Jaspe se encontraba en el centro del barco, lugar al que se encaminaba Usha. El enano arrojó una cuerda a Fiona, a quien el cuerpo del dragón al desplomarse no había aplastado por muy poco.
—¿Viste a Dhamon en el agua? —inquinó el enano, cuando entre él y Usha subieron a la solámnica a bordo.
La mujer negó con la cabeza.
—¡Creo que hemos acabado con el dragón! —gritó Rig. Estaba junto a la balista, con una saeta cargada y lista para ser disparada—. ¡Me parece que lo hemos matado!
—Y él ha acabado con nosotros —comentó Fiona, paseando la mirada por la cubierta—. Ha destrozado el barco.
—Y se comió a Dhamon —añadió Ampolla sombría. Descendió del cajón colocado tras el timón. Ya no la necesitaban allí por el momento, en especial ahora que el mástil estaba destrozado.
El bauprés se había ido al fondo junto con Piélago, y gran parte de la barandilla que rodeaba la parte delantera de la nave también había desaparecido. Toda la parte central de la nave estaba cubierta de cuerdas, enredadas a la vela que amortajaba el mástil roto.
Usha tapó a Fiona con una manta, a pesar de las protestas de ésta de que se encontraba bien.
—Yo jamás habría elegido una nave de un solo palo —rezongó Rig. Se apartó de la balista y miró a la solámnica, con una expresión que se dulcificó inmediatamente—. No hay mástil. No hay remos. Estamos clavados.
—Al menos ya no tenemos que preocuparnos por el dragón —intervino Ampolla.
El marinero le dedicó una tenue sonrisa.
—Tal vez Palin pueda agitar los dedos y sacarnos de aquí rápidamente —repuso—. A lo mejor incluso puede...
—¡Rig! —Jaspe, inclinado sobre el lado de babor de la nave, lo llamaba.
—¿Ahora qué? —El marinero avanzó con ruidosas zancadas hasta él.
—¿Quién eres? ¿Qué eres? —Rig contempló asombrado por encima de la barandilla un rostro azul pálido que le devolvía la mirada. El rostro estaba enmarcado por una centelleante cabellera de un blanco plateado que se abría en abanico sobre el agua—. ¿Y cómo es que has encontrado a Dhamon Fierolobo? —El marinero se quedó mirando cómo la elfa marina alzaba a un inconsciente Dhamon para depositarlo en manos de Jaspe.
—Veylona —respondió ella—. Encontré Domon Fierolobo en repisa coral. —La elfa azul pálido hablaba entrecortadamente—. A punto morir. Podría morir. Vi cómo Piélago... aplastaba... Domon contra coral.
Rápidamente, en un idioma chapurreado, la elfa relató cómo Piélago había intentado aplastar a Dhamon. De vez en cuando, contrariada con aquel idioma que le era extraño, regresaba a su propio dialecto elfo.
Rig le hizo más preguntas, pero ella lo interrumpió.
—Por favor esperar —indicó, y desapareció bajo el agua.
—Esperar. ¡Ja! No podemos ir a ninguna parte —farfulló el marinero mientras miraba a Dhamon—. Muchas costillas rotas. Mucha sangre. Está helado, pálido. No es necesario ser un sanador para darse cuenta de que se muere.
Fiona, Groller y
Furia
se reunieron con ellos junto a la borda. La solámnica se sacó la manta que le rodeaba los hombros y cubrió con ella a Dhamon.
—¿Puedes ayudarlo? —inquirió Usha, deslizándose detrás de Jaspe.
—Tengo fe —respondió el enano, mientras se inclinaba y buscaba su chispa interior. Hizo una corta pausa para recoger el cetro—. Pero esto ayudará. No me queda demasiada energía propia —añadió.
—¿Jas... pe arreglará? —preguntó Groller, sin enterarse de lo que se hablaba a su alrededor.
