Crimen En Directo (40 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

BOOK: Crimen En Directo
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Patrik tuvo la sensación de que había algo más detrás de aquellas palabras, pero sabía lo suficiente acerca del voto de silencio de un confesor como para no seguir presionando al sacerdote.

—¿Durante cuántos años fue Elsa miembro de esta comunidad? —preguntó cambiando de asunto.

—Dieciocho años —respondió Silvio—. Ya digo, nos hicimos muy buenos amigos.

—¿Sabe si Elsa tenía enemigos? ¿Alguien que deseara su muerte?

Una vez más advirtió la misma vacilación en el cura, quien, finalmente, negó con la cabeza.

—No, no conozco a nadie que le deseara ningún mal. Aparte de nosotros, Elsa no tenía ni amigos ni enemigos. Nosotros éramos su familia.

—¿Es eso algo habitual? —se interesó Martin, incapaz de impedir que en su voz resonara el escepticismo.

—Ya sé lo que piensa —repuso sin alterarse el hombre de cabellos plateados—. No, no tenemos normas ni restricciones de ese tipo para nuestros fieles. La mayoría tienen familia y otros amigos fuera de la parroquia. Somos como cualquier otra comunidad cristiana. Pero en el caso concreto de Elsa... bueno, ella sólo nos tenía a nosotros.

—El modo en que murió... —comenzó Patrik—. Sabe que alguien la obligó a ingerir una gran cantidad de alcohol. ¿Cómo era su relación con la bebida?

De nuevo creyó advertir Patrik una ligera vacilación, como si el sacerdote reprimiese su voluntad de hablar. Sin embargo, respondió riéndose:

—Pues yo diría que Elsa era, a ese respecto, como la mayoría de la gente. Se tomaba una o dos copas de vino algunos sábados, pero sin excesos. Sí, diría que su relación con la bebida era bastante normal. Además, yo le enseñé a apreciar los vinos italianos, incluso organizamos alguna que otra tarde de cata aquí en el local. Tuvieron mucho éxito.

Patrik enarcó una ceja. Aquel cura católico lo tenía muy sorprendido, desde luego.

Después de haber reflexionado un instante, por si se les había quedado alguna pregunta en el tintero, Patrik dejó su tarjeta de visita sobre la mesa.

—Si recuerda algún detalle, no dude en llamarnos, por favor.

—Tanumshede —leyó Silvio en la tarjeta—. ¿Dónde queda eso?

—En la costa oeste —respondió Patrik poniéndose de pie—. Entre Strömstad y Uddevalla, más o menos.

Totalmente perplejo, observó que Silvio palidecía por completo. Durante un segundo, lo vio tan blanco como a Martin durante el viaje en coche del día anterior. Pero el sacerdote se recuperó enseguida y asintió sin pronunciar palabra. Patrik y Martin se despidieron un tanto desconcertados. Ambos con la sensación de que Silvio Mancini sabía mucho más de lo que les había confiado.

La expectación se mascaba en el ambiente. Todos estaban ansiosos por oír lo que Patrik y Martin habían conseguido averiguar durante su excursión aquel fin de semana. Patrik se fue derecho a la comisaría en cuanto llegaron de Nyköping y dedicó un par de horas a preparar la reunión. De ahí que las paredes de su despacho estuvieran plagadas de fotos y papeles, notas, dibujos y flechas por todas partes. Parecía caótico, pero ya se encargaría él de poner orden en aquel jaleo.

No quedó mucho espacio libre en su despacho cuando todos hubieron tomado asiento, pero Patrik no quiso colocar el material en ningún otro lugar, de modo que tendrían que arreglarse. Martin llegó el primero y se sentó al fondo. Luego llegaron Annika, Gösta, Hanna y Mellberg, por ese orden. Nadie dijo ni una palabra, sino que se dedicaron a mirar con interés el material fijado a las paredes. Todos trataban de hallar el hilo conductor, la guía que los llevaría hasta el asesino.

