Con la Hierba de Almohada (3 page)

Read Con la Hierba de Almohada Online

Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

BOOK: Con la Hierba de Almohada
2.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

No obstante, al ver de nuevo el palanquín de color negro, la muchacha volvió a sentir náuseas.

—Traedme el caballo -ordenó Kaede-. Quiero cabalgar.

Un criado la ayudó a montar a lomos de
Raku, y
Shizuka la siguió, galopando con suma pericia. De esta forma, ambas viajaron durante el resto de la mañana sin apenas pronunciar palabra, cada una sumida en sus propios pensamientos; pero encontraban consuelo sintiéndose cerca una de la otra.

Una vez que abandonaron Yamagata, la carretera se hizo más empinada. En algunos tramos había escalones formados por enormes piedras planas. Ya se apreciaban señales de la llegada del otoño, aunque el cielo estaba despejado y el aire era aún cálido. Las hojas de las hayas, los zumaques y los arces empezaban a adquirir tonos dorados y púrpuras; bandadas de gansos salvajes volaban a gran distancia por encima de la comitiva; los bosques eran cada vez más compactos, y entre la vegetación no corría una brizna de aire. El caballo avanzaba despacio y, con la cabeza gacha, ascendía poco a poco los peldaños de piedra. Los hombres, inquietos, se mostraban alerta. Desde que Iida y el clan Tohan fueran derrotados, la campiña estaba atestada de soldados sin amo que, reticentes a jurar nuevas alianzas, habían optado por convertirse en bandoleros.

El caballo era robusto y se encontraba en buenas condiciones y, a pesar del calor y de las dificultades del camino, su pelaje apenas había oscurecido por el sudor cuando pararon de nuevo en una pequeña posada situada en lo alto de un puerto de montaña. Era algo más tarde del mediodía. Los criados se llevaron a los caballos para darles de comer y beber; los soldados se acomodaron a la sombra de los árboles que rodeaban el pozo, y una anciana extendió colchones sobre la estera de una de las habitaciones para que Kaede y Shizuka pudieran descansar una o dos horas.

Kaede yacía sobre el colchón, satisfecha por poder desentumecer los músculos. La luz de la estancia era débil y mostraba un tinte verdoso. Enormes cedros evitaban que penetraran por la ventana los intensos rayos del sol. Desde la distancia, Kaede escuchaba el refrescante murmullo de un manantial; también oía las voces de los hombres, que hablaban en voz baja y, de cuando en cuando, se echaban a reír. También acertaba a escuchar cómo Shizuka hablaba con alguien en la cocina. Al principio, su voz sonaba alegre y desenfadada, y la joven se alegró de que su acompañante estuviera recuperando el ánimo; pero al poco tiempo el tono disminuyó en intensidad, y la persona a la que le hablaba respondió de la misma forma. Kaede no llegó a oír lo que estaban diciendo.

Pasado un rato, la conversación cesó. Shizuka entró en la habitación y se tumbó junto a Kaede.

—¿Con quién estabas charlando?

Shizuka giró la cabeza para poder hablarle al oído.

—Uno de mis primos trabaja aquí.

—Tienes primos en todas partes.

—Es lo habitual en la Tribu.

Kaede permaneció en silencio unos instantes. Después dijo:

—¿No hay nadie que sospeche vuestra identidad y quiera...?

—¿Quiera qué?

—No sé... librarse de vosotros.

Shizuka soltó una carcajada.

—Nadie se atreve. Nosotros tenemos muchas más formas de librarnos de ellos. A ciencia cierta, nadie sabe nada sobre la Tribu. Algunos sospechan; pero ya te habrás dado cuenta de que mi tío Muto Kenji y yo misma somos capaces de adquirir múltiples apariencias. Es difícil reconocer a los miembros de la Tribu y, además, contamos con otras muchas habilidades.

—¡Cuéntame más cosas sobre la Tribu! -Kaede estaba fascinada por ese otro mundo que yacía bajo el que ella conocía.

