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Authors: Ferdinand Von Schirach

Tags: #Relatos,crimen

Crí­menes (7 page)

BOOK: Crí­menes
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Nadie intuía nada de su doble vida. Ni que poseía un fondo de armario con vestimenta completamente distinta, ni que se había sacado el bachillerato en un instituto nocturno y acudía dos veces por semana a clases de matemáticas en la universidad politécnica. Disponía de un modesto patrimonio, pagaba impuestos y tenía una novia maja que estudiaba Teoría Literaria y no sabía nada de Neukölln.

~ ~ ~

Karim había leído las diligencias del procedimiento penal contra Walid. Habían pasado por las manos de toda la familia, pero sólo él las había comprendido. Walid había asaltado una casa de empeños, se había llevado 14.490 euros y había vuelto corriendo a casa para procurarse una coartada. La víctima había avisado a la policía y proporcionado una descripción detallada del asaltante; los dos inspectores de policía comprendieron enseguida que debía de tratarse de uno de los Abu Fataris. Sin embargo, los hermanos se parecían una barbaridad, circunstancia que los había salvado ya en más de una ocasión. Ningún testigo era capaz de distinguirlos en una rueda de reconocimiento, incluso era difícil diferenciarlos en las grabaciones de las cámaras de vigilancia.

Esta vez los policías actuaron deprisa. Walid había escondido el botín camino de casa y arrojado la pistola empleada en el atraco a las aguas del Spree. Cuando la policía irrumpió en la vivienda, estaba sentado en el sofá tomando té. Llevaba una camiseta verde manzana con una inscripción amarillo fosforescente: «FORCED TO WORK.» No sabía qué significaba, pero le gustaba. Lo detuvieron. Se ordenaron medidas cautelares aduciendo «peligro en la demora» y procedieron a un «desorden motivado por el registro»: rajaron los sofás, vaciaron cajones en el suelo, echaron armarios por tierra, e incluso arrancaron el zócalo de la pared porque creían que detrás podía haber un escondrijo. No encontraron nada.

Pese a todo, Walid permaneció detenido: el tipo de la casa de empeños había descrito su camiseta de manera inequívoca. Los dos policías se alegraron de haber atrapado finalmente a un Abu Fataris, al que podrían poner fuera de circulación por lo menos cinco años.

~ ~ ~

Sentado en el banco de los testigos, Karim miraba a los jueces. Sabía que nadie en la sala iba a creer una sola de sus palabras si se limitaba a proporcionar una coartada a Walid. A fin de cuentas, era un Abu Fataris, un miembro de una familia que la fiscalía había descrito como integrada por delincuentes habituales. Todos allí esperaban que mintiera. Eso no podía funcionar, Walid desaparecería en la cárcel por muchos años.

Karim pensó en la frase de Arquíloco, hijo de una esclava: «Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una muy importante.» Era su lema vital. Jueces y fiscales ya podían ser zorros, que él era un erizo y había aprendido su arte.

—Señoría… —dijo, y empezó a sollozar.

Sabía perfectamente que con eso no iba a conmover a nadie, pero logró un poco más de atención. Karim se esforzó lo indecible por resultar creíble sin dejar de parecer tonto.

—Señoría, Walid estuvo toda la tarde en casa.

Dejó que la pausa obrara su efecto. Con el rabillo del ojo vio que el fiscal redactaba un escrito, probablemente para acusarlo de falso testimonio.

—Vaya, vaya, así que toda la tarde en casa… —dijo el presidente del tribunal inclinándose hacia delante—. Pero la víctima identificó a Walid de manera inequívoca.

El fiscal negó con la cabeza y la defensa se sumió en el estudio de las diligencias.

Karim conocía las fotos de la rueda de reconocimiento por las diligencias. Cuatro policías con aspecto de policía (bigote rubio, riñonera y zapatillas deportivas), y luego Walid (una cabeza más alto, el doble de ancho de espaldas, tez oscura y camiseta verde con inscripción amarilla). Una ancianita de noventa años, ciega y que no hubiera estado en el lugar de los hechos, lo habría «identificado de manera inequívoca».

