Celda 211 (19 page)

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Authors: Francisco Pérez Gandul

Tags: #Drama, Intriga

BOOK: Celda 211
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—Todo eso está muy bien, Almansa.

—¿Vale entonces, Juan?

—No, no vale.

—¿Cómo que no vale? Se os da prácticamente todo lo que queríais.

—Ya, pero eso era antes. Las cosas han cambiado.

—¿Por lo que pasó con Utrilla?

—No, porque eso era lo que quería Malamadre y ahora queda por cumplirse lo que quiere Calzones.

—Creía que negociabas por todos.

—Calzones, coño, hablamos un momento a solas.

—No hay nada que hablar, Malamadre. Estos cabrones se quieren mear encima de nosotros dándonos calderilla. Hay que llegar hasta el final.

—¿Hasta el final?, pero ¿qué dices, Calzones?, si nos lo dan todo.

Almansa oyó a Juan y luego le vimos cerrar los ojos y echar la cabeza atrás cuando este vació el contenido de la pequeña bolsa encima de la mesa. La había traído Apache a un gesto suyo. Con él se fue, mientras Malamadre, boquiabierto, permanecía sentado en su silla. Las últimas palabras de Almansa, que todos pudimos oír repetidas en la grabación, sonaron desesperadas.

—Por lo que más quieras, Malamadre, no lo dejes seguir.

XVII

... Es que no podía ser verdá, Tachuela, es que lo veía y me decía que no, Malamadre, que no es verdá, pero sí, que la cosa esa estaba allí tirá, que la trajo el Apache en una bolsita, de esas de meter el tabaco de pipa, con los cordones anudaos, y el Juan la tiró encima de la mesa después de decir lo que quería, el Almansa echó la cabeza pa atrás y yo la verdá es que se me quedaron los ojos salíos, así como si la buenorra esa de la Basinger se desnudara delante de mí y me dijera aquí estoy pa servirte, que vaya si se me saldrían los ojos, pues así, y que yo me dije aquí va a haber guasa, y miré al Almansa, to descompuesto el tío, con mu malita cara, y me dijo por lo que más quieras, Malamadre, no lo dejes seguir, y yo no le dije ni que sí ni que no, que ni saliva tenía en la boca, seca total, oye, Tachuela...

Apache reúne a la gente. «Todos en círculo, venga». Ya se acercan. Vienen cuchicheando, intrigados. Algunos, los que estaban más cerca, han logrado ver lo que espantó a Almansa. Dudo de que Malamadre sea tan duro como decía. Va mucho de farol. Un tío de verdad bragado no se hubiera quedado sin habla. Costra, Pincho y Tachuela se han ido a buscar a Malamadre. Releches también aparece y duda de si incorporarse al grupo que se va formando a mi alrededor o ir en busca de Malamadre. Al final se va con ellos. Apache le hace un gesto a su tropa y se quedan quietos, en la última fila. Si Malamadre se pone farruco se las verá a solas conmigo.

—A ver, escuchadme, callaos.

Malamadre y su camarilla se van acercando. Veo cómo Almansa se dirige hacia la zona de seguridad. Se vuelve y me mira. Mueve la cabeza y sigue su camino. Si, di que no, da gracias por estar vivo. Ahí está Malamadre, abriéndose camino. Solo. Los demás se han tenido que quedar atrás. «No podéis pasar», les habrá dicho Apache. Malamadre sí, avanza hacia mí pegando empujones. Ya está en primera fila, ya me puede oír bien.

—Prestadme todos atención.

De esta salgo a hombros o ensartado. Se lo digo a Apache: «Todo o nada, Apache», y el indio dice que sí, «He dejado el billar, Calzones, pero el taco se pone a tus órdenes», y me guiña un ojo.

—El Gobierno aceptaba parte de nuestras peticiones. No todas ni al completo, y las garantías de que se cumpliesen una vez resuelto el motín no estaban claras. No íbamos a ninguna parte por ese camino. Lo que nos ofrecían era pan para hoy y hambre para mañana. Todo volvería a ser lo que ahora es, incluso peor, dentro de un par de meses. Por eso les he pedido lo único que de verdad hará justicia, lo que salvaguardará nuestros derechos. Si lo aceptan, liberamos a los rehenes; si no, que el Gobierno se atenga a las consecuencias.

Malamadre no mueve un músculo de la cara. La gente me mira a mí y luego a él, buscando una complicidad que no hay. Quieren ver en su expresión la venia a lo que digo. Pero Malamadre no mueve un músculo, no pestañea siquiera. Tiene la apostura del líder. Ha sacado pecho, cruza los brazos y espera.

