Criadas y señoras (67 page)

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Authors: Kathryn Stockett

Tags: #Narrativa

BOOK: Criadas y señoras
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Lou Anne comprendió el objetivo del libro antes incluso de leerlo. En este caso, era yo la que estaba cegada por mis prejuicios.

Por la tarde llamo cuatro veces a casa de Aibileen, pero su teléfono comunica. Cuelgo el aparato y me quedo un rato sentada en la despensa, contemplando los tarros de mermelada de higos que elaboró Constantine antes de que se muriese la higuera que teníamos en el jardín. Aibileen me contó que todas las criadas de la ciudad no paran de hablar del libro y de lo que está pasando. Cada noche recibe seis o siete largas llamadas.

Suspiro. Es miércoles; mañana me toca entregar la columna de Miss Myrna que escribí hace ya tres semanas. Como no tengo nada más que hacer, he adelantado dos docenas de artículos. No tengo nada más en lo que ocuparme, excepto rumiar mis preocupaciones.

A veces, cuando me aburro, no puedo evitar pensar en cómo sería mi vida si no hubiera escrito este libro. Esta tarde, estaría jugando al bridge; mañana, iría a la reunión de la Liga de Damas y tomaría notas para el boletín; luego, el viernes, Stuart me llevaría a cenar y volveríamos tarde a casa; el sábado, me levantaría cansada para ir a jugar al tenis... Cansada, sonriente y... frustrada.

Frustrada porque, durante la partida de bridge, Hilly llamaría ladrona a su criada y yo tendría que escucharla y callar; frustrada porque vería a Elizabeth pellizcando con saña el brazo de su hija y yo apartaría la vista como si no me diese cuenta; frustrada porque estaría prometida a Stuart y ya no podría llevar vestidos cortos ni el pelo largo, ni se me ocurriría hacer algo tan arriesgado como escribir un libro sobre criadas de color, temiendo que mi novio no lo aprobase. No voy a mentirme y hacerme ilusiones pensando que he conseguido cambiar la mentalidad de gente como Hilly y Elizabeth con el libro, pero, por lo menos, ahora no tengo que fingir que estoy de acuerdo con sus opiniones.

Abandono la viciada despensa con un sentimiento de pánico. Me calzo mis sandalias guaraches masculinas y salgo al calor de la noche. La luna está llena y hay bastante claridad. Esta tarde me olvidé de comprobar el buzón, y soy la única persona en esta casa que lo hace. Lo abro y encuentro una solitaria carta. El sobre lleva el membrete de Harper & Row, así que supongo que será de Miss Stein. Me sorprende que me escriba a esta dirección, porque le pedí que me enviara todos los contratos del libro a un apartado de correos, por si acaso. Aquí fuera no hay suficiente luz para leer, así que me guardo el sobre en el bolsillo trasero de mis téjanos.

En lugar de volver a casa por el camino, acorto por el jardín, sintiendo el suave contacto del césped bajo mis pies mientras sorteo las peras maduras que han caído del peral. Ya ha llegado septiembre y aquí sigo, todavía. Incluso Stuart se ha marchado de la ciudad. En un artículo que publicó el periódico local hace unas semanas sobre el senador, se decía que su hijo Stuart había trasladado su empresa a Nueva Orleans para poder pasar más tiempo en las plataformas petrolíferas del Golfo de México.

Escucho un ruido de gravilla. No puedo ver el vehículo que se acerca porque, por alguna razón, lleva las luces apagadas.

La observo mientras aparca su Oldsmobile ante la casa y apaga el motor. Se queda en el interior del coche. La luz del porche está encendida, amarillenta y parpadeante, rodeada de insectos nocturnos. Se inclina sobre el volante, como intentando adivinar quién está en casa. ¿Qué diablos quiere? La contemplo durante unos segundos, y luego pienso: «Abórdala tú primero. Ve a hablar con ella antes de que haga lo que tiene planeado, sea lo que sea».

Me acerco lentamente por el jardín. Ella enciende un cigarrillo y tira la cerilla al suelo por la ventanilla.