Karim volvió a sollozar y se limpió la nariz con la manga de la chaqueta. Algo se le quedó pegado. Lo observó y dijo:

—No, señoría. No fue Walid. Le ruego que me crea.

—Le recuerdo nuevamente que si quiere declarar en este juicio debe decir usted la verdad.

—Es lo que estoy haciendo.

—Se expone usted a penas severas, puede acabar en la cárcel —le advirtió el juez. Con este recordatorio quería ponerse al mismo nivel que Karim. Luego añadió con aire de superioridad—: ¿Y quién se supone que fue, si no fue Walid?

Miró en derredor; el fiscal sonreía.

—Eso, ¿quién fue? —repitió el fiscal, que se ganó una mirada de reproche del magistrado: ésa era su pregunta.

Karim titubeó tanto como pudo. Contó mentalmente hasta cinco, y luego dijo:

—Imad.

—¿Cómo? ¿A qué se refiere con «Imad»?

—A que fue Imad, no Walid —explicó Karim.

—¿Y quién es el tal Imad?

—Imad es otro de mis hermanos.

El magistrado lo miró con cara de asombro, incluso el abogado defensor salió súbitamente de su ensimismamiento. «¿Un Abu Fataris se salta las reglas e incrimina a alguien de su propia familia?», se preguntaban todos.

—Pero Imad se largó antes de que llegara la policía —añadió Karim.

—Ah, ¿sí? Vaya. —El presidente del tribunal empezaba a estar molesto. «Esto no son más que patrañas», pensó.

—Tuvo tiempo de darme esto —dijo Karim.

Estaba convencido de que no iba a bastar con la declaración. Meses antes de que se iniciara el proceso, había empezado a sacar diversas cantidades de sus cuentas. Ahora, el dinero estaba en un sobre marrón; era exactamente la misma cantidad que había robado Walid y en billetes idénticos. Se lo entregó al presidente del tribunal.

—¿Qué contiene? —preguntó éste.

—No lo sé —dijo Karim.

El juez rasgó el sobre y sacó el dinero. No se detuvo a pensar en las huellas dactilares, aunque de todos modos tampoco hubieran hallado ninguna. Contó despacio y en voz alta:

—Hay 14.490 euros. ¿Y dice que Imad se lo entregó la noche del 17 de abril?

—Sí, señoría, así es.

El magistrado reflexionó un momento. Al cabo formuló la pregunta con la que esperaba coger en falso a Karim. Había un ligero desdén en su voz:

—¿Recuerda el testigo cómo iba vestido Imad cuando le hizo entrega de este sobre?

—Ummm. Déjeme hacer memoria.

Alivio en el banco de los jueces. El presidente se reclinó en su asiento.

«Ahora, poco a poco, introduce una pausa, oblígate a hacer una pausa», pensó Karim. Y dijo:

—Vaqueros, una chaqueta de piel negra y una camiseta.

—¿Qué clase de camiseta?

—Uf, de eso sí que no me acuerdo.

El magistrado miró satisfecho al juez ponente, que más tarde se encargaría de redactar la sentencia. Ambos hicieron un gesto de aprobación con la cabeza.

—Ummm. —Karim se rascó la cabeza—. Ah, sí, ya me acuerdo. Llevábamos todos esas camisetas que nos dio nuestro tío. Las consiguió tiradas de precio y nos las regaló. Llevan no sé qué escrito en inglés, algo así como que tenemos que trabajar y demás. Algo cachondo y tal.

—¿Se refiere usted a la camiseta que su hermano Walid lleva en esta fotografía? —El magistrado mostró a Karim una foto sacada del legajo que contenía el material gráfico.

—Sí, sí, señoría. Ni más ni menos. Es ésa. Tenemos un montón. Yo mismo llevo puesta una. Pero ese de la foto es Walid, no Imad.

—Sí, eso ya lo sé —dijo el magistrado.

