Buenos Aires es leyenda 2 (25 page)

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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

BOOK: Buenos Aires es leyenda 2
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—Debe referirse al otro telón, al que está contra la pared —sugirió el encargado.

Fue así como dejamos atrás el telón principal, y vimos que el escenario tenía como fondo otro telón, un telón que, simplemente, parecía cubrir una pared.

Fuimos hasta él. Lo levantamos por un corte que tenía a la mitad de su extensión. Nada, sólo una pared venida a menos, descuidada, muy antigua en apariencia.

—Nunca la refaccionaron porque estuvo siempre tapada con este telón —dijo el encargado.

Insistimos. Fuimos hasta el extremo derecho de la tela. Lo levantamos. Más pared cuarteada por los años.

—¿Ven?, no hay nada —nos espetó el hombre, mientras la otra persona, la de la cooperadora, nos miraba con una sonrisa—. Es pura cháchara del alumnado. ¿Podemos irnos?

—Un segundo más —dijimos—. Sólo nos resta ver el otro extremo. Ya que estamos acá…

Hacia allí fuimos. Unas viejas gradas de madera, que, nos informaron, antaño utilizaban los niños del coro, se apoyaban sobre aquella punta del telón. Corrimos las gradas y levantamos la tela.

Al representante de la cooperadora se le borró instantáneamente la sonrisa.

—¡Pero ¿quién hizo esto?! —exclamó.

—¡Dios mío! —fue la reacción del encargado—. No sabía que estaba eso ahí.

«Eso» era la inscripción que estábamos buscando.

Detrás de aquel extremo del telón había unas letras sobre la vieja pared. Habíamos esperado encontrarnos con algún
graffiti
hecho con marcador o con tiza, letras garabateadas con el apuro de un alumno que sabe que está haciendo una travesura.

Nada de eso. Las letras estaban talladas. La profundidad y la prolijidad que exhibían no sugería apuro alguno. Es más, el «artista» se había tomado el trabajo de tallar un pequeño círculo, a manera de punto, junto a cada símbolo. Por lo visto quería dejar bien en claro que aquellas letras eran las iniciales de algo. ¿Pero de qué?

En el mail de María de los Ángeles se habla del rumor de que las iniciales serían del Petiso Orejudo. Luego nos contactaríamos con ella para saber si tenía en su poder algún dato más, si en la época en la que ella asistía al Bernasconi se le asociaban palabras a esas iniciales.

—No me acuerdo qué letras eran, sólo se decía que las había pintado el Petiso —nos comentaría—, y eso bastaba para hacerme asustar como loca…

María de los Ángeles no recordaba las letras, pero nosotros no podemos sacarlas de nuestra cabeza. He aquí la inscripción tal cual la descubrimos, una letra debajo de la otra:

H.

F.

M.

S.

J.

C.

R.

P.

De haber sido talladas por la mano del Petiso Orejudo, una de dos, o el engendro realmente ronda por el Bernasconi, justificando el miedo de algunos alumnos; o aquella pared se alza en aquel sitio desde antes de la construcción del teatro, tal vez desde antes de la construcción del mismo Instituto, cuando Santos Godino, todavía en vida, pudo haber dejado aquella impronta en el cemento.

Aun así las iniciales talladas no parecen guardar relación ni con nuestro temible personaje, ni con sus víctimas. Podríamos acomodar algunos nombres y apellidos asociados a la leyenda, y hacerlos corresponder con las letras en la pared; pero sería un truco carente de cualquier valor. No podemos descartar, por lo tanto, que signifiquen cualquier otra cosa, y que alguien se las haya adjudicado al Petiso Orejudo, creando el mito.

Cuando abandonamos el teatro, les preguntamos a nuestros dos acompañantes si podíamos nombrarlos en este libro. Se negaron terminantemente.

—No queremos quedar pegados a ningún embrujo, a ninguna venganza del más allá —nos dijeron.

Más allá… del teatro

Nos entrevistamos también con un grupo de alumnos a la salida del colegio. Tampoco nos quisieron dar sus nombres, quizá por miedo a alguna reprimenda; pero sus testimonios son interesantes.

