Cianuro espumoso (20 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Cianuro espumoso
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—¿Vio a Rosemary tragar el comprimido?.

Ruth pareció sobresaltarse un poco.

—Yo... pues no, no lo vi. Se limitó a darle las gracias a lady Alexandra.

Así que Rosemary pudo muy bien haber guardado el comprimido en el bolso y luego, durante el espectáculo, al acentuársele el dolor de cabeza podía haberlo echado en la copa de champán, dejando que se disolviera. Suposición, mera suposición, pero una posibilidad.

—¿Por qué me lo pregunta?.

Su mirada se había tornado de pronto alerta. Tenía los ojos llenos de preguntas. Observó, o así lo creyó él, cómo funcionaba su inteligencia.

—¡Ah, comprendo! —prosiguió ella—. Ahora veo por qué compró George aquella casa cerca de los Farraday. Y comprendo por qué no me habló de esas cartas. Me parecía tan extraordinario que no lo hubiese hecho. Pero claro está, si les daba crédito, ello significaba que uno de nosotros, una de las cinco personas sentadas a la mesa, tenía que haberla matado. Podía...
¡podía incluso haber sido yo!
.

—¿Tenía usted algún motivo para matar a Rosemary Barton? —dijo Race con voz muy suave.

Creyó, al principio, que no había oído su pregunta. Tan quieta se quedó, con la vista baja.

Pero de pronto exhaló un suspiro y le miró a la cara.

—No es una cosa de la que me guste hablar —dijo—. No obstante, creo preferible que lo sepa. Yo estaba enamorada de George Barton. Estaba enamorada de él aun antes de que conociera a Rosemary. No creo que él se diera cuenta jamás. Desde luego, él no me quería. Me tenía afecto, mucho afecto, pero supongo que nunca fue un cariño de esa clase. Y, sin embargo, yo solía pensar que hubiese resultado una buena esposa para él... que hubiese podido hacerle feliz. Amaba a Rosemary, pero no era feliz con ella.

—Y... ¿a usted le era antipática Rosemary?.

—¡Ya lo creo que sí!. ¡Oh!. Era muy hermosa y muy atractiva, y sabía ser encantadora. ¡Jamás se preocupó de mostrarse encantadora conmigo!. Me era muy antipática. Me horroricé cuando murió... Me horrorizó la forma de su muerte... pero no lo sentí, en realidad. Me temo que hasta me alegré bastante.

Hizo una pausa.

—Por favor, ¿no podemos hablar de otra cosa?.

—Quisiera —se apresuró Race en contestar— que me contara usted detalladamente todo lo que pueda recordar de ayer... desde la mañana en adelante... en especial todo cuanto dijera George.

Ruth replicó enseguida, relatando lo ocurrido por la mañana. El disgusto de George por lo inoportuno de Víctor, las llamadas que ella había hecho a América del Sur, las medidas tomadas y el alivio de George al saber que había quedado zanjado el asunto. Luego describió su llegada al Luxemburgo, y lo excitado que se mostró George como anfitrión. Continuó su narración hasta el momento final de la tragedia. Su relato concordaba con lo ya escuchado.

Ruth, con el entrecejo fruncido, dio voz a su propia perplejidad.

—No fue un suicidio. Estoy segura de que no fue un suicidio. Pero, ¿cómo puede haber sido un asesinato?. La contestación es que no puede haberlo sido. ¡No puede haberlo cometido uno de nosotros, por lo menos!. Y en tal caso, ¿pudo haber echado alguien veneno en la copa de George mientras estábamos bailando?. Y en caso afirmativo, ¿quién?. No parece tener sentido común eso.

—Hay pruebas de que
nadie
se acercó a la mesa mientras ustedes bailaban.

—Entonces, ¡eso sí que resulta absurdo!. ¡El cianuro no puede meterse en un vaso por sí solo!.

—¿No tiene usted la menor idea, la menor sospecha de quién pudo poner el cianuro en la copa?. Reflexione. ¿No hay nada... ningún incidente insignificante que despierte sus sospechas en grado alguno... por muy pequeño que sea?.