—A ver, enséñenos —intervino el fiscal.

«Por fin», pensó Karim, y dijo:

—¿Cómo que se las enseñe? Si están en casa…

—No, que nos enseñe la que usted lleva puesta, digo.

—¿Ahora?

—Sí, sí, vamos —lo urgió el presidente.

Karim no se encogió de hombros hasta que el fiscal asintió con la cabeza. Se bajó la cremallera de la chaqueta de piel con la mayor indolencia de que fue capaz y la abrió. Llevaba la misma camiseta que Walid en la fotografía de las diligencias. Karim había mandado estampar veinte iguales la semana anterior en una de las numerosas copisterías de Kreuzberg, había repartido una a cada hermano y dejado las otras diez en el domicilio familiar, para el caso de que se produjera un nuevo registro.

Hubo un receso y mandaron salir a Karim. Antes tuvo tiempo de oír cómo el magistrado le decía al fiscal que sólo les quedaba la rueda de reconocimiento, que no disponían de más pruebas. «El primer asalto ha salido bien», pensó.

Cuando volvieron a llamar a Karim, le preguntaron si tenía antecedentes penales, a lo que él contestó que no. La fiscalía se había procurado un extracto del registro que así lo confirmaba.

—Señor Abu Fataris —dijo el fiscal—, ¿es usted consciente de que con su declaración incrimina a Imad?

Karim asintió con la cabeza. Avergonzado, se miró los zapatos.

—¿Por qué lo hace?

—Bueno —dijo balbuceando de nuevo un poco—, Walid también es mi hermano. Yo soy el pequeño, todos se pasan el día diciendo que soy el tonto y demás. Pero tanto Walid como Imad son hermanos míos, es lo que hay. ¿Me entiende? Y aunque haya sido otro de mis hermanos, no veo por qué Walid debe ir a la cárcel en lugar de Imad. Sería mejor que hubiera sido otro, quiero decir alguien de fuera de la familia… pero el caso es que ha sido uno de mis hermanos. Imad, ya le digo. —Y se preparó para asestar el último golpe—: Señoría, de verdad que no fue Walid. Aunque es cierto que se parecen un montón. Mire.

Rebuscó en su mugrienta cartera, sacó una fotografía familiar arrugada, en la que aparecían todos, los nueve hermanos, y se la mostró al presidente del tribunal; se la puso literalmente delante de las narices, incomodándolo. El magistrado la cogió y la depositó irritado sobre la mesa de los jueces.

—Ese de ahí, el primero, soy yo. El segundo, señoría, es Walid; el tercero es Farouk; el cuarto, Imad; el quinto…

—¿Podemos quedarnos la fotografía? —interrumpió el abogado de oficio, un hombre amable y entrado en años al que de pronto el asunto había dejado de parecerle un caso perdido.

—Sólo si me la devuelven, no tengo más que ésa. Nos la hicimos para nuestra tía Halima, que vive en el Líbano. Hará más o menos medio año, así con los nueve hermanos juntos y tal, ¿entienden? —Karim miró a todas las partes implicadas en el juicio para ver si comprendían—. Para que la tía nos viera a todos. Pero al final no se la mandamos porque Farouk decía que parecía imbécil. —Karim volvió a echar un vistazo a la foto—. La verdad es que parece imbécil, en la foto. Farouk, digo. Cuando lo cierto es que…

El magistrado hizo un gesto con la mano; ya era suficiente.

—Que el testigo regrese a su sitio.

Karim se sentó en el banco de los testigos y volvió a empezar:

—Se lo repito, señoría. El primero soy yo; el segundo es Walid; el tercero es Farouk; el cuarto es…

—Gracias —dijo el juez, ya fuera de quicio—. Lo hemos entendido.

—¿Sabe? Es que todo el mundo los confunde, incluso los maestros los confundían en la escuela. Una vez, en un examen de Biología, como Walid era tan malo en Biología… —prosiguió Karim, imperturbable.

