Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido (7 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido
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El muchacho negó con la cabeza con fuerza.

—No. ¿Desde cuándo te ha importado que derrotáramos a tu padre? ¡Durante la guerra no te importó! Disparaste a un montón de Mayores. ¡Le habrías matado si hubieses podido!

Las palabras de Nield parecieron golpear la cara de Cerasi, que volvió la cabeza.

—Nield, escucha —suplicó Obi-Wan—. Esto no tiene nada que ver con Wehutti. Todos queremos lo mejor para Zehava. Hay asuntos sobre los que hay que discutir. Deberíamos votar. ¿No adoptamos este sistema de gobierno por eso? Tú mismo querías tener un Consejo. No querías tener todo el poder en tus manos, ¿te acuerdas?

La mirada de Nield denotaba enfado.

—De acuerdo. No puedo oponerme a dos de vosotros.

Cerasi le miró con ojos de súplica.

—No nos oponemos a ti, Nield. Estamos todos juntos en esto.

Levantó la palma de su mano.

Nield la ignoró, volvió la cabeza y se fue. Hizo un gesto a sus trabajadores y, pasado un momento, todos le siguieron con una expresión de asombro en sus caras. Nunca habían visto a Nield abandonar.

Los Mayores lanzaron gritos de alegría. La voz fuerte de Wehutti retumbó entre las demás.

—¡Hemos ganado!

Cerasi miró a su padre con preocupación.

—Creo que he cometido un error. No debería haber discutido con Nield delante de ellos.

—Me temo que no teníamos otra opción —dijo Obi-Wan.

Al joven también le preocupaba la reacción de los Mayores. Sabía que Wehutti convertiría este percance en una gran victoria y la utilizaría en su beneficio.

De repente, Wehutti se dio la vuelta y miró por encima de las cabezas de la multitud, directamente hacia Cerasi. Sus ojos se encontraron. Obi-Wan vio la fuerza de la mirada que Wehutti le dirigía a su hija. La furia fue reemplazada por dulzura.

Así que tiene sentimientos, después de todo
, pensó Obi-Wan. Por primera vez, el muchacho vislumbró una esperanza para que la tan ansiada reconciliación entre Cerasi y su padre se hiciera realidad.

Uno de los Mayores agarró el brazo de Wehutti, y éste se dio la vuelta bruscamente. Cerasi dejó escapar un leve suspiro.

—Nield dijo que para él sus padres eran algo más que guerreros —dijo—. Yo también lo siento así. Sé que mi padre está lleno de odio, pero quiero recordar que también había amor en él.

—Yo creo que ese amor todavía existe —dijo Obi-Wan.

—Eso es sagrado para mí —explicó ella—. Y eso significa que las memorias de los mausoleos son sagradas también —se dio la vuelta hacia Obi-Wan—. ¿Entiendes lo que quiero decir? ¿Hay algo que sea sagrado para ti?

Sin quererlo, una imagen vino a la cabeza de Obi-Wan. Vio el Templo Jedi recortado sobre el cielo azul y los edificios blancos de Coruscant, increíblemente alto y con reflejos dorados. Vio los largos y fríos pasillos, las habitaciones acogedoras, las fuentes y el lago, que era de un verde más intenso que los ojos de Cerasi. Sintió el mismo estremecimiento que cuando se sentaba frente de los Cristales de Fuego Sanadores y miraba su deslumbrante interior.

La emoción le embargó. Echaba de menos ser un Jedi.

Echaba de menos su seguridad y su conexión intensa con la Fuerza. Se lo estaba perdiendo. Era como si fuera otra vez un estudiante de primer año, consciente de que había algo que podía sentir, pero que todavía no podía controlar. Echaba de menos el sentido del propósito que tenía en el Templo, el sentido de que sabía exactamente hacia dónde iba y la alegría por haber elegido ese camino.

Y, por encima de todo, echaba de menos a Qui-Gon.

