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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

Cállame con un beso (46 page)

BOOK: Cállame con un beso
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En cualquier caso le ha venido bien hablar con ella. Le ha animado para ponerse manos a la obra con el libro. Ella le ha recordado que hay muchos seguidores esperando ansiosos a que la segunda parte de
Tras la pared
se publique. Solo por toda esa gente debe esforzarse al máximo y hacerlo lo mejor posible.

Aunque su cabeza se empeñe en otra cosa totalmente distinta.

Capítulo 68

Esa mañana de diciembre, en un lugar de Londres

—Tú, atontada, me has dejado plantada abajo.

—Lo siento. Ya iba, pero es que…

—Menos mal que el estúpido de Luca Valor me ha dejado una ficha para la secadora, si no…

—Es que me han llamado por teléfono y se me ha ido el santo al cielo.

Valentina observa a Paula, que está sentada en la cama con la mirada perdida.

—¿Quién te ha llamado? —pregunta, curiosa.

—Un viejo amigo.

—¿Un viejo amigo o un amigo viejo?

Aquel juego de palabras de la italiana devuelve la sonrisa a la chica. No es que la haya perdido por nada en especial. Simplemente, es que se ha quedado muy sorprendida. Aún le cuesta asimilar lo que acaba de saber.

—Lo primero.

—Menos mal. Porque tú eres una especialista en buscarte amigos raros.

—¿Lo dices por ti? —pregunta sacándole la lengua—. Eres la única amiga que tengo aquí.

—¡Qué va! ¡Qué va! ¡Estoy segura de que en Londres has hecho muchos amigos! —exclama gesticulando—. Lo que pasa es que ni ellos ni tú lo sabéis todavía.

—¡Capulla!

Paula se agacha, coge un zapato de tacón de debajo de la cama y se lo lanza sin mucha fuerza.

—¡Ey, cuidado, que tú eres una especialista en dejar tuerta a la gente! ¡No quiero terminar llevando un parche en el ojo como ese tipo!

—Pues te quedaría bien.

—A ti te quedaría mejor, guapa. Además, es de ti de quien se ha enamorado.

—Que no se ha enamorado de mí…, ¡qué pesada!

—Te podrías poner tú otro parche y os llamarían la pareja pirata. Hasta podríais surcar el Támesis en una galera.

El otro zapato vuela hasta Valentina que lo esquiva echándose a un lado.

—Algún día te comerás uno de mis tacones.

—Con salsa boloñesa —comenta, acercándose hasta ella—. Lo que me recuerda que estoy hambrienta. ¿Vamos a comer mientras se seca la ropa?

—¿Cómo puedes tener hambre después del desayuno que nos hemos dado?

—Porque soy italiana. Me gusta comer —indica con orgullo—. Además, no engordo nada.

Da una vuelta sobre sí misma y camina como si estuviera desfilando en un pase de modelos, con una mano en la cintura. Llega hasta la puerta y regresa andando de la misma manera. Se levanta la sudadera, que se ha puesto después de la ducha, y se da una palmada en el vientre plano.

—Muy llanita y fibrosa tu tripa. Enhorabuena. Pero no cuentes conmigo todavía. No tengo nada de hambre.

—¡Bah! Pues me voy yo sola.

Valentina coge un tique de comida y, caminando como antes y con la camiseta levantada, sale de la habitación. Paula sonríe. Su compañera de cuarto es todo un personaje. Le alegra que hayan hecho las paces. Aunque le haya supuesto correr detrás de ella por las calles de Londres.

La ficha de la secadora… ni la recordaba. Aquella llamada de teléfono la ha dejado en estado de
shock
. Y pensar que hace un año y pico ella…

Se tumba en la cama y recuerda. Pero apenas le da tiempo a abrazar la almohada cuando llaman a la puerta.

Se levanta como un resorte, se mira en el espejo del cuarto de baño y abre.

—Hola, ¿podemos hablar?

—Sí, claro, pasa.

¿«Sí, claro, pasa»? ¡Es Luca Valor! Hace unos días le habría dado con la puerta en la cara y le habría gritado que se fuera. Ahora, hasta se fía de él y le deja entrar en su habitación.

El chico mira a un lado y a otro, buscando dónde sentarse y por fin se decide por una de las sillas del escritorio. Paula elige su cama. Lo observa y espera a que hable. Parece un poco nervioso.

—¿Dónde ha ido tu amiga? He venido a tu habitación y he visto que se marchaba.

—¿Valentina? Se ha ido a comer. Estaba muerta de hambre.

—Bien. Entonces tardará en volver.

—Sí, a no ser que no le guste nada de la comida de hoy y se suba con un sándwich.

—Bueno, intentaré darme prisa entonces, por si acaso.

En cierta manera, lo comprende. Esos dos siempre terminan discutiendo por cualquier cosa. No se soportan. Si quiere hablar con ella a solas, es mejor que la italiana ni siquiera sepa que está allí.

—Tú dirás… ¿Qué es lo que pasa?

—Verás…, hay una cosa que… no sé cómo… Es complicado.

—No me entero de nada —comenta Paula con una sonrisa—. Explícate.