Me aproximo a su coche por detrás, de modo que no pueda verme.

—¿Esperas a alguien? —le digo al llegar a la altura de la ventanilla.

Hilly pega un respingo y tira el cigarrillo a la gravilla. Sale del coche y cierra de un portazo. Alejándose de mí, me dice:

—No te acerques ni un centímetro más.

Permanezco donde estoy y la miro. ¿Quién no se la quedaría mirando? Su cabello oscuro está completamente revuelto. Un mechón se le ha erizado y lo tiene levantado como la cresta de un gallo. Lleva la blusa por fuera del pantalón. Los botones están a punto de reventar de lo gorda que se ha puesto. Desde luego ha ganado peso. Además, le ha salido un herpes rojo y con pústulas en la comisura de los labios. No había visto a Hilly con una de esas cosas desde que Johnny la dejó cuando íbamos a la universidad.

Me mira de arriba abajo y me pregunta:

—¿Qué pasa? ¿Te has convertido en una especie de
hippie?
Dios, tu pobre madre tiene que estar tan avergonzada de ti.

—Hilly, ¿a qué has venido?

—A decirte que he llamado a mi abogado, Hibbie Goodman, que resulta que es el mayor experto en casos de calumnia y difamación de todo Misisipi. Estás metida en un buen lío, señorita. Vas a ir a la cárcel, ¿lo sabías?

—No puedes probar nada, Hilly.

Ya hablé de esto con el departamento legal de Harper & Row. Fuimos muy cuidadosos a la hora de no dejar evidencias sobre la autoría del libro.

—Estoy totalmente segura de que tú lo escribiste, porque no hay otra mujer en la ciudad tan rastrera como para relacionarse con las negras de ese modo.

Es desconcertante que alguna vez esta mujer y yo hayamos podido ser amigas. Pienso en entrar en casa y cerrarle la puerta en las narices, pero lleva un sobre en la mano que me pone muy nerviosa.

—Sé que la gente no para de hablar de ello, Hilly, y que circulan por ahí muchos rumores...

—Esas habladurías no me molestan. Todo el mundo sabe que el libro no habla de Jackson. Tu mente enfermiza se inventó una ciudad. Además, sé quién te ayudó.

Se me tensa la mandíbula. Está claro que sabe lo de Minny y Louvenia. Ya lo suponía. Pero ¿sabrá algo sobre Aibileen o las demás?

Hilly blande el sobre ante mí, y lo arruga.

—He venido para contarle a tu madre lo que has hecho.

—¿Vas a chivarte a mi mamá? —me burlo.

Pero lo cierto es que Madre no sabe nada de esta historia, y prefiero que siga sin saberlo. Le haría daño y sentiría vergüenza de mí... Observo el sobre. Además, podría empeorar su estado.

—¡Ahora mismo pienso hacerlo!

Hilly sube los peldaños del porche con la barbilla muy alta.

La sigo a todo correr hasta la puerta. Hilly la abre y entra como si estuviera en su casa.

—Hilly, no te he invitado a pasar —digo, y la agarro del brazo—. ¡Sal ahora...!

En ese momento, Madre aparece en el recibidor y suelto el brazo de Hilly.

—¡Vaya, pero si es Hilly! —dice Madre. Lleva puesto el albornoz y se apoya temblorosa en su bastón—. Querida, hace mucho que no te veíamos por aquí.

Hilly la mira con cara de pasmo. No sé quién estará más sorprendida por el aspecto de la otra, si mi madre o Hilly. El espeso cabello castaño de mi madre es ahora blanco como la nieve, y muy fino. Para alguien que lleve tiempo sin verla, la delgada mano que tiembla en el bastón le resultará esquelética. Pero lo peor de todo es que Madre no se ha puesto la dentadura entera, sólo la parte de arriba, lo cual le deja unos profundos y cadavéricos agujeros en las mejillas.

—Miss Phelan, yo... esto... he venido para...

