La Liga Antivampiros aspiraba a retomar las cacerías de seres sobrenaturales.
Se acerca la noche de Halloween, y los problemas de Anita Blake se amontonan: en plena temporada alta para la reanimación de zombis, la policía requiere su ayuda en la investigación de un crimen vampírico. Asimismo, recibe la visita de Edward, un asesino implacable de seres sobrenaturales, que quiere que le revele la identidad del amo de los vampiros de la ciudad… Lo mismo que pretendían los representantes de un grupo extremista que habían ido a verla al despacho. De pronto, todos quieren saber dónde está el escondite diurno de Jean-Claude y acabar con él. En teoría, eso es lo que más desea ella, puesto que se niega a ser la sierva humana del vampiro. ¿O no era eso?
Anita no es de las que creen que el único monstruo bueno sea el monstruo muerto, pero la insistencia de Jean-Claude por seducirla, por muchas reacciones que le provoque, sigue pareciéndole repulsiva. Sin embargo, cuando la vida del vampiro está en sus manos, la asaltan las dudas: ¿es posible enamorarse de un monstruo?
Circo de los Malditos
muestra una nueva galería de los seres sobrenaturales que pueblan un San Luis siniestro y seductor, el marco y la principal seña de identidad de la serie: una ciudad que ha integrado la presencia de vampiros y demás seres sobrenaturales en su industria turística.
Atrévete a presenciar un duelo a muerte entre los maestros vampiros de San Luis.
Laurell K. Hamilton
Circo de los Malditos
Anita Blake, cazavampiros - 3
ePUB v1.2
Tammy_Baker05.07.12
Título original:
Circus of the Damned
Laurell K. Hamilton, 1995
Traducción: Natalia Cervera
Ilustración de cubierta: Alejandro Terán
Ediciones Gigamesh
Editor original: Tammy_Baker (v1.0 a v1.2)
ePub base v2.0
Qué puedo decir más que… ¡por fin!
Circo de los Malditos
, ¡aleluya! Ya tenía las puntas de los dedos despellejadas de tanto morderme las uñas mientras esperaba a que saliera la siguiente entrega de Anita Blake. Y es que si hay alguien que se haya leído
Placeres Prohibidos
y
El Cadáver Alegre
, y no estuviese rabiando por no poder leer aún
Circo de los Malditos
, es que, sencillamente, no tiene más que horchata en las venas.
La serie de Laurell K. Hamilton es algo más que novela negra sobrenatural; es más que vampiros guayones y buenorros salidos de las fantasías blandiporno de toda la vida. Es Anita Blake.
Con catorce años descubrí a Jan Dorvin, de la trilogía Los Señores del Cielo. Han tenido que pasar casi veinte para que, por fin, encontrara otra protagonista femenina de verdad, no una mera comparsa del héroe de turno. ¿Qué mujer va por ahí diciendo «Córcholis» o «Repámpanos, me he roto una uña, ven y sálvame»? Desde luego yo no y, mucho menos, Anita. Si nos pinchan, sangramos, y si nos tocan los cojones… Sí, sí. Los cojones. Con dos oes. Mariconadas, las justas. ¿Qué pasa? ¿Te molesta que una mujer diga tacos, que diga lo que piensa o que coja una pistola y le vuele la cabeza a alguien y luego se vaya a dormir tan tranquila por un trabajo bien hecho? Ah, bueno, que eres de esos (o esas, que también las hay). Entonces no leas la serie de Anita Blake… aunque sé que en el fondo lo estás deseando. No nos engañemos, por favor. Los hombres sueñan con conquistar amazonas, y las mujeres nos dimos cuenta hace tiempo de que ser las heroínas mola más. Nada de ser machorras con tacones, sino mujeres de armas tomar. Las niñas buenas van al cielo; las malas, a todas partes.
Ahora bien, ¿que el problema es que no te va el rollo de los vampiros? Bueno, en realidad no es ningún problema. A nuestra Ejecutora también le sientan como una patada en el estómago y, en esta ocasión, como a ella, te va a apetecer cerrarles la boca a hostias.
