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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (30 page)

BOOK: Canción Élfica
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El cabecilla inclinó la cabeza.

—Todo se hará según decís. Acabad con la maldición que pesa sobre los bardos, lord Thann, y vuestro nombre será recordado entre todos nosotros.

Danilo tenía motivos para pensar que las cosas no sucederían así. En cuanto la ilusión mágica se hubiese disipado, volverían a mirarlo como un aficionado divertido e inepto, un típico noble holgazán de gran riqueza y poco seso. En aquel momento, Danilo lamentaba de veras el papel que había fingido durante años. Si no se hubiese comportado como un loco y hubiese seguido el consejo de Khelben de mostrarse como un mago prometedor, ahora habría podido compartir su visión de la importancia del canto elfo. Como aprendiz reconocido de Khelben, podría haber conseguido mucho, pero ¿quién iba a escuchar seriamente a Danilo Thann, un pisaverde? Sin saber qué otra cosa podía hacer, el Arpista devolvió cortésmente la respetuosa reverencia de Halambar.

A pesar de que el sol brillaba en aquella tarde de verano, en el sótano de la taberna conocida con el nombre de La Araña Escurridiza era noche cerrada. Los muros de yeso habían sido moldeados para que se asemejaran a la piedra excavada del interior de los túneles, y relucientes pedazos de musgo y liquen proporcionaban una difusa luz verdosa a la estancia. Del techo colgaban arañas disecadas y otras verosímiles esculturas de bestias más atemorizadoras del mundo subterráneo decoraban el extraño local. En una esquina había un pulpo de madera en uno de cuyos tentáculos púrpuras un cliente achispado había colgado el sombrero. La taberna servía de punto de reunión para todos aquellos que recordaban con nostalgia sus hogares subterráneos, en su mayoría enanos, semiorcos y varios gnomos, aparte de algunos clérigos que disfrutaban de un respiro ocasional en su mundo de respetabilidad. Las camareras iban disfrazadas a la usanza de los elfos drow, con ceñidas polainas negras a conjunto con cortas cotas de malla, máscaras negras con orejas puntiagudas y vaporosas pelucas blancas. Eran todas hermosas humanas porque ninguna mujer elfa, convino Elaith Craulnober con desdén, se habría sometido a semejante indignidad. El elfo de la luna consideraba aquella taberna un lugar aberrante, pero una de las doncellas que allí servían era una antigua empleada suya y una fuente de información fiable.

Elaith se introdujo por la puerta de atrás y se deslizó con sigilo en uno de los reservados cubiertos de tapices de la taberna. Aunque todas las camareras iban disfrazadas igual, reconoció a Winnifer, una antigua ladrona y divertida compañera, por su andar sugerente y su diminuta boca roja. Agarró a la mujer por la cintura cuando la vio pasar y la arrastró al reservado.

Winnifer se dejó caer en su regazo y sus labios esbozaron una encantadora sonrisa.

—¡Elaith! ¡Qué maravilloso volver a verte! —Se arrebujó contra él como si fuera un gato satisfecho y le acarició los brazos con unas manos delicadas cubiertas con guantes—. Cuando sentí que tiraban de mí, pensé que era otro de esos clérigos traviesos.

Él cogió la mano que le acariciaba ahora el pecho y le dio un apretón de advertencia.

—Necesito información, Winnifer.

La mujer hizo pucheros hasta que abrió la mano y vio que tenía una diminuta gema roja.

—Ayer me ofrecieron un trabajo —ronroneó, acariciándole el rostro—, y esta vez ¡no era un clérigo! Alguien está intentando que funcione una Cofradía de Ladrones.

No era la primera vez que Elaith oía aquel rumor, y la verdad es que le preocupaba, así como también la afluencia de extranjeros en la ciudad. No era una novedad que durante las fiestas y la temporada de mercado se reunieran en la ciudad ladrones importantes, pero el elevado número de ladrones en Aguas Profundas no podía explicarse sólo por la Fiesta del Solsticio de Verano. Pero más inquietante incluso era el suministro inagotable de asesinos, y el afán con que esos grupos buscaban adeptos. Por norma, los asesinos no se preocupaban por hacer amigos ni por influir en la gente, así que era más frecuente que intentaran reducir sus filas y no ampliarlas. Esa tendencia indicaba la intervención oculta de alguna organización poderosa.

—¿Quién hay detrás de todo esto?

Winnifer se encogió de hombros y hundió los dedos por dentro de la ceñida y oscura piel de sus botas altas hasta la rodilla para extraer una enorme moneda de oro y enseñársela al elfo.

—Quiero que me la devuelvas —le advirtió mientras le rodeaba el cuello con ambas manos para acariciarle la nuca. Elaith le apartó un mechón de pelo blanco y examinó la moneda.

—Te hará mucho bien —respondió Elaith—. Gástate esto en Aguas Profundas y lo más probable es que acabes colgada en los muros de la ciudad. Esta moneda lleva el símbolo de los Caballeros del Escudo.

Winnifer soltó un juramento y se irguió.

—Cómpramela, ¿vale? Puedes hacerla circular más fácilmente que yo.

