Conjuro de dragones (27 page)

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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

BOOK: Conjuro de dragones
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Ampolla se encontraba junto a la hoguera, disparando jarras con una pequeña ballesta a las carracas que se acercaban. En las bocas de los recipientes había trapos encendidos, y Dhamon comprendió, con una curiosa indiferencia, que la kender era la responsable del incendio iniciado en la galera.

Más hombres subían apresuradamente a la cubierta, aunque éstos no vestían la librea de los Caballeros de Takhisis. Estaban muy delgados, y se cubrían con ropas sucias y desgarradas. Feril y Usha los conducían por entre las llamas. La kalanesti tosió mientras indicaba algo a Usha; luego señaló hacia la barandilla.

—¡Ampolla! —chilló—. ¡Nos vamos!

A su espalda, la kender lanzó dos jarras más y se encaminó hacia la borda.

Detrás de la galera había dos carracas. Una se había incendiado y ardía con fuerza. Dhamon distinguió sus velas llameantes. La tercera carraca se había detenido a una distancia prudencial y arriaba botes para rescatar a los caballeros y esclavos.

Si Dhamon podía acabar con aquel hombre, él y los otros conseguirían huir a la relativa seguridad del pequeño bote de pesca. Cuando avanzaba hacia él, distinguió a Jaspe con el rabillo del ojo.

El enano se encontraba entre el palo principal y el de proa. Sostenía el cetro extendido en una mano y lo balanceaba despacio a un lado y a otro entre dos caballeros cubiertos con armadura; los hombres observaban al enano, pero no hacían la menor intención de atacarlo. Entonces Dhamon descubrió a Fiona, que iba en ayuda de Jaspe. La solámnica atrajo la atención de uno de los hombres, y éste se lanzó al ataque.

—Hemos de darnos prisa, Jaspe —gruñó la dama, parando la estocada del caballero—. Este barco no se mantendrá a flote durante mucho más tiempo. Ampolla se ha ocupado de ello.

Como para confirmar la veracidad de sus palabras, un pedazo de vela en llamas se soltó y revoloteó hasta la cubierta justo detrás de sus atacantes. El fuego se extendió a la madera, aumentando las llamaradas que envolvían la nave. Aquello puso fin a la situación de estancamiento en que se encontraban el enano y el caballero más próximo a él. El guerrero lanzó un bufido y avanzó hacia Jaspe.

Fiona aventajaba a su enemigo, que se movía con lentitud a medida que el humo se espesaba.

—¡Te perdonaré la vida! —ofreció la mujer, a la vez que esquivaba una estocada dada con muy poca puntería. El hombre sacudió la cabeza, como si intentara despejar sus sentidos—. ¡Te concederé la vida, si sueltas la espada! —repitió.

El caballero volvió a negar con la cabeza y lanzó una estocada baja. El golpe rebotó en su espada, y ella dirigió su arma a una abertura donde el peto se unía a una corta falda de malla. El hombre cayó al frente, la dama tiró de su espada para soltarla y fue a ayudar al enano.

Debido a que Jaspe era mucho más pequeño, el caballero que lo atacaba tenía dificultades para penetrar en sus defensas; cada vez que el hombre lanzaba una estocada al pecho del enano, éste levantaba el Puño, y en cada ocasión la hoja rebotaba inofensiva sobre la mágica madera.

—¡No tenemos tiempo para esto! —gritó Fiona. Tosía ahora, y agitaba la mano ante los ojos para apartar el humo—. ¡Ve hacia la borda, al bote de pesca! ¡Ayuda a Rig a saltar! Está herido de gravedad, Jaspe. Y creo que Groller está muerto.

Jaspe no discutió la orden, pues sabía que la mujer podía ocuparse del caballero mucho mejor que él. Mientras se encaminaba a la barandilla, resbalando en la sangre, saltando por encima de los cadáveres, el enano oyó el sordo tintineo de la espada de Fiona sobre la espada y armadura de su adversario. El entrechocar de metales mantenía un cierto ritmo, pero de repente el ritmo se detuvo, y a través del crepitar de las llamas escuchó un golpe sordo. Fiona tosió, sus botas repiquetearon sobre la cubierta, y el enano suspiró aliviado. El Caballero de Takhisis había muerto.

