Asesinos sin rostro (28 page)

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Authors: Henning Makell

Tags: #Policiaca

BOOK: Asesinos sin rostro
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—Tengo que pedirte el nombre de tu padre.

El hombre frunció el entrecejo.

—¿Mi padre? —preguntó—. No tengo padre.

—Todo el mundo tiene un padre.

—De todas maneras, que yo sepa, no es nadie.

—¿Cómo es eso?

—Mamá me tuvo de soltera.

—¿Y nunca te ha dicho quién es tu padre?

—No.

—¿No se lo has preguntado nunca?

—Claro que se lo he preguntado. Incesantemente durante toda mi juventud. Luego me di por vencido.

—¿Qué decía ella cuando se lo preguntabas?

Erik Magnuson se levantó y echó unas monedas en la máquina de café.

—¿Por qué te preocupa mi padre? —preguntó—. ¿Tiene él algo que ver con ese crimen?

—Pronto llegaremos a eso —dijo Kurt Wallander—. ¿Qué te contestaba tu madre cuando preguntabas por tu padre?

—Diferentes cosas.

—¿Diferentes cosas?

—A veces que ella misma no estaba segura. A veces que era un viajante al que no volvió a ver. A veces otra cosa.

—¿Y te has contentado con eso?

—¿Qué coño voy a hacer? Si no quiere, no quiere.

Kurt Wallander pensó en las respuestas que recibía. ¿Era posible que una persona pudiera estar tan poco interesada en saber quién era su padre?

—¿Tienes buena relación con tu madre? —preguntó.

—¿Qué quieres decir?

—¿Os veis a menudo?

—Me llama de vez en cuando. Yo voy a Kristianstad alguna vez. Tenía mejor relación con mi padrastro.

Kurt Wallander se sobresaltó. Göran Boman no había mencionado ningún padrastro.

—¿Tu madre se volvió a casar?

—Vivía con un hombre cuando yo era pequeño. No estaban casados. Pero yo le llamaba papá igual. Luego se separaron cuando yo tenía quince años, más o menos. Me vine a Malmö al año siguiente.

—¿Cómo se llama?

—Llamaba. Está muerto. Se mató con el coche.

—¿Y estás seguro de que no era tu padre de verdad?

—No hay nada más diferente que él y yo.

Kurt Wallander lo intentó de nuevo.

—El hombre al que mataron en Lenarp se llamaba Johannes Lövgren —dijo—. ¿No sería tu padre?

Erik Magnuson, que se había sentado enfrente de él, le miró con asombro.

—¿Cómo coño quieres que lo sepa? ¡Pregúntaselo a mi madre!

—Ya lo hemos hecho. Pero lo niega.

—Vuelve a preguntárselo. Me gustaría saber quién es mi padre. Asesinado o no.

Kurt Wallander le creía. Apuntó la dirección y el DNI de Erik Magnuson y se levantó.

—Tal vez nos veamos otra vez —dijo.

El hombre volvió a subir a la cabina de la carretilla.

—A mí no me importa. Saludos a mi madre si la ves.

Kurt Wallander regresó a Ystad. Aparcó en la plaza y fue caminando por la calle peatonal y compró unas gasas en la farmacia. La vendedora le miró compasivamente la cara destrozada. En los grandes almacenes de al lado de la plaza compró comida para la cena. Camino del coche se arrepintió y volvió siguiendo sus pasos hasta la tienda de licores. Allí compró una botella de whisky. A pesar de que no debía gastar, eligió un whisky de malta.

A las cuatro y media había vuelto a la comisaría. No estaban ni Rydberg ni Martinson en sus despachos. Se fue al pasillo de la oficina de la fiscal. La chica de la recepción sonrió.

—Se alegró mucho por las flores —dijo.

—¿Está en su despacho?

—Está en la audiencia hasta las cinco.

Kurt Wallander se marchó. En el pasillo se encontró con Svedberg.