—Gracias, pero no —respondió el elfo, mientras volvía a colocar la moneda en la bota de la mujer—. ¿No has visto más monedas como ésta por ahí?

—Yo no, pero ¿conoces a mi hermana Flowna? ¿La que baila en Las Tres Perlas? Dice que con monedas como ésta pagaron un concierto durante el cual muchos bardos que estaban de visita cantaron historias sobre Báculo Oscuro y esa bruja que vive con él. Flowna dice que fue divertido.

—Ya veo.

—Mmm… Lo que no alcanzo a entender es qué esperan hacer esos Caballeros, ese grupo de espías, con un puñado de bardos y ladrones.

—Una alianza temporal, supongo. —Elaith apartó a la mujer de su regazo y se deslizó fuera del reservado, tras prometerle que regresaría pronto.

Winnifer esperó en el reservado durante varios minutos y, después de cerciorarse de que el elfo se había marchado, corrió hacia el vestidor, se quitó la máscara de drow y la peluca, y se envolvió en una capa holgada que le cubriera el disfraz, antes de salir de la taberna subterránea e introducirse en una tienda cercana.

Magda, una vieja que vendía juguetes de madera y diminutas estatuas, estaba sola en la tienda, pero se apresuró a conducir a la hermosa ladrona a una sala en la trastienda que no tenía más mobiliario que una mesa pequeña con una palangana redonda.

La vieja mujer puso un puñado de hierbas en el agua y pronunció las palabras de un hechizo. Winnifer dio un paso atrás cuando el agua empezó a burbujear y soltar humo. En cuestión de minutos, las hierbas se habían disuelto y el agua se había convertido en una superficie lisa y oscura, en cuyo reflejo se veía el rostro de la maga Laeral.

—Saludos, Magda. ¿Alguien ha localizado el elfo para nosotros?

—Tengo a Winnifer Dedos Ligeros conmigo —anunció la vieja mientras daba un paso atrás para dejarle sitio a la ladrona.

Winnifer se inclinó sobre el cuenco de espionaje.

—Le dije a Elaith todo lo que se suponía que tenía que decirle —informó—. Identificó la marca de los Caballeros en la moneda y por lo que dijo cree que los Caballeros y tu hechicera trabajan en alianza.

—Buen trabajo —la felicitó Laeral—. Elaith Craulnober conoce mejor que nadie el lado oscuro de Aguas Profundas. Si el elfo no puede encontrar al agente de los Caballeros, nadie podrá hacerlo.

—Ese pergamino que estáis buscando…, él no lo tiene —añadió Winnifer.

Laeral alzó las cejas plateadas.

—¿Estás segura?

La hermosa ladrona soltó un bufido en tono despectivo, y Laeral reconoció las buenas mañas de Winnifer con un ademán de asentimiento.

—De acuerdo. No lo tiene. Magda, ponte en contacto con toda la red y cambia las instrucciones. No hay que detener a Elaith Craulnober, sino observarlo y dejarlo ir a donde quiera. Tomad nota de todas las personas con las que entra en contacto. En cuanto al pergamino, empezad a buscar a un personaje llamado Vartain de Calimport.

12

En cuanto el sol se puso sobre Aguas Profundas, Danilo volvió a hacer girar su anillo de teletransporte mientras evocaba en su mente el lugar que había mencionado a Wyn y a los demás.

Encontró al grupo acampado junto al embalse, en una escena de paz y belleza que parecía incongruente. Las nubes relucientes que rodeaban la puesta de sol se reflejaban en las tranquilas aguas, y en la zona despejada que rodeaba el embalse aparecían y desaparecían luciérnagas. El ermitaño elfo estaba un poco apartado, tocando una canción sin melodía en la lira mágica de Wyn. Morgalla recibió a Danilo con su característico gesto de asentimiento, pero Wyn se acercó corriendo a él, presa de una excitación que Danilo nunca le había visto.

—¡Sé cómo debe deshacerse el hechizo!

—¿De veras?

—Bueno, casi —admitió el elfo—. Hice una copia del acertijo del pergamino. Vartain lo ha estado estudiando sólo como un rompecabezas, y pensé que el ojo de un músico experimentado podía encontrar algo que a él le hubiese pasado por alto.

—¿Y? —A Danilo le daba la impresión de que la excitación del elfo era contagiosa.

—La balada del pergamino es una balada de verdad y ha sido creada para ser cantada. Mira la métrica: cada estrofa es regular a pesar de la carencia de ritmo.

Una posibilidad empezaba a tomar cuerpo en la mente de Danilo, que se sentó en una roca cubierta de musgo.

—Tú que eres experto en historia de los Arpistas, ¿te dice algo el nombre de Iriador Niebla Invernal?

—Oh, sí. Fue una Arpista que viajó durante cierto tiempo con Finder Espolón de Wyvern. Su nombre, Iriador, deriva de la palabra elfa que significa «rubí», y se la llamaba así por su brillante pelo rojizo. Era una belleza deslumbrante, aparte de maga y bardo bien dotada.

—Según Khelben Arunsun, esa mujer era semielfa, y la hija de un famoso músico elfo. ¿Es posible que conociese el arte del canto elfo?

