Creación (6 page)

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Authors: Gore Vidal

Tags: #Historico, relato

BOOK: Creación
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La costumbre persa exige que absolutamente todas las ceremonias religiosas sean realizadas por los Magos. Esto crea enorme tensión. Aunque la mayoría de los Magos no son zoroastrianos, están obligados por la costumbre a asistir a nuestros ritos sagrados. Mi abuelo hizo lo posible para convertirlos, de adoradores del demonio, en monoteístas. Pero lo posible no era lo bastante. Quizás uno de cada diez Magos siga la Verdad; los demás honran con entusiasmo la Mentira.

Mi padre era el tercer hijo de Zoroastro, el menor. Como comandante de caballería, combatió junto al Gran Rey Darío durante la campaña de Escitia. En una escaramuza cerca del río Danubio, mi padre fue herido. Regresó a Bactra y murió. Yo era demasiado pequeño para recordarlo. Me han dicho que era moreno, un perfecto Espitama, con los ojos brillantes, como de ónix, y la voz mágica del profeta. Al menos, eso me dice mi madre, Lais, que es griega…

Demócrito se sorprende cuando uso el presente. También yo. Pero es así. Lais vive ahora en la isla de Thasos, justamente frente a la ciudad costera de Abdera, donde nació, de familia jonia.

El padre de Lais era un súbdito leal del Gran Rey. La desagradable palabra «medizante» no había sido acuñada, porque todas las ciudades griegas del Asia Menor, y la mayoría de las del Helesponto y la costa de Tracia, se complacían en pagar tributo al Gran Rey. Los problemas llegaron después, gracias a los atenienses.

Demócrito quiere saber cuántos años tiene Lais, y cómo llegó a casarse con mi padre. Para empezar por la última pregunta, se conocieron poco después del acceso de Darío al trono. Era una época turbulenta. Había rebeliones en Babilonia, Persia, Armenia. Darío necesitaba dinero, soldados, alianzas. Para conseguir esto, envió a mi padre como embajador a la brillante corte de Polícrates, el tirano de Samos.

Durante muchos años, Polícrates había sido aliado del faraón egipcio y enemigo de Persia. Pero vio que Egipto ya no era capaz de resistir a nuestros ejércitos y tomó, o fingió tomar, nuestro partido.

La tarea de mi padre consistía en obtener dinero y barcos de Polícrates. Las negociaciones fueron largas y desagradables. Cada vez que corría el rumor de que Darío había perdido una batalla, a mi padre le ordenaban marcharse de Samos. Cuando estaba a punto de hacerse a la vela, llegaba siempre un mensajero de palacio. Vuelva, por favor. El tirano acaba de consultar el oráculo y… En otras palabras, Darío no había perdido, sino que había ganado la batalla.

En el curso de aquella ardua negociación, Megacreón de Abdera, dueño de numerosas minas de plata tracias, ayudó mucho a mi padre. Megacreón era buen amigo de Persia, y sabio consejero del escurridizo Polícrates. Era también el padre de Lais, de once años. Cuando mi padre la pidió en matrimonio, Megacreón estuvo completamente de acuerdo. No así Darío. Desaprobaba los matrimonios mixtos, aunque él mismo había tenido varios, por motivos políticos.

Finalmente, Darío consintió en la unión, siempre que mi padre se apresurara a tomar, al menos, una esposa persa. Mi padre no se casó jamás con una dama persa ni con ninguna otra persona. El mes en que yo nací, mi padre murió. Lais tenía entonces trece años… Es decir que tiene ahora ochenta y ocho. Esto responde a tu primera pregunta.

Lais vive felizmente en Thasos, en una casa desde donde se ve Abdera. Esto significa que el viento del norte sopla constantemente en su dirección. Pero ella no siente el frío. Es como una escita. Hasta lo parece. Tiene, o ha tenido, pelo rubio: y sus ojos azules son como los míos. O como eran los míos antes de que el azul se tornara blanco.

