Read Contra el viento del norte Online

Authors: Daniel Glattauer

Tags: #Romántico

Contra el viento del norte (17 page)

BOOK: Contra el viento del norte
11.46Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Desde que usted «existe», señor Leike, Emma parece otra. Está ausente y distante conmigo. Se pasa horas y horas en su habitación con los ojos clavados en el ordenador, en el cosmos de sus sueños dorados. Vive en su «mundo exterior», vive con usted. Desde hace tiempo, cuando sonríe radiante, ya no es a mí a quien sonríe. A duras penas consigue ocultar su distracción ante los niños. Me doy cuenta de lo mucho que se esfuerza por quedarse más tiempo conmigo. ¿Sabe cómo duele eso? He intentado superar esta fase con mucha tolerancia. Siempre he procurado que Emma no se sintiese encerrada. Entre nosotros nunca hubo celos. Pero de repente ya no supe qué pensar. Pues no había nada ni nadie, ninguna persona real, ningún problema real, ningún cuerpo extraño evidente… hasta que descubrí la causa. Se me cae la cara de vergüenza por haber tenido que llegar a tal extremo: registré la habitación de Emma. Y, finalmente, en un cajón oculto encontré una carpeta, una gruesa carpeta repleta de papeles: su correspondencia completa con un tal Leo Leike, impresa con mucho esmero, página por página, mensaje por mensaje. Fotocopié esos textos con las manos temblorosas y durante unas semanas logré mantenerlos lejos de mí. Pasamos unas vacaciones espantosas en Portugal. El pequeño enfermó y la mayor se enamoró locamente de un profesor de surf. Mi mujer y yo estuvimos los dos callando sobre el tema, pero cada uno procuraba hacerle creer al otro que todo estaba perfectamente, como siempre, como debía ser, como nos mandaba la costumbre. Entonces no aguanté más. Me llevé conmigo la carpeta a las vacaciones en la montaña… y en un ataque autodestructivo y masoquista leí todos los mensajes en una noche. Desde la muerte de mi primera mujer no sufría un tormento semejante, créame. Tras concluir la lectura, no volví a levantarme de la cama. Mi hija avisó al servicio de socorro. Me llevaron al hospital, de donde mi mujer me recogió anteayer. Ahora ya conoce usted la historia completa.

¡Por favor, señor Leike, encuéntrese con Emma! Aquí llego al máximo de mi miserable humillación: ¡sí, encuéntrese usted con ella, pase una noche con ella, haga el amor con ella! Sé que querrá hacerlo. Se lo «permito». Le doy carta blanca, por la presente le libro de todos los escrúpulos, no lo consideraré infidelidad. Sé que Emma no sólo busca la intimidad espiritual con usted, sino también la física, ella pretende «saberlo», cree que lo necesita, lo anhela. Ése es el deseo irresistible, la novedad, la variación que yo no puedo darle. Con todos los hombres que han admirado y deseado a Emma, no me habría llamado la atención que se sintiera sexualmente atraída por alguno de ellos. Luego veo los mensajes que le escribe a usted. Y de repente comprendo lo intenso que puede ser su deseo si es despertado por el hombre «indicado». Usted, señor Leike, es su elegido. Y yo casi desearía que hiciera el amor con ella alguna vez. ¡UNA VEZ (se lo pido con insistentes mayúsculas, como lo hace mi mujer), UNA VEZ, TAN SÓLO UNA! Deje que se cumpla el objetivo de su pasión escrita. Póngale el punto final. Corone su correspondencia… y después interrúmpala. ¡Devuélvame a mi mujer, hombre del exterior, hombre intangible! Libérela. Tráigala de vuelta a la realidad. Deje que nuestra familia siga existiendo. No lo haga por mí ni por mis hijos. Hágalo por Emma. ¡Se lo ruego!

Así llego al final de mi bochornoso y mortificante grito de socorro, de mi atroz petición de gracia. Un último favor, señor Leike. No me delate. Déjeme fuera de la historia de ustedes dos. He abusado de la confianza de Emma, la he engañado, he leído su correo privado, íntimo. Ya he pagado por ello. No podría mirarla más a los ojos si ella supiera de mi espionaje. Y ella no podría volver a mirarme nunca a los ojos si supiera lo que he leído. Se odiaría a sí misma y también me odiaría a mí. Por favor, señor Leike, ahórrenos eso. Ocúltele este mensaje. Una vez más: ¡se lo ruego!

Ahora le envío a usted la carta más espantosa que he escrito en mi vida.

