Breve Historia De La Incompetencia Militar (39 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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El plan fue presentado a Reagan el viernes 21 de octubre de 1983 y éste quedó tan impresionado por la enormidad de invadir a otro país que inmediatamente se marchó a pasar un fin de semana de golf en Georgia, donde se disputaba el famoso torneo Masters de Augusta. En lugar de involucrar solamente a los dos cuerpos obvios en la invasión, la US Navy y los Marines, North había inflado el plan para asegurarse de que todas las armas tuviesen su pedacito de gloria. Nada como una victoria fácil en el Caribe seguida de una prolongada ocupación en la playa para que los elementos proinvasión del Pentágono aparezcan.

Sin embargo, resultó que una unidad anfibia de unos 1.600 marines con una flotilla de barcos que llevaba todo lo necesario para una bonita invasión estaba de camino hacia Beirut, Líbano. De modo que fue rápidamente desviada a Granada.

Un destacamento de la armada encabezado por el portaaviones Independence también zarpó para allá. Los rangers del ejército y los paracaidistas de la 82ª Compañía Aerotransportada tenían que volar directamente desde Estados Unidos y aterrizar justo en la pista aérea gigante de Granada.

El domingo por la mañana, 24 de octubre, unos terroristas hicieron estallar por los aires un cuartel de marines en Beirut y asesinaron a más de doscientos soldados. Reagan no pudo jugar su última bola. Voló de regreso a Washington para ponerse al frente de la emergencia. Toda la administración se preocupó por la enorme crisis desatada en el Líbano, donde estaban realmente en juego grandes y apremiantes cuestiones de seguridad nacional. De pronto, Granada se convirtió en algo a considerar. La única cosa que contaba para Reagan era que no quería que se repitiese una situación con americanos como rehenes. No quería verse en los mismos problemas que Jimmy Carter tan cerca de casa. Así que dio el consentimiento para poner en marcha la operación de Granada: El martes era el Día D.

Cuando los comandantes recibieron las órdenes finales, lo primero que hicieron fue ir a buscar sus mapas y descubrieron que no había ninguno.

¿Qué sucedió?: Operación «Exceso de medios»

Cuando los comandantes del CMR se dieron cuenta de que los rumores eran ciertos y que la superpotencia vecina iba a invadirles se apresuraron a meterse en los túneles bajo Fort Frederick. El hecho de que no podrían comunicarse con su ejército por radio desde el interior de los túneles no detuvo su determinación por permanecer a salvo del inevitable bombardeo y los destrozos que suceden cuando una superpotencia invade tu minúscula isla.

De hecho, tampoco es que tuviesen demasiados soldados que mandar. La principal fuerza de asalto del CMR era una compañía móvil de unos cien hombres con vehículos blindados, dos rifles antitanque, algunos morteros y dos armas antiaéreas. Había otra docena de armas antiaéreas repartidas por toda la isla en poder de las compañías de la milicia. Las milicias, que en tiempos de paz contaban con unos trescientos hombres, se habían mezclado con el populacho cuando Coard había ocupado el poder, y solamente unos 250 se presentaron para enfrentarse a la invasión de la superpotencia. El ejército regular de Granada estaba formado por unos 500 soldados. Tenían media docena más o menos de vehículos blindados útiles con ametralladoras conducidos por valientes soldados sedientos de sangre, como habían demostrado enfáticamente cuando acabaron con Bishop sin dudarlo en nombre de la revolución.

Castro se negó a proporcionar refuerzos a los más o menos 600 cubanos que había en el aeropuerto, y se limitó a despachar a un oficial en el último minuto para asegurarse de que los cubanos se mantenían firmes ante el inevitable colapso.