—Hilly, ¿te encuentras bien? Tienes un aspecto horrible —comenta Madre.

—Es que... no tuve tiempo de arreglarme antes de... —se excusa Hilly, mordiéndose el labio.

—Hilly, querida, un marido joven como el tuyo no puede volver a casa y encontrarla a una así. Mira tu pelo. Y eso... —Madre frunce el ceño, fijándose en el herpes—, eso que te ha salido no resulta nada atractivo.

No aparto los ojos del sobre que lleva Hilly en la mano. Madre nos apunta a las dos con su delgado dedo índice y dice:

—Mañana mismo pienso llamar a la peluquería para que os den cita a las dos.

—Miss Phelan, yo no...

—No hace falta que me des las gracias —la interrumpe Madre—. Es lo menos que puedo hacer por ti, ahora que no tienes a tu pobre madre para aconsejarte. Y, si me disculpáis, me voy a la cama. —Se dirige cojeando hacia su habitación—. Y no os quedéis levantadas hasta muy tarde, jovencitas —añade, antes de entrar en su dormitorio.

Hilly se queda paralizada un segundo, con la boca medio abierta. Por fin, se dirige a la puerta, la abre con violencia y sale. Todavía lleva el sobre en la mano.

—Estás metida en un buen lío, Skeeter —me escupe como si me diera un puñetazo—. Tú y esas negras amigas tuyas.

—¿De qué estás hablando, Hilly? —le pregunto—. No tienes ni idea de lo que dices.

—¿Ah, no? ¿Y esa Louvenia? ¿Qué me dices de ella? Pero ya me he encargado de ella, Lou Anne lo hará por mí.

El mechón levantado de su pelo se balancea cuando mueve la cabeza.

—Y le puedes decir a esa Aibileen que la próxima vez que quiera escribir sobre mi querida amiga Elizabeth... —exclama, mostrando una cruel sonrisa—, ¿te acuerdas de Elizabeth, Skeeter? La que te invitó a su boda.

Arrugo la nariz. Al oírle pronunciar el nombre de Aibileen siento deseos de darle un tortazo.

—Puedes decirle que tendría que haber sido algo más lista y no haber descrito en el libro la raja en forma de ele de la mesa del comedor de la pobre Elizabeth.

Se me detiene el corazón. ¡La maldita raja! ¿Cómo pude ser tan idiota de dejarlo pasar?

—Y no pienses que me olvido de Minny Jackson. Tengo un plan especial reservado para esa negra.

—Ten cuidado, Hilly —mascullo entre dientes—, no vayas a ponerte en evidencia delante de todo el mundo.

Mi voz suena tranquila y confiada, aunque en mi interior estoy temblando preguntándome cuál será ese plan del que habla.

—¡Yo no me comí esa tarta! —grita con los ojos saliéndosele de las órbitas. Se da la vuelta y corre hacia su coche. Abre violentamente la puerta y añade—: Diles a esas negras que se anden con ojo. Más les vale estar preparadas para lo que les espera.

Con la mano temblorosa, marco el número de Aibileen. Me llevo el auricular a la despensa y cierro la puerta. En la otra mano, tengo la carta de Harper & Row. Aunque parece que sea bien entrada la noche, apenas son las ocho y media.

Cuando contesta, suelto apresuradamente:

—Hilly ha venido a mi casa. Lo sabe todo.

—¿Miss Hilly? ¿Qué sabe?

Escucho la voz de Minny de fondo preguntando: «¿Hilly? ¿Qué pasa con esa bruja?».

—Minny... Está aquí conmigo —dice Aibileen.

—Bien, porque esto también le concierne a ella —digo, aunque desearía que Aibileen se lo contara más tarde, sin estar yo al teléfono.

Le explico cómo Hilly se presentó aquí y entró en mi casa, haciendo pausas para esperar a que Aibileen se lo repita todo, palabra por palabra, a Minny. Escucharlo en la voz de Aibileen hace que me resulte todavía más doloroso.

Aibileen, al aparato, suspira.

