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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (11 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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Una tosca sacudida despertó a Mephi a la luz de sol y al canto de los pájaros. Abrió los ojos y levantó la cabeza para encontrar a Ivar acuclillado junto a él. El martillo de guerra del Fenris descansaba en el suelo, cabeza abajo. Ivar mantenía el equilibrio con una mano apoyada en el extremo del mango.

—Arriba, lobo —instó Ivar, con voz rasposa a causa del sueño. Un légamo blanquecino le adornaba los bordes de los párpados, y su aliento era como un soplo de aire escapado del infierno—. Ya es de día. Nos vamos enseguida.

Mephi se incorporó a cuatro patas y se estiró. Cuando hubo desentumecido las articulaciones, se irguió en forma de Homínido y se frotó los ojos.

—¿Me he perdido el amanecer?

—Por un par de horas —contestó Ivar, levantándose a su vez—. Buscadora de Luz sigue de guardia, y Cazadora de Lluvia ha ido a buscar el desayuno. Ve y prepara un fuego para cocinar.

—Claro —convino Mephi, con el ceño fruncido. Pasó junto a Ivar, en dirección al centro del campamento. A unos cuantos metros de distancia, un risueño y exuberante Conrad se afanaba ya en amontonar una pequeña brazada de leña recién recogida. El muchacho le saludó con la mano. Mephi asintió con escaso entusiasmo y se rascó el sobaco.

—Caminante —llamó Ivar, antes de que Mephi se alejara del alcance de su voz grave—. Respóndeme a esto.

Mephi volvió la mirada hacia él.

—¿La encontraron? —preguntó el Fenris—. Albrecht y los dos que iban con él. ¿Encontraron la Corona de Plata? No te lo pregunté anoche.

—Sí. Supuse que lo habrías oído antes de salir de los Estados Unidos. —Ivar zangoloteó la cabeza—. La encontraron. Ése es el motivo por el que Arkady volvió a casa caído en desgracia. La asamblea de la Forja del Klaive se debió en parte a ese motivo. Creía que ya habrías establecido la conexión por ti mismo.

—No se me ocurrió. Qué pequeño es el mundo.

Mephi asintió.

—A lo mejor, cuando hayamos acabado con esto y volvamos, te cuento el resto de la historia. Le relataré
La saga de la Corona de Plata
a todo el Viento Errante.

—No hagas planes. Podrías morir hoy.

—La muerte no me dará alcance antes de que hayamos terminado esta empresa —repuso Mephi, con una media sonrisa. Ivar se limitó a encogerse de hombros. Mephi comenzó a girarse hacia las cenizas del fuego, antes de volver a mirar a Ivar cuando una idea acudió a su mente—. Oye, Ivar, dime una cosa. Los Pioneros Aulladores y tú, ¿encontrasteis lo que estabais buscando? ¿La última piel que mudara el Wyrm?

—No estaba en la Umbra —respondió Ivar, apartando la mirada para no mirar a Mephi a los ojos—. Creíamos que habíamos descubierto su paradero, pero no estaba allí.

—Entonces, ¿dónde? Si se me permite la pregunta.

—La estoy mirando. Igual que tú. Eso es lo que dijo mi fallecido camarada Jack Pulgar Mojado antes de que nos fuésemos de Malfeas.

—No lo pillo.

—A ver si pillas esto. Todos nosotros, cada uno de los Garou sabe que Gaia nos creó. Nos hizo de carne y de alma, de furia y de sabiduría, de hombre y de lobo… todo en armonía. Lo que a nadie se le ha ocurrido preguntarse es exactamente de qué nos hizo Gaia.

El hombretón volvió a encogerse de hombros, dejando que la mente de Mephi hiciera el trabajo.

Aquella desquiciada posibilidad sobrecogió a Mephi.

—¿En serio crees eso?

Ivar entrecerró los ojos. Se plantó a un palmo del rostro de Mephi antes de que éste pudiera reaccionar.

—Mi mejor amigo descerrajó las puertas de Malfeas porque lo creía. Yo lo seguí, y él se dejó la vida allí. No vuelvas a preguntarme eso.

