Read Buenos días, pereza Online
Authors: Corinne Maier
Invertir los signos.
Cuanto más alude a una cosa la gran empresa, más carente está de ella. Por ejemplo, la empresa «revaloriza» las profesiones especializadas en el momento en que estas desaparecen, se complace en hablar de «autonomía» pero exige cumplimentar un formulario por triplicado para cualquier fruslería y recabar la opinión de seis personas antes de adoptar la decisión más anodina, y se escuda en la «ética» cuando en realidad no cree en nada.
Seguir el hilo circular del discurso
. El discurso de la empresa se desarrolla circularmente, como un pez que se muerde la cola. Basta con tomar una idea y tirar del hilo hasta el final: es inevitable regresar al punto de partida. El universo de la empresa se caracteriza porque muy a menudo la reunión es la finalidad del trabajo, y la acción es el objetivo último de la acción (a menos que suceda lo contrario).
Distinguir entre estupidez y mentira
. Cuando se trabaja en una empresa lo más difícil es distinguir los matices, y a veces la experiencia nos lleva a descubrir que en realidad… «no es una cosa y otra, son las dos». Por ejemplo, cuando tus superiores jerárquicos aseguran que «el personal es nuestro valor más importante», o que «tus ideas son esenciales para nosotros», están diciendo banalidades sin consecuencias, pues todo el mundo sabe que un mundo así no existe. Ahora bien, la frase «con nosotros podrás desarrollar especialidades muy diversas, vivir grandes aventuras y responsabilizarte de misiones y proyectos variados e innovadores», se trata evidentemente de una patraña. Y cuando un empresario afirma cosas como «no he oído ningún rumor» o «aquí practicamos una política de apertura», generalmente está mintiendo también. La combinación de estupidez e hipocresía es fructífera y ha dado lugar a la práctica del
management
moderno, que algunos han bautizado pomposamente como
neomanagement
.
Aplicar un principio de realidad
. Algunas cosas que son factibles en la vida corriente, en el mundo empresarial se tornan difíciles; y las que en la vida cotidiana son difíciles sin más, en el trabajo resultan completamente imposibles. Por ejemplo, se puede predecir el fracaso asegurado de cualquier intento de reestructuración a gran escala, al igual que el de todo proyecto que se prolongue durante más de dos años y, de una forma general, el de cualquier cosa que se haga por primera vez.
Ver las cosas en perspectiva
. Hay que situar las cosas y los acontecimientos dentro de su contexto. La empresa no se puede separar del mundo en el que prospera ( o más bien, tal como están las cosas, en el que se marchita). No es más que el síntoma de un mundo que se ha hundido en la mentira y que aplaza sin cesar el golpe de gracia recurriendo a sobornos inmensos y a una retórica hueca acompañada de una gesticulación sin sentido.
Querido individualista, hermano de armas y de corazón, este libro no te está destinado, porque la empresa no es para ti. El trabajo en las grandes compañías es como un grillete para esos individuos que, abandonados a sí mismos y con ayuda de su libre entendimiento, podrían optar por pensar, dudar, ver y, quien sabe, ¡incluso enfrentarse al orden! Y eso no se pude tolerar. Si alguna vez aparece alguien con ideas nuevas, hay que evitar a toda costa que esas ideas perturben el grupo. Evidentemente, en un mundo donde se aconseja ser dócil y está bien visto cambiar el fusil de hombro cada cinco minutos al mismo tiempo que los demás, el individualista es un factor de perturbación, una fuente de discordia. Por eso se prefiere al cobarde, el débil, el obediente, el que se inclina, sigue el juego, se adapta al molde y al final logra abrirse un hueco sin provocar demasiada agitación.
