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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

Cartas de la conquista de México (36 page)

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Ya que la tierra estaba pacífica, envié por todas las partes della personas que la visitasen y me trujesen relación de los pueblos y gente; y traída, busqué el mejor asiento que por allí me pareció, y fundé en él una villa, que puse nombre Santisteban del Puerto; y a los que allí quisieron quedar por vecinos les deposité en nombre de vuestra majestad aquellos pueblos, con que se sostuviesen; y hechos alcaldes y regidores, y dejando allí un mi lugarteniente de capitán, quedaron en la dicha villa de los vecinos treinta de caballo y cien peones, y dejéles un barco y un chinchorro, que me habían traído de la villa de la Veracruz, para bastimento; y asimismo me envió de la dicha villa un criado mío que allí estaba un navío cargado de bastimentos de carne y pan, y vino y aceite, y vinagre y otras cosas, el cual se perdió con todo, y aun dejó en una isleta en la mar, que está cinco leguas de la tierra, tres hombres, por los cuales yo envié después en un barco, y los hallaron vivos, y manteníanse de muchos lobos marinos que hay en la isleta y de una fruta que decían que era como higos. Certifico a vuestra majestad que esta ida me costó a mí solo más de treinta mil pesos de oro, como podrá vuestra majestad mandar ver, si fuere servido, por las cuentas dello; y a los que conmigo fueron, otros tantos de costas de caballos y bastimentos y armas y herraje, porque a la sazón lo pesaban a oro o dos veces a plata: mas por verse vuestra majestad servido en aquel camino tanto, todos lo tuvimos por bien, aunque más gasto se nos ofreciera; porque, demás de quedar aquellos indios debajo del imperial yugo de vuestra majestad, hizo mucho fruto nuestra ida, porque luego aportó allí un navío con mucha gente y bastimentos, y dieron allí en tierra, que no pudieron hacer otra cosa; y si la tierra no estuviera de paz, no escapara ninguno, como los del otro que antes habían muerto, y hallamos las caras propias de los españoles desolladas en sus oratorios, digo los cueros dellas, curados en tal manera que muchos dellos se conocieron; aun cuando el adelantado Francisco de Garay llegó a la dicha tierra, como adelante a vuestra cesárea majestad haré relación, no quedara él ni ninguno de los que con él venían, a vida, porque con tiempo fueron a dar treinta leguas abajo del dicho río de Panuco, y perdieron algunos navíos, y salieron todos a tierra muy destrozados, si la gente no hallaran en paz, que los trajeron a cuestas y los sirvieron hasta ponerlos en el pueblo de los españoles; que sin otra guerra se murieran todos. Así, que no fue poco bien estar aquella tierra de paz.

En los capítulos antes déste, excelentísimo príncipe, dije cómo viniendo de camino, después de haber pacificado la provincia de Panuco, se conquistó la provincia de Tututepeque, que estaba rebelada, y todo lo que en ella se hizo; porque tenía nueva que una provincia que está cerca de la mar del Sur, que se llama Impilcingo, que es de la cualidad desta de Tututepeque en fortaleza de sierras y aspereza de la tierra, y de gente no menos belicosa, los naturales della hacían mucho daño en los vasallos de vuestra cesárea majestad que confinan con su tierra, y dellos se me habían venido a quejar y pedir socorro, aunque la gente que conmigo venía no estaba muy descansada, porque hay de una mar a otra docientas leguas por aquel camino. Junté luego veinte y cinco de caballo y setenta o ochenta peones, y con un capitán los mandé ir a la dicha provincia; y en