¡Cómo Molo!

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Authors: Elvira Lindo

Tags: #Humor, Infantil y juvenil

BOOK: ¡Cómo Molo!
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En sus otros libros –Manolito Gafotas y Pobre Manolito– nos adelantó parte de su vida.

Ahora vuelve con más entusiasmo si cabe, pues Manolito Gafotas está de vacaciones. Y eso es decir mucho porque para Manolito el verano mola un pegote. Pero como todo lo bueno se acaba, llegará septiembre con el nuevo curso y… ¡alucina! ¡El Imbécil irá al cole! Manolito intentará ayudar a la profesora de su hermano en su difícil educación.

No le importará porque… ¡es tan guapa!

Elvira Lindo

¡Cómo molo!

Manolito Gafotas - 3

ePUB v1.0

nalasss
29.07.12

Título original:
¡Cómo molo!

Elvira Lindo, 1996.

Ilustraciones: Emilio Urberuaga

Editor original: nalasss (v1.0)

ePub base v2.0

A Laura San José, para que su sonrisa sea siempre tan bonita, y a Cesítar Lindo Junior, para que se acuerde de mí desde tan lejos.

El otro día estábamos jugando a un rescate en un
descampao
que hay al lado de la cárcel de Carabanchel, cuando un coche paró con un frenazo tan brutal que le patinaron las cuatro ruedas. Yo pensé lo normal, que venían a secuestrarnos, a robarnos o a comprar nuestro silencio. Por si acaso, me puse detrás del Imbécil porque a mí el instinto de supervivencia es un instinto que me funciona a las mil maravillas, y hago lo que sea por salvar mi propio pellejo en situaciones difíciles. Todos nos quedamos paralizados: Yihad, Arturo Román, Paquito Medina, el Orejones… Sólo se oía el chupete del Imbécil, porque cuando se pone nervioso acelera el ritmo de chupeteos por minuto.

Entre el polvo que habían levantado las ruedas al frenar nos pareció ver a un enano que se bajaba del coche. Comprenderás que nuestros ojos estaban a punto de salirse de nuestras respectivas órbitas. Cuando salió el enano de la nube de polvo resultó que no era un enano, era un niño. Se quedó enfrente de nosotros sin saber qué decir. Luego salió un hombre que sería su padre y le dijo:

—Venga, llevamos toda la mañana buscándolo y ahora te vas a quedar callado.

¿Buscando a quién?, se preguntaron todas nuestras mentes. El niño por fin se atrevió a hablar:

—Estoy buscando a Manolito Gafotas.

Todos mis amigos me señalaron. El Imbécil se sacó el chupete y me señaló también. Ellos son como yo, su instinto de supervivencia también está muy desarrollado, y son capaces de entregar, al primer desconocido que pase, a su mejor amigo o a su hermano si es preciso. Como yo al mío. Y no es por falta de cariño, es que el famoso instinto de supervivencia empieza por uno mismo.

De todas formas, era fácil adivinar que yo era el Gafotas, teniendo en cuenta que soy el único en mi panda que lleva gafas.

—Es que he leído el libro sobre tu vida,
Pobre Manolito, y
tengo algunas dudas —dijo el niño, y se sacó un papel del bolsillo.

Las dudas del niño eran las siguientes:

  1. ¿Por qué llamas al Imbécil el Imbécil?

  2. ¿Desde cuándo llevas gafas?

  3. ¿Nunca nadie te ha defendido de los ataques del chulito de Yihad?

  4. ¿Cuál es el verdadero nombre del Orejones López?

  5. ¿Por qué llamáis al parque el del Árbol del Ahorcado?

  6. ¿Por qué es Bernabé tu padrino? ¿Por qué la Luisa manda tanto en tu casa?

  7. ¿Por qué la Susana se llama Bragas-sucias?

  8. ¿La fábrica de salchichas Oscar Mayer pertenece al padre del niño que va a tu clase?

  9. ¿Por qué si el Orejones es tu mejor amigo dices que es un cerdo-traidor?

  10. ¿Podrías explicar mejor qué es eso de una colleja de efecto retardado?

  11. ¿Cuándo se compró tu abuelo su primera dentadura postiza?