Nunca lo había visto tan nervioso. ¿Tan importante es eso que tiene que decirle? Empieza a temerse lo peor. No será que se va a declarar o algo por el estilo, ¿no? ¡Se muere allí mismo!

—No es cierto que esté enamorado de ti —suelta de golpe.

Sería difícil determinar quién de los dos está pasando peor momento. Ambos se sonrojan a la velocidad de la luz y son incapaces de mirarse a la cara. Silencio, que dice mucho. Hasta que ella trata de reconducir la conversación.

—Es algo que ya imaginaba.

—¿Sí?

¡No! Pero ¿qué quiere que le diga? Después de que Valentina le haya estado comiendo la cabeza todo el tiempo con ese tema ya no sabía qué pensar.

—Claro. Aunque no tenías que darme explicaciones.

—Como tu amiga insiste tanto con lo mismo…

—A Valen no hay que hacerle demasiado caso.

Y desde ahora mucho menos. Por su culpa se ha metido en aquel lío y está pasando un mal trago. Si no fuera tan bocazas, no pasarían estas cosas. Mira que ha sido cabezota con que ese chico estaba pillado de ella. ¡No tenía razón y aquella confesión sincera por su parte lo demuestra!

—Es que yo, eso de estar enamorado…, como que no.

—Hasta que un día te llegue y no puedas hacer nada por evitarlo.

—No creo que eso suceda de momento. A mí me va otro tipo de rollo. No soy como vosotras, que tenéis novio en vuestro país y todo eso.

—Bueno, a día de hoy, creo que ni Valen ni yo tenemos novio.

—¿No? Creía que sí.

—Pues te equivocabas —indica Paula con una sonrisa triste—. Es una larga historia. Casi mejor no hablar sobre ello.

—OK.

La chica se levanta de la cama, incómoda, y se sienta en la otra silla del cuarto. ¿Por qué le ha contado todo eso? Ahora mismo Luca parece un buen tío, pero quién sabe si en cualquier momento puede cambiar otra vez y empezar a molestarla como antes. No debe ser tan confiada. Él no es su amigo y, además, durante tres meses se lo ha hecho pasar fatal en Londres.

—¿Hay algo más que me quieras decir? —pregunta algo seca debido a que ha recordado que no puede fiarse de él.

—No. Solo eso.

—Bien. Entonces, todo aclarado.

—Todo aclarado.

—Genial.

El joven es ahora quien se pone de pie. La charla ha terminado. Sin embargo, cree que debe hacer una cosa más.

—Se me olvidaba algo.

—¿El qué?

Se acerca lentamente hasta la chica y se agacha frente a ella, mirándola a los ojos. Paula está confusa. ¡Y nerviosa! ¿No se iba ya? ¿Qué pretende ahora? Quiere gritar. ¿A que grita? ¡A que grita!

—Perdón. He sido un gilipollas durante todo este tiempo. No eres la niña pija y consentida que creía.

—¿Creías que era así?

—Desde que te vi la primera vez.

—No me lo puedo creer.

—Es que esa es la imagen que dabas. De chica a quien todos hacen caso y le ríen las gracias, haga lo que haga. La típica
popular school girl.

—¡Ja! Increíble…

—Por eso te estoy pidiendo perdón.

—¿No te han enseñado a no juzgar a las personas a la primera de cambio?

—Lo siento.

Lo dice arrepentido, colocando una mano en su rodilla. Sus miradas se encuentran. Y la chica vuelve a ponerse muy nerviosa. De nuevo esa sensación de querer chillar y salir corriendo.

—Luca…

—Pero bueno, estos días que hemos compartido me han hecho ver algunas cosas. Y aunque te haya dicho que no te quiero, la verdad es que…

La puerta de la habitación se abre de pronto y aparece Valentina con un sándwich de atún en una mano y una botella de agua en la otra. Los ojos se le van a salir de las órbitas cuando presencia la escena que tiene delante. Paula está sentada en una silla, inclinada hacia delante. Y Luca Valor está agachado frente a ella, en actitud demasiado amistosa.

—¡Lo sabía! ¡Se te está declarando!

—¡No! —gritan los dos a la vez.

—¡Ya! ¿Quién tenía razón? Luca Valor: ¡estás enamorado!

El chico se incorpora y mira nervioso a la recién llegada. Sería inútil discutir con ella, así que decide irse de allí. Avanza a grandes pasos hacia la puerta y se marcha antes de enzarzarse en una nueva pugna dialéctica que no lleve a ninguna parte.

—Me vas a decir que esto no es lo que parece, ¿verdad? Como en una película. ¡Pues no me lo creo!

La italiana suelta una carcajada y se sienta en su cama; bebe un trago de agua y observa a su amiga, que se ha quedado blanca. Petrificada. Inmóvil.

Lo que piense y sospeche Valentina es importante, pero hay algo que le preocupa todavía más.

¿Qué estaba a punto de decirle Luca Valor antes de que esta le interrumpiera?

Capítulo 69

Ese día de diciembre, en un lugar alejado de la ciudad

Ese idiota tarda demasiado. Ricky ya tenía que haber llegado con el móvil para Miriam. Lo ha llamado unas cuantas veces y no contesta. Empieza a desesperarse.

