Cazadores de Dune (6 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cazadores de Dune
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—¿Puede vuestra nueva Hermandad sobrevivir sin la Cofradía? —­preguntó Gorus con voz temblorosa—. Podríamos traer hasta aquí un gran contingente de cargueros y quitaros la especia por la fuerza.

Murbella sonrió para sus adentros; sabía que el lobo no tenía dientes.

—Suponiendo que eso tan divertido que dices fuera cierto, ¿os arriesgaríais a destruir la especia para siempre? Hemos instalado explosivos que aniquilarán las arenas de especia y las inundarán con nuestras reservas de agua si detectamos el más mínimo riesgo de una incursión externa. Los últimos gusanos de arena desaparecerían.

—Sois tan mala como Paul Atreides —exclamó el hombre—. Él amenazó con algo similar a la Cofradía.

—Lo tomaré como un cumplido. —Murbella miró al confuso navegador que flotaba en su gas de especia. La cabeza calva del administrador relucía por el sudor—. Miradme. ¡Todos! —Murbella se dirigía a los escoltas. Estos alzaron el rostro, y en ellos Murbella vio su miedo colectivo. Goras también levantó la cabeza y el navegador pegó su semblante mutado contra el plaz transparente.

Aunque Murbella hablaba al contingente de delegados, sus palabras también iban dirigidas a las dos facciones de mujeres que escuchaban en la gran cámara.

—Necios egoístas, hay un peligro mucho más grande que se acerca, un enemigo tan poderoso que hizo regresar a las Honoradas Matres de la Dispersión. Todos lo sabemos.

—Todos lo hemos oído decir, madre comandante. —La voz del administrador estaba cuajada de escepticismo—. No hemos visto ninguna prueba.

Los ojos de Murbella destellaron.

—Oh, sí. Se acerca, pero la amenaza es tan grande que nadie, ni la Nueva Hermandad, ni la Cofradía Espacial, ni la CHOAM, ni siquiera las Honoradas Matres saben cómo quitarse de en medio. Nos hemos debilitado a nosotros mismos y hemos malgastado nuestras energías con luchas absurdas, sin hacer caso de la verdadera amenaza. —Hizo ondear su hábito con dibujo de serpientes—. Si la Cofradía nos proporciona ayuda suficiente para la batalla que se avecina, y con el suficiente entusiasmo, quizá reconsideraré la posibilidad de abrir nuestros almacenes para vosotros. Si no somos capaces de hacer frente al Enemigo implacable, entonces las peleas por la especia serán el menor de nuestros problemas.

7

¿Controlan realmente los maestros las cuerdas… o podemos utilizarlas para esclavizarles a ellos?

M
AESTRO
TLEILAXU
A
LEF
(supuesta réplica Danzarín Rostro)

Los representantes de los Danzarines Rostro acudieron a una cámara de reuniones a bordo de una de las naves de la Cofradía utilizada por los tleilaxu perdidos. Los magos de la reproducción de la Dispersión los habían convocado para darles nuevas y explícitas instrucciones.

Uxtal, que tenía un rango de subordinado, asistió para tomar notas y como observador; no tenía intención de hablar, puesto que eso le habría valido una amonestación de sus superiores. No era lo bastante importante para una responsabilidad semejante, sobre todo teniendo en cuenta que en la sala estaba el equivalente a un maestro, uno de los que se llamaban a sí mismos «ancianos». Pero Uxtal confiaba en que tarde o temprano reconocerían su talento.

Era un tleilaxu leal, de piel gris, diminuto, con facciones de duendecillo y la carne impregnada de metales y bloqueadores para engañar a cualquier posible escáner. Nadie podía robar los secretos de la genética, el lenguaje de Dios, a los tleilaxu perdidos.

