—Era mi padre, ¿sabes?
En sus aposentos, aquella memorable tarde, él sentado y ella de pie con la espalda apoyada contra la pared y los brazos cruzados sobre su pecho. Con su parecido al Bashar más intenso de lo que nunca había visto.
—Entonces, ¿por qué lo dejasteis morir?
—¿Estás acusándome, Duncan?
—¡Lo siento! No me está permitido acusaros.
—Disfrutas con esas peleas ocasionales conmigo, ¿verdad? —Con un filo de navaja en su voz.
Le estaba diciendo que le permitía ser periódicamente impertinente. Peleas controladas. Sin perder nunca la compostura. Conteniendo las palabras más duras.
Murbella lo extrajo de su ensoñación.
—Puedes compartir su sueño, sea el que sea, pero…
—¡Creced, humanos!
—¿Qué?
—Ese es su sueño. Empezar a actuar como adultos y no como niños furiosos en el patio de juegos de una escuela.
—¡Mamá lo sabe muy bien!
—Sí… creo que sí lo sabe.
—¿Es así como las ves realmente? ¿Incluso cuando las llamas brujas?
—Es una buena palabra. Las brujas hacen cosas misteriosas.
—¿No crees que se trata del largo y severo adiestramiento, más la especia y la Agonía?
—¿Qué tienen que ver con ello las creencias? Lo desconocido crea su propia mística.
—¿Pero no crees que ellas engañan a la gente para que haga lo que ellas desean?
—¡Por supuesto que lo hacen!
—Las palabras como armas, la Voz, las Imprimadoras.
—Ninguna tan hermosa como tú.
—¿Qué es la belleza, Duncan?
—Hay estilos en la belleza, por supuesto.
—Exactamente lo que dice ella. «Estilos basados en raíces procreadoras enterradas tan profundamente en nuestra psique racial que no nos atrevemos a extirparlas.» Así que han pensado en interferir aquí, Duncan.
—¿Y pueden atreverse a cualquier cosa?
—Ella dice: «No distorsionaremos nuestra progenie sumergiéndola en lo que juzgamos que no es humano.» Ellas juzgan, ellas condenan.
El pensamiento de las figuras desconocidas en su visión, Danzarines Rostro. Y preguntó:
—¿Como los amorales tleilaxu? Amorales… no humanos.
Casi puedo oír los engranajes girando en la cabeza de Odrade. Ella y sus Hermanas… observan, escuchan, miden cada respuesta, lo calculan todo.
¿Es eso lo que quieres, querida?
Se sentía atrapado. Ella tenía razón y él estaba equivocado. ¿El fin justifica los medios? ¿Cómo podía justificar el perder a Murbella?
—¿Las consideras amorales? —preguntó.
Era como si ella no le hubiera oído.
—Siempre preguntándose a sí mismas qué decir a continuación para obtener la respuesta deseada.
—¿Qué respuesta? —¿Acaso ella no oía su dolor?
—¡Nunca lo sabes hasta que es demasiado tarde! —Se volvió y lo miró—. Exactamente como las Honoradas Matres. ¿Sabes cómo me atraparon las Honoradas Matres?
El no pudo evitar ser consciente de lo ávidamente que los perros guardianes iban a aferrarse a las siguientes palabras de Murbella.
—Fui arrancada de las calles tras un barrido de las Honoradas Matres. Creo que el barrido fue motivado precisamente por mí. Mi madre era una gran belleza, pero también era demasiado vieja para ellas.
—¿Un barrido? —
Los perros guardianes querrán que pregunte.
—Barren toda una zona, y la gente desaparece. Ni un cuerpo, nada. Familias enteras se desvanecen. Es explicado como un castigo debido a que la gente complota contra ellas.
—¿Qué edad tenías entonces?
—Tres… quizá cuatro años. Estaba jugando con unas amigas en una plaza al aire libre bajo unos árboles. De pronto hubo mucho ruido y gritos. Nos ocultamos en un agujero tras unas rocas.
Se vio prendido por una tremendamente realista visión de aquel drama.
—El suelo se estremeció. —Su mirada se volvió hacia sus propios recuerdos—. Explosiones. Al cabo de un rato todo volvió a quedar tranquilo, y nos asomamos. Toda la esquina donde había estado mi casa no era más que un agujero.
—¿Quedaste huérfana?
—Recuerdo a mis padres. Él era un hombre grande, robusto. Creo que mi madre era sirvienta en algún lugar. Llevaban uniformes para tales trabajos, y la recuerdo a ella con uniforme.
—¿Cómo puedes estar segura de que tus padres fueron muertos?
—El barrido es todo lo que sé seguro, pero siempre son iguales. Ellas gritando, y la gente corriendo por todas partes. Nosotras estábamos aterradas.
—¿Por qué crees que el barrido fue por causa tuya?
—Ellas hacen ese tipo de cosas.
Ellas.
Qué victoria iban a apoyar las observadoras en esa sola palabra.
Murbella estaba aún profundamente hundida en sus recuerdos.