—Así que Hilly lo ha descubierto todo por culpa de esa raja en la mesa del comedor de Elizabeth... —comento.

—¡Leches! Maldita raja. No me
pueo creé
que haya
sío
tan tonta de ponerla en mi historia.

—Es culpa mía, Aibileen. Tenía que haberme dado cuenta al pasar a máquina el capítulo y quitarlo. No sabes cuánto lo siento.

—¿Piensa que Miss Hilly le va a
contá
a Miss Leefolt que he escrito sobre ella?

—¡No
pué
decírselo! —grita Minny—. Eso sería
admití
que el libro habla de Jackson.

Me doy cuenta de lo bueno que era el plan de Minny.

—Estoy de acuerdo con Minny —digo—. Creo que Hilly está aterrorizada, Aibileen. No sabe muy bien qué hacer. Dijo que iba a chivarse a mi madre. ¿Te lo puedes creer?

Ahora que se me ha pasado la conmoción de la visita de Hilly, casi me da la risa al recordarlo. Es lo que menos debería preocuparme. Si Madre ha sobrevivido a la ruptura de mi noviazgo, podrá soportar saber que he escrito un libro sobre criadas de color. Si lo descubre, ya me ocuparé de ello cuando llegue el momento.

—Supongo que no podemos
hacé na
más que
esperá
—dice Aibileen, pero su voz suena nerviosa.

Puede que no sea el mejor momento para contarle la otra noticia que tengo, pero no soy capaz de guardármelo por más tiempo.

—Hoy me... me ha llegado una carta de Harper & Row —le digo—. Al principio, pensé que sería de Miss Stein, pero no.

—¿De quién era?

—Es una oferta de empleo en la revista
Harper's
de Nueva York. Como... ayudante de corrector. Estoy segura de que Miss Stein me la ha conseguido.

—¡Qué bien! —exclama Aibileen, y luego la oigo decir a sus espaldas—: ¡Minny, a Miss Skeeter le han
ofrecío
un trabajo en Nueva
Yó!

—Aibileen, no puedo aceptarlo. Sólo quería contártelo. No...

No quiero decirlo, pero la realidad es que no tengo a nadie más con quien compartir esta noticia. Por lo menos, agradezco poder contárselo a Aibileen.

—¿Qué es eso de que no
pué
aceptarlo? ¡Pero si es lo que estaba esperando! ¡El trabajo de sus sueños!

—No puedo marcharme ahora que las cosas se están poniendo mal. No voy a dejaros a vosotras solas con todo este lío.

—Mire, las cosas malas van a
pasá
esté
usté
aquí o no.

¡Dios! Al oír sus palabras, me entran unas ganas terribles de echarme a llorar. Suelto un gemido.

—Entiéndame, quiero
decí
que todavía no sabemos lo que va a
pasá.
Miss Skeeter, tiene que
aceptá
ese trabajo.

La verdad es que no sé qué hacer. Una parte de mí piensa que no debería habérselo contado a Aibileen porque estaba claro que me iba a decir que me marchase. Pero tenía que compartirlo con alguien. Escucho cómo le susurra a Minny: «Dice que no lo va a
aceptá».

—Miss Skeeter —dice de nuevo Aibileen al aparato—, no pretendo
echá
sal en su
hería,
pero... no merece la pena que siga en Jackson. No le quedan amigas en esta
ciudá
y su mamita de
usté
ya está
mejó...

Escucho palabras apagadas y forcejeos al otro lado de la línea. De repente, es Minny la que está al teléfono, y me dice:

—Óigame, Miss Skeeter. Yo voy a
cuidá
de Aibileen, y ella de mí. Pero a
usté
no le quedan en esta
ciudá
más que enemigas en la Liga de Damas y una mamá que va a
hacé
que termine dándose a la bebida. Ya no hay
na
que la ate a este
lugá.
Nunca volverá a
tené
un novio en esta
ciudá,
y eso
tol
mundo lo sabe. Así que más le vale mover su culo blanco y que se vaya a Nueva
Yó,
¡pero ya!

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