—Gracias —dijo el juez levantando la voz.

—No; tengo que contarles lo del examen de Biología, y cómo fue que…

—No —zanjó el juez.

Le dijeron que podía retirarse y Karim abandonó la sala.

El dueño de la casa de empeños estaba sentado entre el público. El tribunal había oído ya su testimonio, pero él quería asistir al veredicto. A fin de cuentas, era la víctima. Volvieron a llamarlo y le mostraron la fotografía familiar. Le había quedado claro que se trataba del «número dos», era ése a quien debía reconocer. Dijo —algo deprisa, como luego él mismo admitiría— que el autor de los hechos era «por supuesto el segundo hombre de la foto». Que no tenía dudas, que el autor era ése, sí, que se trataba inequívocamente del «número dos». El tribunal se sosegó un poco.

Delante de la puerta, Karim se preguntaba cuánto tardarían los jueces en comprender del todo la situación. El presidente no iba a necesitar mucho tiempo; decidiría volver a interrogar al propietario de la casa de empeños. Karim esperó exactamente cuatro minutos y —sin que nadie lo requiriera— entró de nuevo en la sala de audiencias. Vio al empeñador junto a la mesa de los jueces, mirando la fotografía familiar. Todo iba tal como había planeado. Y entonces, de repente, Karim se puso a hablar en voz alta y a decir que había olvidado algo, que debían volver a escucharlo, con la venia, que sería sólo un momento y que era muy importante. El presidente del tribunal, que detestaba esa clase de interrupciones, dijo irritado:

—Bueno, ¿y ahora qué pasa?

—Discúlpeme, he cometido un error. Un error tonto, señoría, completamente estúpido.

En un instante, Karim se había ganado la atención de toda la sala. Todos esperaban que retirara las acusaciones vertidas sobre Imad. Era algo que sucedía con frecuencia.

—Verá, señoría, el segundo de la fotografía es Imad. Walid no es el segundo, es el cuarto. Usted perdone, pero estoy un poco confundido. Por tantas preguntas y tal. Lo siento.

El presidente negó con la cabeza, el propietario de la casa de empeños se sonrojó, el abogado defensor esbozó una sonrisa.

—El segundo, ¿eh? —dijo furioso el magistrado—. Así que el segundo…

—Sí, sí, el segundo. ¿Sabe, señoría? —dijo Karim—. Detrás de la foto escribimos quién era quién para que la tía lo supiera, porque ella, la tía, digo, no nos conoce a todos. Quería vernos a todos, pero no pudo venir a Alemania por el permiso de entrada y esas cosas. Pero es que somos muchos hermanos. Señoría, dele la vuelta a la foto. ¿Lo ve? Ahí tiene todos los nombres según aparecen al otro lado, quiero decir en la foto. Bueno, ¿y cuándo dicen que van a devolvérmela?

~ ~ ~

Después de buscar imágenes de Imad en los archivos fotográficos y de realizar una «inspección ocular», el tribunal no tuvo más remedio que absolver a Walid.

Imad fue detenido. Pero, como Karim sabía perfectamente, pudo probar con los sellos de entrada y salida en el pasaporte que el día de autos se hallaba en el Líbano. Lo pusieron en libertad al cabo de dos días.

Al final, la fiscalía abrió diligencias contra Karim por falso testimonio y por calumnia en perjuicio de Imad. Karim me contó la historia, y acordamos que en el futuro mantendría la boca cerrada. También sus hermanos, en tanto que parientes consanguíneos, pudieron ejercer su derecho a negarse a prestar declaración. La fiscalía se quedó sin pruebas. Al final, sobre Karim no pesó más que una grave sospecha. Lo había previsto todo a la perfección, no podían acusarlo de nada. Las otras posibilidades eran demasiadas; por ejemplo, Walid podría haber entregado el dinero a Imad, o alguno de los otros hermanos podría haber viajado con el pasaporte de Imad: lo cierto es que los hermanos se parecían mucho.

BOOK: Crí­menes
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