Por una vez, no he sido distraído de mi relato por un nuevo pensamiento, sino por ti, Demócrito.

¿Dónde estaba? A mitad de camino entre Bactra y Susa. Entre una vida antigua y una vida nueva.

Es de noche. Recuerdo vívidamente esta escena. Acabo de entrar en la tienda de Hystaspes, sátrapa de Bactria y Partia. En aquel momento, Hystaspes me pareció tan viejo como mi abuelo, aunque no debía de tener más de cincuenta y cinco años. Hystaspes era un hombre bajo, vigoroso, ancho, con el brazo izquierdo inutilizado. Los músculos habían sido cortados hasta el hueso en su juventud, en un combate.

Hystaspes estaba sentado sobre un cofre de viajero. Había antorchas ardiendo a cada lado. Cuando empezaba a postrarme a sus pies, con el brazo bueno me cogió y me condujo a un taburete.

—¿Qué quieres ser?

Hablaba con los niños, o por lo menos conmigo, del mismo modo directo en que lo hacía con cualquier otra persona, incluido su hijo, el Gran Rey.

—Me parece que soldado.

Verdaderamente, no lo había pensado. Sé que nunca había querido ser sacerdote. Atención, sacerdote, no Mago. Aunque todos los Magos nacen sacerdotes, no todos los sacerdotes son Magos. Ciertamente los Espitama no somos Magos. Y me gustaría destacar que siempre, desde la infancia, las ceremonias religiosas me han aburrido y la constante memorización de textos sagrados me ha dado dolor de cabeza. En verdad, había momentos en que sentía mi cabeza llena hasta rebosar, como un vaso, a causa de los himnos de mi abuelo. A propósito, las gentes de Catay creen que la mente o alma del hombre no está localizada en la cabeza, sino en el estómago. Sin duda, esto explica por qué se preocupan tanto por la preparación y la forma de servir las comidas. Y también por qué su memoria es tanto mejor que la nuestra. La información no se atesora en una cabeza finita sino en el estómago, que puede expandirse.

—¿Soldado? ¿Por qué no? Estudiarás en palacio, con los otros muchachos de tu edad. Y, si tiras bien al arco, y… —La voz de Hystaspes se perdió. Perdía con facilidad el hilo de sus pensamientos. Yo estaba acostumbrado a sus frases inconclusas y a sus largos silencios.

Mientras aguardaba a que continuara, clavé ociosamente la mirada en la llama de una antorcha. Hystaspes interpretó esto como una especie de augurio.

—¿Ves? No puedes apartar tus ojos del hijo del Sabio Señor. Es natural.

Miré rápidamente en otra dirección. Ya a los siete años, comprendía lo que se avecinaba. Y llegó de inmediato.

—Eres el nieto del hombre más grande que ha pisado la tierra. ¿No quieres seguir sus pasos?

—Si. Me gustaría. Trato de hacerlo. —Sabía representar el papel de niño sacerdote, y lo hice—. Pero también querría servir al Gran Rey.

—No hay tarea más elevada para nadie en la tierra, excepto para ti.

Tú eres diferente. Tú estabas allí. En el templo. Oíste la voz del Sabio Señor.

Aunque la buena fortuna, por así decir, que suponía el haber estado presente durante el asesinato de Zoroastro me ha tornado permanentemente interesante para quienes siguen a la Verdad y renuncian a la Mentira, a veces pienso que mi vida habría sido bastante menos complicada si mi nacimiento hubiese sido como el de cualquier otro noble persa, no señalado por la divinidad. Ciertamente, me siento un impostor cada vez que uno de nuestros Magos besa mi mano y me pide que cuente nuevamente qué dijo el Sabio Señor. Soy un creyente, desde luego; pero no un fanático. Y además, nunca me satisfizo la explicación —o la no explicación— de Zoroastro acerca del nacimiento del Sabio Señor. ¿Qué existía antes del Sabio Señor? He viajado por todo el mundo buscando la respuesta a esa pregunta esencial. Demócrito quiere saber si la he encontrado. Espera.

