Cuando el cacao ya está tostado como se indicó, se limpia utilizando un cedazo para separar la cáscara del grano. Debajo del metate donde se ha de moler, se pone un cajete con buena lumbre y cuando ya está caliente el metate, se procede a moler el grano. Se mezcla entonces con el azúcar, machacándolo con un mazo y moliendo las dos cosas juntas. En seguida se divide la masa en trozos. Con las manos se moldean las tablillas, redondas o alargadas, según el gusto, y se ponen a orear. Con la punta de un cuchillo se le pueden señalar las divisiones que se deseen.
Mientras Tita daba forma a las tablillas, añoró con tristeza los días de Reyes de su infancia, en los que no tenía problemas tan serios. Su mayor preocupación en esa época era que los Santos Reyes nunca le traían lo que ella pedía, sino lo que Mamá Elena pensaba que sería lo más adecuado para ella. Hasta hacía algunos años no se había enterado de que la causa por la que en una sola ocasión sí recibió el regalo esperado fue porque Nacha se pasó algún tiempo ahorrando de su salario para comprarle un «cinito» que había visto en el aparador de una tienda. Le llamaban
cinito
, por ser un aparato qué proyectaba imágenes en la pared utilizando un quinqué de petróleo como fuente de luz, dando un efecto parecido al del cine, pero su nombre verdadero era el de «zootropo». Qué enorme felicidad le proporcionó verlo junto a su zapato, al despertarse por la mañana. Cuántas tardes gozaron ella y sus hermanas viendo las imágenes en secuencia que venían dibujadas en tiras de cristal, y que representaban diferentes situaciones de lo más divertidas. Qué lejos le parecían ahora esos días de felicidad, cuando Nacha estaba a su lado. ¡Nacha! Extrañaba su olor a sopa de fideos, a chilaquiles, a champurrado, a salsa de molcajete, a pan con natas, a tiempos pasados. ¡Por siempre serían insuperables su sazón, sus atoles, sus tés, su risa, sus chiqueadores en las sienes, su manera de trenzarle el pelo, de arroparla por las noches, de cuidarla en sus enfermedades, de cocinarle sus antojos, de batir el chocolate! ¡Si pudiera volver un solo momento a aquella época para traerse de regreso un poco de la alegría de esos instantes y poder preparar la rosca de Reyes con el mismo entusiasmo que entonces! Si pudiera comerla más tarde con sus hermanas como en los viejos tiempos, entre chanzas y bromas, cuando aún no tenían que disputarse Rosaura y ella el amor de un hombre, como cuando ella aún ignoraba que le estaba negado el matrimonio en esta vida, como cuando Gertrudis no sabía que huiría de la casa y trabajaría en un burdel, como cuando al sacarse el muñeco de la rosca se tenía la esperanza de que lo que se deseara se cumpliría milagrosamente al pie de la letra. La vida le había enseñado que la cosa no era tan fácil, que son pocos los que pasándose de listos logran realizar sus deseos a costa de lo que sea, y que obtener el derecho de determinar su propia vida le iba a costar más trabajo del que se imaginaba. Esta lucha la tendría que dar sola, y esto le pesaba. ¡Si al menos estuviera a su lado Gertrudis, su hermana! Pero parecía más probable que un muerto volviera a la vida que Gertrudis regresara a la casa.
Nunca habían vuelto a recibir noticias de ella, desde que Nicolás le había hecho entrega de su ropa, en el burdel donde había ido a caer. En fin, dejando orear al lado de sus recuerdos las tablillas de chocolate que acababa de terminar, se dispuso a preparar la rosca de Reyes.
INGREDIENTES:
30 g de levadura fresca
1 ¼ kg. de harina
8 huevos
2 cucharadas de agua de azahar
1 ½ tazas de leche
300 g de azúcar
300 g de mantequilla
250 g de frutas cubiertas
1 muñeco de porcelana
Manera de hacerse
:
Con las manos, o utilizando un tenedor se desbarata la levadura en un cuarto de kilo de harina, agregándole poco a poco media taza de leche tibia. Cuando están bien incorporados los ingredientes se amasan un poco y se dejan reposar en forma de bola, hasta que la masa crezca el doble de su tamaño.
Justo cuando Tita ponía la masa a reposar, Rosaura hizo su aparición en la cocina. Venía a pedirle su ayuda para poder llevar a cabo la dieta que John le había recetado. Desde hacía unas semanas tenía graves problemas digestivos, sufría de flato y mal aliento. Rosaura se sintió tan apenada por estos trastornos que inclusive tuvo que tomar la decisión de que Pedro y ella durmieran en recámaras separadas. De esta manera aminoraba un poco su sufrimiento al poder desalojar ventosidades a su antojo. John le había recomendado abstenerse de alimentos tales como raíces y legumbres y realizar un activo trabajo corporal. Esto último se le dificultaba por su excesiva gordura. No se explicaba por qué desde que regresó nuevamente al rancho había empezado a engordar tanto, pues seguía comiendo lo mismo de siempre. El caso es que le costaba un trabajo enorme poner en movimiento su voluminoso y gelatinoso cuerpo. Todos estos males le estaban acarreando infinidad de problemas, pero el más grave era que Pedro se estaba distanciando de ella cada día más. No lo culpaba: ni ella misma soportaba su pestífero vaho. Ya no podía más.