La conexión entre ambos había desaparecido. Obi-Wan podía volver al Templo. Sabía que Yoda le daría la bienvenida. El Consejo tenía autoridad para decidir si podía volver a ser un Jedi. Otros antes que él se habían marchado y luego habían regresado.

Lo que era seguro es que Qui-Gon no le aceptaría ni le recibiría bien. El Maestro Jedi había terminado su relación con él, y Obi-Wan sabía que tenía derecho a hacerlo. Una vez rota, esa profunda confianza no se podía recuperar.

Cerasi leyó en sus ojos lo que le estaba pasando.

—Le echas de menos.

—Sí.

Ella asintió, como si esa afirmación confirmara algo que llevaba tiempo pensando.

—No es algo vergonzoso, Obi-Wan. Puede que el destino te reserve algo mejor de lo que podemos ofrecerte aquí. Puede que tu destino sea llevar una vida diferente.

—Pero yo quiero a Melida/Daan —dijo Obi-Wan.

—Eso no tiene por qué cambiar. Sabes que podrías contactar con él.

Obi-Wan no tuvo que preguntar a quién se refería.

—Hiciste la elección correcta en un momento determinado —continuó Cerasi—. Por lo que tú me has contado de los Jedi, nadie va a culparte.

Obi-Wan miró a través de la plaza hacia el cielo gris, en el que empezaban a brillar algunas estrellas. Entre ellas se encontraban los planetas de la galaxia, y uno era Coruscant. Sólo estaba a una distancia de tres días con un transporte rápido. Una distancia que, sin embargo, era insalvable para él.

—Uno de ellos sí me culpará —contestó—. Siempre lo hará.

Capítulo 10

Tahl y Qui-Gon repasaron la relación de nombres. Cada estudiante, profesor o trabajador del Templo que tenía acceso a los objetos robados, y que no había estado durante esos días, fue eliminado de la lista principal. Los dos Jedi esperaban poder reducir un poco el grupo de personas que tenían que entrevistar.

El ordenador les mostró los nombres. Tras el recorte quedaban doscientos sesenta y siete.

Cuando el ordenador les mostró la cifra, Tahl se quejó.

—Nos llevará varios días entrevistar a tanta gente.

—Entonces es mejor que empecemos ya —dijo Qui-Gon.

Obtendrían una mínima ventaja si las entrevistas eran cortas, así que decidieron que cada una durara sólo cinco minutos. Con ese tiempo bastaba para que Tahl identificara la esencia que había olido en el cuarto de Qui-Gon.

Debido a la corta duración de las entrevistas, los estudiantes se cruzaban fuera de la sala. Los comentarios circulaban por todas partes. Los rumores sobre el robo de los Cristales se estaban extendiendo. Pronto hubo un grupo constante de estudiantes recorriendo los pasillos.

—¿Dónde está DosJota ahora que la necesito? —se quejó suavemente Tahl al final de una larga jornada de trabajo—. Alguien debería encargarse de mantener el orden ahí fuera.

—Ya casi hemos terminado —dijo Qui-Gon—. La próxima es Bant Eerin.

Llamaron suavemente y Qui-Gon activó la apertura. La puerta se deslizó.

Bant tenía solamente once años y era bajita para su edad. Era una chica calamariana, criada en un clima húmedo y lluvioso. Qui-Gon sabía que había sido una de las mejores amigas de Obi-Wan. Cuando se aproximó a la mesa donde estaban sentados Qui-Gon y Tahl se mostró nerviosa. ¿Tal vez demasiado?

Tahl no demostró sorpresa ni pareció alarmada, pero buscó y tocó la rodilla de Qui-Gon por debajo de la mesa.

Había reconocido el olor del invasor.

Qui-Gon volvió a mirar a la delgada chica. ¡Estaba seguro de que no podía ser el ladrón! Bant bajó involuntariamente la mirada, pero en seguida recordó su entrenamiento de Jedi y volvió a mirar al frente.

—Pareces incómoda —comenzó a decir Qui-Gon en un tono neutral—. Esto no es un tribunal de la Inquisición.