... Pues estaba claro, ¿no, Tachuela?, el pulso final, que es a lo que iba la cosa, que en la maná había dos ciervos con las mismas cuernas y las hembras esperaban pa ver quién se las iba a follar, de eso iba la cosa, que me lo habías advertío tú, Tachuela, y yo no lo quise ver, que te está echando un pulso, Malamadre, cuidao con él, y yo que no veía, es que me caía bien el tío, pero, vamos, que había dao un salto y ya se la estaba jugando a Malamadre, y a Malamadre no se la juega nadie, pero, a ver, había que tener cabeza, y me dije vamos a escuchar y a ver si sale el sol por Antequera, y decía el joputa que no nos daban garantías plenas, no era eso, no, que el Almansa decía que a misa lo que decía, pero amén, vamos, así que allí había algo más, que sí, el pulso final, Tachuela...

—Escuchad, colegas, el negociador ya lo sabe. O abolición del cruel régimen de los fíes para siempre o guerra hasta el final. Y les hemos demostrado que no hablamos en balde, ¿verdad, Malamadre?

«Aquí ya no hay negociación posible. Niebla, Juan se nos ha vuelto loco». Almansa se dejó caer en el sillón, estiró las piernas y encendió uno de sus puritos. «Ha sido horrible», sentenció. Sí, lo fue. No el que diera un portazo a la negociación pidiendo un imposible, que sabíamos que el Gobierno no se iba a plegar a tamaño chantaje, por mucha política amedrantadora que hubiera por medio, sino porque al tirar aquella oreja encima de la mesa Juan había adquirido la condición de salvaje, de alimaña. Niebla revisó cuantas grabaciones recientes teníamos para tratar de averiguar de qué celda había salido Apache. Pero ni siquiera una pista pudo sacar de ellas. La sábana volvió a tapar la cámara. Nos quedaba el sonido, que sí llegaba ahora nítido hasta nosotros. «Y les hemos demostrado que no hablamos en balde, ¿verdad, Malamadre?», se oyó decir a Juan. No, no lo hacían. Así lo aseguraron Niebla y Almansa al Ministerio. «Va en serio, muy en serio», y al otro lado del teléfono se hizo el silencio.

—A ver, el Calzones ha hablao y ahora me toca a mí, a Malamadre, ya me conocéis, ¿eh?, me conocéis mu bien, no soy nuevo, nadie pue decir que Malamadre no ha sío justo aquí, con la ley de la cárcel, que no he defendió a la peña, nadie, yo fui el que organizó el motín pa no estar nunca más puteaos, ¿o no?, así fue, pero yo pienso en tos y el Calzones no, no, Calzones, tú no piensas en tos, tú te has trastornao con lo de tu mujer y ya te importa to un huevo, tú dices que vivir de pie pa siempre, y yo también, pero si queremos vivir de pie no podemos pedir la luna, joé, sino conquistar cosas, poco a poco, si pedimos la luna, y hemos pedio la luna, pues la cagamos, y si le cortamos la oreja a un tío de esos pues diarrea, porque esos tíos no nos han hecho na pa quedarse sin oreja, que no, tío, Calzones, que no, que aquí hay algo más, que has perdió la cazoleta y lo que tú quieres es ser primer mataor y el primer mataor soy yo, o el que quiera la peña, pero no tú por cojones, ¿te enteras?, que no hay Dios que ponga de rodillas a la peña por cojones, ¿o sí, tío?, así que na, que o lo que dice Malamadre o lo que dice el Calzones, vosotros elegís, no en la mitá, eso no vale, tíos, o con él o conmigo, y lo que digáis va a misa, ¿o no, Calzones?, ¿o es que por huevos hay que estar contigo?, ¿o es que nos vas a quitar la oreja, como a los etarras, a quienes digamos que la has cagao? Así que, a ver, que las hembras están esperando saber qué ciervo se las folla, ea, ya lo sabéis...

Por cuernas me gana seguro, que la Patri se las puso bien. Elena no. Elena solo miraba. «Juan, las mujeres no somos distintas a los hombres en eso, quien diga que sí miente. Venga, pillín, no me digas que si ves a una mujer guapa, hermosa, no la miras. Pues nosotras igual. Si hay un chico guay, pues nos lo decimos, ese tipo está pero que muy bien, pero no por eso me quiero acostar con él, en eso somos más escrupulosas que vosotros, porque, vamos, no me digas, veis a una chica con una buena delantera o un buen culo y nada más que pensáis en cómo funcionaría en la cama, no digas que no», y le contesto sonriendo: «Bueno, bueno», y ella sigue: «¿Con qué chica de las que conocemos te hubiese gustado acostarte?», y yo: «Con ninguna, mi amor», y ella: «Eres un falso, que alguna hay, que a Adela bien que le miras el trasero», y me acuerdo de lo que me pasó con Adela en aquella exposición. Por cuernas me gana seguro, sí, pero miro a la gente y no apostaría a que él vaya a ser quien se folle a las hembras.