Rig estaba arrodillado, agarrado a la barandilla, la respiración ronca y entrecortada. El enano buscó desesperadamente la escala de cuerda por la que había trepado; pero ésta se encontraba demasiado lejos, hacia la popa de la nave, que ahora parecía una bola de fuego.

—Tendremos que nadar. Al menos tú tendrás que hacerlo —dijo el enano—. Yo no sé. Pero a lo mejor podré evitar hundirme como una roca.

El enano alzó el Puño de E'li y, abatiéndolo sobre la barandilla, rompió una parte, que fue a caer al agua.

—Eso flota. Y puede que con su ayuda también flote yo.

El marinero levantó la cabeza, los ojos enrojecidos por el humo.

—Yo sé nadar. Te ayudaré.

«No en tu estado», pensó Jaspe. Ayudó a Rig a pasar sobre la barandilla, de modo que el marinero quedó colgando como un saco de harina, balanceándose en el aire. El enano buscó con la mirada el bote de pesca. La oscura humareda gris procedente de la galera se mezclaba con la tenue neblina, y en un principio no consiguió ver nada.

Pero por fin descubrió entre el humo algunas personas en el agua: los esclavos que Feril y Usha habían rescatado, que chapoteaban alejándose de la galera. Y luego distinguió el trozo de barandilla que flotaba en el agua.

—Mi espada —jadeó Rig—. He de recuperar mi espada. No puedo perder otra.


¡Furia! -
-llamó el enano, sin hacer caso al marinero—. ¡Ampolla!

Al cabo de un momento le respondieron los ladridos frenéticos del lobo.

—Jaspe! ¡Estamos aquí abajo! —Era la voz de la kender—. ¡Estamos en el bote!

De modo que la barca estaba en algún lugar allí abajo. No podía hallarse demasiado lejos si él conseguía oírla con tanta claridad. Jaspe introdujo el Puño en el saco que llevaba a la cintura, asegurándose de que no lo perdería, y luego empujó a Rig por la borda. El enano echó un rápido vistazo a la cubierta. Feril estaba cerca de la proa, alzando la cadena del áncora como una posesa a la vez que instaba a saltar al resto de los esclavos liberados. Usha se recogió las faldas y saltó por la borda.

Dhamon no estaba muy lejos, forcejeando con un caballero alto.

«Debería ayudarlo —pensó Jaspe—. Pero entonces Rig podría ahogarse.» El enano saltó al agua detrás del marinero, mientras rezaba a los dioses ausentes para que no permitieran que se hundiera.

Fiona tosía inclinada al frente. Apenas si podía ver más allá de unos centímetros de distancia, pero sabía adonde dirigirse. Oyó el entrechocar del acero. Dhamon seguía combatiendo con el caballero alto; era el único combate que seguía adelante. Se quitó algunas piezas de la armadura y avanzó tambaleante hacia el sonido.

Ambos contendientes estaban cubiertos de sangre. El caballero alto utilizaba dos armas; interceptaba la espada de Dhamon con su espada más larga y le lanzaba estocadas al pecho con la otra más corta.

La túnica del antiguo Caballero de Takhisis estaba empapada en sangre, y la dama se dio cuenta de que casi toda era de él, ya que el capote de su adversario seguía prácticamente inmaculado. Se arrancó el peto, lo dejó caer sobre cubierta, y corrió hacia ellos, para detenerse justo detrás de Dhamon.

—Eso no es justo —masculló el caballero alto—. Dos contra uno. No hay honor en eso.

—¡No consideraste que fuera injusto cuando luchabas contra mi amigo! —escupió Fiona.