Como si se tratara de un duende grandote, Burah, el Anciano, se encaramó en su asiento a la cabecera de la mesa, mientras los Danzarines Rostro empezaban a llegar, uno a uno. Un número total de ocho, un número sagrado para los tleilaxu, cosa que Uxtal sabía porque había estudiado las antiguas escrituras y había descifrado un significado secreto y gnóstico a partir de las palabras que se conservaban del profeta. Aunque el anciano Burah había ordenado a los cambiadores de forma que acudieran, Uxtal se sentía inquieto en su presencia, aunque no acababa de entender el motivo.

Los Danzarines Rostro tenían el aspecto completamente anodino y normal de los otros hombres de la tripulación. A lo largo de los años habían sido introducidos a bordo de la nave, donde desempeñaban sus tareas de forma discreta y eficiente; ni siquiera la Cofradía sospechaba que se habían realizado las sustituciones. Aquella nueva raza de Danzarines Rostro se había infiltrado ampliamente entre los reductos del Imperio Antiguo; podían engañar a la mayoría de los tests, incluso a una de las guardianas de la verdad de las brujas.

Burah y otros tleilaxu perdidos con frecuencia se mofaban porque ellos habían logrado su victoria, mientras que las Honoradas Matres y las Bene Gesserit andaban peleándose, preparándose para la llegada de un misterioso y gran Enemigo. La verdadera invasión había empezado hacía tiempo, y Uxtal estaba impresionado por lo que su gente había logrado. Estaba orgulloso de contarse entre los suyos.

A la orden de Burah, los Danzarines Rostro tomaron asiento con un gesto de deferencia a uno que parecía el portavoz (aunque Uxtal siempre había pensado que todos eran idénticos, como los zánganos en una colmena). Viéndolos allí, mientras tomaba notas, Uxtal se preguntó por primera vez si los Danzarines Rostro también tendrían su organización secreta, como pasaba entre los líderes tleilaxu. No, por supuesto que no. Los cambiadores de forma habían sido concebidos para seguir a otros, no para pensar de forma independiente.

Uxtal prestó atención, tratando de recordar que no debía hablar. Después transcribiría la reunión y diseminaría la información entre los otros ancianos de los tleilaxu perdidos. Su misión era la de ayudante; si lo hacía bien, podría ascender y con el tiempo conseguiría el título de anciano. ¿Es posible que hubiera un sueño más grande? ¡Convertirse en uno de los nuevos maestros!

El anciano Burah y el kehl, o consejo, representaban a los tleilaxu perdidos y su Gran Creencia. Aparte de Burah, solo había otros seis ancianos… siete en total, cuando el número sagrado era el ocho. Aunque jamás lo diría en voz alta, Uxtal pensaba que tenían que nombrar a alguien y pronto, o incluso ascenderle a él, para que los números tuvieran su perfecto equilibrio.

Mientras examinaba a los Danzarines Rostro, Burah apretó los labios con gesto petulante.

—Exijo un informe de vuestros avances. ¿Qué registros habéis recuperado en los planetas tleilaxu destruidos? Apenas conocemos su tecnología lo suficiente para continuar con su labor sagrada. Nuestros hermanastros caídos sabían mucho más. Y eso no es aceptable.

El «líder» de los Danzarines Rostro sonrió, con su plácida apariencia y su uniforme de miembro de la Cofradía. Se dirigió a sus compañeros cambiadores de forma, como si no hubiera oído lo que el anciano Burah acababa de decir.

—He recibido nuevas órdenes. Las instrucciones primarias siguen siendo las mismas. Hemos de encontrar la no-nave que huyó de Casa Capitular. La búsqueda debe continuar.

Para sorpresa de Uxtal, los otros Danzarines Rostro dieron la espalda a Burah y se concentraron en su portavoz. Sofocado, el hombre golpeó la mesa con un pequeño puño.

—¿Una no-nave que ha huido? ¿Y qué nos importa una no-nave? ¿Quién eres… cuál? Nunca soy capaz de distinguiros, ni siquiera por el olor.