Castro estaba decidido a asegurarse de que los furibundos anticomunistas, perros imperialistas de la superpotencia, no tuviesen tentaciones de ir saltando de isla en isla por el Caribe, y emitió estrictas órdenes de disparar solamente a los invasores si ellos primero abrían fuego. El CMR, presintiendo que tal vez luchar contra el ejército de una superpotencia sin contacto de radio con sus tropas les exigiría probablemente toda la atención, dejó a los cubanos que se las arreglasen por sí solos.

Formados contra ellos había miles de soldados de una superpotencia fuertemente armados, tecnológicamente superiores y muy bien entrenados con aviones, helicópteros, barcos y vehículos de todo tipo. La desproporción era abrumadora. La resistencia sería fútil. O al menos eso parecía.

En 1983, los militares estadounidenses aún se estaban recuperando de la debacle de la guerra de Vietnam. Aún no había bombas de precisión inteligentes guiadas por satélite, que prometiesen ataques sin que se produjesen daños colaterales y con un montón de secuencias de vídeo que lo demostrasen. Para volar las cosas por los aires con su vasto arsenal de cohetes, bombas y proyectiles de artillería, los Equipos de Control de Combate (CCT), soldados reales con binoculares y radios, tenían que dirigir los ataques. Los que los dirigían usualmente iban acompañados por alguna de las muchas Fuerzas Especiales del ejército norteamericano, entre los cuales se encontraban: los Rangers del Ejército de Tierra, la Delta Force del Ejército, SEAL de la Armada y las Fuerzas Especiales de los Marines.

Las Fuerzas Especiales habían asumido vida propia después del fracaso en 1980 de la misión de rescate de rehenes en Irán. Con todo el establishment militar de Estados Unidos desesperado por apuntarse una victoria en la primera acción real desde Vietnam, su confianza se elevó por las nubes. Ollie North opinaba que la coordinación era para los chupatintas y el ping-pong. Pero la coordinación de todas aquellas fuerzas con tan poca antelación resultó ser tan complicada y tan letal como el enemigo que les combatía.

Además de no saber exactamente dónde iban a ir, los comandantes no estaban seguros de con quiénes estarían combatiendo ni de cuántos eran. Desplegaron los antiguos mapas turísticos que tenían y cualquiera que hubiese visitado realmente la isla fue etiquetado de experto. A pesar de que los mapas proporcionaban poca información acerca de los puntos fuertes del enemigo, informaron a los comandos estadounidenses de dónde podían alquilar ciclomotores.

Después de atentas consideraciones, los comandantes norteamericanos estimaron que derrotarían al enemigo en un día, sin importar si éste estaba bien armado o cuántos eran. También dieron por sentado que todos los estudiantes de medicina estaban en el campus True Blue Bay, junto a la pista de aterrizaje. Aquella información, que podría haber sido fácilmente contrastada llamando a alguien que gestionase la facultad o tal vez a algún estudiante de ella, estaba aparentemente fuera del alcance de la misión.

La combinación de una casi completa falta de información, una escasez de mapas exactos actualizados de la isla y la marabunta de la rivalidad entre los servicios parecía destinada a garantizar los vacíos de comunicación, los errores y las meteduras de pata. En una burocracia, esto causa dolores de cabeza. Cuando esta burocracia es el ejército, causa muertes.

Era una avalancha hacia la guerra, pero una especie de avalancha tranquila. Igual que un coche oxidado dejado en el jardín durante demasiado tiempo, la máquina de guerra tenía problemas para ponerse en marcha.

La primera noche, el 23 de octubre, la Navy SEAL y la fuerza aérea CCT planearon un aterrizaje en la pista de Point Salines para despejar obstáculos y plantar faros de navegación para la esperada oleada de soldados. Puesto que la invasión fue tan apresurada, estos soldados de vanguardia se vieron obligados a encontrarse con la armada volando directamente a Granada desde Estados Unidos, cayendo en paracaídas en el océano, a oscuras, más o menos cerca de los barcos, desde unos ciento ochenta metros de altura y con fuertes vientos. El resultado fue que cuatro de los dieciséis soldados se ahogaron y que sus pequeños botes, cuando finalmente consiguieron subir a ellos, se inundaron de camino a la playa. La misión fue cancelada.