la instrucción que llevaba le mandé que trabajase de los atraer al real servicio de vuestra alteza por bien, y si no quisiesen, les hiciese la guerra; el cual fue y hubo con ellos ciertos reencuentros, y por ser la tierra tan áspera no pudo dejarla del todo conquistada; y porque yo le mandé en la dicha su instrucción que hecho aquello que se fuese a la ciudad de Zacatula, y con la gente que llevaba y con la que más de allí pudiese sacar, fuese a la provincia de Colimán, donde en los capítulos pasados dije que habían desbaratado aquel capitán y gente que iba de la provincia de Mechuacán para la dicha ciudad, y que trabajase de los traer por bien, y si no, los conquistase. Él se fue, y de la gente que llevaba y de la que allá tomó juntó cincuenta de caballo y ciento y cincuenta peones, y se fue a la dicha provincia, que está de la ciudad de Zacatula, costa del mar Sur abajo, sesenta leguas; y por el camino pacificó algunos pueblos que no estaban pacíficos, y llegó a la dicha provincia; y en la parte que al otro capitán habían desbaratado halló mucha gente de guerra que le estaba esperando, creyendo haberse con él como con el otro, y así rompieron los unos y los otros; y plugo a Nuestro Señor que la victoria fue por los nuestros, sin morir ninguno dellos, aunque a muchos y a los caballos hirieron; y los enemigos pagaron bien el daño que habían hecho, y fue tan bueno este castigo, que sin más guerra se dio luego toda la tierra de paz, y no solamente esta provincia, mas aun otras muchas cercanas a ella vinieron a se ofrecer por vasallos de vuestra cesárea majestad, que fueron Alimán, Colimonte y Ceguatán; y de allí me escribió todo lo que le había sucedido, y le envié a mandar que buscase un asiento que fuese bueno y en él se fundase una villa, y que le pusiese nombre Colimán, como la dicha provincia, y le envié nombramiento de alcaldes y regidores para ella, y le mandé que hiciese la visitación de los pueblos y gentes de aquellas provincias y me la trajese con toda la más relación y secretos de la tierra que pudiese saber, el cual vino y la trajo, y cierta muestra de perlas que halló; y yo repartí en nombre de vuestra majestad los pueblos de aquellas provincias a los vecinos que allá quedaron, que fueron veinte y cinco de caballo y ciento y veinte peones.

Y entre la relación que de aquellas provincias hizo trujo nueva de un muy buen puerto que en aquella costa se había hallado, de que holgué mucho, porque hay pocos; y asimismo me trujo relación de los señores de la provincia de Ciguatán, que se afirman mucho haber una isla toda poblada de mujeres, sin varón ninguno, y que en ciertos tiempos van de la Tierra Firme hombres, con los cuales han aceso, y las que quedan preñadas, si paren mujeres las guardan, y si hombres los echan de su compañía; y que esta isla está diez jornadas desta provincia, y que muchos dellos han ido allá y la han visto.

Dícenme asimismo que es muy rica de perlas y oro; yo trabajaré, en teniendo aparejo, de saber la verdad y hacer dello larga relación a vuestra majestad.

Viniendo de la provincia de Panuco, en una ciudad que se dice Tuzapán llegaron dos hombres españoles que yo había enviado con algunas personas de los naturales de la ciudad de Temixtitán y con otros de la provincia de Soconusco, que es en la mar del Sur la costa arriba, hacia donde Pedrarias Dávila, gobernador de vuestra alteza, docientas leguas desta gran ciudad de Temixtitán, a unas ciudades de que muchos días había que yo tengo noticia, que se llaman Uclaclán y Guatemala, y están desta provincia de Soconusco otras sesenta leguas, con los cuales dichos españoles vinieron hasta cien personas de los