Muy atentamente,

Bernhard Rothner

Cuatro horas después

Fw:

Distinguido señor Rothner:

He recibido su mensaje. No sé qué decirle. Ni siquiera sé si decir algo. Estoy desconcertado. No sólo se ha humillado usted a sí mismo, nos ha avergonzado a los tres. Tengo que pensar. Voy a retirarme por un tiempo. No puedo prometerle nada, nada en absoluto.

Un cordial saludo,

Leo Leike

Al día siguiente

Asunto: ¿Dónde estás, Leo?

Oigo tu voz sin parar. Siempre las mismas palabras: «¿Así ha estado hablando conmigo este tío todo el tiempo?». Sé muy bien cómo habla este tío…, sólo que lleva días sin hablar. ¿No beberías demasiado vino francés aquella noche? ¿Lo recuerdas? Me invitaste a Hochleitnergasse 17, ático 15. «Olerte tan sólo una vez», escribiste. Ni te imaginas lo poco que faltó para que fuera. Menos que nunca. Pienso en ti las veinticuatro horas del día. ¿Por qué no escribes? ¿Debería preocuparme?

Al día siguiente

Asunto: Leo

¿Qué pasa, Leo? ¡Escríbeme, por favor!

Emmi

Media hora después

Asunto: Para el señor Rothner

Apreciado señor Rothner:

Le propongo un trato. Usted me promete una cosa. Y yo a cambio le prometeré otra. Pues bien: prometo no decirle nada a su mujer acerca de su mensaje ni de sus causas. Usted tiene que prometerme que NUNCA VOLVERÁ A LEER NI UN SOLO MENSAJE de los que su mujer me envíe a mí o yo a su mujer. Confío en que, si me da su palabra, la cumplirá. Usted, por su parte, puede estar seguro de que mantendré mi promesa. Si está de acuerdo, escriba: sí. De lo contrario le diré a su mujer la cruda verdad, la suya, la que usted tuvo la bondad de contarme a mí.

Un cordial saludo,

Leo Leike

Dos horas después

Re:

Sí, señor Leike, se lo prometo. No volveré a leer mensajes que no sean para mí. Ya he leído demasiadas cosas prohibidas. Si me permite la pregunta: ¿se encontrará usted con mi mujer?

Diez minutos después

Fw:

Eso no puedo decírselo, señor Rothner. Y aunque pudiera, no lo haría. En mi opinión, al enviarme usted aquella carta ha cometido un error garrafal, sintomático de una grave omisión que probablemente lleve años en su matrimonio. Se ha dirigido usted a la dirección equivocada. Todo lo que me contó a mí debería habérselo contado a su mujer, y hace mucho tiempo, desde el principio. Yo le recomendaría seriamente que lo hiciera. ¡Póngale remedio!

Por lo demás, le pido que no me envíe más mensajes. Creo que ya ha dicho usted todo lo que creía que debía decirme. Y ha sido demasiado.

Reciba un cordial saludo,

Leo Leike

15 minutos después

Fw:

Hola, Emmi:

Acabo de volver de un viaje de trabajo a Colonia. Lo siento, fueron unos días muy movidos, no tuve ni un momento de calma para escribirte. Espero que en tu familia ya estén todos mejor de salud. Yo aprovecharé este período de buen tiempo para marcharme unos días al sur, a algún sitio donde nadie pueda localizarme. Creo que lo necesito, me siento bastante cansado. A la vuelta te escribo. Te deseo unos felices días de verano (y la menor cantidad posible de niños con brazos dislocados).

Saludos muy, muy cariñosos,

Leo

Cinco minutos después

Re:

¿Cómo se llama?

Diez minutos después

Fw:

¿Cómo se llama quién?

Cuatro minutos después

Re:

¡Por favor, Leo! No insultes mi inteligencia y mi instinto para asuntos de Leo. Si sueltas peroratas sobre agitados viajes de trabajo y períodos de buen tiempo para aprovechar, te quejas de que estás cansado, anuncias que será imposible localizarte y me amenazas con deseos de felices días de verano, para mí sólo puede tratarse de una cosa: ¡UNA MUJER! ¿Cómo se llama? No será Marlene, ¿no?

Ocho minutos después

Fw:

No, Emmi, te equivocas. No se trata de Marlene ni de nadie. Simplemente tengo que retirarme un poco. Las últimas semanas y meses me han agotado. Necesito descansar.

Un minuto después

Re:

¿Descansar de mí?

Cinco minutos después

Fw:

¡Descansar de mí! Volveré a escribirte dentro de unos días. Lo prometo.