  12. ¿Cómo consiguió Jessica la ex gorda adelgazar?

  13. ¿Por qué tu padre nunca está en casa?

  14. ¿La Luisa compró a la
    Boni
    o se la encontró en un basurero?

No sigo porque el niño aquel se había traído lo menos cincuenta preguntas. El niño aquel era de otro barrio y había venido al mío sólo para disipar sus terribles dudas, bueno, y porque tenía una tía en Carabanchel (Alto), que todo hay que decirlo. Yo le dije al niño aquel que lo mejor que podía hacer era leerse el primer tomo de mi biografía y que pronto podría leerse el tercero, que es éste, por cierto. También le dije que había preguntas que ni yo ni nadie podía contestar, como por qué la Susana lleva siempre las bragas sucias, porque ése es el tipo de preguntas a las que ni los científicos de todo el mundo han podido dar respuesta. Entonces Yihad, que estaba verde de envidia incontenible porque yo fuera el protagonista por una vez en la historia, le dijo al niño aquel:

—Nadie tiene la obligación de leerse todos los libros del Gafotas, yo con verle el careto ya tengo bastante.

El niño aquel dijo:

—¿Éste es Yihad?

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó el Orejones, que es un poco lento en su coordinación mental.

—Y tú eres el Orejones.

—¡Tiene poderes de adivinación! —dijo ahora el Orejones. Yo creo que todavía no sabe por qué le llamamos Orejones.

—El que lleva la camiseta del Rayo Vallecano es Paquito Medina —siguió diciendo el niño adivinador.

El Imbécil abrió la boca de par en par de tanta admiración como estaba sintiendo, y el chupete se le cayó al suelo. Lo limpió con mi pantalón y se lo volvió a meter en la boca.

—Y éste es tu hermano, Manolito, el…

—El nene —le interrumpió el Imbécil.

—Es que sólo le gusta que le llame Imbécil yo, que soy su hermano y su líder.

—¿Y éste quién es? —preguntó el niño señalando a Mostaza.

—Es Mostaza, mi nuevo amigo de toda la vida. En el tercer libro hay un capítulo dedicado a él.

—Mostaza tiene mucho morro, llega el último y sale más que ninguno —se quejó Arturo Román.

El niño adivinador también supo que el que había hablado era Román, que siempre se está quejando de lo mismo. Me dijo que le hubiera gustado mucho conocer a mi abuelo, ver si era tan cachondo como yo contaba, comprobar si a Bernabé se le notaba tanto el peluquín como yo decía, si era verdad que la Luisa y la
Boni
(su perra) se parecían como dos gotas de agua, si las collejas de mi madre superaban en maestría a las de la suya, y sobre todo le hubiera molado tres
kilotes
de oro que mi padre le montara en el gran camión
Manolito,
de noche, con los faros encendidos, y tocar la bocina atronadora. Pero el padre del niño misterioso le gritó desde el coche que se le hacía tarde. Antes de irse me dijo:

—En el próximo libro podrías hacer una lista con los nombres de todos los personajes y contando quiénes son, para que uno no se líe. Adiós, amigo.

El padre acercó el coche hasta nosotros y levantó otra polvareda. El amigo desconocido desapareció entre el humo y el coche arrancó tan rápidamente que hay veces que con el tiempo hemos llegado a pensar que fue una aparición sobrenatural, uno de esos fenómenos paranormales que tanto se dan en Carabanchel Alto y que traen hasta nuestro barrio a estudiosos con perilla de todo el mundo.

Gracias a mi amigo sin nombre me di cuenta de que desde que cuento mi vida tengo muchísimos más amigos de los que nunca hubiera podido imaginar, aunque no haya visto sus caras ni sepa sus nombres.

He escrito la lista que me pidió. Paquito Medina me ayudó a hacerla y me dijo que se llama «árbol genealógico», que es una cosa que hacen los reyes o gente, como yo, con interés histórico.

En la rama dedicada a los colegas hay un sitio libre para ti, para que escribas tu nombre y te dibujes o pongas una foto pequeña. Mi lema es que los mejores amigos son los que todavía están por conocer.

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