Dos de ellos mencionaron cierta «escalera antigua que está a mitad del parque, entre los pastos», la cual, corroboramos, puede verse desde la calle Esteban de Luca. Sobre sus resquebrajados peldaños, aseguran los chicos, pudo ser visto, en un par de ocasiones, «un chico que no conocía nadie, pelado y orejón». Las dos veces quisieron acercarse y el chico desapareció entre los árboles.

No son éstas las únicas escaleras que parecen quitar el sueño a más de uno en el histórico Instituto. Una muchacha nos aseguró que se oyen ruidos extraños, como gemidos, en la larga escalera que conduce a la E
SCUELA DE
N
IÑAS
, una entrada que permanece cerrada, cadena oxidada de por medio. Los alumnos se los atribuyen a la presencia del Petiso Orejudo.

María de los Ángeles nos dijo al respecto:

—Están sobre Rondeau, sí. Es el portón de acceso a la parte de mujeres (se dividía así cuando el Instituto no era mixto), y como todo el colegio está en desnivel, de ese lado las escaleras son laaaaargas, tanto que de noche espantan al más valiente.

Exploramos también los alrededores del Bernasconi, sólo para descubrir que el aura del Petiso Orejudo es más extensa de lo que imaginábamos.

En el Hospital Materno Infantil Ramón Sardá, frente al Instituto, se corre el rumor de que cada vez son más los gatos que se encuentran muertos con piolines alrededor del cuello, una de las torturas preferidas del asesino.

—Suelen aparecer en el buffet de la Cooperadora —nos dijo uno de los comerciantes que se instalan todos los días en la entrada del edificio—. Yo vi uno muerto ahí, con el piolín, junto a la entrada de ambulancias.

María de los Ángeles también se refirió a este asunto:

—En cuanto a lo del Sardá es cierto, he escuchado sobre la matanza de gatos. Quizás haya alguien que esté emulando al Petiso.

Corroboramos la existencia de una gran cantidad de gatos en el hospital, pero no vimos ningún cadáver.

No será la primera vez que un rumor nos lleve a otro: nos enteramos dentro del sanatorio que allí mismo habría otra inscripción de Santos Godino, una que confirmaría que aún está suelto por las calles de Parque Patricios. La inscripción podíamos hallarla, según los comentarios, detrás de una de las puertas internas del baño de caballeros.

Fuimos al baño. El reverso de todas las puertas que daban a los inodoros estaban llenos de leyendas del tipo: «Hoy nació mi hijo, fulanito de tal», «Mi señora dio a luz en esta maternidad a mi segunda hija, fulanita».

—Entre todas aquellas inscripciones —nos habían dicho— encontrarán una que dice «si nació tu hijo, cuidalo de mí».

Por segunda vez encontramos la inscripción que buscábamos, o al menos eso supusimos, porque en el reverso de la primera puerta de inodoros, en la esquina superior izquierda, escritas con marcador, pudimos leer las palabras: «si acá nació tu hijo, cuida…». Luego la oración seguía, pero no estaba clara. Sin embargo, después de observarla con detenimiento, llegamos a la conclusión de que la alternativa más probable para completar la oración sería: «si acá nació tu hijo, cuidá el hospital», escrita por alguien ofendido por el uso que se le había dado a aquella puerta.

La imaginación de algún aburrido visitante de aquel baño, habría relacionado la inscripción inconclusa con el Petiso Orejudo (quizás inspirado por tanto anuncio de nacimiento). Luego el de boca en boca se encargaría de desparramar aquella ocurrencia por todo el barrio.

Otro rumor que se encargó de desparramar el de boca en boca es el que asegura que en los pasajes Casacuberta y Apule ha sido visto, recientemente, un muchacho bajo, de orejas muy grandes, que desaparece apenas percibe que lo están observando. Fue divisado, dicen, por algunos escolares, ya que ambos pasajes suelen utilizarse por las escuelas para actividades recreativas.