—Sí, puedo arreglarlo —respondió él, asintiendo—. Es un pasatiempo mío, arreglar a la gente. —Sonrió de oreja a oreja a medida que la chispa crecía.
—Feril —farfulló Dhamon entre dientes—. Feril...
—¿Feril? —Esta vez era la voz de Rig.
El marinero seguía mirando por la borda al punto por el que la elfa marina había desaparecido. La mujer volvió a salir a la superficie casi en el mismo lugar, en esta ocasión con la kalanesti a su lado.
—Temí que hubieses muerto —dijo el marinero al tiempo que tendía una mano para ayudar a Feril a alcanzar la cubierta. Entonces abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que la elfa no llevaba ropa, únicamente una corona en la cabeza.
—También yo pensé que estaba muerta —repuso ella, mientras se frotaba un punto de la nuca—. Veylona me salvó.
—Dragón más interesado en barco —explicó la elfa marina, trepando a cubierta.
—¡Una dimernesti! —Ampolla lanzó un agudo chillido; luego se acercó entre saltitos excitados y alzó una mano deformada a modo de saludo—. ¡Una auténtica elfa marina en carne y hueso! —La kender enarcó una ceja ante la desnudez de Feril, para dedicar acto seguido toda su atención a Veylona.
Rig relegó las preguntas de la kender a Veylona al fondo de su mente y volvió a clavar los ojos en la kalanesti. Una sensación de sofoco le coloreó el rostro y, despojándose rápidamente de la camisa, se la tendió a la mujer.
—Veylona es una sanadora dimernesti —dijo Feril a modo de introducción, interrumpiendo el parloteo de Ampolla; los otros se unieron al grupo—. Le debo la vida, y salvó a Dhamon.
—Lo intenté —repuso la elfa marina—. Domon. —El terso rostro mostraba preocupación mientras atisbaba por encima de los hombros del enano cómo éste se ocupaba de Dhamon—. Alumna de Nuqala.
—Nuqala se alegrará de saber que Piélago ha muerto —añadió Feril.
—Mucho se alegrará —respondió Veylona. Sus ojos no perdían de vista al enano, observando sus dedos y el modo en que fruncía el entrecejo mientras realizaba su magia curativa.
Dhamon lanzó un gemido, abrió los ojos con un parpadeo, y levantó una mano para sujetar la de Jaspe. Tosió, y un chorro de agua brotó de su boca. Jaspe lo ayudó a incorporarse al tiempo que le daba palmadas en la espalda. El caballero tosió con fuerza varias veces más.
—Estarás dolorido durante un tiempo —explicó el enano—, y tendrás unas cuantas magulladuras. Será mejor que descanses.
—Gracias —le respondió él—. Otra vez.
Jaspe sonrió, pero sus ojos estaban clavados en la atractiva elfa marina.
—Siempre me satisface ayudar a gente que me aprecia. —Sacudió la cabeza como para despejar sus sentidos y, con un suspiró, devolvió la atención a Dhamon. Lo ayudó a ponerse en pie y arrugó la frente cuando éste se llevó la mano al costado.
—Me parece que un poco de descanso no me hará daño —le dijo Dhamon—. Veylona, muchas gracias también a ti. —Sus ojos se encontraron con los de Feril; su expresión mostró alivio al ver que la kalanesti se encontraba bien. Ella le dedicó un saludo con la cabeza y se quedó mirando cómo Jaspe lo acompañaba hacia la escalerilla, perseguidos ambos escaleras abajo por las preguntas de Ampolla.
Entonces el aire se llenó de voces alrededor de Feril y Veylona.
—Quedar aquí tiempo —anunció la elfa marina—. Nuqala dijo quedar. Ayudar.
—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras —manifestó Rig—, ya que no vamos a ir a ninguna parte. —Indicó con la mano el mástil partido—. A menos que Palin pueda trasladarnos mágicamente a otra parte.