—¿Cómo te va con Bergman? —preguntó Kurt Wallander.

—Todavía calla —contestó Svedberg—. Pero se ablandará. Las pruebas se amontonan. Los técnicos creen que pueden ligar el arma al crimen.

—¿Sabemos algo más sobre el trasfondo?

—Parece ser que tanto Ström como Bergman han participado de forma activa en diferentes grupos xenófobos. Pero aún no sabemos si tenían empresa propia o trabajaban para alguna organización.

—En otras palabras, ¿están todos contentos?

—No exactamente. Björk dice que todos teníamos ganas de atrapar al asesino, pero que de todos modos hubo equivocaciones. Sospecho que se reducirá la importancia de Bergman y Valfrid Ström cargará con toda la culpa. Él, que nada puede decir. Yo creo que Bergman era bastante activo en este asunto.

—Me pregunto si era Ström el que me llamaba por las noches —dijo Kurt Wallander—. No llegué a oírle hablar lo suficiente para poder determinar con exactitud si era él o no.

Svedberg le escudriñó con su mirada.

—¿Y eso qué significa?

—Que en el peor de los casos existe más gente preparada para tomar el relevo de Bergman y Ström.

—Voy a decirle a Björk que la vigilancia de los campos debe continuar —dijo Svedberg—. Por cierto, nos han entrado algunos soplos que indican que fue una banda juvenil la que ocasionó el fuego aquí en Ystad.

—No olvides al anciano al que tiraron una bolsa con nabos a la cabeza —le recordó Kurt Wallander.

—¿Cómo va lo de Lenarp?

Kurt Wallander vaciló al contestar.

—No estoy seguro —dijo—. Pero hemos empezado en serio otra vez.

A las cinco y diez Martinson y Rydberg estaban en el despacho de Kurt Wallander. Rydberg aún parecía cansado y tenía mal aspecto. A Martinson se le veía descontento.

—Es un enigma la forma en que Johannes Lövgren fue a Ystad y volvió el viernes cinco de enero. He hablado con el conductor del autobús que hace este trayecto. Dice que cuando Johannes y Maria iban a la ciudad solían hacerlo con él. Juntos o cada uno por su cuenta. Estaba completamente seguro de que Johannes Lövgren no había ido en el autobús después de año nuevo. Tampoco los taxis habían efectuado ningún servicio a Lenarp. Según lo que contaba Nyström, iban en autobús si salían a algún sitio. Y sabemos que era avaro.

—Siempre tomaban café juntos por la tarde —dijo Kurt Wallander—. Los Nyström deberían de haber visto si Johannes Lövgren se iba a Ystad o no.

—Ese es precisamente el enigma —comentó Martinson—. Los dos dicen que no fue a Ystad aquel día. Y aun así sabemos que visitó dos sucursales bancarias entre las once y media y la una y cuarto. Aquel día tuvo que pasar fuera de casa tres o cuatro horas.

—Qué raro —dijo Kurt Wallander—. Habrás de seguir insistiendo en ello.

Martinson volvió a sus apuntes.

—Por lo menos no tiene otra cuenta bancaria en la ciudad.

—Bien —dijo Kurt Wallander—. Ya sabemos eso.

—Pero puede que la tenga en Simrishamn —objetó Martinson—. O en Trelleborg, o en Malmö.

—Concéntrate en su viaje a Ystad primero —aconsejó Kurt Wallander clavando la mirada en Rydberg.

—Lars Herdin persiste en su historia —empezó después de echar una ojeada a su gastado bloc de notas—. Por una casualidad se encontró con Johannes Lövgren y aquella mujer en Kristianstad en la primavera de 1979. Y afirma que fue por una carta anónima como se enteró de que tenían un hijo en común.

—¿Podría describir a la mujer?

—Vagamente. En el peor de los casos, tendremos que poner a las señoras en fila para que pueda señalar la correcta. Si es que está allí —añadió.

—Pareces indeciso.