—Puedo contarte algo; pero no te lo puedo desvelar todo. Hablaremos más tarde, cuando nadie pueda oírnos.

Un cuervo sobrevoló la posada lanzando un sonoro graznido.

Entonces, Shizuka intervino:

—Mi primo me ha informado sobre dos asuntos. En primer lugar, Takeo no ha salido de Yamagata. Arai ha ordenado que la carretera permanezca vigilada por grupos de búsqueda y guardias. Seguro que le mantienen escondido en algún lugar de la ciudad.

El cuervo graznó de nuevo.

"Tal vez hoy hayamos pasado junto a su escondite", pensó Kaede, quien, tras una larga pausa, preguntó:

—¿Cuál es el segundo asunto?

—Puede que ocurra un accidente en la carretera.

—¿Y quién sufriría ese accidente?

—Yo. Por lo visto Arai quiere librarse de mí, como tú dices. Ha planeado mi muerte como un hecho fortuito, un ataque de bandoleros o algo parecido. No puede soportar que yo siga con vida, pero tampoco quiere ofenderte a ti.

—Tienes que huir -la voz de Kaede adquirió un tono de angustia-. Mientras permanezcas conmigo, Arai sabrá dónde encontrarte.

—Shhh... -advirtió Shizuka-. Te lo estoy contando para que no hagas ninguna tontería.

—¿Qué tontería podría hacer yo?

—Utilizar tu cuchillo, intentar defenderme...

—Eso es justo lo que haría -replicó Kaede.

—Ya lo sé; pero tu valentía y tu destreza deben permanecer ocultas. Alguien que viaja con nosotros me protegerá; puede que más de una persona. Deja que sean elles los que luchen.

—¿De quién se trata?

—¡Si lo averiguas, mi señora, recibirás un regalo! -exclamó Shizuka con tono desenfadado.

—¿Qué fue de tu corazón herido? -preguntó Kaede con curiosidad.

—La rabia me ayudó a curarlo -respondió Shizuka. Entonces, más seriamente, continuó-: Es posible que nunca vuelva a amar a un hombre como le amé a él; pero no he hecho nada de lo que tenga que avergonzarme. No soy yo quien ha actuado de manera innoble. En el pasado yo estaba ligada a él como si fuera un rehén; al apartarme de su lado, él mismo me ha liberado.

—Debes abandonarme -insistió Kaede.

—¿Cómo puedo abandonarte ahora? Me necesitas más que nunca.

Kaede permaneció inmóvil.

—¿Por qué más que nunca?

—Señora, tienes que saberlo. Tu menstruación se ha retrasado, tu cutis se ha hecho más suave y tu cabello está más espeso. Las náuseas, los repentinos ataques de hambre... -la voz de Shizuka era cariñosa y denotaba una profunda lástima.

El corazón de Kaede comenzó a latir a toda velocidad. Sentía en su interior toda la fuerza de esta revelación, pero no se atrevía a enfrentarse a ella.

—¿Qué será de mí?

—¿Quién es el padre? No será Iida...


Maté a Iida antes de que pudiera forzarme. Si es cierto que estoy embarazada, sólo puede ser de Takeo.

—¿Cuándo...? -susurró Shizuka.

—La noche que Iida murió Takeo vino a mi habitación. Ambos estábamos seguros de que íbamos a morir.

Shizuka lanzó un suspiro.

—A veces pienso que Takeo tiene un punto de locura.

—No es locura. Más bien se trata de magia -replicó Kaede-. Es como si desde que nos conocimos en Tsuwano hubiéramos estado atrapados por un hechizo.

—Mi tío y yo somos los culpables, la verdad. Nunca debimos permitir que os conocieseis.

—Ni vosotros ni nadie podría haberlo impedido -sentenció Kaede, sin poder evitar que un hormigueo de júbilo le recorriera el cuerpo.

—Si se tratase del hijo de Iida, yo sabría cómo actuar -terció Shizuka-. No dudaría un instante. Puedo enseñarte métodos para interrumpir el embarazo... Pero el hijo de Takeo es de mi familia y lleva mi propia sangre.