Veylona y Feril intercambiaron miradas. Ambas elfas sonrieron mientras los dedos de la kalanesti acariciaban la corona de coral de su cabeza.
—¿Qué? —inquirió el marinero, preguntándose qué tramaban las dos mujeres.
—Dadme unos minutos —respondió Feril—. Dejad que encuentre alguna otra cosa que ponerme. Dejaré que sea Veylona quien lo explique.
—¿Explicar qué? —insistió el marinero. Fiona se había colocado junto a él, y lo cogió de la mano.
—Quizá deberías buscar algo para que Veylona se ponga —gritó la solámnica a Feril mientras la kalanesti desaparecía bajo cubierta.
—Elfa mari... na —dijo Groller por fin. El semiogro tenía los ojos fijos en Veylona, en sus cabellos relucientes que le colgaban hasta la cintura y en la fina túnica plateada que se le pegaba al cuerpo. Estaba boquiabierto. No oyó la risita proferida por Rig cuando tendió una mano enorme para estrechar la de la mujer—. Hermo... sa elfa marina azul.
Las mejillas de Veylona enrojecieron ligeramente. Sonrió y escuchó las explicaciones de Rig sobre la sordera de Groller.
—Pero desde luego no está ciego —susurró el marinero al oído de Fiona.
—Tampoco tú —respondió ésta—. Me parece que ayudaré a Feril a encontrar algo
de abrigo
para Veylona.
* * *
Poco después del mediodía el
Narwhal
se ponía en movimiento para regresar a la costa de Khur, pero evitando el puerto de Ak-Khurman. Rig había decidido no correr el riesgo de tropezar con más barcos de los Caballeros de Takhisis que pudieran haber llegado hasta allí.
Groller llevaba el timón, con el lobo enroscado cómodamente a sus pies. Rig y Fiona estaban sentados junto a Veylona cerca del cabrestante. La elfa marina iba ataviada ahora con una amplia túnica verde oscuro ceñida a la cintura, que le llegaba a mitad de los muslos. Aunque su dominio del idioma era limitado, hacía todo lo posible por entretener a la pareja con historias sobre la vida en Dimernost y los horrores que sus habitantes habían padecido por culpa del dragón.
Jaspe se encontraba bajo cubierta, muy ocupado con Dhamon intentando curar las ampollas que cubrían su cuerpo.
También la kender estaba bajo cubierta, revolviendo la pequeña bodega en busca de víveres que no se hubieran derramado por el suelo durante el enfrentamiento con el dragón. Había prometido algo «apetitoso e interesante» como cena para celebrar la muerte del gran señor supremo marino. Y había encontrado una botella de algo purpúreo que podría servir como vino.
Feril estaba sentada junto al timón, observando cómo el agua impelía al
Narwhal.
Había ayudado a crear la estrecha y poderosa ola que impulsaba la nave, y ésta se movía con la misma velocidad que si lo hiciera a toda vela. Veylona se había ofrecido a relevar a la kalanesti de vez en cuando.
Rig calculaba que el trayecto duraría una semana y media, tres días menos de lo que les había costado llegar hasta el reino de los dimernestis. Y entonces ¿adonde irían? Y, si Palin sabía adonde ir, ¿estarían a tiempo aún de detener a Takhisis?
¿Habría descubierto el hechicero el lugar en el que iba a aparecer la Reina de la Oscuridad?
El Reposo de Ariakan
Palin se concentró en el hechizo que lo trasladaría al Reposo de Ariakan, a más de mil quinientos kilómetros de la Torre de Wayreth, donde se encontraba ahora.
—¡Aguarda! —La apagada voz indefinida lo sobresaltó, y el conjuro escapó de su mente, incompleto. El Hechicero Oscuro penetró sin hacer ruido en la habitación—. Estoy tan seguro de que Takhisis aparecerá en la cueva, que me arriesgaré a viajar contigo.
Palin contempló cejijunto la oscura figura.