—Creo que mi padre se negó a sucumbir a una Honorada Matre. Eso era siempre considerado como peligroso. Un hombre grande, apuesto… fuerte.
—Así que las odias.
—¿Por qué? —Realmente sorprendida ante su pregunta—. Sin eso, yo nunca hubiera llegado a ser una Honorada Matre.
Su insensibilidad lo impresionó.
—¡Esto es lo mismo que decir que valía cualquier cosa el conseguirlo!
—Amor, ¿lamentas lo que me trajo a tu lado?
¡Touché!
—¿Pero no hubieras deseado que ocurriera de alguna otra manera?
—Ocurrió.
Un absoluto fatalismo. Nunca lo hubiera sospechado en ella. ¿Se trataba de un condicionamiento de las Honoradas Matres, o de algo que le habían hecho las Bene Gesserit?
—Eras solamente un valioso añadido a sus establos.
—Exacto. Seductoras, así nos llamaban. Reclutábamos machos valiosos.
—Y tú lo hiciste.
—Les pagué varias veces su inversión.
—¿Te das cuenta de cómo interpretarán eso las Hermanas?
—No hagas algo grande de eso.
—Así pues, ¿estás dispuesta realmente a
trabajarte
a Scytale?
—Yo no he dicho eso. Las Honoradas Matres me manipularon sin mi consentimiento. Las Hermanas me necesitan y desean utilizarme del mismo modo. Mí precio puede que sea demasiado alto.
Duncan tuvo dificultades para pronunciar la siguiente palabra.
—¿Precio?
Ella lo miró con ojos llameantes.
—Tú, tú formas parte de mi precio. No el trabajarme a Scytale.
—¡Y más de su famosa sinceridad acerca del porqué me necesitan!
—Cuidado, amor. Pueden decírtelo.
Ella clavó en él una mirada casi Bene Gesserit.
—¿Cómo puedes restaurar las memorias de Teg sin dolor?
¡Maldita sea!
Y justo cuando pensaba que estaban libres de aquello. No había escapatoria. Pudo ver en sus ojos que ella lo sospechaba.
Murbella lo confirmó.
—Puesto que yo no aceptaría, estoy segura de que lo has discutido con Sheeana.
Solamente pudo asentir. Murbella había ido mucho más allá en el camino de la Hermandad de lo que él había sospechado. Y ella sabía cómo sus múltiples memorias ghola habían sido restauradas por su
Imprimación
. De pronto la vio como una Reverenda Madre, y deseó echarse a gritar contra aquello.
—¿Cómo te hace esto diferente de Odrade? —preguntó.
—Sheeana fue adiestrada como una Imprimadora. —Sus palabras sonaron vacías incluso mientras las pronunciaba.
—¿Eso es distinto de mi adiestramiento? —Acusadoramente.
La rabia llameó en él.
—¿Prefieres el dolor? ¿Como Bell?
—¿Tú prefieres la derrota de la Bene Gesserit? —Con voz untuosa.
Duncan oyó el distanciamiento en su tono, como si ella se hubiera retirado ya al frío modo observativo de la Hermandad. ¡Estaban congelando a su amorosa Murbella! Pero aún quedaba esa vitalidad. Le desgarraba. Ella desprendía un aura de salud, especialmente en el embarazo. Vigor e ilimitada alegría de vivir. Resplandecía en ella. Las Hermanas tomarían aquello y lo empañarían.
Ella permaneció inmóvil bajo su escrutadora mirada.
Desesperado, él se preguntó qué podía hacer.
—Había esperado que fuéramos abriéndonos más con el tiempo —dijo ella. Otra sonda Bene Gesserit.
—Estoy en desacuerdo con muchas de sus acciones, pero no desconfío de sus motivos —dijo él.
—Sabré sus motivos si sobrevivo a la Agonía.
Él se mantuvo completamente inmóvil, atrapado por la realización de que ella podía no sobrevivir. ¿La vida sin Murbella? Un bostezante vacío más profundo que cualquier otra cosa que jamás hubiera imaginado. Nada en sus muchas vidas podía ser comparado con aquello. Sin una volición consciente, adelantó una mano y acarició la espalda de la mujer. Una piel tan suave, y sin embargo elástica.
—Te quiero demasiado, Murbella. Esa es mi Agonía.
Ella se estremeció bajo su contacto.
Duncan se descubrió nadando en sentimentalismo, construyendo una imagen de dolor hasta que recordó las palabras de un maestro Mentat acerca de «orgías emocionales»:
—La diferencia entre sentimiento y sentimentalismo es fácil de ver. Cuando evitas matar al animalillo de alguien en la calzada, eso es sentimiento. Si te desvías bruscamente para evitar al animalillo y eso hace que mates a varios peatones, eso es sentimentalismo.
Ella tomó la mano que la acariciaba y la apretó contra sus labios.
—Palabras más cuerpo, mejor que una sola de las dos cosas —murmuró él.
Sus palabras la hundieron de vuelta a la pesadilla, pero ahora entró en ella con una venganza, consciente de las palabras como instrumentos. Estaba henchida con un alivio especial por la experiencia, dispuesta a reírse de sí misma.