La segunda noche, el 24 de octubre, las Fuerzas Especiales de nuevo no consiguieron desembarcar los pequeños botes a causa del fuerte oleaje. Esto molestó profundamente a los mandos norteamericanos. Una flotilla formada por una docena de barcos, incluido un portaaviones y una embarcación de asalto anfibia, cargada con helicópteros junto con los miles de soldados y marinos, estaban esperando en los oscuros alrededores de las costas de Granada retrasados por la imposibilidad de desembarcar a dieciséis soldados (ya rebajados a doce) en una playa. Los granadinos estaban venciendo…, y ni siquiera sabían que estaban luchando.

Como resultado de este pequeño fracaso, la invasión debería empezar durante el día 25, un martes. Y en lugar de desembarcar en la gigantesca pista de Point Salines, la primera oleada de tropas invasoras debería ser lanzada en paracaídas.

Un salto en pleno día significa no tener protección y elimina el factor sorpresa. Por el otro lado, el único factor sorpresa para los americanos era saber cuántos enemigos estaban acechando allí abajo.

Por fortuna para los rangers, los cubanos que defendían la pista tenían más miedo a Castro que a los americanos: por lo tanto no dispararon, tal como les había ordenado el líder supremo. Aquel hecho salvó el día a los rangers, que bajaron flotando en el aire dentro del alcance de los tiradores cubanos, muchos de los cuales en realidad eran obreros de la construcción armados con AK-47 cargados sólo con unas 100 balas cada uno. Los tiradores granadinos que disparaban las armas antiaéreas fueron mantenidos a raya por la fuerza aérea estadounidense. Los norteamericanos habían aterrizado.

El objetivo de los rangers era capturar el campo de aviación y asegurar el campus True Blue. Hacia las 7.30 horas los rangers rescataron a los estudiantes que podían llegar a ser rehenes de las personas invisibles que podían llegar a convertirse en secuestradores. El júbilo de los rangers acabó en seco cuando descubrieron que había más estudiantes viviendo en el campus Grand Anse entre el aeropuerto y la capital. ¡Maldición! El Imperio por un directorio del campus.

Los soldados que se encontraban en la pista se desplegaron y capturaron las posiciones cubanas situadas alrededor de su campo de trabajo. En un momento dado, el avance de los rangers se detuvo bajo el fuego de un único rifle sin retroceso.

Hicieron una pausa para aplastar al enemigo con un abrumador despliegue de tecnología y pidieron un ataque aéreo. Sin embargo, tropezaron con un montón de problemas a causa de una falta de comunicación que rápidamente estaba resultando ser endémica. Cuatro cañoneras Marine Cobra y pequeños helicópteros de dos hombres se apresuraron a acudir, pero no pudieron contactar con el ejército de tierra o los aviones de las fuerzas aéreas para que les confirmasen sus objetivos. Dos de los Cobras finalmente pudieron contactar con un controlador aéreo en tierra, pero entonces descubrieron que tenían mapas distintos. Finalmente localizaron al rifle enemigo mediante un soldado de tierra con un foco reflector de fotones de amplio espectro, lo que en lenguaje no militar es un espejo para afeitarse. Por desgracia para los invasores, el desfile de ineptitud no había hecho más que empezar.

Al sur, dos batallones de la 82ª Compañía Aerotranspotada, la principal fuerza de invasión de unos mil soldados, finalmente desembarcó por la tarde. Mientras, las unidades anfibias de marines desembarcaban en el norte y capturaban el pequeño aeropuerto sin defensas. Pero la coordinación entre estos grupos y los rangers en Point Salines nunca se materializó.

Los rangers descubrieron que no tenían contacto con los mandos en el USS Guam ni con las unidades de los marines en el norte. ¿Por qué? Porque con las prisas del despliegue habían dejado atrás sus vehículos que contenían las radios de largo alcance. Los rangers sin radio se entretuvieron, ya que no tenían más remedio que esperar a que les llegasen órdenes por telepatía.