naturales de aquellas ciudades, por mandado de los señores dellas, ofreciéndose por vasallos y súbditos de vuestra cesárea majestad, y yo los recibí en su real nombre y les certifiqué que queriendo ellos y haciendo lo que allí ofrecían serían de mí y de los de mi compañía, en el real nombre de vuestra alteza, muy bien tratados y favorecidos, y les di, así a ellos como para que llevasen a sus señores, algunas cosas de las que yo tenía y ellos en algo estiman, y torné a enviar con ellos otros dos españoles para que los proveyesen de las cosas necesarias por los caminos. Después acá he sido informado de ciertos españoles que yo tengo en la provincia de Soconusco cómo aquestas ciudades con sus provincias, y otra que se dice de Chiapán, que está cerca dellas, no tienen aquella voluntad que primero mostraron y ofrecieron; antes diz que hacen daño en aquellos pueblos de Soconusco, porque son nuestros amigos. Y por otra parte me escriben los cristianos, que envían allí siempre mensajeros, y que se disculpan que ellos no lo hacen, sino otros; y para saber la verdad desto yo tenía a Pedro de Albarado con ochenta y tantos de caballo y docientos peones, en que iban muchos ballesteros y escopeteros y cuatro tiros de artillería con mucha munición y pólvora; y asimismo tenía hecha cierta armada de navíos, de que enviaba por capitán un Cristóbal Dolid, que pasó en mi compañía para le enviar por la costa del Norte a poblar la punta a cabo de Higueras, que está sesenta leguas de la bahía de la Ascensión, que es a barlovento de lo que llaman Yucatán, la costa arriba de la Tierra Firme, hacia el Darién, así porque tengo mucha información que aquella tierra es muy rica, como porque hay opinión de muchos pilotos que por aquella bahía sale estrecho a la otra mar, que es la cosa que yo en este mundo más deseo topar, por el gran servicio que se me representa que dello vuestra cesárea majestad recibía. Y estando estos dos capitanes a punto con todo lo necesario al camino de cada uno vino un mensajero de Santisteban del Puerto, que yo poblé en el río de Panuco, por el cual los alcaldes della me hacían saber cómo el adelantado Francisco de Garay había llegado al dicho río con ciento y veinte de caballo y cuatrocientos peones y mucha artillería, y que se intitulaba de gobernador de aquella tierra, y que así hacía decir a los naturales de aquella tierra con una lengua que consigo traía, y que les decía que los vengaría de los daños que en la guerra pasada de mí habían recibido, y que fuesen con él para echar de allí aquellos españoles que yo allí tenía y a los que más yo enviase, y que los ayudaría a ello, y otras muchas cosas de escándalo; y que los naturales estaban algo alborotados; y para más certificarme a mí de la sospecha que yo tenía de la confederación suya con el almirante y con Diego Velázquez, dende a pocos días llegó al dicho río una carabela de la isla de Cuba, y en ella venían ciertos amigos y criados de Diego Velázquez y un criado del obispo de Burgos, que diz que venía proveído de factor de Yucatán, y toda la más compañía eran criados y parientes de Diego Velázquez y criados del almirante. Sabida por mí esta nueva, aunque estaba manco de un brazo de una caída de un caballo, y en la cama, me determiné de ir allá a me ver con él, para excusar aquel alboroto, y luego envié delante al dicho Pedro de Albarado con toda la gente que tenía hecha para su camino, y yo me había de partir dende a dos días; y ya que mi cama y todo era ido camino, y estaba diez leguas desta ciudad, donde yo había de ir otro día a dormir, llegó un mensajero de la villa de la Veracruz casi media noche y me trajo cartas de un navío