Era la primera vez que Rosaura se abría, de capa con Tita y trataba estos temas con ella. Inclusive le confesó que no se le había acercado antes por los celos que le tenía. Pensaba que entre ella y Pedro había una relación amorosa, latente, escondida bajo las apariencias. Pero ahora que veía lo enamorada que estaba de John, y lo cercano de su matrimonio con él, se había dado cuenta de lo absurdo que era seguir guardando este tipo de recelos. Confiaba en que aún era tiempo para que entre ellas surgiera una buena comunicación. ¡La verdad, la relación Rosaura Tita hasta ahora había sido como la del agua en aceite hirviendo! Con lágrimas en los ojos le rogó que por favor no le guardara rencor por haberse casado con Pedro. Y le pidió su consejo para recuperarlo. ¡Como si ella estuviera para darle ese tipo de consejos! Con pena, Rosaura le comentó que Pedro tenía muchos meses de no acercársele con intenciones amorosas. Prácticamente la rehuía. Esto no le preocupaba mucho, pues Pedro nunca había sido muy dado a los excesos sexuales. Pero últimamente no sólo eso, sino que detectaba en sus actitudes un abierto rechazo a su persona. Es más, podía precisar exactamente desde cuándo, pues lo recordaba perfectamente. Fue la noche en que el fantasma de Mamá Elena había empezado a aparecer. Ella estaba despierta, esperando que Pedro regresara de un paseo que había salido a dar. Cuando regresó, casi no le prestó atención a su historia del fantasma, estaba como ausente. Durante la noche ella había tratado de abrazarlo, pero él, o estaba muy dormido o fingió estarlo, pues no reaccionó a sus insinuaciones. Más tarde lo había escuchado llorar quedamente y ella a su vez había fingido no oírlo. Sentía que su gordura, su flato y su mal aliento definitivamente estaban alejando a Pedro de su lado cada día más y no le veía solución. Le pedía por lo tanto su ayuda. La necesitaba como nunca y no tenía a nadie más a quien recurrir. Su situación cada día era más grave. No sabría cómo reaccionar al «qué dirán» si Pedro la abandonaba, no lo resistiría. El único consuelo que le quedaba era que al menos tenía a su hija Esperanza, ella tenía la obligación de estar a su lado para siempre.
Hasta este momento todo iba muy bien, las primeras palabras de Rosaura habían causado estragos en la conciencia de Tita, pero en cuanto escuchó por segunda ocasión cuál sería el destino de Esperanza tuvo que hacer un soberano esfuerzo por no gritarle a su hermana que esta idea era la más aberrante que había escuchado en toda su vida. No podía iniciar en estos momentos una discusión entre ellas que diera al traste con la buena voluntad que sentía de compensar a Rosaura del daño que le estaba causando. Así que en lugar de externar sus pensamientos, le prometió a su hermana prepararle una dieta especial para ayudarla a bajar de peso. Y amablemente le proporcionó una receta de familia contra el mal aliento: « El mal aliento tiene su origen en el estómago y son varias las causas que contribuyen a ello. Para hacerlo desaparecer debe principiarse por gargarismos de agua salada, sorbiéndola al propio tiempo por las narices, mezclada con algunas gotas de vinagre de alcanfor pulverizado. Paralelamente hay que masticar continuamente hojas de menta. El plan propuesto, seguido con constancia, es capaz por si solo de purificar el aliento más pestilente».
Rosaura le agradeció infinitamente su ayuda y rápidamente salió a la huerta a recoger hojas de menta, no sin antes suplicarle absoluta discreción en este delicado asunto. El rostro de Rosaura reflejaba un gran alivio. En cambio Tita estaba destruida. ¡Qué era lo que había hecho! ¿Cómo resarcir el daño a Rosaura, a Pedro, a ella misma, a John? ¿Con qué cara lo iba a recibir dentro de unos días, cuando regresara de su viaje? John, la persona a quien sólo tenía cosas que agradecer, John, el que la había vuelto a la cordura, John el que le había mostrado el camino a la libertad. John, la paz, la serenidad, la razón. ¡Verdaderamente él no se merecía esto! ¿Qué decirle, qué hacer? Por lo pronto lo mejor era que continuara preparando la rosca de Reyes, pues la masa con levadura que había dejado reposando mientras platicaba con Rosaura ya estaba lista para el paso siguiente.
Con el kilo de harina se forma una fuente sobre la mesa. En el centro se ponen todos los ingredientes y se van amasando empezando por los del centro y tomando poco a poco la harina de la fuente, hasta que se incorpora toda. Cuando la masa que contiene la levadura ha subido al doble de su tamaño, se mezcla con esta otra masa, integrándolas perfectamente, hasta el punto en que se desprendan de las manos con toda facilidad. Con una raspa se quita la masa que se va quedando pegada en la mesa, para integrarla también. Entonces se vacía la masa en un recipiente hondo, engrasado. Se tapa con una servilleta y se espera a que suba nuevamente al doble de su tamaño. Hay que tener en cuenta que la masa tarda aproximadamente dos horas en duplicar su tamaño y es necesario que lo haga tres veces, antes de poder meterla al horno.