Casacuberta y Apule se ubican a tan sólo tres cuadras del conventillo donde viviera, en Parque Patricios, Cayetano Santos Godino: General Urquiza 1970. Además, fue frente a la boca de entrada del pasaje Casacuberta
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de donde el Petiso Orejudo se llevó a la niña Carmen Ghittoni, de tres años de edad, para luego torturarla en el terreno baldío que se ubicaba en Chiclana y Deán Funes.

Estos datos quizá condicionen a dichos pasajes a ser el blanco de los más imaginativos del barrio.

También hay que decir que Casacuberta y Apule estimulan la imaginación de cualquiera. No aptos para claustrofóbicos, son muy angostos, con altas y antiguas casas a ambos lados, casas, algunas, que apenas parecen mantenerse en pie: dan la sensación de que en cualquier momento se desmoronarán sobre uno. Para agregar clima a este inquietante escenario, al fondo de Casacuberta se distingue la centenaria parroquia San Miguel, donde se hallaba, irónicamente, el Oratorio de San Cayetano.

¿A qué se debe tanta insistencia con respecto a la terrible posibilidad de un Petiso Orejudo vivo, acechando hoy en día a los habitantes de Parque Patricios? ¿Basta con darle todo el crédito a la imaginación barrial y al de boca en boca?

Regresaremos a estas cuestiones hacia el final de la investigación.

La sentencia

Luego del asesinato de Jesualdo, Santos Godino fue encerrado en el Hospicio de las Mercedes, manicomio que se alzaba en el barrio de Barracas.

Dentro del establecimiento sus instintos no se detuvieron.

Baste como ejemplo que, entre otras barbaridades, introdujo fósforos en la leche de un interno para envenenarlo.

Finalmente la sentencia llegó el 12 de noviembre de 1915. Por sus homicidios reiterados se lo condenó a la pena de penitenciaría por tiempo indeterminado.

Pasó, entonces, casi siete años y medio en la Penitenciaría Nacional, donde, se dice, su conducta fue ejemplar. Luego fue deportado al flamante Penal de Ushuaia.

Terminada de construir en 1920, el Petiso Orejudo ingresó en la prisión del sur el 28 de marzo de 1923. Allí su conducta vuelve a ser ejemplar, aunque si nos guiamos por los registros penitenciarios no fue tan así.

Según algunos informes, Cayetano habría recibido unos trece castigos en la cárcel de Tierra del Fuego.

Su «travesura» más famosa en este penal quizá sea sólo una fábula, pero la historia es inseparable de la leyenda del Petiso Orejudo.

Se dice que los demás prisioneros habrían criado, con mucho cariño, a un par de gatitos; como si todo el afecto que no supieron brindar estando en libertad lo hubieran guardado para aquellos dos felinos. Pero Cayetano se levantó mal un día y les quebró el espinazo a los animalitos. Los presos se vengaron de él con una tremenda paliza, en la cual le habrían arruinado los testículos y roto algunos huesos.

El final del monstruo

Cayetano nunca recibió visitas en prisión. Mantuvo correspondencia con sus padres, su hermana y su sobrina; pero este lazo también se fue perdiendo. Su familia habría vuelto a Italia, abandonándolo para siempre.

Cayetano Santos Godino muere en el penal de Ushuaia el 15 de noviembre de 1944. La versión oficial señala que fue una hemorragia interna causada por una úlcera en el estómago la que lo llevó a la muerte. Pero aparecerían otras versiones en las que se haría referencia a un estado tuberculoso o a una grave pulmonía.

Pero el mito urbano volvería a la venganza por el asesinato de los dos gatitos del penal, señalándola como la verdadera causa de la muerte de Cayetano. El mito hace oídos sordos al año en que los investigadores fechan aquella paliza: 1933, once años antes del documentado deceso.

Quizá la relación se genere amén a que existe la posibilidad de que la mortal hemorragia se haya generado en una última pelea en prisión de la cual, si es que existió, se desconocen las causas.

¿El final del monstruo?

Así como el de boca en boca habría metido la cola para crear esta versión aparentemente falsa de la muerte del Petiso Orejudo (que es, sin embargo, la más conocida y aceptada), algo parecido pudo haber hecho con respecto a los ni-mores de que el terrible asesino aún ronda en los pasillos del Instituto Bernasconi.