—Como ya sabéis, Martin y yo hemos estado este fin de semana en Lund y en Nyköping. Las dos comisarías se habían puesto en contacto con nosotros, pues tenían casos cuyas características coincidían con las de las muertes de Marit Kaspersen y Rasmus Olsson. La víctima de Lund —se dio la vuelta para señalar una fotografía de la pared— se llamaba Börje Knudsen. Tenía cincuenta y dos años, alcohólico recalcitrante, encontraron su cadáver en su piso. Para entonces llevaba allí tanto tiempo que, por desgracia, no lograron encontrar indicios de lesiones físicas como las que hemos documentado en las demás víctimas. Sin embargo... —Patrik hizo aquí una pausa y dio un trago del vaso de agua que tenía en la mesa—. Sin embargo, sí que tenía esto en la mano —añadió señalando lo que había en la pared, junto a la foto: la funda de plástico con la página del cuento.

Mellberg levantó la mano.

—¿Tenemos respuesta del laboratorio sobre si había huellas dactilares en las páginas que encontramos en los casos de Marit y Rasmus?

A Patrik lo sorprendió el hecho de que su jefe anduviese tan alerta.

—Sí, nos llegó la respuesta, y nos han devuelto las páginas —asintió señalando las páginas que había junto a las fotos de Marit y Rasmus—. Pero, por desgracia, no hallaron huellas dactilares. La página encontrada en la mano de Börje está sin analizar, así que saldrá para el laboratorio hoy mismo. Sí lo está, en cambio, la que descubrieron en Elsa Forsell, la víctima de Nyköping. El análisis se llevó a cabo durante la investigación inicial, con resultado negativo.

Mellberg asintió, dando a entender que quedaba satisfecho con la respuesta, y Patrik continuó.

—El caso de Börje se clasificó como un accidente, sencillamente pensaban que había muerto de una borrachera. En el caso de Elsa, en cambio, los colegas de Nyköping investigaron su muerte como un asesinato, aunque nunca dieron con el asesino.

—¿Tenían muchos sospechosos? —preguntó Hanna. Parecía serena, concentrada y estaba un tanto pálida. Patrik se preguntó preocupado si no estaría incubando alguna enfermedad: no podía permitirse el lujo de perder personal en aquella situación.

—No, no había ningún sospechoso. Las únicas personas con las que parecía relacionarse eran los miembros de su comunidad católica y, según parece, ninguno de ellos tenía problemas con ella. Al igual que la víctima de Lund, también a ella la asesinaron en su piso. —Señaló la foto que habían tomado del lugar del crimen—. Y, oculto entre las páginas de la Biblia que tenía en la mano, estaba esto. —Señaló entonces la página del cuento de
Hansel y Gretel.

—Pero ¿qué clase de loco de mierda es? —preguntó Gösta incrédulo— ¿Qué coño tiene que ver el cuento con todo esto?

—No lo sé, pero me huelo que es la clave de esta investigación —respondió Patrik.

—Esperemos que la prensa no se entere de esto —masculló Gösta—. De lo contrario, tendremos al «asesino de Hansel y Gretel», con esa afición que tienen por bautizar a los asesinos...

—Ya, bueno, no tengo que recordaros lo importante que es que nada de esto llegue a oídos de la prensa —recalcó Patrik, que tuvo que contenerse para no mirar a Mellberg. Pese a ser el jefe, siempre constituía una carta dudosa. Pero incluso él parecía haber recibido su ración de atención mediática las últimas semanas, porque asintió conforme.

—¿Tenemos algún dato, o alguna intuición, de cuáles serían los puntos de contacto entre los asesinatos? —preguntó Hanna.

Patrik miró a Martin, que fue quien respondió:

—No, por desgracia, volvemos al punto cero. Börje no era precisamente abstemio, y Elsa parecía tener una relación normal con la bebida, ni abstemia radical ni consumo exagerado.

—De modo que no tenemos ni idea de cuál es la conexión entre los asesinatos —concluyó Hanna con gesto preocupado.