—Lo siento —se disculpó Mephi, ladeando la cabeza e irguiendo el mentón. Retrocedió un paso y permaneció a la espera del siguiente movimiento de Ivar. Cuando el Fenris hubo recuperado la compostura, Mephi se dirigió hacia Conrad y el círculo de piedras—. Voy a encender el fuego para el desayuno.

Capítulo doce

—Te sentirás como si hubieses vuelto al hogar, hermano Tajo Infectado —dijo Espina de Alcaudón, mientras ambos se erguían en el corazón de lo que antaño fuese el túmulo del recuerdo conocido como el Descanso del Búho—. ¿Por qué no me enseñas los lugares de interés?

—No estoy en casa —espetó Tajo Infectado—. Puedes echar un vistazo tú sólito.

—Sí. Es impresionante. La Colmena estará encantada al conocer los avances realizados en este lugar.

Tajo Infectado se mostró de acuerdo y echó un paseó la mirada por los alrededores, despacio. Las autoridades del parque que habían marcado ese territorio como «protegido» siempre habían procurado evitar la mitad física de la zona. Allí, las ciénagas que limitaban con el río Tisza habían dado lugar a llanuras cubiertas de hierba y bosque poco denso. Los cantos de las aves se sucedían en las copas de los árboles, perdiéndose en la distancia, interrumpidas tan sólo por el ruido de los vehículos que transitaban la carretera más próxima. El lugar olía a tierra, a agua y al humo de los tubos de escape. El hedor de la sangre y la putrefacción yacía soterrado, pero sin el cariz penetrante que recordaba Tajo Infectado de su última visita. Los cuerpos de los hombres lobo que habían pugnado por aquel túmulo habían sido recogidos y preparados para lo que se avecindaba, y la tierra se había apresurado a reclamar las exiguas pruebas de su breve reinado. Desde un punto de vista físico, el lugar estaba listo para ser consagrado en el nombre del Padre.

El reflejo espiritual de la zona era harina de otro costal. Allí, en el corazón del túmulo, a Tajo Infectado no le costaba nada ver la Penumbra a través de la Celosía. Le enfurecía lo que veía. Se había adelantado muy poco desde la conquista del túmulo. Tupidas Urdimbres seguían envolviendo los límites del túmulo en tres de sus costados, y su enloquecido y complejo diseño se amontonaba en el perímetro. Aunque las Perdiciones y los espíritus de la Tejedora corruptos habían trabajado sin descanso, y los túneles del Wyrm socavaban el firme de la Penumbra por debajo de las telarañas más densas, la densidad de las Urdimbres continuaba aumentando y amenazaba con adueñarse del lugar en cualquier momento.

Sólo el estado del cuarto y expuesto lateral del túmulo le proporcionaba alguna esperanza a Tajo Infectado. Aquella cara daba a la gloriosa Cloaca del Tisza, creada por otros valerosos soldados en el nombre del Padre. Las Telarañas extendidas en aquella dirección estaban raídas y deshilachadas, y la vista de Tajo Infectado alcanzaba casi hasta el río. Según podía asegurar, la lenta marea del corrupto terreno pantanoso había avanzado desde su última visita. Por lo menos, aquello ya era algo. Tajo Infectado devolvió su percepción al plano físico y descubrió que Espina de Alcaudón estaba hablando con él.

—… fin la he encontrado —decía el Theurge.

—¿El qué?

—La piedra del sendero. La razón de que estemos aquí. Te lo acabo de explicar, Tajo Infectado.

—Estaba mirando al otro lado de la Celosía. ¿Qué ocurre con la piedra?

—Digo que la hemos encontrado. Un Vidente de una de nuestras manadas de Ooralath la ha descubierto en algún punto entre el río y el lugar donde nos encontramos. El antiguo Guarda del túmulo no la ocultó demasiado bien.

—¿Por eso hemos venido? ¿Tus visiones te conducían a la piedra del sendero? Todos pensábamos que se había perdido o que la habían puesto a salvo en otro clan.