¿Ves? Es otra de las cosas que me gustan de esta serie. Tenemos a un grupito de vampiros y cambiaformas de toma pan y moja; ahí, con el pechito lampiño siempre al descubierto y luciendo tabletas de chocolate sin derretir. Mujeres despampanantes de piernas largas que podrían hacerte poner en duda tu sexualidad. Bien. Toda una panda de cabrones. Con todas las letras. Como debe ser, en realidad. Olvídate de todos esos vampiritos sensibles y atormentados que se han puesto de moda por ahí. Estos sí que son lobos con piel de cordero. Más rápidos, más seductores… Y desde luego no se ponen a llorar a moco tendido por haber perdido la humanidad. Si se lamentan de algo, no te equivoques, será de que no les permitas jugar con todos los agujeros de tu cuerpo y vaciarte después como un tetrabrik. ¿Que hay excepciones? Sólo si quieres dejarte engañar. ¿Quieres?
Oh, sí. Sé qué estás pensando. Piensas en esa fantasía eroticofestiva llamada Jean-Claude, ese «estoy bueno que te cagas, tú lo sabes y yo lo sé». Y el tío aún se pregunta por qué le da calabazas Anita. Porque tienes una patada en la boca, hijo mío… Y en esta entrega no una, sino dos. Pero mejor no desvelo nada. Hay que leerlo en todo su esplendor. Sólo diré: ¡Chaval, que así no se liga! Doscientos años y no sabes entrarle a una mujer de verdad sin recurrir a truquitos mentales. Menos mal que mi Anita aguanta como una campeona. Mojando bragas, pero campeona al fin y al cabo.
Ups, vaya. Veo que me estoy enrollando como las persianas y ni siquiera he entrado en materia. Como alguien dijo una vez, «yo he venido aquí a hablar de mi libro», así que va siendo hora de presentar éste.
Hummm, veamos… Señoras y señores: ¡El
Circo de los Malditos
! Ya. Sé que no es la mejor de las presentaciones, pero es que Anita Blake no necesita presentación, en serio. Es una tipa dura cuando tiene que serlo (y, seamos francos, en un mundo tan plagado de monstruos, para sobrevivir no queda otra que aparcar los escrúpulos bien lejos), pero sin dejar de ser una mujer de los pies a la cabeza en todo momento. Le duele cuando la golpean y sangra si la hieren. Tiene cicatrices de sobra para demostrarlo. Hasta es capaz de hablar de ropa y decoración sin parecer cursi. Creedme. Yo fui la primera sorprendida.
Pero basta de preámbulos y alabanzas. Ahora, lo mejor es que pases a la siguiente página. Siéntate o quédate de pie, como prefieras, lee, disfruta y déjate llevar. Empieza el espectáculo.
F
ELICIDAD
M
ARTÍNEZ
Para Ginger Buchanan, nuestra directora editorial, en agradecimiento por su fe en Anita y su paciencia conmigo.
A los sospechosos habituales: a Gary, mi marido, y a M. C. Summer, a Deborah Millitello, a Marella Sands y a Robert K. Sheaff, de Alternate Historians. Mucha suerte con la casa nueva, Bob. Te echaremos de menos un montón.
Tenía sangre de gallo seca debajo de las uñas. Para levantar muertos hay que derramar un poco de sangre. Aún me quedaban pegotes descascarillados en la cara y las manos; había intentado limpiarme lo peor antes de ir a la reunión, pero hay manchas que sólo salen con una ducha. Bebí un trago de café de una taza con la inscripción
CABRÉAME Y LO PAGARÁS CARO
y miré a los dos hombres que tenía al otro lado de la mesa.