Más avanzada la tarde, los granadinos contraatacaron audazmente en el extremo oriental de la pista con tres vehículos blindados. Los rangers fácilmente repelieron el ataque, que se produjo sin ningún apoyo aéreo o de artillería. Los comandantes americanos, que aún carecían de información en firme sobre la dimensión del enemigo, estaban preocupados por si otros muchos ataques les estaban aguardando.

Hacia el final del día, cuando se suponía que la invasión estaría concluida, los rangers sin radio y la 82ª Compañía aún estaban luchando para escapar de sus posiciones alrededor de la pista aérea, empantanados por el letargo de su comandante.

El campus Grand Anse, tan sólo a unos tres kilómetros de distancia, seguía lleno de estudiantes susceptibles de convertirse en rehenes. Valorando el despliegue de sus soldados ante su minúsculo enemigo, el comandante de la 82ª Compañía llegó a una conclusión preocupante: necesitaba más capacidad de ataque. Mandó su esforzada opinión hacia las altura de la cadena de mando: «Continúen mandando tropas hasta que les diga que se detengan».

Todos los demás ataques del primer día compartían inquietantes signos de fracaso. Los invasores tenían tres objetivos cruciales para el Día D, excluyendo los recién descubiertos estudiantes que no vivían en el campus True Blue. Todos estos objetivos estaban a cargo de las Fuerzas Especiales, la flor y nata de la poderosa superpotencia tecnológica.

El primer objetivo era una estación de radio ubicada cerca de la capital. Un equipo experto de la Navy SEAL la ocupó con éxito. Pero fueron rápidamente contraatacados por un solitario vehículo blindado. Los SEAL necesitaban desesperadamente una infusión de masiva ventaja tecnológica, pero por desgracia no se les había asignado apoyo aéreo. Los SEAL, producto de uno de los más duros entrenamientos militares del mundo, diseñados para pulir en ellos el más duro filo de acero militar, tocaron retirada y se dispersaron de regreso a la playa para ocultarse. Aquella noche, bajo el manto de la oscuridad, los SEAL en retirada volvieron a desplegarse para alejarse aún más nadando hacia un barco para arrimarse a la seguridad de la coraza de la Marina. La Marina lanzó sus mayores proyectiles de cinco pulgadas a la torre de transmisión pero erraron el tiro. De todos modos no importaba. Los granadinos estaban transmitiendo desde la vieja emisora de radio que estaba cerca de la ciudad.

El segundo objetivo era el rescate de sir Paul Scoon, el gobernador general de la isla, un embajador bien bronceado y alabado que hacía las funciones de representante oficial de la reina de Inglaterra. Un equipo diferente de Navy SEAL fue enviado a rescatarle a la Casa del Gobierno en las afueras de St. George's. Enfrentándose al intenso fuego terrestre, los recién estrenados helicópteros Black Hawk soportaron un bautismo de fuego pero no pudieron aterrizar. En un segundo intento, bajaron a veinticinco soldados con cuerdas sobre el tejado de la Casa del Gobierno. Los SEAL también se encontraron con que estaban siendo rápidamente superados por soldados granadinos más activos en un vehículo blindado. Por fortuna, los SEAL tenían un avión cañonero Spectre en línea, un avión de ataque fuertemente armado que ayudó a mantener a raya al blindado. Sin embargo, los soldados no pudieron escapar como sus hermanos. Se improvisó un plan de rescate que abarcaba también a las tropas que aún estaban empantanadas en el campo de aterrizaje. Lo que se suponía que iba a ser un ataque relámpago se convirtió en un largo sitio. A mediodía, los SEAL aún estaban allí inmovilizados, con el gobernador general protegido debajo de una mesa y sin ninguna ayuda a la vista.

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