Patrik dejó escapar un suspiro y abarcó con una mirada todo el material que había fijado en las paredes.

—No —dijo finalmente—. Lo único que sabemos es que, con toda probabilidad, el asesino es el mismo en los cuatro casos. Por lo demás, no existe un solo punto de contacto entre ellos. Nada hay que nos indique que Elsa y Börje guarden relación alguna con Marit y Rasmus ni con las ciudades en las que vivían. Aunque, como es natural, tendremos que emprender otra ronda de interrogatorios con los parientes de Marit y Rasmus para ver si les suenan los nombres de Börje y de Elsa, o si saben si alguno de los dos vivió en Lund o en Nyköping. En estos momentos, estamos dando palos de ciego, pero la conexión existe. ¡Tiene que existir! —exclamó Patrik con frustración.

—¿No podrías marcar las ciudades en el mapa? —sugirió Gösta señalando el mapa de Suecia que colgaba de una de las paredes.

—¡Por supuesto! ¡Es una buena idea! —respondió Patrik sacando de una cajita que tenía en el cajón unos alfileres con la cabeza de distintos colores. Con mucha precisión, clavó cuatro alfileres en el mapa: uno en Tanumshede, otro en Boras, otro en Lund y otro en Nyköping.

—En cualquier caso, el asesino se mantiene en la mitad sur de Suecia. Al menos limita un poco la zona de búsqueda —observó Gösta enfurruñado.

—Sí, habrá que conformarse con lo poco que tenemos —replicó Mellberg con una carcajada, pero guardó silencio enseguida, al ver que a nadie parecía hacerle la menor gracia.

—Bueno, creo que tenemos trabajo por hacer —dijo Patrik muy serio—. Y no podemos perder de vista la investigación del caso Persson —les recordó—. Gösta, ¿qué tal la lista de los dueños de galgos españoles?

—Está terminada —contestó Gösta—. Ciento sesenta propietarios. Es lo máximo que he conseguido, porque parece que hay algunos que no figuran en ningún listado ni registro.

—Pues sigue adelante con los que tienes, compara la dirección de cada uno y comprueba si es posible relacionar a alguno con esta zona.

—Claro —respondió Gösta.

—Había pensado que podríamos tratar de conseguir más información a partir de las páginas del cuento —continuó Patrik—. Martin y Hanna, ¿podríais hablar con Ola y con Kerstin una vez más, por si les suenan los nombres de Elsa o de Börje? Hablad también con Eva, la madre de Rasmus Olsson. Pero hacedlo por teléfono, os necesito aquí.

Gösta levantó la mano, algo inseguro.

—¿No podría ir yo con Hanna a hablar con Ola Kaspersen? Hanna y yo estuvimos con él el viernes pasado, y yo me quedé con la sensación de que no nos lo contó todo.

Hanna miró a Gösta.

—Pues yo no me di cuenta —aseguró la colega dando a entender que Gösta se estaba sacando aquello de la manga.

—Sí, mujer, claro que te darías cuenta de que... —Gösta se volvió hacia Hanna para seguir con la explicación, pero Patrik lo interrumpió.

—Vale, vosotros vais a Fjällbacka y habláis con Ola. De la lista puede encargarse Annika. Por cierto, me gustaría verla, así que, cuando hayas terminado con ella, déjala en mi mesa.

Annika asintió sin dejar de tomar notas.

—Martin, tú revisarás el material audiovisual de la noche en que murió Barbie. Puede que se nos haya escapado algo, así que examina la grabación escena a escena.

—Cuenta con ello —respondió Martin resuelto.

—Bien, en ese caso, adelante —concluyó Patrik poniéndose en jarras. Todos se levantaron y salieron en fila, uno tras otro. Ya solo en su despacho, Patrik volvió a mirar a su alrededor. Aquella tarea los superaba. ¿Cómo lograrían encontrar el vínculo entre todas aquellas piezas?

Descolgó de la pared las cuatro hojas del cuento con la mente totalmente en blanco. ¿Qué haría para sacar más información de aquello?