Vio cambiar su expresión varias veces. Observó cómo aparecía en sus ojos, durante un instante, una expresión de incertidumbre. Hubo una pausa minúscula, casi infinitesimal, antes de que contestara:

—Nada.

Pero sí que
había habido
algo. Estaba seguro de ello. Algo que había visto u oído, o tal vez observado, que, por alguna razón, había decidido no mencionar.

No insistió. Sabía que, con una muchacha como Ruth, nada adelantaría insistiendo. Si por alguna razón había decidido guardar silencio, estaba seguro de que no cambiaría de opinión.

Pero sí que
había habido
algo. El saberlo le animó y reforzó su seguridad. Era la primera señal de una grieta en la sólida pared que tenía delante.

Se despidió de Ruth después de la comida y se dirigió a Elvaston Square pensando en la mujer que acaba de dejar.

¿Era posible que Ruth Lessing fuera culpable?. En conjunto, le había impresionado favorablemente. Había parecido completamente sincera.

¿Era capaz de cometer un asesinato?. La mayor parte de la gente lo era, si se llegaba a profundizar. Por eso resultaba tan difícil eliminar a nadie. Aquella joven tenía algo de despiadada. Y no le faltaba móvil, o mejor dicho, una serie de móviles. Matando a Rosemary, tenía bastantes probabilidades de convertirse en Mrs. Barton. Ya se tratara de casarse con un hombre rico o con un hombre a quien amaba, la eliminación de Rosemary era lo primero.

Race se inclinaba a creer que el casarse con un hombre rico no era suficiente. Ruth Lessing era demasiado serena y cautelosa para arriesgar el cuello simplemente por vivir con comodidad. ¿Amor?. Quizá. A pesar de su porte sereno y distante, sospechaba que Ruth era una de esas mujeres en quienes un hombre determinado puede despertar una pasión avasalladora. Por amor a George y odio a Rosemary tal vez hubiese decidido y llevado a cabo el asesinato de Rosemary con toda tranquilidad. El hecho de que todo hubiese salido a pedir de boca y de que se hubiera admitido sin protestar la teoría de un suicidio, demostraba su inherente capacidad.

Y luego George había recibido anónimos. ¿De quién?. ¿Por qué?. Ése era el problema que no dejaba de extrañarle, que no le permitía vivir en paz. Y había empezado a desconfiar. Había preparado una trampa. Y Ruth le había sellado los labios.

No, eso no era así. No sonaba a verdad. Semejante proceder hacía suponer pánico por parte del asesino, y Ruth Lessing no era de las que experimentaban pánico. Tenía más inteligencia que George y hubiera podido burlar cualquier trampa que él le hubiese tendido, con la mayor facilidad del mundo.

Parecía como si Ruth no encajara en el papel de criminal, después de todo.

Capítulo VI

Lucilla Drake recibió encantada al coronel Race. Todas las cortinas estaban echadas y Lucilla entró en el cuarto vestida de negro, apretando un pañuelo contra los ojos, y explicó, al adelantar una trémula mano para tomar la suya... que, claro estaba, le hubiera sido imposible recibir a nadie, a nadie en absoluto, salvo a un amigo tan antiguo del pobre,
pobre
George. ¡Y era terrible no tener un hombre en casa!. La verdad, sin un hombre en casa, una no sabía cómo afrontar
nada
. Tan sólo ella, una pobre viuda muy sola, e Iris, una jovencita incapaz de valerse por sí sola... y George siempre se había encargado de todo. ¡Qué bondadoso era el coronel Race!. Le estaba agradecidísima... No tenía la menor idea de lo que debían hacer. Claro estaba que miss Lessing atendería a todo lo relacionado con el negocio... Y había que arreglar lo del entierro. Pero, ¿y la encuesta?. Y era tan terrible tener a la policía dentro de la misma casa. ¡Imagínese...!. De paisano, claro, y obrando con mucha consideración. Pero estaba tan aturdida y era todo una tragedia tan absoluta, y, ¿no creía el coronel Race que debía obedecer todo a la
sugestión
?. Eso era lo que decían los psicoanalistas, ¿verdad? que todo era
sugestión
... y la misma fiesta como quien dice... y recordando cómo había muerto allí la pobre Rosemary. Debió de ocurrírsele la idea de pronto. Sólo que si hubiera querido hacer caso de lo que ella, Lucilla, le había dicho, y hubiera tomado el excelente tónico del doctor Gaskell... Había tenido una depresión todo el verano. Si, una depresión total.