... A ver, dije, ¿te acuerdas, Tachuela?, los que estén con el Calzones que se pongan a su lao y los que estén con Malamadre aquí, a mi lao, y la gente se quedaba quieta, mu quieta, como si les hubiesen echao mezcla en los zapatos y hubiese fraguao la cosa, como aquello que nos contó el Releches, qué mala hostia, de que le pusieron al colega mientras dormía el pie en un cubo con cemento, y allí se quedó el pie, joputa, a martillazos se lo tuvieron que quitar después, y tos descojonaos en la obra, vaya cabrón el Releches, pues tos quietos, hasta que al Apache se le vio el plumero y se fue con el Calzones, y el Costra pa mí, y así uno y así otro, que no sé cómo tenías tú ganas de guasa, Tachuela, que me dijiste eso de parece pares o nones pa jugar un partió, y uno pa allá y otro pa acá, y había gente que daba dos pasitos pa acá, y volvía dos pasitos pa allá, sin saber qué hacer, pero la cosa se iba aclarando, aunque yo a más de veinte ya sabes que no llego, Tachuela, que los números no se me dan bien, y el Costra, un poco más ellos, siete o ocho más, y yo, a ver, que había gente sin decidir, y al Calzones le entró la risa, el joputa estaba loco, pues no que se estaba riendo, y nosotros serios, pero na, coño, que me contagió y yo también a reír y tos riendo, pero en dos trozos, que na de tos rebujaos, y entonces va el Calzones y me dice tú y yo, Malamadre, vamos a hablar, y eso, que hablamos...

Del Ministerio no contestaban. Después nos enteramos de que las conversaciones con el Ejecutivo vasco habían sido muy tensas. El Gobierno quería que la decisión que se tomase, y era partidario en principio de la intervención inmediata de los geos, fuese consensuada, que los dirigentes vascos tuviesen una cuota de responsabilidad, pero ellos no estaban por la labor. Niebla se desesperaba. Había perdido la flema. El silencio del Ministerio y la falta de imágenes del módulo lo descomponían, y solo las risas que oyó un rato después de la propuesta de Malamadre, «Los que estén con Calzones, a su lado; los que estén conmigo, a mi lado», lo serenaron. «Eso de ahí parece un pabellón psiquiátrico, y lo malo es que vamos a acabar tan locos como ellos», afirmó, y miró a Almansa. Pero este no hizo comentario alguno. Oía a través de los auriculares lo que surgía de abajo, tomaba notas y a veces se las pasaba a Peñuela, que hacía acotaciones al margen del folio y se las devolvía.

No sé si estoy perdiendo la cabeza. No puedo controlar la risa. Veo a la gente ir de acá para allá, unos junto a Malamadre, otros viniendo hacia mí, y me parece una situación grotesca, casi infantil. Y es seria, mucho. Pero no puedo contener la risa. Malamadre ahora tampoco. El o yo, pero ¿qué pasará con el que no gane? Ese de ahí solo sabe decir coño, coño, pero no anda ni para un lado ni para otro. Pobre hombre. Para una vez que se decidió a hacer algo mató a la viuda que le había dado cobijo. Me lo contó Apache. Ya sabe Malamadre que siempre hay una primera vez. Lo veo en sus ojos cuando mira al indio. Pero Apache tenía ganas de hablarle a la cara y no siempre en el oído, como una rata. «Quiero verme con ese cabrón de frente, de igual a igual, Calzones». Y está conmigo. Se ha traído a toda su gente. Gente dura, mucho. Le ofrezco a Malamadre hablar y me contesta que vale. Los dos solos. Le pediré que esté conmigo y a cambio mantendremos las apariencias de que él sigue mandando. Es todo lo que quiere, seguro. Que la peña no diga de él que está acabado. «Un jefe acabado en la cárcel no sirve ni para limpiar letrinas, Calzones, porque él es la mierda», me dijo una vez. Antes muerto, me va a contestar, seguro que se acuerda, antes muerto que ser una mierda, seguro que me lo escupe.

—¿Hablamos, Malamadre?

—Hablamos, Calzones.