Nuestro insociable individualista, en cambio, aparte de ser incapaz de hacer lo mismo que el resto, cuando además tiene las ideas claras no es muy dado a la conciliación: por eso, lógicamente, inspira desconfianza. Las DRH (direcciones de recursos humanos) lo ven venir de lejos: tenso, obstinado, testarudo, son los calificativos que se repiten en el apartado de análisis grafológico de su expediente. Y no saberse adaptar es feo: es feo salir del trabajo tan pronto como está terminada la tarea del día; es feo no participar en el cóctel de fin de año, no compartir el roscón de Reyes con los compañeros o no dar nada para el regalo de jubilación de la señora Michu; es feo volver corriendo al hotel en cuanto acaba la reunión con los socios de Taiwan; es feo rechazar el café propuesto durante el
cofee-break
o traerse una fiambrera cuando todo el mundo baja a comer a la cafetería de la empresa.
A quienes se comportan así, sus colegas los ven como una especie de cactus de oficina porque no respetan las imprescindibles normas de convivencia, que se manifiestan en los cócteles de empresa, las bromas establecidas, la campechanía y los besos hipócritas (actitudes que es obligatorio simular, so pena de exclusión). Pero quizá lo que sucede es que nuestros cactus han comprendido perfectamente en qué punto radica la barrera infranqueable entre el trabajo y la vida personal. Quizá se han dado cuenta de que mantenerse eternamente disponibles para una inverosímil sucesión de proyectos, la mitad de ellos completamente estúpidos y la otra mitad mal planteados, es un poco como cambiar de pareja sexual cada seis meses; con veinte años la cosa puede tener su gracia, pero al cabo del tiempo, seguir con la misma actitud termina por hacerse pesado.
En
neomanagement
, en el fondo, es la erección obligatoria.
Veamos pues, en seis capítulos, todas la razones para desmotivarse.
Cuando se trabaja en una empresa, lo que más llama la atención es su jerga. Hagamos un paréntesis y reconozcamos que la retórica hueca no es monopolio de las empresas y que vivimos en un mundo amante del argot: la universidad, los medios de comunicación y el psicoanálisis son ejemplos particularmente destacados. Pero la retórica empresarial es especialmente fastidiosa: suficiente para desanimar por completo a ese héroe del trabajo que dormita en tu interior y que recibe el nombre de estajanovista. (Aunque no conozcas el significado de esta palabra puedes seguir leyendo tranquilamente el libro porque el estajanovista no salió elegido en el
casting
; no se ven muchos en la empresa privada. En la unión Soviética hubo algunos, pero nadie sabe qué ha sido de ellos.)
Cuando empecé a trabajar no entendía nada de lo que me decían mis colegas, y tardé un tiempo en darme cuenta de que eso era normal. En la novela de Michel Houellebecq
Ampliación del campo de batalla
, obra emblemática de toda una generación (la mía), hay un ejemplo magnífico de este lenguaje ridículo. «Antes de instalarme en el despacho, me entregaron un voluminoso informe titulado "Esquema rector del plan de informatización del Ministerio de Agricultura".[…] A juzgar por la introducción, que versaba sobre cierto "ensayo de predefinición de distintos escenarios arquetípicos", presentados de acuerdo con la línea blanco-objetivo». […] Hojeé rápidamente el texto, subrayando con lápiz las frases más divertidas. Por ejemplo: «El nivel estratégico consiste en la realización de un sistema de información global construido mediante la integración de subsistemas heterogéneos distribuidos». En esto consiste la retórica empresarial: es el nivel cero del lenguaje, aquel en el que las palabras no significan nada.
La empresa parte de una ilusión: para ella, el lenguaje humano, lejos de ser una ventana o un espejo, como creen algunos intelectuales especialmente iluminados, no es más que una «herramienta». Es un código reducible a información por poco que controlemos la clave. Este sueño de una palabra transparente, racional y fácil de dominar se traduce en una verdadera lengua de nadie. Al presentarse como libre de pasiones y prejuicios, limpio de todo lo imaginario, el lenguaje empresarial envuelve cada afirmación en una aura de científica frialdad. Las palabras ya no sirven para significar, y lo que hacen es escamotear los vínculos existentes entre los acontecimientos, simulando las causas que los han engendrado. Esta lengua de nadie, deliberadamente oscura e ininteligible, termina pareciendo una oscura jerga derivada de las pseudociencias. Es cierto que son precisamente estas las características necesarias para seducir a un público que se siente tanto mejor informado cuando más confusas tiene las ideas. Cuanto más abstractas y técnicas son las palabras de la empresa, mas convincentes parecen ser para ella, que usa y abusa de esta
lingüistiquería
.