Al llegar a este punto, a Lucilla se le acabó la cuerda temporalmente, y Race pudo meter baza.

Expresó su profunda condolencia y le aseguró a Mrs. Drake que podía contar con él para todo.

Al oír esto, Lucilla arrancó de nuevo y dijo que era muy amable en verdad, y que el choque había sido terrible, hoy aquí y mañana muerto, como decía la Biblia: «Crece como la hierba y al atardecer la siegan...», sólo que no era exactamente así, pero el coronel Race comprendería lo que quería decir, y era tan agradable tener a alguien en quien confiar.

Miss Lessing tenía muy buena voluntad, naturalmente, y era muy eficiente, pero no era muy comprensiva y a veces se tomaba las cosas
demasiado
por su cuenta. Y en su opinión —la de Lucilla—, George había confiado siempre en ella demasiado. Y hubo un tiempo en que temió que hiciese una tontería, lo que hubiera sido una gran lástima y, probablemente, una vez se hubiesen casado, ella le hubiese tratado siempre a estacazos. Ella hubiese llevado los pantalones en la casa. Claro que Lucilla se había dado cuenta de la dirección en que soplaba el viento. La pobre Iris sabía tan poco del mundo, y era buena y agradable. ¿No le parecía bonito al coronel Race que las muchachas jóvenes fueran sencillas e inocentes?. Iris siempre había sido muy joven para su edad y muy callada. No se sabía la mitad del tiempo en qué estaba pensando. Rosemary, como era tan bonita y alegre, salía con frecuencia... e Iris había vagado, ensimismada por la casa; lo que no estaba bien para una muchacha. Debieran de ir a clase a aprender cocina y quizá costura, lo que no sólo serviría para distraer sus pensamientos, sino que bien pudiera resultarles de utilidad algún día. Había sido una verdadera suerte que Lucilla estuviese libre para poder ir a vivir allí después de la muerte de la pobre Rosemary, aquella horrible gripe, una gripe de una clase poco corriente, había dicho el doctor Gaskell. Un hombre tan listo, tan agradable en sus modales, tan jovial.

Había querido que le Iris lo visitara aquel verano. La muchacha tenía una cara tan pálida y parecía tan deprimida...

—Pero francamente, coronel Race, yo creo que era la situación de la casa.
Baja y húmeda
, ¿sabe?. Con mucha
miasma
al atardecer. El pobre George se fue allí y la compró él sólito sin pedirle su parecer a nadie... ¡Una lástima...!. Dijo que quería que fuese una sorpresa... pero hubiera sido mucho mejor que se hubiese dejado aconsejar por una mujer de más edad. Los hombres no entienden una palabra de casas. George hubiera podido comprender que ella, Lucilla, hubiese estado dispuesta a
molestarse
todo lo necesario. Porque, después de todo, ¿qué era su vida ahora?. Su querido esposo, muerto hacía muchos años. Y Víctor, su querido hijo, lejos de ella en Argentina, en Brasil, quería decir. O, ¿estaba, efectivamente, en Argentina?. Un muchacho tan guapo y tan afectuoso...

El coronel Race confirmó que había oído decir que tenía un hijo en el extranjero.

Durante el cuarto de hora siguiente le regaló los oídos con un relato minucioso de las múltiples actividades de Víctor. Un muchacho tan dinámico, tan dispuesto a probar fortuna en todo... Siguió, a continuación, una lista completa de las variadas ocupaciones de Víctor. Jamás se había mostrado poco bondadoso ni le había guardado rencor a nadie.