Wyn reculó mientras observaba consternado al Arpista.

—¿Estás diciendo que Iriador Niebla Invernal pueda ser nuestra esquiva hechicera? ¿Una semielfa?

—Sí, según mi estilo inigualable. Ahora, dime tú, ¿es posible que todo este alboroto sea el resultado de la magia del canto elfo?

—Me temo que sí —admitió el juglar—. Hace tiempo que lo sospecho, y mis recelos se confirmaron cuando supimos que nuestro enemigo posee la Alondra Matutina. Únicamente un rapsoda del hechizo muy poderoso sería capaz de utilizar el arpa, así que supuse que la hechicera sería elfa.

—¿Qué puede hacer esa arpa?

—Permite que el músico cree nuevos cantos hechizadores, cosa que no es sencilla. Nuestro enemigo ha creado un hechizo complejo de muchas capas. Primero, tal como dijo Vartain, existe magia en la elaboración y la resolución de acertijos. También es capaz de extraer poder de un lugar mágico; las sedes de los antiguos colegios de bardos quedan inscritos en la magia colectiva de la música que durante décadas se ha tocado en ellos. En cada ubicación, gana otro poder para su objetivo final.

—¿Cuál es?

—Restablecer el honor del arte de los bardos.

—Extraño modo de llegar a él —comentó Danilo—. Su concepto del honor exige que antes se siembre gran destrucción. ¿Cómo pueden deshacerse esos hechizos?

—Cantando la balada completa. En todo el acertijo se encuentran pistas para hacerlo, y muchas de ellas están ocultas dentro de otras pistas.

Danilo reflexionó sobre lo que le acababa de decir Wyn Bosque Ceniciento, y luego asintió al pensar en algo que se le había ocurrido.

—La llave del hechizo —repitió con suavidad antes de alzar la vista a Wyn—. ¿Recuerdas el primer acertijo del pergamino?

El principio de la eternidad.

Y también de la edad y el espacio.

El inicio de todas las eras

y el final de siempre.

El Arpista pronunció el acertijo con rapidez, y luego sacudió la cabeza perplejo ante su propia estupidez.

—La clave del hechizo era la letra «E», ¿de acuerdo? Al responder al acertijo se abría el pergamino, pero también nos proporcionaba la clave musical en la que tenía que cantarse el hechizo, ya sabes, eso significa que debe cantarse en «mi».

—No me había fijado en ese acertijo doble en particular —confesó Wyn—, pero hay muchos otros.

—Por Milil —juró Danilo, invocando al dios de la música—. Este bardo nuestro tiene una mente retorcida. Tendremos que examinar cada frase y cada verso desde ópticas muy distintas para colocar juntas las piezas de este rompecabezas.

—Cierto, pero me temo que esto te coloca en peligro, amigo mío.

—Esta aventura no ha estado exenta de peligro —observó Danilo—, pero ¿por qué a mí en concreto?

—Probablemente conocerás la leyenda del Órgano Místico de Heward. Si se puede encontrar ese artefacto, teóricamente uno puede invocar infinidad de hechizos tocando melodías con sus teclas.

—Si uno es capaz de sobrevivir a semejante esfuerzo —convino Danilo con sequedad—. También de acuerdo con la leyenda, aquellos cuya búsqueda sea infructuosa o cuyos músicos no estén por la labor acabarán muertos o locos.

El juglar elfo asintió con gravedad.

—Ese peligro existe al invocar cualquier tipo de hechizo poderoso, y éste no constituirá una excepción. Ese hechizo fue invocado uniendo el canto elfo con el poder de la Alondra Matutina, lo cual indica que la magia es doblemente poderosa y que sólo podrá deshacerse si se canta la balada entera y se interpreta la melodía con la Alondra Matutina.

—Cosa que sólo puede hacer un rapsoda del hechizo, es decir tú.

—Me temo que no —replicó Wyn Bosque Ceniciento—. Recuerda que no sé tocar el arpa. La tarea te corresponde, por lo tanto, a ti.

Danilo respiró hondo. No tenía otra alternativa que intentar solventar la situación, pero no era un rapsoda del hechizo como Wyn, ¡ni siquiera era un buen trovador! Sus ojos se desviaron hacia el ermitaño elfo, que había dejado a un lado el laúd y danzaba ahora siguiendo las notas de una música frenética que sólo él podía oír. El Arpista era consciente de que si le fallaba la voz o los dedos le temblaban sobre las cuerdas, su destino podía ser similar al del elfo chiflado. En cuanto reunió confianza suficiente para hablar, alzó los ojos hacia Wyn.

—Me prometiste darme lecciones de canto elfo —comentó en tono despreocupado—. Creo que es el momento ideal para empezar.

Silencioso como una sombra, Elaith Craulnober se abrió paso entre los desechos que obstaculizaban el callejón de los Dos Frascos. Aparte de él, el callejón estaba desierto; la sabiduría popular contaba que nadie que hubiese bebido menos de dos frascos de algo más fuerte que la cerveza se atrevería a adentrarse en el peligroso pasaje después de la puesta de sol.

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