[5]
La jerigonza empresarial constituye una paráfrasis inmutable de la realidad. Están funcionando ciertos mecanismos, pero avanzan de forma inexorable y preestablecida, lo cual hace pensar que no hay nadie implicado: «Ha sido creado un dispositivo de seguimiento», «Se ha elaborado un programa de información», «Se ha determinado el balance de situación». De este modo, podríamos llegar a pensar que en el seno de la empresa no sucede nada; este lenguaje impersonal, que pone el énfasis en el proceso, nos produce la ilusión de estar a salvo. No puede pasar nada; es la paz, no la de los valientes sino la del ejecutivo medio: ninguna aventura…¡aparte, claro está, de la eventualidad del despido! La historia es para los demás, para los pelagatos que habitan en los márgenes del mundo civilizado y se matan entre ellos cuando no tienen nada mejor que hacer.
Solo el régimen comunista, tan locuaz, ha sido más prolífico en retórica hueca que el mundo empresarial. George Orwell, el visionario autor de
1984
, fue el primero en comprender que el discurso de los soviéticos no constituía una jerga como las demás, risible e inofensiva, sino una auténtica metamorfosis del lenguaje producida por el contacto con una ideología. Orwell intuyó el papel desempeñado por la
neolengua
en el funcionamiento del Estado totalitario. Y la empresa también es totalitaria, de una manera
soft
, evidentemente; no nos dice que el trabajo nos hará libres (en alemán «Arbeit macht frei», de siniestra memoria), pero algunos hipócritas sí se atreven a afirmarlo.
El verdadero problema es que la lengua que habla la empresa niega al individuo porque escamotea el estilo: ningún memorando, ninguna nota, debe dejar traslucir a su autor. Cada texto se pule al máximo para respetar el ritual retórico propio de cada compañía. Se instaura un modo de escribir colectivo. Sea cual sea el asunto tratado, el contenido se somete a la acción de una apisonadora. No lo asume ningún locutor, solo se reproducen palabras ya pronunciadas y por tanto el texto no se dirige a nosotros: ¡con razón nos duerme de puro aburrimiento! La retórica empresarial constituye el único ejemplo de un lenguaje divorciado del pensamiento pero que no ha muerto (aún no) como resultado de esta separación.
Esta retórica obedece a cinco reglas básicas:
El lenguaje de la empresa nos conquista y pretende pensar en nuestro lugar. Reduce al empleado a puro mecanismo. ¡Máquina, levántate y trabaja! Tus percepciones, tus ambiciones y tus sentimientos pueden ser traducidos en tablas y curvas, y tu trabajo no es más que un «procedimiento» que hay que racionalizar.
Pero adulterar el lenguaje cuesta caro. Cuando se fuerzan las palabras hasta este punto, cuando se hace difícil desentrañar lo verdadero de lo falso y poner freno a los rumores, reina la desconfianza. Por eso a tantos asalariados les asalta la idea paranoica de que sus superiores jerárquicos han urdido una vasta conjura en su contra. Si sus jefes usan una retórica digna del
Pravda
, el órgano soviético de la verdad oficial, ¿no es para pensar que hay gato encerrado? A veces lo hay, pero a menudo las cosas son mucho más sencillas: los directivos usan la neolengua porque para eso han estudiado y porque si los han seleccionado para acceder a determinados puestos ha sido precisamente por su dominio de la jerga; sucede como si la retórica empresarial pasara a ser su elemento natural.