La mirada de Uxtal, que estaba sentado contra la pared de láminas de cobre, pasó de los Danzarines Rostro, con su aire inocente, al anciano Burah. No acababa de adivinar qué era, pero intuía una extraña amenaza. Había tantas cosas que quedaban ligeramente fuera del alcance de su comprensión…

—Vuestra prioridad —siguió diciendo Burah obstinadamente— es redescubrir cómo crear melange utilizando los tanques axlotl. Gracias a los antiguos conocimientos que llevamos con nosotros a la Dispersión, sabemos cómo usar los tanques para crear gholas, pero no para hacer especia, puesto que nuestros hermanastros desarrollaron la técnica durante los tiempos de la Hambruna, mucho después de que los de nuestra línea partieran.

Cuando los tleilaxu perdidos volvieron de la Dispersión, sus hermanastros los aceptaron solo a medias, y les permitieron regresar al amparo de los de su raza como ciudadanos de segunda. No era justo. Pero él y sus compañeros extranjeros, todos ellos hijos pródigos de acuerdo con los tleilaxu originales, aceptaron los comentarios despectivos, recordando una importante cita del catecismo de la Gran Creencia: «Solo aquellos que están realmente perdidos pueden tener la esperanza de encontrar algún día el camino. No confiéis en vuestros mapas, sino en la guía de Dios».

Conforme el tiempo pasaba, los ancianos que habían regresado descubrieron que no eran ellos los que estaban perdidos, sino los maestros originales, que se habían desviado de la Gran Creencia. Los tleilaxu perdidos, forjados bajo los rigores de la Dispersión, habían mantenido la pureza de las órdenes de Dios, mientras que aquellos herejes estaban completamente engañados. Y, con el tiempo, comprendieron que tendrían que reeducar a sus hermanos descarriados o quitarlos de en medio. Se lo habían dicho muchas veces, y por tanto Uxtal entendía que los tleilaxu perdidos eran muy superiores.

Sin embargo, los maestros originales eran personajes recelosos y nunca habían confiado en extranjeros, ni siquiera los de su propia raza. Aunque en este caso, su actitud paranoica no estaba del todo desencaminada: los tleilaxu perdidos estaban compinchados con las Honoradas Matres y utilizaron a aquellas terribles mujeres para reinstaurar la Gran Creencia entre sus complacientes hermanastros.

Las rameras eliminaron los mundos tleilaxu originales, destruyendo con ellos a los últimos verdaderos maestros… una reacción mucho más extrema de lo que Uxtal esperaba. La victoria podía haber sido mucho más simple.

Sin embargo, durante la reunión, Khrone y sus compañeros no estaban actuando como se esperaba. En la cámara con paredes de láminas de cobre, Uxtal detectaba sutiles cambios en su comportamiento, y vio preocupación en el rostro del anciano Burah.

—Nuestras prioridades son distintas de las vuestras —dijo Khrone directamente.

Uxtal contuvo una exclamación. Burah estaba tan disgustado que su expresión grisácea se volvió de un tono amoratado.

—¿Prioridades diferentes? ¿Cómo es posible que otras órdenes sustituyan las que doy yo, un anciano tleilaxu? —Y rió, con un sonido que era como rascar una teja con metal—. ¡Oh, ahora me acuerdo de esa absurda historia! ¿Os referís a vuestros misteriosos anciano y anciana que se comunican con vosotros desde lejos?

—Sí —dijo Khrone—. De acuerdo con sus proyecciones, la no-nave fugitiva transporta algo o a alguien de suprema importancia para ellos. Debemos encontrarla, capturarla y entregársela.

A Uxtal aquello le resultaba tan incomprensible que tuvo que hablar.

—¿Un anciano y una anciana? —Nadie le explicaba nunca nada.

Burah miró a su ayudante con tono desdeñoso.

—Alucinaciones de los Danzarines Rostro.