Mientras exorcizaba la pesadilla, se le ocurrió que nunca había visto a una Honorada Matre reírse de sí misma.
Sujetando la mano del hombre, miró a Duncan. Hubo un aleteo Mentat de sus párpados. ¿Se daba cuenta de lo que acababa de experimentar? ¡Libertad! Ya no era cuestión de cómo se había visto confinada y conducida a inevitables canales por su pasado. Por primera vez desde que había aceptado la posibilidad de que podía convertirse en una Reverenda Madre, captaba lo que eso podía significar. Se sintió asustada e impresionada.
¿No hay nada más importante que la Hermandad?
Hablaban de un juramento, algo más misterioso que las palabras de la Censora en la iniciación de una acólita.
Mi juramento a las Honoradas Matres era sólo palabras. Un juramento a la Bene Gesserit no puede ser más.
Recordó a Bellonda gruñendo que los diplomáticos eran elegidos por su habilidad en mentir.
—¿Quieres ser otro diplomático, Murbella?
No se trataba de que los juramentos fueran hechos para ser rotos. ¡Qué infantil! La amenaza del patio de juegos de la escuela:
«¡Si rompes tu palaba, yo romperé la mía! ¡Nyaa, nyaa, nyaaaaa¡»
Inútil preocuparse por los juramentos. Era mucho más importante descubrir ese lugar dentro de ella misma donde vivía la libertad. Era un lugar donde siempre había algo escuchando. La mano de Duncan contra sus labios, murmuró:
—Escuchan. Oh, cómo escuchan.
No participes en ningún conflicto contra fanáticos a menos que puedas difundirlo. Opón una religión con otra religión solamente si tus pruebas (milagros) son irrefutables o si puedes mezclarlas de una forma tal que los fanáticos te acepten como alguien inspirado por dios. Esta ha sido durante mucho tiempo la barrera a la ciencia asumiendo un manto de revelación divina. La ciencia es tan obviamente obra del hombre. Los fanáticos (y hay muchos fanáticos sobre un tema u otro) deben saber dónde estás tú, pero más importante aún, deben reconocer quién susurra en tu oído.
Missionaria Protectiva, Enseñanza Primaria
El fluir del tiempo importunaba a Odrade tanto como la consciencia constante de la aproximación de los cazadores. Los años pasaban tan rápidamente que los días se hacían imprecisos. ¡Dos meses de discusiones para conseguir la aprobación de Sheeana como sucesora de Tam!
Bellonda había montado una constante guardia cada vez que Odrade había estado ausente, como había hecho hoy, instruyendo a un nuevo remanente de Bene Gesserits que era enviado a la Dispersión. El Consejo seguía con aquello, aunque con reluctancia. La sugerencia de Idaho de que se trataba de una estrategia fútil había enviado olas de shock a través de toda la Hermandad. Las instrucciones llevaban consigo ahora nuevos planes defensivos para «lo que podáis encontrar».
Cuando Odrade entró en el cuarto de trabajo a última hora de la tarde, Bellonda se hallaba sentada ante la mesa. Sus mejillas estaban enrojecidas y sus ojos mostraban esa dura mirada que adquirían cuando suprimía el cansancio. Con Bell allí, los resúmenes diarios incluían agudos comentarios.
—Han aprobado a Sheeana —dijo, tendiendo un pequeño cristal a Odrade—. El apoyo de Tam lo consiguió. Y el nuevo de Murbella nacerá dentro de ocho días, o eso es lo que dicen las Suk.
Bell tenía poca fe en los doctores Suk.
¿El nuevo?
¡Bell podía ser tan condenadamente impersonal respecto a la vida! Odrade sintió que su pulso se aceleraba ante la perspectiva.
Cuando Murbella se recupere del parto… la Agonía. Está preparada.
—Duncan se muestra extremadamente nervioso —dijo Bellonda, abandonando la silla.
¡Todavía Duncan! Esos dos se están volviendo notablemente familiares.
Bell aún no había terminado.
—Y antes de que lo preguntes, ni una palabra de Dortujla.
Odrade ocupó su silla tras la mesa y sopesó el cristal del informe en su palma. La acólita de confianza de Dortujla, ahora la Reverenda Madre Fintil, no correría el riesgo del viaje en la no-nave o cualquier otro de los medios de comunicación que habían preparado simplemente para impresionar a una Madre Superiora. Ninguna noticia significaba que el cebo estaba aún ahí afuera… o se había perdido.
—¿Le has dicho a Sheeana que ha sido confirmada? —preguntó Odrade.
—Te lo he dejado a ti. Vuelve a estar retrasada en su informe diario. No es correcto en alguien que está ya en el Consejo.
Así que Bell seguía desaprobando el nombramiento.
Los mensajes diarios de Sheeana habían adquirido la forma de una nota repetitiva:
«Ninguna señal de gusano. Masa de especia intacta.»
Todo aquello en lo que habían depositado sus esperanzas permanecía terriblemente suspendido de la nada. Y los cazadores de la pesadilla se arrastraban cada vez más cerca. Las tensiones se acumulaban. Explosivo.