—Si tienes razón, podría haber dragones en las cercanías. Desde luego habrá Caballeros de Takhisis. Podría resultar peligroso.
—He estudiado a los dragones mucho más tiempo que tú, Majere —respondió la oscura figura—. Ver a uno de cerca podría significar la apropiada culminación de mis estudios.
—Culminación... —Palin rió por lo bajo; luego se interrumpió, no muy seguro de si el Hechicero Oscuro lo había dicho en serio o había intentado hacer un chiste.
—Además, no he abandonado esta torre desde hace bastante tiempo —añadió el hechicero—. Podrías necesitar ayuda.
—Eso no lo discutiré.
Palin dirigió una ojeada a su mano izquierda. El anillo de Dalamar se encontraba junto a su alianza de matrimonio.
El Hechicero Oscuro estudió su rostro con atención.
—¿No has lanzado nunca hechizos con un objeto tan antiguo y poderoso? —preguntó.
—Muchas veces —respondió Palin—. Llevé el Bastón de Mago durante años. Pero ha transcurrido bastante tiempo desde entonces.
—Así pues, ¿nos ponemos en marcha?
—Agradezco tu compañía. —Palin dedicó un breve pensamiento a Usha, prometiendo ponerse en contacto con ella en cuanto hubiera investigado el Reposo de Ariakan. No había hablado con su esposa desde hacía varios días, pues había estado absorto en sus estudios. Deseó que su compañero estuviera en lo cierto, y esperaba encontrar alguna prueba de que la diosa regresaría a Krynn en el interior de una cueva. Entonces podría transportar a sus amigos allí, junto con las reliquias que habían recogido. Había estado reflexionando sobre las posibilidades de usar los objetos para desplomar la montaña sobre la Reina de la Oscuridad y todos los dragones que se hubieran reunido allí... aun cuando tal acción acabara con sus propias vidas. Sería un sacrificio insignificante, se decía, si mantenía a Takhisis lejos de Krynn—. ¿Listo?
El Hechicero Oscuro asintió de modo casi imperceptible.
Palin volvió a concentrarse en el conjuro y en el anillo de Dalamar. Extrajo energía del anillo, y la magia acudió veloz y se los llevó a toda velocidad de la estancia situada en lo alto de la Torre de Wayreth. El suelo de piedra de la torre desapareció de debajo de sus pies, y en cuestión de segundos los dos hechiceros se encontraron sobre una irregular superficie rocosa en la ladera de una montaña que se alzaba en el corazón de Neraka.
—Esto no es la cueva —observó el Hechicero Oscuro.
—No —Palin meneó la cabeza—, pero estamos cerca. No quería aparecer en medio de alguna reunión de criaturas malignas. Es mejor investigar un poco.
—Como desees —repuso el otro—. Tú primero, Majere.
Palin se abrió camino por la ladera. Era pasado el mediodía, y un arrebol anaranjado pintaba las rocas y le calentaba la piel. Aspiró con fuerza. El aire parecía más fragante fuera de la torre, lejos de los polvos y humaredas de los estudios mágicos y los conjuros. Se había encerrado en la Torre de Wayreth durante demasiado tiempo.
Oyó cómo el Hechicero Oscuro farfullaba algo en voz baja a su espalda, sintió un hormigueo por todo el cuerpo y comprendió que su compañero estaba ocultando la presencia de ambos con un conjuro de invisibilidad. Era una precaución que Palin no se habría molestado en tomar, ya que estaba seguro de que los dragones no necesitaban ver a los intrusos para saber que estaban cerca. Sus otros sentidos eran sumamente agudos. De todos modos, Palin tuvo que admitir que ser invisible resultaba sensato; al menos aquellos Caballeros de Takhisis que estuvieran estacionados en las montañas no podrían verlos.
—¿Qué sabes sobre Ariakan? —musitó el Hechicero Oscuro.
—Que era un hombre malvado, pero que demostró cierto honor. Poseía características dignas de admiración, y soportó mucho.