Supongo que la parte jonia de mi sangre, debida a Lais, me ha hecho más escéptico en asuntos religiosos de lo que es habitual en un persa, y más aún en un miembro de la familia sagrada Espitama. Sin embargo, de todos los jonios, los de Abdera son los menos inclinados al escepticismo. En verdad, un antiguo proverbio afirma que no es humanamente posible superar en tontería a un hombre de Abdera. Aparentemente, el aire de Tracia ha tenido un efecto embotador sobre el ingenio de esos colonos griegos de los que descendemos Demócrito y yo.

Demócrito me recuerda que el más brillante sofista griego es de Abdera: nuestro primo. También ha nacido allí el mayor pintor viviente, Polignoto, quien ha pintado la larga galería de la plaza del mercado, o ágora. Jamás la veré.

Hystaspes me hablaba de su veneración por mi abuelo. Mientras hablaba se frotaba el brazo inútil.

—Yo lo salvé de los Magos. En verdad, no. No es estrictamente cierto. El Sabio Señor salvó a Zoroastro. Yo fui solamente su instrumento. —Hystaspes se había lanzado a contar una historia de la que nunca se cansaba y que yo jamás oía—. El Gran Rey Ciro acababa de nombrarme sátrapa de Bactria. Yo era joven. Creía todo lo que los Magos me habían enseñado. Adoraba a todos los devas, en particular a Anahita y a Mitra. Con frecuencia bebía haoma por placer, y nunca daba la parte justa del sacrificio al Sabio Señor, porque no sabía quién era. Entonces Zoroastro llegó a Bactra.

«Había sido expulsado de su nativa Rages. Había viajado hacia el este de ciudad en ciudad. Pero cada vez que predicaba la Verdad, los Magos le obligaban a marcharse. Finalmente llegó a Bactra. Los Magos me pidieron que lo expulsara. Yo tenía curiosidad. Los hice discutir con Zoroastro en mi presencia. Habló durante siete días. Confundió sus argumentos uno por uno. Denunció a sus dioses como demonios y agentes de la Mentira. Demostró que existe sólo un creador, el Sabio Señor. Pero junto a este creador se encuentra también Arimán, el espíritu del mal; él es la Mentira, con la que siempre debe combatir la Verdad…»

Al recordarlo, comprendo que Hystaspes era por temperamento un Mago o un sacerdote nato. Él debía haber sido el hijo o el nieto de Zoroastro. Y espiritualmente lo era. Cuando Hystaspes aceptó las enseñanzas de mi abuelo, ordenó que también lo hicieran los Magos de Bactria. Oficialmente han cumplido. En privado, la mayoría de ellos continúa adorando demonios hasta hoy, como ha hecho siempre.

La aparición de Zoroastro fue como el terremoto que hace poco asoló Esparta. Dijo a los Magos que sus dioses eran realmente demonios. Observó que su conducta en diversos rituales —y, en particular, los del sacrificio— no sólo era impía, sino escandalosa. Los acusó de practicar orgías en nombre de la religión.

Por ejemplo, los Magos solían despedazar vivo a un buey mientras bebían haoma sagrado. Después guardaban para ellos las partes del buey que corresponden, justamente, al Sabio Señor. Es innecesario decir que los Magos se sentían profundamente resentidos con Zoroastro. Pero gracias a Hystaspes, los Magos bactrianos se vieron obligados a revisar muchos de sus rituales.

Cuando recuerdo aquella escena en la tienda de Hystaspes, empiezo a comprender sus esperanzas y temores acerca de mí y de mi vida futura en la corte de su hijo, el Gran Rey.

Pocos años antes, con grandes alharacas, Darío había aceptado al Sabio Señor y a su profeta Zoroastro. Cuando mi abuelo fue asesinado, Hystaspes decidió enviarme al lado de Darío, como un recuerdo visible y permanente de Zoroastro. Yo sería educado como si fuese miembro de una de las seis familias nobles que habían ayudado a Darío a ascender al trono.