Rydberg cerró el bloc con un gesto irritado.

—No me encaja nada —dijo—. Lo sabes. Claro que debemos seguir las pistas que tenemos. Pero no estoy seguro de que vayamos por buen camino. Lo que me molesta es que no sé qué otro seguir.

Kurt Wallander les habló de su encuentro con Erik Magnuson.

—¿Por qué no le preguntaste si tenía una coartada para la noche de los asesinatos? —preguntó Martinson con asombro cuando hubo terminado.

Kurt Wallander notó que empezaba a ruborizarse detrás de todos los chichones y morados.

Lo había olvidado. Pero no lo dijo.

—Lo dejé estar. Quise tener una excusa para verlo de nuevo.

Él mismo notó que lo que decía no era convincente. Pero ni Rydberg ni Martinson parecían reaccionar ante su explicación.

La conversación se paró. Cada uno se perdió en sus propios pensamientos.

Kurt Wallander se preguntó cuántas veces se había encontrado en una situación similar. Cuando una investigación deja de estar viva. Como un caballo que ya no quiere caminar. En aquel momento tendrían que tirar del caballo hasta que empezase a moverse de nuevo.

—¿Cómo vamos a proceder? —preguntó Kurt Wallander finalmente, cuando el silencio fue demasiado agobiante. Él mismo dio la respuesta—. Tú, Martinson, debes averiguar cómo pudo ir Lövgren a Ystad y volver sin que nadie lo notara. Tenemos que saberlo lo antes posible.

—Había un bote con recibos en un armario de la cocina —comentó Rydberg—. Pudo haber ido de compras a alguna tienda aquel viernes. Tal vez lo vio algún vendedor.

—Quizá tuviese una alfombra mágica —dijo Martinson—. Seguiré con esto.

—La familia —dijo Kurt Wallander—. Tenemos que investigarlos a todos.

Sacó un listado de nombres y direcciones de su gruesa carpeta y se lo dio a Rydberg.

—El entierro será el miércoles —anunció Rydberg—. En la iglesia de Villie. A mí no me gustan los entierros. Pero creo que a éste iré.

—Yo iré a Kristianstad mañana —dijo Kurt Wallander—. Göran Boman sospechaba de Ellen Magnuson. Creía que no decía la verdad.

Eran las seis y unos minutos cuando terminaron la reunión. Decidieron verse de nuevo la tarde siguiente.

—Si Näslund se encuentra bien, tendrá que ocuparse del coche de alquiler robado —dijo Kurt Wallander—. Por cierto, ¿llegamos a saber qué hace aquella familia polaca de Lenarp?

—El trabaja en la refinería de azúcar de Jordberga —comentó Rydberg—. De hecho tenía todos los papeles en regla. Aunque ni él mismo lo sabía.

Kurt Wallander permaneció sentado en su despacho cuando Rydberg y Martinson se marcharon. Tenía que examinar el montón de papeles que había en su mesa. Era el material de la investigación de un caso de malos tratos en el que había trabajado durante la noche de fin de año. Además, había un sinfín de informes que iban desde terneros desaparecidos hasta el camión que había volcado durante la última noche de tormenta. Debajo de todo apareció una notificación de que le habían subido el sueldo. Rápidamente calculó que le pagarían treinta y nueve coronas más al mes.

Cuando terminó de mirar el montón de papeles eran casi las siete y media. Llamó a Löderup y le dijo a su hermana que ya estaba de camino.

—Tenemos hambre —dijo—. ¿Siempre trabajas hasta tan tarde?

Se llevó una casete con una ópera de Puccini y se dirigió a su coche. En realidad le habría gustado cerciorarse de que Anette Brolin realmente había olvidado lo de la noche anterior. Pero lo dejó estar. Tenía que esperar.

Su hermana Kristina pudo explicarle que la asistenta que iría a la casa de su padre era una señora decidida, de unos cincuenta años, que probablemente no tendría problemas para cuidar de él.