Kaede permaneció en silencio. "Es posible que mi hijo herede los poderes de Takeo", reflexionó. "Esos poderes que le hacen tan valioso. Todos han querido utilizarle para sus propios fines, pero yo le amo por sí mismo. Nunca me desharé de su hijo, ni jamás permitiré que la Tribu me lo arrebate. ¿Sería Shizuka capaz de intentarlo? ¿Sería capaz de traicionarme?".

La joven permaneció callada durante tanto tiempo que Shizuka se incorporó para ver si se había quedado dormida; sin embargo, los ojos de Kaede estaban abiertos y miraban fijamente la luz verdosa que resplandecía más allá del umbral.

—¿Cuánto tiempo me durarán las náuseas? -preguntó.

—No mucho. Además, el embarazo no se notará hasta pasados dos o tres meses.

—Veo que entiendes de estos asuntos. Tienes dos hijos, ¿no es así?

—Sí. Son hijos de Arai.

—¿Dónde están?

—Con mis abuelos. Él desconoce su paradero.

—¿No se interesa por ellos?

—Les prestó atención hasta que se casó y su esposa legítima le dio un hijo varón -contestó Shizuka-. Entonces, como mis hijos son mayores, Arai comenzó a considerarlos como una amenaza para su heredero. Yo me percaté de sus recelos y los llevé a una aldea remota que sirve de escondite a la familia Muto. Es preciso que Arai nunca averigüe dónde se encuentran.

A pesar del calor, un escalofrío recorrió el cuerpo de Kaede.

—¿Crees que sería capaz de hacerlos daño?

—No sería la primera vez que un señor, un guerrero, actuase de esa manera -respondió Shizuka con amargura.

—Tengo miedo de la reacción de mi padre -admitió Kaede-. ¿Qué será de mí?

Shizuka susurró:

—Imagina que el señor Shigeru, temiendo la traición de Iida, hubiera insistido en que os casarais en secreto en Terayama el día que visitamos el templo. Tu pariente, la señora Maruyama, y Sachie, su acompañante, habrían sido testigos de la boda; pero ambas han muerto.

—No puedo engañar a todos de esa forma... -negó Kaede.

Shizuka la interrumpió.

—No hace falta que digas nada. La boda se ha mantenido oculta en todo momento. Tan sólo respetas la voluntad de tu difunto esposo. Yo haré que se sepa como por casualidad. Verás cómo estos hombres son incapaces de guardar un secreto.

—¿Y los documentos? No tenemos pruebas...

—Se perdieron durante la caída de Inuyama junto al resto de tus pertenencias. Shigeru será el padre. Si la criatura es un varón, pasará a ser el heredero de los Otori.

—Todo eso está demasiado lejano en el tiempo como para pensarlo ahora -cortó Kaede con rapidez-. No tientes al destino.

La joven señora tenía en mente el hijo no nacido de Shigeru, aquel que había perecido silenciosamente dentro del vientre de su madre en las aguas del río de Inuyama. Kaede elevó una plegaria para que el espíritu de aquel pequeño no sintiera celos y su propia criatura lograra sobrevivir.

* * *

Antes de concluir la semana, las náuseas habían remitido en cierta medida. Los pechos de Kaede aumentaron de tamaño, le dolían los pezones y empezó a sentir un apetito insaciable en los momentos más inesperados. Por lo demás, se encontraba bien, incluso mejor de lo que nunca se había encontrado en toda su vida. Sus sentidos se agudizaron, como si la criatura compartiera sus poderes con ella. Con gran sorpresa, cayó en la cuenta de que la información secreta aireada por Shizuka había llegado a los hombres, pues, uno a uno, empezaron a llamarla "señora Otori", en voz baja y mirándola de soslayo. La situación incomodaba a Kaede, pero ésta no tenía más remedio que seguirles la corriente.

