercó a ellos.

—¿Qué es eso?

—Un escáner de ADN —dijo Johannes.

—¿Es lo que usaron el primer día para comprobar la huella dactilar de Miles-sa… de lord Vorkosigan?

—Sí.

—Muy oportuno —dijo Raven-sensei—. Tendría que haber habido uno en el refugio de la señora Suze, pero evidentemente lo vendieron o se rompió hace algún tiempo. Temí que iba a tener que llevar la muestra de tejido a un laboratorio comercial incluso para una cosa tan básica.

El interés de Jin aumentó.

—¿Podría escanear con eso el ADN de mis criaturas?

—No es un juguete —dijo Johannes—. Lo utilizamos para hacer identificaciones positivas de gente que quiere documentos de viaje y todo eso. —Miró a Jin y perdió determinación—. Tendrás que preguntárselo al cónsul Vorlynkin.

Miles-san llamó a Jin para que se acercara a su comuconsola, donde Mina estaba ya, moviéndose de un pie a otro. Fotos fijas de cuatro hombres distintos flotaban en fila sobre la placa vid. Dos tenían el pelo gris. Uno llevaba una bata de laboratorio.

—Señorita Mina, espero que puedas ayudarnos con esto —dijo Miles-san—. Todos estos hombres son doctores Leiber distintos que viven en la zona de Northbridge. Ya hemos eliminado a las doctoras Leiber, confiando en que ninguna haya hecho un viaje a la Colonia Beta últimamente.

Su boca se torció con algún chiste que Jin no comprendió, aunque Roic sí, a juzgar por su breve sonrisa.

¿Se parece alguno de ellos al hombre que oíste hablar con tu madre, aquella noche? ¿O no se parece ninguno?

Mina contempló ansiosamente las imágenes.

—Fue hace mucho tiempo. En realidad no me acuerdo.

—¿Te acuerdas de algo? ¿Tu doctor Leiber era joven o viejo?

—Oh, viejo.

—¿Pelo canoso?

—No, negro. De eso sí me acuerdo. No soy muy buena calculando la edad de los adultos. Pero era muy viejo. ¿Treinta, tal vez?

Miles-san y Vorlynkin intercambiaron una mirada; los labios del cónsul se torcieron, pero no dijo nada.

—Así que viejo, pero no canoso. —Miles-san dio un golpecito a los controles del vid, y los dos hombres de pelo gris desaparecieron. Los otros dos se parecían bastante, con cortes de pelo similares, excepto que la cara de uno era más huesuda y la del otro más redonda.

—Cuando yo era pequeño —observó Roic, mirando por encima de sus hombros—, hubo una época en que todos los hombres viejos y delgados que veía eran como mi abuelo. Resultaba bastante confuso.

—Da igual —dijo Miles-san—. Jin, ¿recuerdas haber visto a alguno de estos dos hombres en compañía de tu madre? ¿Aunque no te los presentaran?

Jin negó con la cabeza.

Después de un largo rato de vacilación, Miles señaló el rostro huesudo.

—Ése. Tal vez. El otro parece demasiado gordo.

—Puede que haya ganado peso —ofreció Jin, captando el espíritu de la situación.

—Muéstrele escáneres de un centenar de tipos, o incluso de diez, y dudo que pueda decirlo, milord —intervino Roic—. Está guiando a su testigo.

—Si tuviéramos que examinar el censo completo de gente mayor de treinta en Kibou, sin duda sería cierto —respondió Miles-san—. Por fortuna, tenemos otros parámetros más reducidos. —Señaló al del rostro redondo—. Este doctor Leiber es ginecólogo en una clínica replicadora en un barrio del norte. —Su dedo pasó al cara huesuda—. Este doctor Leiber es bioquímico y trabaja para NeoEgipto Criogénico. Como Mina no lo descarta del todo, esa combinación lo coloca en lo alto de mi lista de prioridades.

—¿Qué sucedió con su teoría de que el tipo podría haber huido? —preguntó Roic—. Este Leiber no parece un activista. Quiero decir, buen salario, opciones de acciones, crioseguro. Un hombre de empresa, probablemente.

Miles-san se acomodó en su asiento y se frotó la barbilla.

—Eso es un problema, cierto. Tal vez me equivocara antes.

Roic lo miró ladeando la cabeza, lo que provocó una sonrisa fugaz en el rostro de Miles-san por algún motivo que Jin no pudo discernir.

Johannes y Raven-sensei habían terminado su trabajo en la mesa y se acercaron a la comuconsola secundaria.

—¡Ah! —dijo Raven-sensei—. ¿Hay un escáner facial de ella? Tengo huellas de las manos y los pies como refuerzo, pero… No, no vamos a necesitarlas, ¿eh?

Miles-san empujó la silla con los pies y se volvió.

—¿Qué han encontrado?

Roic se inclinó y echó un vistazo.

—Sí, ésa parece nuestra mujer, ¿no? Miren sus pómulos. Y sus orejas. Y ese mismo lunar sobre la ceja izquierda. Este escaneo debió de hacerse más o menos en la misma época en que fue congelada.