—¿El hombre negro? —rió él—. Malys quiere al ergothiano muerto. Pero, en cuanto a ti —inclinó la cabeza hacia Dhamon—, quiero un combate honorable contigo.

—No esta vez —replicó Dhamon. Dejó que Fiona detuviera la espada larga de su adversario, en tanto que su arma se estrellaba contra la otra más corta. Dhamon giró torpemente y hundió el acero en el costado del hombre; la hoja se hundió sólo unos centímetros, pero el dolor fue suficiente para hacer que el caballero echara un vistazo a la herida. Fiona se adelantó y le lanzó una estocada al pecho; luego se agachó y acuchilló las piernas, pero la espada golpeó láminas de negro metal que repiquetearon con un sonido agudo. El hombre retrocedió y agitó las espadas violentamente ante ellos para mantenerlos a distancia.

—¡Te concederé la vida! —gritó Fiona—. ¡Suelta las armas!

El caballero soltó un grito gutural y se abalanzó sobre ellos. Fiona se adelantó para ir a su encuentro, en tanto que Dhamon se deslizaba a un lado y, alzando su larga espada por encima de la cabeza, la abatía con todas las fuerzas que le quedaban en los brazos. El acero se hundió en el hombro de su oponente. Dhamon tiró de él para soltarlo y volvió a golpear. Con un gemido, el caballero soltó la espada más corta y siguió combatiendo sólo con la más larga.

El caballero negro dedicó a Fiona una sonrisa tensa y maniobró para colocarse a un lado, donde pudiera verlos tanto a ella como a Dhamon. El humo que lo envolvía era muy espeso, y el hombre boqueaba en un intento de llevar aire a sus pulmones. También la dama tenía problemas para respirar, y Dhamon señaló en dirección al costado del barco. «¡Ve!», articuló en silencio.

—¡No sin ti! —respondió ella, sacudiendo la cabeza.

Medio asfixiado por el humo, Dhamon avanzó más torpemente ahora, balanceando la espada en un amplio e irregular arco. Su adversario retrocedió para colocarse fuera del alcance del arma, y él recuperó el equilibrio y alzó la espada. Al ver que el caballero buscaba una oportunidad de atacar, Dhamon le concedió la ilusión de una.

El hombre avanzó e hizo descender su arma; en el último momento posible, Dhamon se adelantó hacia él y penetró bajo el arco descrito por la espada. La larga hoja hirió a Dhamon en el hombro, pero el acero de éste se hundió en el costado herido de su oponente. El antiguo Caballero de Takhisis tiró hacia atrás de la espada y volvió a clavar la hoja, y el hombre se desplomó sobre él.

Fiona apareció al instante, tosiendo, jadeando, y apartó al caballero muerto de encima de Dhamon al tiempo que tiraba de este último en dirección a la barandilla.

—¡Hemos de abandonar el barco! Está escorándose. ¿No lo notas?

Ella tenía razón. La cubierta se inclinaba hacia un lado, como si el barco hiciera agua; y, además, la nave se dirigía a la orilla. Sin duda el ancla de proa se había soltado.

Dhamon se apoyó en Fiona unos instantes, y ambos se agarraron a la barandilla cuando la nave se detuvo con un crujido que compitió con el rugir de las llamas.

—¡Ha chocado con otro de los barcos! —jadeó Fiona. La galera volvió a dar un bandazo, y la solámnica trastabilló. Dhamon la sujetó y la inclinó sobre la barandilla, donde podía respirar un poco de aire fresco.

—Tú primero —indicó, agitando el brazo—. Te seguiré.

La dama forcejeó con las últimas piezas de metal de sus brazos, luchando por soltar las sujeciones, y luego arrojó el casco al suelo. «Debería haberlo dejado todo en el pantano», pensó. Cuando la última pieza de su armadura hubo caído sobre la cubierta, envainó la espada y acto seguido saltó al agua.