... Calzones, antes que na quiero una miraíta a los vascos, ¿vale?, a ver cómo está el tío de la oreja, y va el joputa y me dice que no, que no, Malamadre, los vascos están escondíos, que el Apache se los llevó y por seguridá ni yo sé aónde, así que olvídate de ver a los tíos, no me gusta na lo que has hecho, Calzones, le dije, podías haber hablao conmigo, y va, Tachuela, y me dice que me veía no sé qué de mu responsabilizao con la peña y no sé qué historia y que lo mejor era una idea nueva pa impactar, o una palabreja de esas dijo, y que no fue por desconfianza ni na, sino pa dejar claro que tos íbamos a vivir de pie, tú también, Malamadre, y yo ya no me creía na del Calzones, pero na, mal bicho, mucho cerebro, demasiao, Tachuela, de lo peor que he visto, y he visto toa la fauna esa de bichos, pues el Calzones de lo peor, maldita sea, y yo decía aquello de la amistá es Dios y el valor la monea, monea falsa la del tío, oye, mu falsa, y de Dios na, el Lucifer ese, el diablo más cabrón, el que le echa el gasoil al fuego pa que haya más candela, joputa, que digo yo que eso de vivir en el infierno, Tachuela, debe de ser como tener un chalecito en el sol, ¿verdá?, vaya putá...

Apache nos trae una botella de güisqui a la celda. «¿Dónde nos metemos?», pregunta Malamadre. «En la 211», le indico yo. Apache consigue en la cárcel lo que le venga en gana. El güisqui es de marca. Malamadre empina la botella y se seca la boca con el dorso de la mano. Afirma que la oferta del Gobierno es buena y que la debemos aceptar, que lo de la oreja nos lo pueden perdonar, «total, le ponen una de plástico con fm», dice el hijo de puta, tiene gracia, pero que la peña está cansada y que lo mío es una locura. Le contesto que no, que si hemos llegado aquí, si ya tenemos dos muertos a nuestras espaldas, lo mejor es llegar hasta el final, caiga quien caiga. Y él menea la cabeza. Se está volviendo viejo para esta lucha, mucho. No digo que no tenga los huevos bien puestos, pero ya no asusta más que a la escoria. Me pregunta si me acuerdo mucho de Elena y le respondo que lo mismo que él de la Patri, que a mí no me engaña.

—¿Sabes, Calzones?, pues es verdá, que me acuerdo mucho de la Patri, mucho, era buena tía, con sus cosas raras, pero buena tía, y con ella no necesitaba otra, bueno, alguna vez sí, coño, pa qué mentir, es que alguna vez vaya cómo fue la cosa, como aquella, ¿no te lo he contao?, pues de peli, tío, resulta que me había salió un negociete con un tío con mucha pasta, ya sabes, cosa de la coca, y yo le había hecho un par de favores, vamos, le había quitao a varios moscardones molestos de encima y, total, el tío lo pasaba bien conmigo y me dijo, ¿qué, Vicente, te hace una copa?, y yo, pues vale, y me dice el tío que tengo que ir bien vestío, que me duche y me da colonia y un traje guay, que no veas la percha de Malamadre ese día, y nos vamos en el Porche ese, que vaya coche que tenía, a una casa de Cadaqués, de aonde era el tío ese del bigote que pintaba, que me lo dijo que era de allí, y to mu exclusivo, gente bien, y yo me decía qué coño hago aquí, y to el mundo mu bien, pero con antifaces de esos que no se les veían los ojos, que te lo dan a la entrá, yo no había estao nunca en un sitio así, flipaba, oye, las jais entraban con uno y se iban con otro, o con dos, y cosas así, total, que yo a beber y a pasear, que el tío que me llevó me dijo hasta luego cuando le cogió el culo a una gachí, y yo, pues eso, a pasear, y la gente se bañaba en una alberca y va una tía y me dice que si me gusta el sitio, y yo, que sí, que no está mal, y ella, eres mu guapo y me gusta tu barbilla, y yo me decía pues parece mayorcita, pero tie buenas carnes, y total, que nos ponemos detrás de un seto y no te veas la mamá que me hace, y después se pone de culo y yo toma ya y otro después en el agua, oye, y cuando salimos del agua, me dice que folio mu bien, y va y se le rompe el elástico del antifaz y na, que le veo la cara y yo, pues a ver, que había que ser un señor, al carajo mi antifaz, y ella se ríe y na, pues adiós, pero ahí no queda la cosa, Calzones, que no te lo vas a creer, a los tres meses me coge la pasma por robar en una joyería de Mallorca, na, medio kilo de cadenas y unos cuantos candelabros, y me llevan ante el juez y no era un juez sino una jueza, y cuando entro en el despacho pues la jueza está de espaldas hablando con el fiscal y, total, dice el fiscal siéntese usted, y yo me siento, y va la tía y se da la vuelta, y pego un respingo, joé, mi puta madre, digo, y el fiscal, ¿cómo?, y el defensor me da un codazo, y yo, na, señor, que tengo una cosa aquí del nervio, y me ha dao un dolor, y la tía de la alberca sonreía, y dijo ejem, to roja, pero, total, que miró los papeles y luego dijo no sé qué de la garantía procesal que no se había cumplió y a la calle, que te lo juro por mis niños que fue así, Calzones, ¿a ti te ha pasao algo así alguna vez?, algo así con cosa...

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