que era llegado de España, y con ellas una cédula firmada del real nombre de vuestra majestad, y por ella mandaba al dicho adelantado Francisco de Garay que no se entrometiese en el dicho río ni en ninguna cosa que yo tuviese poblado, porque vuestra majestad era servido que yo lo tuviese en su real nombre; por la cual cien mil veces los reales pies de vuestra cesárea majestad beso. Con la venida desta cédula cesó mi camino, que no me fue poco provechoso a mi salud, porque había sesenta días que no dormía y estaba con mucho trabajo, y a partirme a aquella sazón no había de mi vida mucha seguridad; mas posponíalo todo, y tenía por mejor morir en esta jornada que por guardar mi vida ser causa de muchos escándalos y alborotos y otras muertes, que estaban muy notorias; y despaché luego a Diego Docampo, alcalde mayor, con la dicha cédula, para que siguiese a Pedro de Albarado, y yo le di una carta para él, mandándole que en ninguna manera se acercase adonde la gente del adelantado estaba porque no se resolviese; y mandé al dicho alcalde mayor que notificase aquella cédula al adelantado, y que luego me respondiese lo que decía; el cual se partió a la más priesa que pudo, y llegó a la provincia de los Guatescas, adonde había estado Pedro de Albarado, el cual se había ya entrado en la provincia adentro; y como supo que iba el alcalde mayor y yo me quedaba le hizo saber luego cómo el dicho Pedro de Albarado había sabido que un capitán de Francisco de Garay, que se llama Gonzalo Dovalle, que andaba con veinte y dos de caballo haciendo daño por algunos pueblos de aquella provincia y alterando la gente della, y que había sido avisado el dicho Pedro de Albarado cómo el dicho capitán Gonzalo Dovalle tenía puestas ciertas atalayas en el camino por donde había de pasar; de lo cual se alteró el dicho Albarado, creyendo que le quería ofender el dicho Gonzalo Dovalle, y por esto llevó concertada toda su gente, hasta que llegó a un pueblo que se dice el de las Lajas, adonde halló al dicho Gonzalo Dovalle con su gente; y allí llegado, procuró de hablar con el dicho capitán Gonzalo Dovalle, y le dijo lo que había sabido y le habían dicho que andaba haciendo, y que se maravillaba dél, porque la intención del gobernador y sus capitanes no era ni había sido de los ofender ni hacer daño alguno; antes había mandado que los favoreciesen y proveyesen de todo lo que tuviesen necesidad; y que pues aquello así pasaba que para que ellos estuviesen seguros que no hubiese escándalo ni daño entre la gente de una parte ni otra, que le pedía por merced no tuviese a mal que las armas y caballos de aquella gente que consigo traía estuviese depositada hasta tanto que se diese asiento en aquellas cosas; y el dicho Gonzalo Dovalle se disculpaba diciendo que no pasaba así como le habían informado, pero que él tenía por bien de hacer lo que le rogaba; y así, estuvieron juntos los unos y los otros comiendo y holgando los dichos capitanes y toda la más gente, sin que entre ellos hubiese enojo ni cuestión ninguna. Luego que esto supo el alcalde mayor, proveyó con un secretario mío que consigo llevaba que se llama Francisco de Orduña, fuese donde estaban los capitanes Pedro de Albarado y Gonzalo Dovalle, y llevó mandamiento para que se alzase el dicho depósito y les volviese sus armas y caballos a cada uno y les hiciese saber que la intención mía era de los favorecer y ayudar en todo lo que tuviesen necesidad, no se desconcertando ellos en escandalizarnos la tierra; y envió asimismo otro mandamiento al dicho Albarado para que los favoreciese y no se entrometiese en tocar en cosa alguna dellos, en los enojar; el cual lo cumplió así.

