Caminos cruzados (26 page)

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Authors: Ally Condie

Tags: #Infantil y juvenil, #Romántico

BOOK: Caminos cruzados
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Me mira la mano.

—¿Desde cuándo? —pregunta.

—¿Desde cuándo qué?

—¿Desde cuándo eres un aberrante?

—Desde pequeño —respondo—. Tenía tres años cuando nos reclasificaron.

—¿Y quién fue el responsable?

No quiero responder, pero sé que estamos al borde. Es como si Indie se aferrara a la pared de un cañón. Si hago un movimiento en falso, mirará abajo, se soltará y se arriesgará a caer. Tengo que darle un retazo de mi historia.

—Mi padre —respondo—. Éramos ciudadanos. Vivíamos en las provincias fronterizas. La Sociedad lo acusó de estar vinculado a una rebelión y nos trasladaron a las provincias exteriores.

—¿Era un rebelde? —pregunta.

—Sí —respondo—. Y luego, cuando vivíamos en las provincias exteriores, convenció a nuestro pueblo para que se aliara con él. Murieron casi todos.

—Pero aún lo quieres —dice.

Ahora, estoy al borde con ella. Indie lo sabe. Tengo que decirle la verdad si quiero que siga aferrada a la pared.

Respiró hondo.

—Por supuesto.

Lo he dicho.

Su mano está apoyada junto a la mía en los astillados tablones del suelo. Detrás de la ventana, la lluvia bañada por el haz de mi linterna cae en gotas doradas y plateadas. Le toco los dedos con suavidad.

—Indie —digo—. No soy el Piloto.

Ella niega con la cabeza. No me cree.

—Tú lee el mapa —replica—. Entonces lo sabrás todo.

—No —digo—. No lo sabré todo. No sabré tu historia. —Voy a ser cruel, porque, cuando alguien conoce nuestra historia, nos conoce a nosotros. Y puede lastimarnos. Por eso revelo la mía en fragmentos, incluso a Cassia—. Si voy a irme contigo, tengo que saber más de ti. —Miento. Pase lo que pase, no me iré con ella para unirme al Alzamiento. ¿Lo sabe?— Todo empezó cuando escapaste —digo, para animarla.

Me mira, sin saber qué hacer. De pronto, pese a su hosquedad, quiero estrecharla entre mis brazos. No como abrazo a Cassia. Solo como alguien que sabe qué significa ser un aberrante.

—Todo empezó cuando escapé —dice.

Me acerco más para escucharla. Indie habla más bajo que de costumbre mientras hace memoria.

—Quería escaparme del campo de trabajo. Cuando me obligaron a subir a la aeronave, pensé que había perdido mi última oportunidad de huir. Sabía que moriríamos en las provincias exteriores. Entonces vi a Cassia en la aeronave. Aquel no era su sitio, ni tampoco el campo. Había registrado sus cosas y sabía que no era una aberrante.

»Entonces, ¿por qué se había colado en la aeronave? ¿Qué creía que podía encontrar? —Me mira a los ojos mientras habla y sé que dice la verdad. Por primera vez, es completamente franca. Está muy bella cuando no mide sus palabras.

—Más adelante, en el pueblo, oí que Cassia hablaba con ese chico del Piloto, y de ti. Quería seguirte, y esa fue la primera vez que pensé que podías ser el Piloto. Pensé que ella lo sabía pero me lo ocultaba. —Se ríe—. Después supe que no me mentía. No me había dicho que eras el Piloto porque no se había dado cuenta.

—Tiene razón. —Se lo repito—. No lo soy.

Indie niega con la cabeza.

—De acuerdo. Pero ¿qué me dices de la pastilla roja?

—¿A qué te refieres?

—A ti no te hace efecto, ¿verdad? —pregunta.

No respondo, pero ella lo sabe.