—Encontrarás muchos enemigos en Susa. —Hystaspes me hablaba como si yo fuera un reflexivo estadista y no un niño—. Casi todos los Magos son adoradores del diablo. En particular los de la antigua Media. Siguen a la Mentira. Son también muy poderosos en la corte. Mi hijo es demasiado tolerante con ellos.

Hystaspes solía criticar a su hijo Darío y esto escandalizaba siempre a la nobleza persa, de ideas anticuadas. Pero ni él ni Darío habían sido educados en la corte. En verdad, el principal linaje de la familia imperial —el de los aqueménidas— había terminado al ser asesinados los hijos de Ciro el Grande. Como pariente lejano de los aqueménidas, el joven Darío accedió al trono con la ayuda de Los Seis, y del Sabio Señor. Luego invitó a Zoroastro a visitarle en Susa. Pero mi abuelo no quiso alejarse de Bactra. De haberlo hecho, quizás hubiese vivido una vida más larga y yo no habría corrido tantos peligros durante tantos años.

Hystaspes acomodaba y volvía a acomodar su brazo muerto.

—Mi hijo me ha jurado que sigue la Verdad. Como es un persa, no puede mentir.

Ahora que me he convertido en historiador, o contra-historiador, observo que, para nosotros, los persas, nada hay peor que la mentira, que es, para los griegos, el placer más exquisito. Esto se debe, creo, a que los griegos están obligados a vivir vendiéndose cosas recíprocamente y, por supuesto, todos los comerciantes son deshonestos. La nobleza persa tiene prohibido por la costumbre vender o comprar, y, por lo tanto, no puede mentir.

A Hystaspes jamás le agradó la falta de celo religioso de su hijo.

—Sé que Darío debe gobernar más de mil ciudades, cada una con un dios diferente. Cuando restauró nuestros templos consagrados al fuegos tu abuelo se alegró. Pero cuando restauró el templo de Bel-Marduk en Babilonia, Zoroastro se horrorizó. Y también yo. Pero como mi hijo gobierna todas las tierras, cree que debe aceptar todas las religiones, por abominables que sean.

Hystaspes atravesó muy lentamente con su mano buena la llama de la tea que tenía a su lado, un viejo truco de los Magos.

—La corte del Gran Rey está dividida en muchas facciones. Debes estar en guardia. Sirve únicamente al Gran Rey y al Sabio Señor. Cada una de las esposas principales tiene sus defensores. Evítalas. Evita a los griegos de la corte. Muchos son tiranos expulsados por las nuevas democracias. Están constantemente tratando de que mi hijo entre en guerra contra otros griegos. Son hombres malos y muy persuasivos. Como tu madre es griega…

Hystaspes dejó también esta frase inconclusa. No le gustaba mi madre porque no era persa, ni le habría gustado su hijo si ese niño híbrido no hubiese sido elegido para escuchar las palabras del Sabio Señor en persona. Esto debe haber confundido a Hystaspes. Un chico medio griego había sido elegido para oír la voz del Sabio Señor. Evidentemente, los caminos de los dioses no son fáciles de comprender. En este punto, todo el mundo está de acuerdo.

—Vivirás en el harén hasta que seas lo bastante mayor como para asistir a la escuela. Conviene que estés alerta. Estudia a las esposas. Tres de ellas son importantes. La mayor es hija de Gobryas. Darío la desposó cuando él tenía dieciséis años. Tienen tres hijos. El mayor es Artobazanes. Es ya un hombre adulto. Se supone que sucederá a Darío. Pero el Gran Rey está bajo el hechizo de Atosa, la segunda esposa, que es la reina por ser hija de Ciro el Grande. Como le dio a Darío tres hijos cuando él ya era Gran Rey, sostiene que el mayor de los tres es el único heredero legítimo. Además, como es el nieto de Ciro, el muchacho es verdaderamente un príncipe. Se llama Jerjes. —Así oí por vez primera el nombre de quien había de ser durante toda mi vida, es decir, durante toda su vida, mi amigo.

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