—No puedo decir que me fijara en sus orejas… —Miles-san cogió su bastón y se levantó para ver mejor.

Jin se volvió para mirar también. Comparar la imagen de la mujer viva y sonriente con aquella figura inmóvil y extraña que habían visto en la mesa de operaciones le hizo volver a sentirse incómodo. ¿Tendría su madre ese extraño aspecto si se moría de verdad?

—Bueno, este archivo lo tiene todo —dijo Raven-sensei—. Datos biográficos, historial médico, fecha de la criopreparación… Bueno, sus datos financieros y los de su contrato parece que se cruzan. Alice Chen, pobre mujer desgraciada. Supongo que me alegro de saber su nombre.

—Ha sido rápido —dijo Miles-san—. Buen trabajo.

—Las bases de datos de estos patrones son abiertas al público —dijo Johannes, aunque le costó un poco expresar su alabanza—. Todo el mundo, desde abogados y académicos que hacen estudios demográficos a investigadores médicos o genealogistas que buscan sus árboles familiares pueden consultarlas. —Se echó hacia atrás y miró la pantalla de datos que había producido la placa vid—. Parece que la congelaron hace unos cuarenta y cinco años. Hemos tenido suerte. Si nos remontamos a más de un siglo los bancos de datos suelen tener agujeros, por un motivo o por otro.

—Sí, cuando yo estaba… ejem, trabajando en mi anterior carrera, este planeta era una de las fuentes habituales de documentos de identificación falsos e ilocalizables —dijo Miles-san—. Era el único motivo por el que conocía este lugar, antes de esta investigación.

Entornó los ojos y señaló una línea.

—¿Qué demonios es ese término impronunciable?

Raven-sensei miró.

—Desorden debilitador sanguíneo. Puede que por eso decidiera congelarse un poco pronto.

—¿Cree que pudo ser la causa de la muerte?

Raven-sensei negó con la cabeza.

—No, no debería haber afectado a su resurrección. Pero habría necesitado tratamiento posterior.

—¿Podría haberlo tenido? ¿Un tratamiento efectivo, quiero decir?

—Oh, sí, esa enfermedad está controlada hoy en día.

—Entonces, ¿qué estaba haciendo una mujer congelada hace casi medio siglo en el criocajón de Lisa Sato con la identificación de Lisa Sato en el pie? —dijo Miles-san—. Está claro que no llegó allí sola. Aunque alguien se hubiera equivocado con los números de los cajones en los bancos de datos, esa maldita chapa identificativa garantiza que debió de ser un cambiazo físico.

—¿Dónde están los restos de la señora Chen, por cierto? —preguntó el cónsul Vorlynkin—. Deberían ser devueltos a su pariente más cercano en algún momento. Puede que haya una herencia de por medio, o quién sabe qué. Y su muerte es lo bastante reciente para que haya todavía alguien vivo que pueda tener un interés emocional en su destino. —Vaciló—. No es que tenga muchas ganas de verme envuelto en ningún litigio.

—Está guardada en las profundidades del refugio de la señora Suze, por ahora —dijo Raven-sensei—. Tenbury nos ayudó.

—¿Se conservará? —preguntó Miles-san.

—Indefinidamente.

Miles-san le hizo un gesto a Vorlynkin con la mano abierta.

—Debemos conservarla, hasta que yo haya desenmarañado todo esto. Pero no olvide esa idea. Bien, ahora tenemos dos hilos, nuestra dama muerta y el doctor Leiber. Nos queda seguirlos y ver si se encuentran en el centro. ¿La congelaron en NeoEgipto, por cierto?

Johannes estudió la pantalla.

—Una de las criocorporaciones que NeoEgipto absorbió más tarde, creo.

—¿En ese mismo sitio?

—No creo que lo hubieran construido todavía, hace cuarenta y cinco años. —Johannes se puso a buscar a toda prisa—. Ah, aquí lo tenemos. El lugar en el que estaba almacenada originalmente parece que fue desmantelado hace unos diez años. Demolido. Entonces la trasladaron a las nuevas instalaciones en la Criopolis.

—Desde luego, eso habría facilitado el cambiazo —dijo Miles-san—. Sobre todo si lo hizo alguien desde dentro, por ejemplo un empleado. Estoy pensando que eligieron al azar a la señora Chen. A quien querían era a Lisa Sato.

—¿Está diciendo que alguien robó a mamá? —preguntó Mina con voz temblorosa.

—Es lo que empieza a parecer…

Miles-san entornó los ojos ante la pantalla vid. Una presión en el hombro por parte de Vorlynkin y un exasperado gesto con la cabeza en dirección a Mina le hicieron devolverle la atención. Parecía que la niña estaba intentando no llorar.

Miles-san hizo una rápida revisión.

—Aunque habría que comprender que quien se la llevó tendría que cuidar de ella. No robas algo que no valoras. Eso nos sugiere que tendrán que ser cuidadosos con ella.

¿Mentiras de adulto? En general, a Jin le gustaba que Miles-san no les hablara con condescendencia, pero todo esto era demasiado extraño.

Como Mina no parecía demasiado convencida, Miles-san siguió farfullando.