—Tampoco me hace efecto a mí —dice—. E imagino que a Xander tampoco. —No espera a que lo confirme o lo refute—. Creo que algunos de nosotros somos especiales. De algún modo, el Alzamiento nos ha elegido. ¿Por qué si no somos inmunes? —Habla con vehemencia y, una vez más, sé cómo se siente. De estar marginados a ser los elegidos: es lo que desean todos los aberrantes.

—Si lo somos, el Alzamiento no hizo nada por salvarnos cuando la Sociedad nos trasladó aquí —le recuerdo.

Me mira con desdén.

—¿Por qué iba a hacerlo? —dice—. Si no somos capaces de encontrar a los rebeldes sin ayuda, no deberíamos formar parte de la rebelión. —Levanta el mentón—. No sé exactamente qué dice el mapa, pero sé que nos indica el camino. Es como mi madre dijo que sería. Ese espacio negro es el mar. Donde están las palabras es una isla. Solo tenemos que ir allí. Y el mapa lo he encontrado yo. No Cassia.

—Estás celosa —digo—. ¿Por eso dejaste que se tomara la pastilla azul?

—No. —Parece sorprendida—. No vi cómo se la tomaba. Se lo habría impedido. No quería que muriera.

—Pero estás dispuesta a dejarla aquí. Y a Eli.

—No es lo mismo —dice—. La Sociedad la encontrará y la llevará de vuelta a casa. No le pasará nada. Ni a Eli tampoco. Es muy pequeño. Debe de haber terminado aquí por error.

—¿Y si no es así? —pregunto.

Me escruta con la mirada.

—Tú ya has abandonado a gente para escapar. No finjas que no lo entiendes.

—No voy a dejarla —afirmo.

—No pensaba que fueras a hacerlo —dice. Pero no se ha dado por vencida—. Por eso, en parte, te di el papelito sobre el secreto de Xander. Para recordártelo, si llegaba el caso.

—¿Para recordarme qué?

Indie sonríe.

—Que, de un modo u otro, vas a formar parte del Alzamiento. No quieres escapar conmigo. De acuerdo. Pero, aun así, vas a unirte a los rebeldes, lo quieras o no. —Coge el miniterminal y yo no se lo impido—. Lo harás porque quieres a Cassia y es lo que ella desea.

Niego con la cabeza. No.

—¿No crees que te convendría ser parte del Alzamiento? —dice, sin rodeos—. ¿El líder, incluso? De lo contrario, ¿por qué te elegiría ella cuando podría tener a Xander?

¿Por qué me elegiría Cassia?

«Posibles ocupaciones: trabajador en una planta de reciclaje, señuelo en los pueblos.

»Probabilidades de éxito: no aplicable a los aberrantes.

»Esperanza de vida: 17. Destinado a morir en las provincias exteriores.»

Cassia argüiría que ella no me ve como lo hace la Sociedad. Diría que su lista no importa.

Y para ella no lo hace. En parte, por eso la amo.

Pero no creo que me eligiera a mí si conociera el secreto de Xander. Indie me dio el papelito porque quería aprovecharse de mis inseguridades con respecto a Cassia y Xander. Pero ese papelito, y el secreto, significan incluso más de lo que ella imagina.

Indie debe de notarme en la cara que lo que ha dicho es cierto. Abre mucho los ojos y casi veo cómo se engranan sus pensamientos: mi reticencia a unirme al Alzamiento. La cara de Xander en la microficha. Su propia obsesión por él y por encontrar a los rebeldes. En el resuelto caleidoscopio de su mente brillante y peculiar, estas piezas componen un cuadro que le muestra la verdad.

—Eso es —dice, con seguridad—. No puedes dejarla ir sola o podrías perderla. —Sonríe—. Porque el secreto es que Xander forma parte del Alzamiento.

Fue la semana anterior al banquete de emparejamiento.

Me abordaron cuando regresaba a casa y me preguntaron:

—¿No estás cansado de perder? ¿No te gustaría ganar? ¿No te gustaría unirte a nosotros? Con nosotros, podrías ganar. —Les dije que no, que había visto cómo perdían y prefería perder a mi manera.