Khrone miró al anciano como si fuera un gusano.

—Sus proyecciones son infalibles. A bordo de la no-nave está o estará el elemento necesario para decidir la batalla del fin del universo.

Y eso tiene preferencia sobre vuestra necesidad de una fuente adecuada de especia.

—Pero… ¿cómo saben eso? —preguntó Uxtal, sorprendiéndose a sí mismo por haber reunido el valor para hablar—. ¿Es una profecía? —­Trató de imaginar un código numérico que pudiera aplicar a aquella situación, un código oculto en las sagradas escrituras.

Burah le habló con brusquedad.

—Profecía, presciencia o alguna otra suerte de extraña proyección matemática… ¡no es importante!

Khrone se puso en pie y pareció volverse más alto.

—Al contrario, vosotros no sois importantes. —Se volvió hacia sus compañeros, mientras el anciano permanecía en su sitio, mudo de disgusto—. Debemos poner nuestra mente y nuestros esfuerzos en descubrir dónde ha ido esa nave. Los nuestros están por todas partes, pero ya han pasado tres años y la pista se ha enfriado.

Los otros siete cambiadores de forma asintieron, hablando entre ellos en una especie de murmullo rápido que sonaba como el zumbido de un insecto.

—Los encontraremos.

—No pueden escapar.

—La red de taquiones llega muy lejos y se cierra.

—La no-nave será encontrada.

—¡No tenéis mi permiso para esa búsqueda absurda! —gritó Burah. Uxtal estuvo a punto de exclamar algo en señal de apoyo—. Acataréis mis órdenes. Os dije que hicierais un barrido por los planetas tleilaxu conquistados, que investigarais los laboratorios de los maestros y aprendierais sus métodos para crear especia con los tanques axlotl. No solo la necesitamos para nosotros, también es un producto que no tiene precio y podemos utilizarlo para romper el monopolio de las Bene Gesserit y reclamar la capacidad comercial que nos corresponde. —Dio su discurso, como si esperara que los Danzarines Rostro se pusieran en pie y lo ovacionaran.

—No —dijo Khrone con gran énfasis—. No es esa nuestra intención.

Uxtal estaba horrorizado. A él jamás se le habría pasado por la imaginación desafiar a un anciano, y ¡aquella cosa no era más que un Danzarín Rostro! Se encogió contra la pared de cobre, deseando poder fundirse en ella. No era así como tendrían que haber ido las cosas.

Burah se movía en su asiento, furioso y confuso.

—Nosotros creamos a los Danzarines Rostro y vais a seguir mis órdenes. —Suspiró y se puso en pie—. Ni siquiera sé por qué me he molestado en dialogar con vosotros.

Como si el grupo entero compartiera una misma mente, los Danzarines Rostro se pusieron en pie a la vez. Desde la posición que ocupaban en la mesa, bloqueaban la salida al anciano. El hombre volvió a sentarse con aire nervioso.

—¿Estás seguro de que vosotros, los tleilaxu perdidos, nos creasteis… o simplemente nos encontrasteis en la Dispersión? Es cierto, en las sombras lejanas del pasado, un maestro tleilaxu fue el responsable de la creación de nuestra especie. Hizo ciertas modificaciones y nos envió a los confines del universo poco antes del nacimiento de Paul Muad’Dib. Pero hemos evolucionado.

Como si un velo se hubiera retirado simultáneamente de delante de sus rostros, Khrone y sus compañeros se emborronaron y cambiaron. Sus indefinidos rasgos humanos se deshicieron y volvieron a su estado inexpresivo, un conjunto de facciones afables y sin embargo inquietantemente inhumanas: ojos como botones negros y hundidos, narices chatas, bocas flácidas. La piel era clara y maleable, el pelo vestigial blanco y tieso. Con ayuda de un mapa genético, podían dar a sus músculos y su epidermis la forma que quisieran para imitar a los humanos.

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