Tres días después

Asunto: ¡Falta Leo!

Hola, Leo:

Soy Yo. Ya sé que no estás, que estás descansando de ti mismo. Dime, ¿cómo se hace? Ya me gustaría poder hacer lo mismo. Necesito urgentemente descansar de mí. En cambio, me dedico a mí y me agoto. Leo, debo confesarte algo. Mejor dicho: no es que deba hacerlo, desde luego, tampoco está bien que lo haga, pero siento la necesidad de hacerlo. Para empezar, no soy nada feliz, Leo. ¿Y sabes por qué? (Probablemente no quieras saberlo, pero no tienes opción, lo siento.) No soy feliz… sin ti. Para ser feliz necesito mensajes de Leo. Ahora no soy feliz, porque echo mucho en falta los mensajes que necesito para ser feliz. Desde que conozco tu voz, los echo en falta el triple.

Anoche estuve con Mia. Fue el primer encuentro bueno con ella en muchos años. ¿Y sabes por qué? (Es muy desagradable, lo sé, pero tendrás que escucharlo.) El encuentro fue bueno porque por fin me sentía desdichada. Mia dice que en el fondo yo estaba igual que siempre, sólo que esta vez lo admitía, ante mí misma y ante ella. Y me lo agradece. Qué triste, ¿no?

Mia cree que me he enamorado de ti de una manera extraña, esto es, por escrito. Piensa que en cierto sentido no puedo vivir sin ti, o por lo menos no puedo ser feliz. Es más, dice que lo comprende. ¿No es terrible? El caso es que amo a mi marido, Leo. De veras. Yo lo escogí, a él y a sus hijos, a él y a mis hijos. Quería esa familia y ninguna otra, hasta ahora. Mediaron circunstancias trágicas, algún día te lo contaré. (Te llamará la atención que hable voluntariamente de mi familia…) Bernhard nunca me ha decepcionado y no me decepcionaría jamás. Jamás, jamás, jamás. Me da todas las libertades, complace todos mis deseos. Es un hombre tan culto, desinteresado, tranquilo, simpático… Por supuesto, con el tiempo a uno lo ahoga la rutina. Los procesos se repiten, faltan las sorpresas. Nos conocemos al dedillo, ya no hay misterios. «Quizá sólo te falte el misterio. Quizá te has enamorado de un excitante misterio», dice Mia. ¿Qué voy a hacer?, digo yo, no puedo convertir de repente a Bernhard en un misterio excitante. ¿Tú qué dices, Leo? ¿Puedo hacer que Bernhard se vuelva un misterio excitante? ¿Es posible hacer que ocho años de vida familiar se conviertan en un misterio excitante?

¡Ah…, Leo, Leo, Leo! De momento me cuesta tanto todo… No estoy de buenas. No tengo incentivos. No tengo ganas de nada. No tengo al único e inigualable Leo. No sé adónde irá a parar esto. Ni quiero saberlo. Me da igual. Lo principal es que vuelvas a escribirme pronto. Haz el favor de darte prisa con tu descanso de ti mismo. Quiero volver a tomar vino contigo. Quiero que vuelvas a querer besarme. (¿Es gramaticalmente correcta esa frase?) No necesito besos reales. Necesito al hombre que en algunas situaciones tiene tanta urgencia por besarme que no puede hacer otra cosa que escribirme. Necesito a Leo. Me siento muy sola con mi botella de
whisky
. He bebido mucho
whisky
, Leo. ¿Lo notas? ¿Cómo sería todo contigo, cómo sería la vida? ¿Cuánto tiempo tendrías urgencia por besarme? ¿Semanas, meses, años, siempre? Ya sé que no debo pensar esas cosas. Estoy felizmente casada. Pero no soy feliz. Creo que eso es contradictorio. La contradicción eres tú, Leo. Gracias por haberme escuchado. Me beberé otro
whisky
. Buenas noches, Leo. Te echo tanto de menos…

Hasta te besaría a ciegas. Sí, lo haría. En este preciso instante.

Dos días después

Asunto: Ni una palabra.

Treinta grados y ni una palabra del hombre que descansa de sí mismo. Sé que mi mensaje de anteayer se pasó un poco de la raya. ¿Te pedí demasiado, Leo? ¡Fue el
whisky
, créeme! El
whisky
y yo. Yo, lo que hay dentro de mí. El
whisky
, lo que él sacó de mí.

Te saluda con impaciencia,

Emmi

Al día siguiente

Sin asunto

Viento del sur… y sin embargo doy vueltas en la cama. Una sola letra tuya y me dormiría en el acto.