—Después de todo, la criocámara portátil en la que estuve se perdió durante una temporada, pero todo salió bien al final.

—Perdido desde su punto de vista —dijo Raven-sensei—. Desde el nuestro, estaba bien localizada.

Miles-san le dirigió a Mina una especie de gran sonrisa del tipo «¿lo ves?», que vaciló ante su mirada neutra. Vorlynkin y Johannes lo observaban con horrorizada fascinación.

Miles se contuvo.

—Voy a ir a hablar con ese doctor Leiber. En persona. No en su trabajo, creo —añadió, con tono meditabundo.

La boca de Roic trazó una línea sombría.

—Tendrá un perímetro de seguridad apropiado.

—Por supuesto. Incluso llevaremos a Johannes, para que no tengas que ser el perímetro tú solo.

—Es un principio.

Miles-san estudió a Mina, que seguía pareciendo asustada.

—La conexión entre el doctor Leiber y tu madre no aparece en ninguno de los archivos que he visto hasta ahora: sólo en tu declaración como testigo, Mina. Si sacamos algo de esto, se deberá por completo a la valiosa información que has proporcionado.

Ella se animó un poco con estas palabras, o al menos su labio dejó de temblar.

—¿De verdad?

—De verdad. Y se paga a los informadores valiosos de Seglmp, ¿sabes? Y a los correos, según recuerdo —añadió, mirando a Jin.

—Pero yo no terminé el trabajo —dijo Jin.

—Ser capturado por el enemigo implica una paga de riesgo.

—¿Cuánto? —preguntó Mina, animándose mucho más.

—Ah, me gusta cómo piensas, chica. Hay una tarifa oficial. En marcos barrayareses, claro. Tiene códigos para varios servicios. Haré que Roic lo compruebe y haga las conversiones a la moneda de Kibou-daini.

—¿Piensa pagarles tarifas de adulto? —preguntó Vorlynkin.

A Jin le pareció que estaba más sorprendido que en contra, y esperó que no intentara disuadir a Miles-san de esta idea maravillosa.

—Por supuesto —añadió Miles-san—. Mi presupuesto permite mucha discreción, ya sabe.

—Entonces desearía que fuera más discreto —replicó Vorlynkin. Cerró la boca bruscamente, como sorprendido por lo que acababa de decir.

Miles-san simplemente le sonrió. Volviendo a adoptar su tiesa cara de cónsul, Vorlynkin llevó a Jin y Mina a la cocina para darles de nuevo de comer. Jin miró por encima del hombro a los cuatro hombres, que volvían a concentrarse en sus comuconsolas, mientras la pesada puerta se cerraba. Esperó que el consulado tuviera buen material de espías.

13

El doctor Seiichiro Leiber vivía en una casita alquilada en un barrio residencial de la zona oeste de Northbridge, no lejos de su trabajo. Miles hizo que Johannes, que conducía la aerofurgoneta, sobrevolara la manzana para captar cómo era el barrio. En esta agradable mañana del fin de semana, había gente cuidando sus pequeños jardines; un grupo de niños corría ruidosamente por los céspedes, recibieron una reprimenda a gritos de un jardinero y desaparecieron, riendo, tras una esquina. Jin y Mina podrían haber crecido en un barrio muy parecido a éste.

Las investigaciones más exhaustivas de la noche anterior habían descubierto los archivos académicos de Leiber, pero los policiales se mostraban neutra y virtuosamente en blanco. No formaba parte de ninguna lista de seguidores ni colaboradores de Lisa Sato, ni su nombre aparecía entre los arrestados del mitin, la mayoría de los cuales habían sido puestos en libertad sin cargos. Sí, se habían presentado, pero se habían retirado luego, contra los dos muertos y los tres que habían sido sospechosamente congelados, incluida Sato. Todo ordenado y tranquilo por fin.

Este doctor Leiber había recibido su título a la precoz edad de veintiocho años, y había entrado a trabajar directamente en NeoEgipto cuatro años más tarde. Su tesis, que Miles había leído (bueno, por encima), se centraba en las mejoras de los fluidos criogénicos, lo cual, puesto que un consorcio de criocorporaciones había subvencionado su beca, parecía perfectamente razonable. Varias de las criocorporaciones más grandes mantenían departamentos de investigación que, además de supervisar el control de calidad, trabajaban investigando avances en sus métodos, diseñados para arrebatar clientes a la competencia. Tampoco había nada raro en eso.

Miles ordenó a Johannes aparcar en la esquina.

—Creo que nuestro mayor problema van a ser los vecinos fisgones, no la vigilancia electrónica. No podrá usted esperarme en ningún sitio sin que la gente salga a ver qué hace. Así que mantendré un enlace comunicador abierto, Johannes. —Miles conectó el suyo mientras hablaba—. Busque un sitio donde aparcar y tomarse un café o algo. Deje a Roic en la parte de atrás.

Miles miró a su guardaespaldas, vestido de manera neutral, aunque no llegaba a parecer del todo un lugareño.

—Ojalá pudiéramos disfrazarte de farola o algo parecido.

—Me las apañaré —dijo Roic.

Miles asintió, le indicó a Raven que lo siguiera y bajó a la acera.

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