—Ha tenido siempre mala suerte, coronel Race. Su profesor fue injusto con él y considero que las autoridades académicas de Oxford obraron de una manera vergonzosa. La gente no es capaz de comprender que un muchacho listo, aficionado al dibujo, creyera que era una broma excelente imitar la escritura de otra persona. Lo hizo por gastar una broma y no por lucrarse con dinero.

Pero siempre había sido un buen hijo para su madre.

Y jamás dejaba de avisarla cuando se hallaba metido en un atolladero, lo cual demostraba que confiaba en ella, ¿verdad?. Aunque sí que resultaba curioso que los empleos que la gente le encontraba siempre le obligaban a salir de Inglaterra, ¿no cree?. No podía por menos de creer que, si le llegasen a dar un buen empleo, en el Banco de Inglaterra, por ejemplo, le sería mucho más fácil instalarse en un sitio con carácter permanente. Podría, quizá, vivir en las afueras de Londres y tener un coche.

Transcurrieron veinte minutos completos antes de que el coronel Race, habiendo escuchado todas las perfecciones y desgracias de Víctor, pudiera desviar a Lucilla de aquel tema y encauzarla para que hablase de la servidumbre.

Si, era muy cierto lo que había dicho: el tipo clásico de criado había dejado de existir. ¡Las preocupaciones que tenía la gente de hoy en día...!. Aunque ella no debería quejarse, puesto que ellos habían tenido mucha suerte. Mrs. Pound, aunque tenía la desgracia de ser muy sorda, era una excelente mujer. A veces hacía las pastas un poco más pesadas de lo conveniente, y echaba demasiada pimienta en la sopa, pero, en conjunto, se podía confiar en ella... Y, además, resultaba bastante económica. Había estado en la casa desde que se casara George y no había protestado porque se le hiciera ir al campo aquel año... aunque el resto de la servidumbre se había quejado por ese motivo y la doncella se había despedido, lo que, después de todo, resultaba una ventaja; una muchacha impertinente y respondona... que había roto media docena de las mejores copas; no una a una y a intervalos, cosa que podía sucederle a
cualquiera
, sino de golpe, lo que significaba una negligencia imperdonable... ¿No opinaba así el coronel Race?.

—En efecto, señora, en efecto.

—Eso es lo que le dije. Y le dije que me vería obligada a mencionar lo ocurrido cuando diera referencias de ella... porque la verdad es que yo considero que una tiene el
deber
... Quiero decir, coronel Race, que una no debe dar lugar a que nadie se llame a engaño. Deben mencionarse los defectos, no menos que las cualidades. Pero la muchacha se mostró... bueno... la mar de
insolente
y dijo que fuera como fuese, esperaba por lo menos que la próxima casa en que sirviera no sería de esas en que se liquida a la gente, horrible expresión aprendida en el cine,
yo
creo, y absurdamente inapropiada, puesto que la pobre Rosemary se quitó ella misma la vida... aunque nadie podía considerarla por entonces responsable de sus actos, como hizo ver, con mucho acierto, el coronel durante la encuesta judicial... y esa horrible expresión se refiere, según creo, a pandilleros que se quitan mutuamente la vida con pistolas ametralladoras. ¡Me alegro mucho de que no tengamos cosas así en Inglaterra!. Así que, como digo, en el certificado que le di hice constar que Elizabeth Archdale sabía cumplir muy bien su obligación como doncella, y que era sobria y honrada, pero que mostraba una manifiesta tendencia a romper demasiadas cosas y que no siempre era respetuosa en sus modales. Y puedo asegurarle que yo, de haberme hallado en el lugar de Mrs. Reestalbot, hubiera sabido leer entre líneas y no la hubiese admitido a mi servicio. Pero, hoy en día, la gente carga con lo que se presenta y a veces admite a una muchacha que no ha hecho más que durar el mes justo de prueba en tres sitios seguidos.

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