Jeremy Ruebens era bajito, moreno y cascarrabias. Siempre lo había visto con cara de pocos amigos o gritando. Sus rasgos eran tan diminutos que parecían apelotonársele en el centro de la cara, como si los hubieran apretado antes de que se secara la arcilla. Se ajustó la solapa de la chaqueta, la corbata azul marino, el alfiler de corbata y el cuello de la camisa blanca, y por fin dejó las manos entrelazadas sobre las piernas. Pero al cabo de un momento las tenía otra vez danzando de la chaqueta a la corbata, al alfiler, a la camisa… y vuelta a las piernas. Calculé que sería capaz de soportar la visión de ese recorrido histérico cinco veces más antes de suplicarle clemencia y prometerle todo lo que quisiera.
El otro hombre se llamaba Karl Inger. No lo conocía. Pasaba del metro ochenta y cinco; cuando los tres estábamos de pie, ni Ruebens ni yo le llegábamos a los hombros. Su cara, también grande, estaba rodeada por una mata apretada de rizos pelirrojos y adornada con unas patillas como chuletas que se unían a uno de los bigotes más espesos que había visto en mi vida. Lo llevaba todo cuidadosamente arreglado, con excepción de la cabellera indómita. Igual se le había rebelado el pelo ese día.
Las manos de Ruebens iban ya por la cuarta repetición de su danza continua, y decidí que mi límite era de cuatro.
Quería rodear la mesa, sujetarlo por las muñecas y pedirle a gritos que parase, pero supuse que sería un poco grosero, incluso para mí.
—No recordaba que fuera tan nervioso, Ruebens —le comenté.
—¿Nervioso? —repitió, mirándome. Hice un gesto para señalarle las manos, perdidas en el recorrido interminable. Frunció el ceño y las dejó quietecitas en las piernas. Toma autodominio—. No soy nada nervioso, señorita Blake.
—Lo que usted diga. ¿Y qué lo tiene en ese estado, señor Ruebens? —Bebí un trago de café.
—No estoy acostumbrado a pedirle ayuda a gente como usted.
—¿A gente como yo? —Decidí formularlo como una pregunta.
—Ya me entiende —dijo después de aclararse la garganta.
—Pues la verdad es que no.
—Bueno, una reina de los zombis… —Se detuvo a mitad de la frase. Me estaba alterando, y se me debió de notar en la cara—. Sin ánimo de ofender —añadió en voz baja.
—Si ha venido hasta aquí para insultarme, aire; si tiene algún asunto que plantear, plantéelo, y después, aire.
—Ya te dije que no nos ayudaría. —Ruebens se puso en pie.
—¿Ayudarlos a qué? Aún no han soltado prenda.
—Deberíamos decirle a qué hemos venido. —Inger hablaba con voz grave, profunda y agradable.
Ruebens tomó aire y lo dejó escapar poco a poco por la nariz.
—Muy bien. —Volvió a sentarse—. La última vez que nos vimos, yo era miembro de la Liga Antivampiros. —Asentí para animarlo a seguir y bebí otro trago de café—. Más adelante puse en marcha un grupo nuevo, la Alianza Humana. Tenemos los mismos objetivos que la Liga, pero nuestros métodos son más expeditivos.
Me quedé mirándolo. El objetivo principal de la Liga Antivampiros era que se ilegalizara el vampirismo, para que se pudiera volver a cazar vampiros como si fueran animales. No es que me pareciera mal; antes era matavampiros, cazavampiros o como queráis llamarlo, y después había pasado a ejecutora. La diferencia era que se necesitaba una orden judicial para acabar con un vampiro; de lo contrario se consideraba asesinato. Para conseguir la orden hacía falta demostrar que el vampiro en cuestión representaba un peligro para la sociedad, esto es, había que esperar a que se cargara a alguien. El mínimo del que se tenía constancia era de cinco humanos muertos, y el máximo, de veintitrés. Era un montón de cadáveres. En los viejos tiempos se los podía matar de buenas a primeras.
—¿Qué quiere decir exactamente con lo de «métodos expeditivos»?
—Ya lo sabe.
—La verdad es que no. —Me parecía que sí, pero quería que lo dijera en voz alta.
—La Liga Antivampiros no ha logrado desacreditar a los chupasangres ni a través de la prensa ni por la vía política. En Alianza Humana abogamos por su erradicación.