Buenas noches, mi querido hombre que descansa de sí mismo.

Dos días después

Asunto: Mi último mensaje

¡Mi último mensaje sin contramensaje! ¡Lo que estás haciendo es muy cruel, Leo! Déjalo ya, por favor, es tremendamente doloroso. Todo vale, todo menos callar.

Al día siguiente

Asunto: Contramensaje

Querida Emmi:

No tardé más de unas horas en tomar una decisión que cambiará mi vida. Pero he necesitado nueve días para comunicarte las consecuencias. Emmi, en pocas semanas me iré a vivir a Boston durante al menos dos años. Voy a dirigir un grupo de trabajo en la universidad. El proyecto es sumamente atractivo, tanto desde el punto de vista científico como económico. Mi situación me permite ser así de espontáneo. Es poco lo que debo dejar aquí. Por lo visto es cosa de familia cambiar de continente en algún momento de la vida. Echaré de menos a unos cuantos amigos íntimos. Echaré de menos a mi hermana Adrienne. Y echaré de menos… a Emmi. Sí, muy especialmente a ella.

También he tomado otra decisión. Suena tan duro que me tiemblan los dedos ahora que debo comunicártelo por escrito, inmediatamente después de los dos puntos: voy a interrumpir nuestra relación por correo electrónico. Necesito quitarte de mi cabeza, Emmi. No es posible que seas mi primer y mi último pensamiento de cada día hasta el fin de mi vida. Es enfermizo. Tú tienes «compromisos», tienes familia, obligaciones, desafíos, responsabilidades. Estás muy apegada a todo eso, es el mundo donde eres feliz, me lo has dado a entender claramente. (Con mezclas de alta graduación de nostalgia y
whisky
, de tanto escribir se provoca uno, como tú en tu último y largo mensaje, un estado de desdicha que a más tardar desaparece al despertar al día siguiente.) Estoy convencido de que tu marido te ama como sólo se ama a una mujer después de tantos años de convivencia. Lo que te falta podría no ser más que un poco de aventura extramatrimonial en la cabeza, algo de maquillaje para tu rutina sentimental. En eso se basa tu afecto por mí. En eso se funda nuestra relación escrita, que probablemente te confunda más de lo que a la larga podría enriquecerte.

Y respecto a mí: tengo 36 años, Emmi (bueno, ahora ya lo sabes). No pienso pasarme la vida con una mujer que sólo está disponible para mí en la bandeja de entrada. Boston me da la oportunidad de empezar de nuevo. De repente vuelvo a tener ganas de conocer a una mujer de una manera de lo más conservadora: primero la veo, luego escucho su voz, luego la huelo, tal vez la beso. Y más tarde en algún momento posiblemente le escriba un correo electrónico. El camino inverso que hemos recorrido nosotros era y es tremendamente excitante, pero no conduce a ninguna parte. Debo superar mi bloqueo mental. Durante meses he visto a Emmi en cada mujer bonita que me cruzaba por la calle. Pero ninguna podía compararse con la verdadera, ninguna podía competir con ella, pues mantenía a la auténtica alejada del mundo, socialmente marginada, aislada, toda para mí solo en el ordenador. Allí me recogía a la salida del trabajo. Allí me esperaba antes, después o en lugar del desayuno. Allí me deseaba buenas noches al final de una larga velada. Bastante a menudo se quedaba en casa hasta el amanecer, en la habitación, en la cama, tenía tratos secretos conmigo. Pero, finalmente, en todas las etapas, seguía siendo inalcanzable, inaccesible para mí. Las imágenes que tenía de ella eran tan frágiles y delicadas que no habrían resistido una visión real sin agrietarse y resquebrajarse de inmediato. Esa Emmi creada artificialmente me parecía una filigrana tan fina que se habría desmoronado si la hubiese tocado de verdad aunque sólo fuera una vez. Físicamente no era más que el aire entre las teclas con las que yo la invocaba día a día a fuerza de escribir. Un soplo… y habría desaparecido. Sí, Emmi, para mí hasta ese extremo hemos llegado: cerraré el correo, soplaré en mi teclado, bajaré la pantalla. Me despediré de ti.

BOOK: Contra el viento del norte
11.46Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Try Me by Alberts, Diane
A Perfect Hero by Samantha James
Black-Eyed Stranger by Charlotte Armstrong
Tumble Creek by Louise Forster
Assassin P.I. by Elizabeth Janette
Callisto by Torsten Krol
Never More by Dana Marie Bell