En este mismo tiempo, muy poderoso señor, acaeció que estando las naos del dicho adelantado dentro en la mar a boca del río Panuco, como en ofensa de todos los vecinos de la villa de Santisteban, que yo allí había fundado, puede haber tres leguas el río arriba, donde suelen surgir todos los navíos que al dicho puerto arriban, a cuya causa Pedro de Vallejo, teniente mío en la dicha villa, por asegurarla del peligro que esperaba con la alteración de los dichos navíos hizo ciertos requerimientos a los capitanes y maestres dellos para que subiesen al puerto y surgiesen en él de paz, sin que la tierra recibiese ningún agravio ni alteración, requiriéndoles asimismo que si algunas provisiones tenían de vuestra majestad para poblar o entrar en dicha tierra, o en cualesquiera manera que fuese las mostrasen, con protestación que mostradas, se cumplirían en todo, según que por las dichas provisiones vuestra majestad lo enviase a mandar. Al cual requerimiento los capitanes y maestros respondieron en cierta forma, en que en efecto concluían que no querían hacer cosa alguna de lo por el teniente mandado y requerido; a cuya causa el teniente dio otro segundo mandamiento, dirigido a los dichos capitanes y maestres, con cierta pena para que todavía se hiciese lo mandado y requerido por el primero requerimiento; al cual mandamiento tornaron a responder lo que respondido tenían, y fue así: que viendo los maestres y capitanes de cómo de su estada con los navíos en la boca del río por espacio de dos meses y más tiempo, y que su estada resultaba escándalo así entre los españoles que allí residían como entre los naturales de aquella provincia, un Castromocho, maestre de uno de los dichos navíos, y Martín de San Juan, guipuzcoano, maestre asimismo, de otro navío, secretamente enviaron al dicho teniente sus mensajeros, haciéndole saber que ellos querían paz y estar obedientes a los mandamientos de la justicia; que le requerían que fuese el dicho teniente a los dichos dos navíos, y que le recibirían y cumplirían todo lo que les mandase, añadiendo que tenían forma para que los otros navíos que restaban asimismo se le entregarían de paz y cumplirían sus mandamientos. A cuya causa el teniente se determinó de ir con sólo cinco hombres a los dichos navíos, y llegando a ellos, fue recibido por los dichos maestres; y de allí envió al capitán Juan de Grijalva, que era general de aquella armada, que estaba y residía en la nao capitana a la sazón, para que él cumpliese en todos los requerimientos y mandamientos pasados del dicho teniente, que le había antes mandado notificar; y que el dicho capitán no solamente no quiso obedecer; pero mandó a las naos que estaban presentes se juntasen con la suya en que estaba y todas juntas, excepto las dos de que arriba se hace mención; y así juntas al contorno de su nao capitana, mandó a los capitanes dellas tirasen con la artillería que tenían a los dos navíos hasta los echar a fondo; y siendo este mandamiento público, y tal que todos lo oyeron, el dicho teniente, en su defensa, mandó aprestar el artillería con los dos navíos que le habían obedecido. En éste tiempo las naos que estaban alrededor de la capitana, y maestres y capitanes dellas, no quisieron obedecer a lo mandado por el dicho Juan de Grijalva, y entretanto el dicho capitán Grijalva envió un escribano, que se llama Vicente López, para que hablase al dicho teniente; y habiendo explicado su mensaje, el teniente le respondió justificando esta dicha causa, y que su venida era allí solamente por bien de paz y por evitar escándalos y otros bullicios que se seguían de estar los dichos navíos fuera del dicho puerto, adonde acostumbraban a surgir, y como corsarios que estaban en lugar sospechoso para hacer algún salto en tierra de su majestad, que sonaba muy mal, con otras razones que acudían a este propósito; las cuales obraron tanto, que el dicho Vicente López, escribano, se volvió con la respuesta al capitán Grijalva y le informó de todo lo que había oído al teniente, atrayendo al dicho capitán para que le obedeciese, pues estaba claro que el dicho teniente era justicia en aquella provincia por vuestra majestad, y el dicho capitán Grijalva sabía que hasta entonces por parte del adelantado Francisco de Garay ni por la suya se habían presentado provisiones reales algunas a que el dicho teniente con los otros vecinos de la villa de Santisteban hobiesen de obedecer, y que era cosa muy fea estar de la manera que estaban con los navíos, como corsarios, en tierra de vuestra majestad cesárea. Así, movido por estas razones, el capitán Grijalva, con los maestres y capitanes de los otros navíos, obedecieron al teniente, y se subieron el río arriba donde suelen surgir los otros navíos. E así, llegados al puerto, por la desobediencia que el dicho Juan de Grijalva había mostrado a los mandamientos del dicho teniente, le mandó prender. E sabida esta prisión por el mi alcalde mayor, luego otro día dio su mandamiento para que el dicho Juan de Grijalva fuese suelto y favorecido con todos los demás que venían en los dichos navíos, sin que tocasen cosa alguna dellos; y así se hizo y se cumplió.

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