Xander vino a verme al día siguiente. Yo estaba en el jardín, plantando neorrosas en el parterre de Patrick y Aida. Se quedó a mi lado, me sonrió y actúo como si habláramos de algo corriente y cotidiano.

—¿Estás con ellos? —me preguntó.

—¿Con quiénes? —dije. Me enjugué el sudor de la frente. En esa época, me gustaba cavar. No tenía la menor idea de cuánto tendría que cavar más adelante.

Xander se agachó y fingió que me ayudaba.

—Con los rebeldes —respondió en voz baja—. Con la rebelión contra la Sociedad. Han hablado conmigo esta semana. Tú también estás con ellos, ¿no?

—No —respondí.

Xander puso los ojos como platos.

—Pensaba que sí. Estaba seguro.

Negué con la cabeza.

—Pensaba que estaríamos los dos —dijo. Su voz me pareció extraña, desconcertada. Era la primera vez que lo oía hablar así—. Pensaba que tú ya debías de saberlo. —Se quedó callado—. ¿Crees que también se lo han pedido a ella?

Los dos sabíamos a quién se refería. A Cassia, por supuesto.

—No sé —respondí—. Es probable. Nos lo han pedido a nosotros. Debían de tener una lista de gente del distrito con la que hablar.

—¿Qué les pasa a los que dicen que no? —preguntó Xander—. ¿Te han dado una pastilla roja?

—No —respondí.

—A lo mejor no pueden conseguirlas —dijo—. Trabajo en un centro médico y ni siquiera yo sé dónde la guarda la Sociedad. No están con las azules y las verdes.

—O es posible que los rebeldes solo se lo pidan a las personas que no van a delatarlos —conjeturé.

—¿Cómo pueden saber eso?

—Algunos todavía viven en la Sociedad —le recordé—. Tienen nuestros datos. Pueden intentar predecir lo que haremos. —Me quedé un momento callado—. Y han acertado. Tú no los delatarás porque te has unido a la rebelión. Yo no los delataré porque no lo he hecho. —«Y porque soy un aberrante», pensé, pero no lo dije. No quería llamar la atención bajo ninguna circunstancia. En especial, informando sobre una rebelión.

—¿Por qué no te unes a ellos? —me preguntó Xander. Su tono no era de burla. Solo quería saberlo. Por primera vez desde que nos conocíamos, me pareció percibir miedo en sus ojos.

—Porque no creo en la rebelión —respondí.

Xander y yo nunca estuvimos seguros de si los rebeldes habían abordado a Cassia. Y no sabíamos si le habían dado una pastilla roja. No podíamos hacerle ninguna de las dos preguntas sin ponerla en peligro.

Más adelante, cuando la vi leyendo los dos poemas en el bosque, pensé que me había equivocado. Pensé que Cassia tenía el poema de Tennyson porque era un poema del Alzamiento y que yo había perdido la oportunidad de estar con ella en la rebelión. Pero después descubrí que prefería el otro poema. Eligió su propio camino. Y yo me enamoré todavía más.

—¿Estás segura de querer unirte al Alzamiento? —pregunto a Indie.

—Sí —responde—. ¡Sí!

—No —digo—. Lo quieres ahora. A lo mejor aguantas unos meses, unos años, pero tú no eres así.

—Tú no me conoces —aduce.

—Yo sí te conozco —digo. Me acerco hasta casi rozarla y vuelvo a tocarle la mano. Ella contiene la respiración—. Olvídate de todo esto —añado—. No necesitamos el Alzamiento. Los labradores están en alguna parte. Nos iremos todos juntos, tú, yo, Cassia y Eli. A algún sitio nuevo. ¿Qué ha sido de la chica que quería marcharse y perder de vista la orilla? —Le cojo la mano y no se la suelto.