Tiempo atrás, hubo ciertas personas, naturales de Ushuaia, que aseguraron que el Petiso Orejudo se había hecho el muerto para luego escapar de su tumba. La exageración popular llegó a completar estos dichos incorporando el dato de que Cayetano se había convertido en un ente eterno, gracias a la «energía» o «esencia» que le otorgaran las almas de las criaturas que ultimó.

Toda esta especulación metafísica se apoyaría en lo sucedido cuando se removió la tierra del cementerio de Ushuaia: no estaban los huesos del Petiso.

Esta versión pudo haber sido llevada por algún alumno o profesor al Instituto Bernasconi; para que una vez allí, ayudada por el antecedente del asesinato de Jesualdo, y por la extraña inscripción en el teatro, se instalara en los pasillos de colegio hasta generar el miedo a la presencia real del mítico asesino.

El peor

A lo largo de nuestras investigaciones nos hemos enfrentado a monstruos de todo tipo, desde enanos vampiros hasta la bestia que habita en la Reserva Ecológica, desde golems hasta lagartos prehistóricos.

¿Pero habrá peor monstruo que el que acabamos de presentar? ¿Existirá bestia más aterradora que la abominación infanticida llamada «Petiso Orejudo»?

Si aún no se atreven a arriesgar una respuesta, quizá los ayude a decidirse el siguiente interrogatorio al que sometieron los doctores Esteves y Cabred a nuestro monstruo, cuando éste se hallaba internado en el Hospicio de las Mercedes.

Hemos reproducido textualmente dicho interrogatorio según consta en el libro
La leyenda del Petiso Orejudo
del historiador Leonel Contreras. De esta misma obra, fascinante por cierto, fue tomada mucha de la información reflejada en estas páginas.

He aquí, entonces, el interrogatorio de Esteves y Cabred a Godino:

E-C: ¿Es usted un muchacho desgraciado o feliz?

G: Feliz.

E-C: ¿No siente usted remordimiento de conciencia por los hechos que ha cometido?

G: No entiendo lo que ustedes me preguntan.

E-C: ¿No sabe usted lo que es remordimiento?

G: No, señores.

E-C: ¿Siente usted tristeza o pena por la muerte de los niños Giordano, Laurora, y Reina Bonita Vainicoff?

G: No, señores.

E-C: ¿Piensa usted que tiene derecho a matar niños?

G: No soy el único, otros también lo hacen.

E-C: ¿Por qué mataba usted a los niños?

G: Porque me gustaba.

E-C: ¿Por qué producía usted incendios?

G: Porque me gustaba.

E-C: ¿Por qué buscaba usted terrenos baldíos o casas deshabitadas para cometer sus atentados?

G: Porque así nadie me veía.

E-C: ¿Por qué huía usted luego de matar a los niños y de producir incendios?

G: Porque no quería que me agarrara la policía.

E-C: ¿Con qué objeto fue usted a la casa del niño Giordano la misma noche del día en que lo mató?

G: Porque sentía deseos de ver al muerto.

E-C: ¿Con qué objeto le tocó la cabeza al muerto?

G: Para ver si tenía el clavo.

E-C: ¿Piensa que será castigado por su delito?

G: He oído decir que me condenarán a veinte años de cárcel y que si no fuera menor me pegarían un tiro.

E-C: ¿Se animaría usted a matar algunos niños idiotas del Hospicio de las Mercedes?

G: Sí, señores.

E-C: ¿En qué paraje los mataría?

G: En la quinta del establecimiento, porque así no me verían.

E-C: ¿Cómo haría usted para matarlos?

G: Les pegaría con un palo en la cabeza y lo dejaría al lado del niño para hacer creer que el palo le había caído por casualidad en la cabeza.

E-C: ¿Dónde le gusta más a usted vivir? ¿En este asilo o en la cárcel?

G: En la cárcel.

E-C: ¿Por qué?

G: Porque acá están todos locos y yo no soy loco.

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