Cuando Tita estaba cubriendo con una servilleta la vasija donde puso a reposar la masa, una fuerte ráfaga de viento azotó la puerta de la cocina abriéndola de par en par y permitiendo que un frío helado la invadiera. La servilleta voló por los aires y un gélido estremecimiento recorrió la espalda de Tita. Giró su cuerpo y asombrada quedó frente a frente con Mamá Elena que la miraba duramente.
—Te dije muchas veces que no te acercaras a Pedro. ¿Por qué lo hiciste?
—… Yo lo intenté mami… pero…
—¡Pero nada! ¡Lo que has hecho no tiene nombre! ¡Te has olvidado de lo que es la moral, el respeto, las buenas costumbres! No vales nada, eres una cualquiera que no se respeta ni a sí misma. ¡Has enlodado el nombre de toda mi familia, desde el de mis antepasados, hasta el de esa maldita criatura que guardas en las entrañas!
—¡No! ¡Mi hijo no está maldito!
—¡Sí lo está! ¡Lo maldigo yo! ¡A él y a ti, para siempre!
—No, por favor.
La entrada de Chencha en la cocina hizo que Mamá Elena diera media vuelta y saliera por la misma puerta por donde había entrado.
—Cierra la puerta, niña,
¿no ves el frío qui’ace?
Últimamente te veo muy despatoladota.
¿Pos qué tráis pues’n?
Nada. No le pasaba nada más que tener un mes de atraso en su menstruación, la sospecha de estar embarazada; tener que decírselo a John en cuanto regresara para casarse con ella, tener que cancelar ese matrimonio, tener que abandonar ese rancho si es que quería tener a su hijo sin problemas, tener que renunciar para siempre a Pedro, pues no podía hacerle más daño a Rosaura. ¡Sólo eso le pasaba! Pero no se lo podía decir. De hacerlo, con lo chismosa que era Chencha, al otro día todo el pueblo lo sabría. Prefirió no darle ninguna respuesta y cambiarle el tema sin más ni más, tal y como Chencha se lo hacía a ella cuando la sorprendía en alguna falta.
—¡Qué barbaridad! La masa ya está desbordándose. Déjame terminar la rosca, o nos va a caer la noche encima sin haber terminado.
Aún no se estaba desbordando la masa de la vasija donde la había puesto a reposar, pero era el pretexto ideal para distraer la atención de Chencha hacia otro asunto.
Cuando la masa ya dobla su tamaño por segunda vez, se vacía sobre la mesa y se hace una tira con ella. En medio se le ponen, si se desea, algunas frutas cubiertas en trozos. Si no, solamente el muñeco de porcelana, al azar. Se enrolla la tira metiendo una punta en la otra. Se pone sobre una lámina engrasada y enharinada con la unión hacia abajo. Se le da la forma de rosca, dejando bastante espacio entre la misma y la orilla de la lámina, pues todavía va a doblar su tamaño una vez más. Mientras tanto se enciende el horno para mantener una temperatura agradable en la cocina, hasta que termine de esponjarse la masa.
Antes de introducir el muñeco de porcelana en la rosca, Tita lo observó detenidamente. Según la tradición, la noche del 6 de enero se parte la rosca y la persona que saca el muñeco que viene escondido dentro de ella queda obligado a celebrar una fiesta el 2 de febrero, día de la Candelaria, cuando hay que levantar del nacimiento al niño Jesús. Desde que eran muy niñas esta tradición se había convertido en una especie de competencia entre ella y sus hermanas. Se consideraba muy afortunada a la que tenía la suerte de quedarse con el muñeco. Por la noche podría pedir un deseo apretándolo fuertemente con las dos manos.
Observando detenidamente las delicadas formas del muñeco, pensaba lo fácil que era desear cosas durante la niñez. Entonces no hay imposibles. Cuando uno crece se da cuenta de todo lo que no se puede desear porque es algo prohibido, pecaminoso. Indecente.
¿Pero qué es la decencia? ¿Negar todo lo que uno quiere verdaderamente? Ojalá que nunca hubiera crecido, ni conocido a Pedro, ni tuviera que desear no estar embarazada de él. Ojalá que su madre dejara de atormentarla, de toparse con ella por todos los rincones y de gritarle lo indigno de su proceder. ¡Ojalá que Esperanza se casara, sin que Rosaura lo pudiera impedir y nunca conociera de estas angustias y dolores! ¡Ojalá que esta niña tuviera la fuerza que había tenido Gertrudis para huir de la casa, en caso de ser necesario! ¡Ojalá que Gertrudis regresara a casa, para darle a Tita el apoyo que tanto necesitaba en estos momentos! Pidiendo estos deseos introdujo el muñeco en la rosca y la dejó sobre la mesa, para que siguiera aumentando su tamaño.