Me mira con expresión de perplejidad. Cuando Cassia me explicó su historia, deduje lo que había sucedido. Indie había explicado la versión de su madre, la barca y el agua tantas veces que había empezado a creérsela.

Pero ahora recuerda lo que intenta olvidar. Que la historia no trata de su madre sino de ella. Después de llevar toda la vida oyendo la canción de su madre, Indie construyó la barca y provocó su propia reclasificación. No consiguió encontrar el Alzamiento. Jamás perdió de vista la orilla. Y, al final, la Sociedad la mandó lejos del mar para que muriera en un desierto.

Sé que sucedió así porque conozco a Indie. Ella no es la clase de persona que se queda mirando mientras otra construye una barca y se hace a la mar sin ella.

Está tan desesperada por encontrar el Alzamiento que no ve nada más. Desde luego, no a mí. Soy incluso peor de lo que cree.

—Lo siento, Indie —digo, y es cierto. Me duele el alma por lo mucho que lamento lo que estoy a punto de hacer—. Pero el Alzamiento no puede salvarnos a ninguno. He visto lo que les pasa a sus partidarios. —Enciendo una cerilla en el borde del mapa. Indie da un grito, pero yo la aparto. Las llamas lamen el borde de la tela.

—¡No! —grita mientras trata de arrebatarme el mapa. Le doy un empujón. Ella mira alrededor, pero los dos hemos dejado la cantimplora en la cueva—. ¡No! —repite. Me empuja y sale de la casa.

No trato de detenerla. Haga lo que haga, intente reunir agua de lluvia o cogerla del río, tardará demasiado. El mapa ya está sentenciado. El aire vuelve a impregnarse de olor a humo.

Capítulo 38

Cassia

Me cuesta concentrarme en las palabras que tengo ante mí cuando querría saber cuáles se dicen a mis espaldas en la oscuridad de la noche. Me descubro leyendo otra vez poesía, la parte siguiente del poema titulado «No te alcancé»:

El mar es el último: andad felices, pies,

tan poco camino nos queda,

a jugar juntos tendemos.

Pero ahora debemos esforzarnos,

la última será la carga más liviana

que tendremos que llevar.

El poema termina ahí, aunque sé que tiene más estrofas. La página siguiente no está. Pero, incluso en estos breves versos, oigo cómo me habla su autora. Aunque se haya ido, todavía tiene voz.

¿Por qué no la tengo yo?

De pronto, reparo en que esa es la razón de que me sienta tan atraída por su poesía. No solo son las palabras, sino cómo las hizo suyas al volcarlas en el papel.

«Ahora no hay tiempo para esto», me recuerdo. La caja siguiente está repleta de libros que se parecen entre ellos; todos llevan las palabras LIBRO MAYOR grabadas en la tapa de piel. Cojo uno y leo algunos de los renglones:

Trece páginas de historia por cinco pastillas azules. Comisión del intermediario: una pastilla azul.

Un poema, Rita Dove, impresión original, por información relativa a las actividades de la Sociedad. Comisión del intermediario: acceso a la información intercambiada.

Una novela, Ray Bradbury, tercera edición, por un terminal portátil y cuatro lunas de cristal de un solar en restauración. Comisión del intermediario: dos lunas de cristal.

Una página de la Biblia por tres frascos de medicamentos. Comisión del intermediario: nada. El trueque fue realizado por el propio intermediario.

Esta es, pues, la forma en que se llevaban a cabo los intercambios y la razón de que haya tantos libros rotos, con las páginas sueltas. Los labradores recomponían libros, pero también tenían que desarmarlos, determinar su valor, intercambiarlos a trozos. La idea me entristece mucho, aunque, por supuesto, no tenían otra opción.

Es como lo que hacen los archivistas, y como lo que hice yo cuando me quedé con las pastillas e intercambié la brújula.

Las pastillas. Las notas de Xander. ¿Escondió algún secreto en ellas? Las saco de los compartimientos y las dispongo en dos hileras sobre la mesa, una de pastillas azules y una de papelitos.

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