Kaede observaba atentamente a los hombres e intentaba discernir quién de ellos sería el miembro de la Tribu con la misión de proteger a Shizuka cuando llegase el momento. Ésta había recobrado su alegría, y reía y bromeaba con todos ellos por igual; todos respondían con distintas reacciones, que iban desde la estima hacia la muchacha hasta el deseo por ella. Pero ninguno parecía vigilarla especialmente.

Puesto que apenas miraban a Kaede directamente, los hombres no podían imaginar lo bien que ésta había llegado a conocerlos. Los distinguía por su forma de andar o por su voz, a veces incluso por su olor. Otorgó apodos a cada uno de ellos: Cicatriz, Bizco, Silencioso, Brazo Largo...

Brazo Largo olía al aceite picante que los hombres solían utilizar para sazonar el arroz. Tenía la voz grave y su acento era tosco. Hacía gala de una actitud que a Kaede le resultaba un tanto insolente, una especie de ironía que a ella la irritaba. De constitución media, tenía la frente amplia. Sus ojos eran saltones, de un negro tan intenso que parecían carecer de pupilas; acostumbraba a entornarlos, para después resoplar por la nariz a la vez que movía la cabeza. Tenía los brazos anormalmente largos y las manos grandes. Si alguno de los hombres fuera a asesinar a Shizuka, sin duda sería él.

* * *

Durante la segunda semana, una tormenta repentina obligó a la comitiva a detenerse en una pequeña aldea. Confinada a causa de la lluvia en una estrecha e incómoda habitación, Kaede se sentía inquieta. Los pensamientos sobre su madre la atormentaban; cuando la buscaba en su memoria, tan sólo encontraba oscuridad. Intentaba recordar el rostro de su progenitora, pero le resultaba imposible. Tampoco lograba acordarse del aspecto de sus hermanas. La más joven debía de rondar los nueve años. Si su madre, como Kaede temía, hubiera muerto, tendría que ocupar su lugar y ser una madre para ellas. Tendría que hacerse cargo de la casa, supervisar las labores de la cocina, la limpieza, la elaboración de tejidos o la costura, es decir, las tareas propias de las mujeres que las niñas aprendían de sus madres, tías y abuelas. Kaede no sabía nada de estos menesteres. Cuando estuvo en calidad de rehén con los Noguchi, éstos no la habían educado en absoluto. Apenas le enseñaron nada; todo lo que aprendió fue a sobrevivir por sí misma entre los muros del castillo, mientras corría de un lado a otro, como una criada, a las órdenes de los soldados. Kaede se daba cuenta de que había llegado el momento de aprender tales quehaceres domésticos. El hijo que llevaba en su vientre le aportaba sentimientos y sensaciones que nunca antes había experimentado, como el instinto de cuidar de los suyos. Entonces, recordó a los lacayos Shirakawa: Shoji Kiyoshi, Amano Tenzo... que acompañaron a su padre cuando éste fue a visitar a Kaede al castillo de los Noguchi. También se detuvo a pensar en las criadas de la residencia familiar, como Ayame, a la que Kaede había añorado casi tanto como a su propia madre cuando tuvo que abandonar su hogar a la edad de siete años. ¿Viviría aún Ayame? ¿Se acordaría todavía de la niña a la que un día cuidó? Kaede regresaba a casa supuestamente casada y viuda; otro hombre había fallecido por su causa y, además, estaba embarazada. ¿Cómo la recibirían sus padres?

El retraso en el viaje también irritaba a los hombres. Kaede percibía que estaban ávidos por concluir su fastidioso cometido y ansiosos por regresar a las batallas, que constituían su verdadero trabajo, su vida entera. Querían tomar parte en las victorias de Arai sobre los Tohan que estaban produciéndose en el este, y detestaban encontrarse en el oeste, al cuidado de dos mujeres.

Other books

Ablaze by Tierney O'Malley
The God Particle by Daniel Danser
Lessons in French by Laura Kinsale
Dead Water by Tim O'Rourke
The Hamilton Case by Michelle de Kretser
Azar Nafisi by Reading Lolita in Tehran