—No se había perdido —dijo Espina de Alcaudón—. Encontrar la piedra del sendero sólo forma parte de lo que se me ha ordenado hacer en mis visiones.

—Exacto. Cuando la devolvamos aquí, la activarás para renovar sus conexiones con los demás túmulos de la zona. Yo enviaré a Astillahuesos de regreso por los túneles para que Lady Arastha prepare a nuestros efectivos…

—No harás nada de eso. —Espina de Alcaudón miraba en dirección al Tisza, sin que pareciera que estuviese viendo nada—. Eso no forma parte de la visión de nuestro Padre. Para eso no nos necesitaría.

—¡Pero tenemos los guerreros! Están preparados y dispuestos a lanzar un ataque por sorpresa. ¿Qué ocurre, no puedes hacerlo? ¿Ni siquiera puedes utilizar la piedra del sendero para lo que fue creada?

—No me ladres, Ahroun —gruñó Espina de Alcaudón. Fulminó a Tajo Infectado con la mirada, retándole a cometer alguna imprudencia—. Cuando el alfa actúa, el beta aprende, y ahora yo soy el alfa.

—Pero la ventaja estaría de nuestra parte —insistió Tajo Infectado—. Con las fuerzas suficientes, podríamos abrirnos paso por la fuerza a través de toda la región, igual que el Tisza.

—Las fuerzas destacadas no están ahí para saltar a una orden impetuosa. Hasta la última manada, hasta la última Colmena está ocupada enfrentándose a clanes nativos o desgarrando la Urdimbre. Si azuzamos a esas fuerzas antes de tiempo, perderíamos lo que están a punto de conseguir.

—Es muy sencillo,
Theurge
—masculló Tajo Infectado, golpeando un puño contra la palma de la otra mano, presa de la frustración—. Retiramos a nuestros guerreros para que el enemigo los persiga, dispuesto a rematarnos. En ese momento, todos acudimos aquí, profanando la tierra a nuestro paso, provocando a nuestros adversarios. Nos reunimos aquí y ellos nos rodearán esperando una confrontación definitiva. Mientras nuestro enemigo se encuentre lejos de sus territorios, utilizaremos las conexiones de tu piedra del sendero para atacar sus túmulos, indefensos. Es una estrategia sencilla.

—Mis visiones y las órdenes del Padre no están ahí para someterse a tus delirios de estratega —repuso Espina de Alcaudón, sin cólera—. No hemos venido para satisfacer tus enfervorizados sueños de gloria en el campo de batalla. Nuestro Padre nos ha confiado una misión cuya importancia excede a la de un único conflicto. Puede que sea más importante que cualquier otra batalla antes de la llegada del Apocalipsis.

—Chorradas —espetó Tajo Infectado—. ¿Una manada de tres para algo tan importante? Me parece que eres tú el que tiene enfervorizados sueños de gloria.

—Quizá, pero buscaré su consecución, como ordena el Padre, y tu obedecerás a tu alfa. Estamos en guerra y mi autoridad es incontestable.

—Vale —escupió Tajo Infectado—. Ya que vamos a dejar que se nos escape una estrategia tan genial como esta, será mejor que la razón sea tan importante como tú dices.

—Lo es —dijo Espina de Alcaudón, con una sonrisa distante—. Según lo que he visto, lo es de verdad. Es algo que triturará el espíritu de nuestros enemigos y lo devorará mientras aúllan aterrorizados. Si tenemos éxito aquí, habremos ganado la guerra para nuestro Padre.

—¿Todo gracias a una piedra del sendero?

—Todos los torbellinos comienzan con un soplo. —Espina de Alcaudón aferró los hombros de Tajo Infectado y apretó—. Ya lo verás.

Tajo Infectado miró a Espina de Alcaudón a los ojos, blancos como la plata, y vio un remolino de ardor y locura en su interior. Las palabras del Theurge no eran mera retórica para él, Espina de Alcaudón creía en lo que decía. Tajo Infectado nunca había conocido tal convicción, ni en su vida actual ni en la anterior. Aquella fortaleza de fe resultaba reconfortante.