Una idea fue abriéndose paso en su mente. Patrik cogió la cazadora, puso las hojas cuidadosamente en una carpeta y se apresuró a salir de la comisaría.

Martin cruzó las piernas sobre la mesa con el mando a distancia en la mano. Empezaba a estar cansado y aburrido de aquello. Todo había sido demasiado intenso, había estado demasiado alerta, había vivido demasiada tensión aquellas últimas semanas. Sobre todo, había descansado demasiado poco y había pasado demasiado poco tiempo con Pia y «la piña», como la llamaban.

Pulsó la tecla de «reproducir» y dejó que la cinta pasara a cámara lenta. Ya la había visto con anterioridad, y dudaba de la utilidad que tendría hacerlo otra vez. ¿Por qué iba a haber rastro del asesino o de cualquier otra pista en aquella grabación? Seguramente, Lillemor encontró la muerte cuando salió corriendo de la finca. Pero Martin estaba acostumbrado a obedecer y no estaba dispuesto a ponerse a discutir con Patrik.

Sintió que le entraba sueño de estar retrepado en la silla viendo la película. El ritmo lento contribuía a aumentar la sensación de cansancio y tuvo que obligarse a mantener los ojos abiertos. Él no advertía nada nuevo en la pantalla. En primer lugar, se veía el enfrentamiento entre Uffe y Lillemor. Cambió de cámara lenta a la velocidad normal para poder oír el sonido y constató, una vez más, la hostilidad de la discusión. Uffe acusaba a Lillemor de haber ido hablando mal de él, de haberles dicho a los demás que era imbécil, tonto, un troglodita. Y Lillemor se defendía llorando y porfiando que ella no le había dicho nada de eso a nadie, que todo era mentira, que alguien quería hacerle una putada. Uffe no parecía creerla y la discusión adquirió un cariz más físico. Luego, Martin vio cómo él mismo y Hanna aparecían en escena para poner fin a la trifulca. La cámara se acercaba de vez en cuando a sus rostros y Martin constató que expresaban tanto enojo como de hecho sentían.

Después se sucedían unos cuarenta y cinco minutos de grabación en los que no sucedía nada. Martin intentó prestar atención en la medida de lo posible, trató de ver cosas que se le hubiesen escapado con anterioridad, algo que alguien dijese, algo del entorno. Pero nada parecía interesante. Nada era nuevo. Y el sueño amenazaba constantemente con cerrarle los ojos. Pulsó el botón de «pausa» y fue a buscar un café. Iba a necesitar todos los medios a su alcance para mantenerse despierto. Volvió a pulsar la tecla de «reproducir» y se sentó dispuesto a seguir mirando la cinta. Empezaba a fraguarse la pelea entre Tina, Calle, Jonna, Mehmet y Lillemor. Oyó las mismas acusaciones que ya había oído de Uffe. Le gritaban a Lillemor, la empujaban y la acosaban preguntándole qué coño era eso de ir hablando mal de ellos. Vio a Jonna atacarle duramente y, exactamente igual que antes, Lillemor se defendió llorando a lágrima viva de modo que el maquillaje se le corrió y le emborronó las mejillas.

Martin no pudo por menos de conmoverse al verla de pronto tan pequeña, tan indefensa y tan joven bajo la melena, el maquillaje y la silicona. No era más que una pobre chica. Tomó un sorbo de café y vio en la pantalla cómo Hanna y él intervenían para poner fin a la pelea. La cámara seguía primero a Hanna, que se apartó unos metros con Lillemor, y luego al propio Martin que, con expresión furibunda, les leía la cartilla al resto de los participantes. Luego, la cámara enfocó de nuevo el aparcamiento y grabó el momento en que Lillemor echaba a correr hacia el pueblo. La cámara se acercó a su espalda mientras la muchacha se alejaba, luego aparecía Hanna hablando por el móvil y después otra vez Martin, que, aún enojado, seguía con la mirada la huida de Lillemor.

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