Bant asintió con dificultad.

—Pero entenderás que tras los robos tenemos que hablar con todos los estudiantes.

Ella volvió a asentir.

—¿Podemos registrar tu habitación?

—Po... por supuesto —contestó Bant.

—¿Has infringido alguna vez las normas de seguridad del Templo?

—No —dijo Bant con una voz levemente temblorosa.

Tahl se acercó a Qui-Gon para hablarle al oído.

—Te tiene miedo.

Sí, Qui-Gon también lo había notado. ¿Por qué le tenía miedo?

—¿Por qué me tienes miedo? —preguntó Qui-Gon directamente.

Bant tragó saliva.

—Po... porque eres Qui-Gon Jinn. Te llevaste a Obi-Wan. Él sólo quería ser tu padawan, y ahora ha dejado de ser un Jedi. Me pregunto...

—¿Qué? —preguntó Qui-Gon.

—¿Q... qué le hiciste? —susurró ella,

—Esta chica es inocente —dijo Tahl.

—Lo sé —contestó Qui-Gon con voz enérgica.

—No sabía lo que decía —continuó Tahl—. Que Obi-Wan renunciara a ser un Jedi no es culpa tuya.

Qui-Gon no contestó. El largo día de trabajo le estaba pasando factura. Él, que podía andar durante horas y luchar contra diez enemigos armados, se sentía exhausto después de entrevistar a unos chavales.

Se dirigieron en silencio hacia el lago. DosJota no había aparecido todavía para llevar a Tahl de vuelta a sus aposentos. Qui-Gon agradecía no tener que escuchar a cada momento su voz chillona anunciando todos los obstáculos. Si le daba la mano, Tahl podía caminar tan rápido como él, incluso por un terrero accidentado.

Llegaron al lago y Tahl soltó la mano de Qui-Gon. No le gustaba recibir más ayuda de la que necesitaba.

—Tenemos que decidir lo que vamos a hacer a continuación —dijo Qui-Gon mirando al lago de color verde claro, ahora salpicado por las sombras de la noche.

El lago ocupaba cinco niveles del Templo y estaba rodeado por árboles y arbustos. Caminos estrechos cruzaban la zona ajardinada y, al pasear por ellos, daba la impresión de que se estaba caminando por la superficie del planeta, y no suspendidos sobre ésta.

—Ya es hora de que desenmascaremos al ladrón —continuó el Jedi—. Podríamos...

—Qui-Gon, lo huelo —le interrumpió Tahl emocionada.

Qui-Gon miró a su alrededor. Estaban solos.

—Pero si aquí no hay nadie.

Ella extendió una de sus manos y la metió en el agua.

—No era una persona lo que yo olí. Era esto.

Levantó su mano mojada.

—¡Lo que olí era el lago!

De repente, las dudas se despejaron de la mente de Qui-Gon y todos los hechos comenzaron a encajar.

—Tenemos que explorar el fondo del lago —dijo.

Tahl lo entendió todo perfectamente al mismo tiempo que Qui-Gon.

—¿Crees que el ladrón está escondiendo lo que roba en el fondo del lago?

—Puede ser.

—Obviamente, yo no puedo bajar a verlo —dijo Tahl con crudeza—. ¿Qué tal se te da nadar, Qui-Gon?

—Bien —contestó Qui-Gon—, pero conozco a alguien que puede hacer este trabajo mejor que yo.

***

Los plateados ojos de Bant se abrieron asustados cuando descubrió a Tahl y a Qui-Gon al otro lado de la puerta.

—Nunca haría daño al Templo... —comenzó a decir con los ojos llenos de lágrimas.

—Bant, necesitamos que nos ayudes —la interrumpió Qui-Gon utilizando un tono amable.

Le contó rápidamente lo que necesitaban que hiciese.

Qui-Gon no quería infringir las normas de seguridad si no era estrictamente necesario. Hasta el momento, todos en el Templo eran sospechosos, pero tanto Qui-Gon como Tahl estaban absolutamente convencidos de la inocencia de Bant.