—Mejor no lo podría tener —dijo al salir al patio a recibirlo en la oscuridad.

—¿Qué está haciendo?

—Está pintando —contestó.

Mientras la hermana preparaba la cena, Kurt Wallander se sentó en el trineo del estudio a observar mientras aparecía el paisaje de otoño. El padre parecía haber olvidado por completo lo ocurrido unos días antes.

«Tengo que visitarle regularmente», pensó Kurt Wallander. «Al menos tres veces por semana, mejor siempre a la misma hora.»

Después de la cena jugaron a cartas con el padre un par de horas. A las once se fue a la cama.

—Me marcho mañana —le comunicó su hermana—. No puedo quedarme más tiempo.

—Gracias por venir —dijo Kurt Wallander.

Quedaron en que iría a buscarla a las ocho de la mañana siguiente y la llevaría al aeropuerto.

—Estaba completo desde Sturup —dijo—. Así que saldré de Everöd.

A Kurt Wallander le iba bien, ya que de todas formas se dirigiría a Kristianstad.

Un poco más tarde de medianoche entró por la puerta de su casa en la calle Mariagatan. Se sirvió una copa de whisky y se la llevó al cuarto de baño. Allí se relajó durante un largo rato sumergiendo su cuerpo en agua caliente.

Aunque intentaba olvidarlos, Rune Bergman y Valfrid Ström aparecían en sus pensamientos. Intentó entenderlos. Pero lo único que sacaba en claro era lo que había pensado muchas veces antes. Era un mundo nuevo que había surgido sin que él se hubiese dado cuenta. Como policía, seguía viviendo en un mundo antiguo. ¿Cómo iba a aprender a vivir en esta nueva era? ¿Cómo se maneja la enorme inseguridad que se siente ante los grandes cambios, que además ocurren demasiado deprisa?

El crimen del somalí era un nuevo tipo de asesinato.

El doble homicidio de Lenarp, en cambio, era un crimen a la antigua.

¿O no? Pensó en la brutalidad y en el nudo corredizo.

No lo sabía.

Era. casi la una y media cuando por fin se metió entre las sábanas frescas.

La soledad de su cama le sentaba peor que nunca.

Luego siguieron tres días en los que no pasó nada. Näslund volvió y logró resolver el problema del coche robado.

Un hombre y una mujer lo alquilaron para ir robando en diferentes lugares y luego dejaron el coche en Halmstad. La noche de los asesinatos se alojaron en un hostal de Båstad. El dueño del hostal les dio la coartada.

Kurt Wallander habló con Ellen Magnuson. Ella negó firmemente que Johannes Lövgren fuera el padre de su hijo Erik.

Visitó a Erik Magnuson otra vez y le pidió la coartada que olvidó en la primera visita.

Erik Magnuson estaba con su novia. No había razón para dudar de ello.

Martinson no obtuvo resultados acerca del viaje a Ystad de Lövgren.

Los Nyström mantenían su versión, al igual que los conductores de los autobuses y los taxistas.

Rydberg fue al entierro y habló con diecinueve familiares de los Lövgren.

No hallaron nada que les permitiera avanzar.

La temperatura se mantenía alrededor de los cero grados. Un día había tranquilidad absoluta en el aire, el siguiente soplaba el viento.

Kurt Wallander se encontró con Anette Brolin en un pasillo. Le dio las gracias por las flores. Aun así no estaba seguro de que realmente hubiera borrado lo que pasó aquella noche.

Rune Bergman continuó sin decir palabra, aunque las pruebas contra él eran aplastantes. Diferentes movimientos nacionalistas de toda Suecia intentaron responsabilizarse de la organización de su crimen. La prensa y otros medios de comunicación mantenían un encendido debate sobre el tema de la inmigración en Suecia. Mientras todo estaba tranquilo en Escania, ardían cruces por la noche delante de diferentes campos de refugiados en otras regiones del país.

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