—Te seguiré en cuanto encuentre a Groller —gritó Dhamon. Cerró los ojos e imaginó la cubierta. Luego se dejó caer a gatas y se arrastró al frente, representándose mentalmente el palo mayor, el mástil de proa, y el lugar donde había visto caer al semiogro entre los dos. Muerto o no, Dhamon pensaba llevarse con él a Groller.

Las manos del guerrero toparon con un cuerpo tras otro, ninguno tan grande como el que buscaba, todos ellos ataviados como los caballeros de la Reina de la Oscuridad. Se arrastró sin pausa por encima de ellos, resbalando en la sangre y cortándose los dedos en las armas caídas. Le parecía como si llevara horas gateando; el pecho le ardía, los ojos le lloraban, y tenía el cuerpo dolorido a causa de una docena de heridas.

Se sentía débil, mareado por la falta de aire y la pérdida de sangre, cuando llegó junto a un cuerpo de gran tamaño.

Estaba boca abajo y ensangrentado. Con un gran esfuerzo, Dhamon consiguió darle la vuelta, pasó los dedos por los largos cabellos, palpó los anchos hombros y llegó al rostro del hombre. Sus manos encontraron la amplia nariz y la gruesa frente de Groller; entonces, agachándose más, palpó la desgastada túnica de cuero, ahora desgarrada y cubierta de sangre.

—Tienes que estar vivo —rezó Dhamon. Apretó la mejilla contra la nariz del semiogro, sin notar nada al principio. Luego, de un modo apenas detectable, percibió un atisbo de respiración débil. La sensación no lo alegró; había atendido a demasiados heridos en los campos de batalla y su experiencia le decía que el semiogro agonizaba.

Se incorporó con dificultad, sosteniendo a Groller por las axilas, y avanzó tambaleante en dirección a la barandilla, arrastrando al semiogro con él. El regreso resultaba más fácil, pues la cubierta estaba inclinada en aquella dirección.

—¡Dhamon! —Alguien lo llamaba, una mujer. Era un voz queda, y no podía averiguar a quién pertenecía. ¿Feril? ¿Usha? No era la kender; la voz de Ampolla era más infantil. Tal vez fuera Fiona.

Forcejeó con el cuerpo de Groller y consiguió levantarlo y apoyarlo contra la barandilla. Pasó una de las piernas por encima de la borda, la que lucía la escama ennegrecida, que brillaba por entre los numerosos cortes de sus polainas. Era uno de los pocos lugares que no estaba manchado de sangre. El semiogro era muy pesado, y Dhamon se sentía cada vez más débil; lo alzó, y la barandilla se partió bajo el peso de ambos. El caballero sujetó con fuerza a Groller, y juntos fueron a parar al agua.

Sintió que se hundía, ya que el peso del semiogro lo arrastraba hacia el fondo; pero Dhamon agarró con firmeza a su compañero y agitó las piernas con energía. El agua salada le provocó un fuerte escozor en las heridas y ayudó a reanimarlo. Pareció dotarlo de un estallido de renovadas fuerzas. Oyó sonidos a través del agua, cosas que no podía describir pero que imaginó eran trozos de la galera que caían a las aguas del puerto. Entonces, de improviso, su carga se tornó más ligera. Alguien lo ayudaba a subir a Groller.

La cabeza de Dhamon salió a la superficie, y el caballero respiró hondo. Feril nadaba a su lado y lo ayudaba a mantener la cabeza de Groller por encima de la superficie.

—Se muere —consiguió articular él.

Ella agitó un brazo y silbó, y Dhamon escuchó el chapoteo de unos remos. Al cabo de un instante divisó el pequeño bote de pesca abriéndose paso por entre la niebla y el humo. Jaspe se inclinó sobre el costado y extendió las manos en dirección al semiogro.

El enano estaba chamuscado y empapado, a la vez que agotado. Su rostro aparecía curiosamente blanquecino a la luz del fuego.

—Acércalo más —jadeó.
Furia
sacó la cabeza por el costado del bote y aulló. El lobo intentó saltar al agua, pero los brazos de Fiona lo tenían inmovilizado.

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