—¿Qué te ocurre, cariño? Pareces muy tenso —comenta la chica, que está preparando la comida.

—Nada. No pasa nada.

Fabián se muestra nervioso y preocupado. No solo está así porque su amigo no le haya traído todavía lo que le pidió. Ha hecho varias gestiones por teléfono para localizar al tipo que debe comprarle las joyas y, de momento, ninguna le ha servido de mucho. Necesita ir a la ciudad cuanto antes. Allí seguro que tiene más posibilidades de dar con él. Sin embargo, hasta que Ricky no llegue, no puede marcharse. No se fía mucho, pero no le queda más remedio que confiar en él. No va a llevarse a Miriam al centro y alguien tiene que quedarse con ella para vigilarla.

—Se nos está terminando la comida. Tendremos que bajar pronto a la ciudad a comprar.

—Aún queda bastante. No hay prisa.

—No tenemos ya aceite y acabo de hervir toda la pasta que quedaba. Y tampoco hay pan de molde.

—Pues nos apañamos con otra cosa —contesta molesto.

Fabián no quiere llevarla a la ciudad y correr riesgos de que a ella le dé por escaparse o que alguien que los conozca los vea juntos. Bastantes problemas ocasionaron ya aquellos dos cuando vinieron a por la chica. Lo mejor es que no han vuelto a aparecer por allí. Eso indica que sus amenazas sirvieron de algo. Aunque no cree que se hayan dado por vencidos todavía. Por eso, cuanto antes venda las joyas y se quite de en medio a Miriam, mucho mejor.

La chica se acerca a su novio por detrás y lo abraza. Luego le besa el cuello. Él se deja hacer pero sin mucho entusiasmo.

—Cariño, ¿por qué no vamos mañana a comprar y así de camino me llevas a casa y hablo con mis padres?

Aquella pregunta alerta a Fabián, que se aparta de su lado rápidamente y la mira malhumorado.

—¿Para qué quieres hablar con tus padres? ¿No estás harta de ellos?

—Sí. Pero son muchos días sin que sepan de mí…, estarán preocupados.

—¿Tú crees? ¿Y por qué no te han venido a buscar?

—Porque no saben dónde estoy. Me habrán llamado mil veces, además. Y al ver que ni siquiera tengo el teléfono encendido… Quería darles un escarmiento, pero no desaparecer de esta manera.

El joven resopla. La situación empeora. ¿Qué debe hacer? No puede permitir que Miriam regrese a su casa antes de vender las joyas. Eso sería muy peligroso para él y para la operación. Además, esa tarde ya tiene planeado irse y ella querrá acompañarle. Debe hacer algo para ganar tiempo.

—Luego tengo que ir a la ciudad a ocuparme de unos asuntos. Pero tengo que ir solo. No puedes venir.

—¿Por qué? Mientras tú haces lo que tengas que hacer, yo podría ir a casa de mis padres y decirles que no se preocupen, que estoy bien.

—No, no puede ser. Y no insistas —señala con firmeza—. Mañana, si quieres, te llevo por la tarde y luego hacemos la compra.

Así, al menos, la retendrá un día más. Y ya se le ocurrirá alguna excusa para no llevarla mañana.

—No me parece bien —dice ella después de unos segundos en silencio.

—¿Qué es lo que no te parece bien? ¿El qué?

—Que te vayas y me dejes aquí.

El agua en la que está la pasta empieza a hervir con fuerza. Es el único sonido que se escucha en la nave después de que Miriam se haya quejado. La mirada celeste de Fabián se clava en la chica, que traga saliva.

—Después de todo lo que he hecho por ti…, acogiéndote en mi casa, dándote de comer, de beber y de fumar, todo lo que has querido y más, ¿ahora me vienes con esas?

—Solo quiero ver a mis padres.

—Y los verás…, y los verás. Pero no hoy.

—No lo entiendo. Solo quiero que me dejes con el coche en algún sitio de la ciudad y ya cojo yo el metro.

—Te digo que no. Que hoy no puede ser.

La chica sigue sin comprenderlo, pero no quiere que se enfade y se calla. Camina hasta donde está la cocina y con una cuchara de madera mueve los macarrones que ya están
al dente
.

Fabián, por su parte, tampoco dice nada más. Se sienta en un sillón y espera a que la comida esté preparada. El ruido de un coche hace que el joven se ponga de nuevo de pie y se acerque hasta la puerta de la nave. La abre y comprueba que el que acaba de llegar es Ricky. Muy alterado, sale caminando deprisa. Su amigo se está bajando de su todoterreno.

—¡Te he llamado diez mil veces! ¿Por qué coño no me coges el teléfono? —pregunta muy enfadado dirigiéndose hasta él.

—Porque conducía. Y no quiero que me multen. Bastante fichado estoy ya.

—¡Venga ya!

—Te lo digo en serio.

No hay quien se crea eso. Seguramente temía que le echara la bronca por retrasarse tanto.

—Bueno, ¿has traído eso?

—Sí.

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