La chica calamariana podía servir de gran ayuda. Nadaba todos los días y sus ropas desprendían un ligero olor a agua y humedad. Eso era lo que Tahl había notado en la habitación de Qui-Gon. Seguramente, Bant conocía perfectamente el fondo del lago y podría buscar de una manera más eficaz que Qui-Gon.

Bant asintió para demostrar que aceptaba la propuesta, y las lágrimas desaparecieron de sus ojos.

—Por supuesto que puedo hacerlo —dijo—. Eso no supone ningún esfuerzo para un calamariano.

Juntos se apresuraron de vuelta al lago.

—Tendrás que recorrer toda la superficie —le comentó Qui-Gon a Bant mientras se acercaban—. Supongo que si alguien ha escondido algo ahí abajo, lo más probable es que esté cerca de la orilla —sonrió a la chica—. No todo el mundo nada tan bien como tú.

Bant se quitó la ropa y se quedó con el traje de baño que utilizaba para nadar.

—No os preocupéis si estoy mucho tiempo debajo del agua sin salir a respirar.

Qui-Gon se alegró de que se lo hubiese advertido antes de sumergirse. Aunque sabía que era una anfibia, la gran cantidad de tiempo que pasaba sin salir a la superficie le consumía los nervios. El Jedi miraba fijamente el agua y Tahl escuchaba con atención. Sólo se oía el pequeño chapoteo que producía Bant al salir al exterior. La calamariana sacudía la cabeza cada vez que aparecía, tomaba una gran bocanada de aire y volvía a sumergirse.

La fuente de iluminación se había difuminado y casi reinaba una oscuridad total cuando Bant volvió a salir a la superficie. Qui-Gon, que no quería agotar a la chica, iba a decirle que se tomara un respiro, pero la joven se movió hacia ellos muy contenta.

—¡He encontrado algo!

Qui-Gon se quitó las botas, se metió en el agua helada y nadó hacia Bant. Después cogió mucho aire y la siguió debajo del agua.

El fondo del lago estaba oscuro. Apenas se podía distinguir el reflejo de la piel pálida de Bant mientras se sumergían hacia el fondo. Qui-Gon deseó haber estado mejor preparado. Debería haber llevado una barra luminosa sumergible y una bombona de oxígeno. Había sido demasiado impaciente.

De repente, vio frente a ellos un cajón de embalaje, semienterrado en la fina arena del fondo del lago. Qui-Gon dio vueltas alrededor de él. No estaba cubierto ni de plantas ni de algas, lo que indicaba que llevaba poco tiempo sumergido.

Le hizo señas a Bant para que subiera a la superficie, pero ella continuó a su lado mientras él ataba una cuerda alrededor del contenedor. Qui-Gon empujó el cajón y éste se movió. Era muy pesado. Bant agarró la cuerda, y juntos lograron sacar el objeto a la superficie.

Qui-Gon emergió, jadeando por la falta de aire. Bant respiraba con normalidad. La joven esperó en el agua hasta que el Jedi recuperó el ritmo normal de su respiración. Después, arrastraron el cajón hacia la orilla. Cuando hizo pie y pudo volver a andar, Qui-Gon lo cogió y lo llevó a la playa.

Describió la forma a Tahl.

—Nunca he visto uno igual.

—Yo sí —dijo Bant. Se arrodilló y pasó las manos sobre él—. Hay muchos en mi mundo. Como gran parte de él está cubierto por el agua, existe un peligro constante de inundaciones, por eso, nosotros utilizamos estos contenedores herméticos para guardar cosas. Mira —encontró un panel escondido y lo abrió—. En este compartimento puedes poner objetos. Después cierras el panel y activas el mecanismo de vacío. Así sacas el agua y los objetos se sitúan en un compartimento interior seco. De este modo puedes ir metiendo cosas sin tener que sacar el cajón del agua.

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