—Si tú lo dices, te creo.

—Excelente. —Espina de Alcaudón soltó a Tajo Infectado y se dio la vuelta—. Entonces, en marcha. Tenemos que preparar los cuerpos de los fallecidos del túmulo y llevarlos al lugar donde los Ooralath descubrieron la piedra del sendero. Astillahuesos ya se encuentra allí, esperándonos y comprobando la seguridad de la zona.

Tajo Infectado asintió y partió tras los pasos de su alfa, preguntándose qué sería lo que estaba a punto de afrontar su manada.

Capítulo trece

Al borde del anochecer, Mephi y el Viento Errante se deslizaron por un ralo entramado de Urdimbres para coronar una elevación de la Penumbra. Desde la cima, atisbaron por primera vez la Cloaca en la que se había convertido el río Tisza. Una única nota unificadora resonó en el interior de todos ellos, y una oleada de rabia intentó ahogarlos en las aguas del frenesí. Todos ellos se vieron imbuidos de un impulso irracional que los incitaba a bajar corriendo la colina y descuartizar a los responsables de la profanación de uno de los ríos de Gaia. Querían destruir a los insignificantes servidores del Wyrm desperdigados por la cuenca del río. Querían degollar con las garras a los humanos que habían provocado aquel accidente. Querían triturar, asesinar y rugir hasta que aquel lugar recuperara su aspecto natural. Eran Garou; por tanto, querían vengar las torturas que le habían infligido a Gaia.

Sólo a fuerza de voluntad y pensamiento racional consiguieron aplacar aquel impulso letal y, en potencia, suicida. Melinda fue la primera en recuperar el control de sí misma y comenzó a apartarse de la loma. Los demás miembros de la manada la imitaron y le volvieron la espalda a la horrenda y monstruosa panorámica. Sólo Mephi permaneció en la cima, e incluso él tuvo que retroceder unos cuantos pasos.

—Cristo bendito —musitó Conrad, cuyo control de las riendas de sus emociones no era tan férreo como el de sus compañeros—. ¿Eso lo han hecho ellos? ¿Eso lo ha hecho el Wyrm?

—Sí —respondió Melinda. Hablaba con voz calma, pero sus ojos de oro rojizo eran dos ascuas encendidas—. Ya te dije que sería así.

—No, qué va. —Mientras hablaba, la voz de Conrad se volvía más pastosa y profunda. Sus músculos se abultaban, y el vello que le cubría el cuerpo se tornaba oscuro y áspero. Su forma había comenzado a inflarse en la de Glabro—. Tú me dijiste que iba a tener mala pinta. ¡Eso de ahí abajo no tiene mala pinta! ¡Es el puto final del mundo! ¡Todo se va a convertir en eso si no hacemos algo
ahora mismo
!

Chis
, previno Cazadora de Lluvia.
Serénate
. Sus orejas enhiestas, sus ojos desorbitados y los barridos de su cola le conferían un dejo hipócrita a sus palabras. Pateó el suelo y miró por encima del hombro en dirección a la Cloaca.

—¡No me digas que me tranquilice! —tronó Conrad—. ¿Has visto lo mismo que yo allí abajo? ¡Alguien va a tener que pagar por eso! ¡Voy a hacerles pagar con éstas a esas cosas de ahí abajo! —Levantó la mano, con las garras hacia arriba. Sus garras de Glabro no eran tan largas ni tan fuertes como las de su forma de Crinos, pero sí eran lo bastante robustas y afiladas como para que su mensaje quedara bien claro.

—Pagarán —le aseguró Melinda—. Todos ellos, antes del Apocalipsis. Pero no esta noche.

—¿Estás asustada? —chilló Conrad, volviendo hacia ella sus ojos, casi inhumanos. Ya había comenzado a agrandarse, a cambiar sin pensar en la forma de guerrero, medio hombre y medio lobo—. ¿Por qué tienes miedo? ¿Porque sólo somos cuatro? —Mephi entrecerró los ojos ante aquel desliz involuntario—. ¡Me das asco, zorra cobarde! ¡Yo asumiré el mando!

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