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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (21 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
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—Acabo de recordar —dijo—, que sí hay un médico en la estación.

Una vez hubo concluido la batalla, los marines habían encontrado a los dos científicos franceses, Luc Champion y Henri Rae, agazapados en un aparador del comedor en el nivel A.

No habían ofrecido ninguna resistencia. Lo cierto era que sus caras de horror cuando los marines los habían arrastrado fuera del aparador de forma no muy ceremoniosa lo habían dicho todo. Habían apoyado al bando equivocado en esa lucha. Los hombres a los que habían mentido eran ahora sus captores. El precio por su traición sería muy alto.

Los dos hombres habían sido llevados al nivel E, donde habían sido esposados en un poste a la vista de todos. El equipo de Schofield tenía trabajo que hacer y Schofield no quería malgastar a ninguno de sus hombres poniéndolos a vigilar a los dos científicos franceses. Al esposarlos al descubierto, los marines que se encontraban en el nivel E podían trabajar y tenerlos controlados.

Schofield salió a la pasarela del nivel B. Estaba a punto de hablar por el micro de su casco cuando Sarah Hensleigh salió a la pasarela tras él.

—Tengo algo que preguntarle —dijo—. Algo que no podía preguntarle en la sala común.

Schofield alzó la mano y habló por el micro de su casco.

—Quitapenas, aquí Espantapájaros. ¿Cómo está Samurái?

La voz de Quitapenas se escuchó por el auricular.

—He logrado parar la hemorragia por el momento, señor, pero está muy mal.

—¿Estable?

—Todo lo estable que logre mantenerlo.

—De acuerdo, escuche. Quiero que baje al nivel E y coja a ese científico llamado Champion, Luc Champion —dijo Schofield. Miró a Sarah mientras hablaba—. Acaban de informarme de que nuestro buen amigo monsieur Champion es cirujano.

—Sí, señor —dijo Quitapenas con entusiasmo. Parecía aliviado de que alguien más cualificado pudiera encargarse de Samurái. Pero entonces pareció dudar—. Esto, señor…

—¿Qué ocurre?

—¿Podemos fiarnos de él?

—No —dijo con firmeza Schofield, y comenzó a subir la escalera que llevaba al nivel A. Le hizo señas a Sarah para que lo siguiera—. Permanezca atento, Quitapenas. Y dígale que si Samurái muere, él también morirá.

—Entendido.

Schofield llegó a la parte superior de la escalera de travesaños y subió al nivel A. Ayudó a subir a Sarah tras él. Casi inmediatamente vio a Quitapenas salir del comedor y echar a correr a la escalera contraria. Se dirigía hacia el nivel E para coger a Champion.

Schofield y Sarah se dirigieron a la entrada principal de la estación. Mientras caminaban por la pasarela, Schofield bajó la vista a la estación y pensó en su gente.

Estaban desperdigados por todas partes.

Montana estaba fuera. Riley y Gant estaban en el nivel E, preparando el equipo de buceo para la inmersión a la cueva. Serpiente estaba justo en el medio, en el nicho del nivel C, arreglando los controles del cabrestante. Y a
Santa
Cruz no lo veía, pues estaba inspeccionando la estación en busca de borradores.

Santo Dios
, pensó Schofield
, están esparcidos por toda la estación.

El intercomunicador del casco de Schofield volvió a la vida. Era
Santa
Cruz.

—¿Qué ocurre, soldado? —preguntó Schofield.

—Señor, he realizado una búsqueda por la estación y no he encontrado indicios de un dispositivo de borrado.

—¿Ningún borrador? —Schofield frunció el ceño—. ¿Nada de nada?

—Nada, señor. Supongo que no pensaron que todo fuera a ocurrir tan rápido, así que no les dio tiempo a colocar nada.

Schofield reflexionó sobre lo que le acababa de decir Santa.

Probablemente tuviera razón. El plan del equipo francés se había visto interrumpido por la llegada de Buck Riley a la estación y su descubrimiento fortuito de lo que realmente le había ocurrido al aerodeslizador francés accidentado. El plan de los soldados franceses había sido ganarse la confianza de los estadounidenses y a continuación dispararlos por la espalda. Puesto que el plan no había llegado a buen término, no le sorprendía que no hubieran podido colocar ningún borrador.

—Pero sí he encontrado algo —dijo
Santa
Cruz.

—¿Qué?

—He encontrado una radio, señor.

—¿Una radio? —dijo Schofield secamente. No es que aquello fuera un descubrimiento increíble.

—Señor, no es una radio normal. Parece un transmisor portátil de muy baja frecuencia.

Ese detalle llamó la atención de Schofield. Un transmisor
VLF
o de banda de muy baja frecuencia es un dispositivo poco habitual. Tiene un rango de frecuencias de entre 3 y 30 kHz que, en términos reales, equivale a una longitud de onda increíblemente larga; tan larga (o en términos de enlaces de radio, tan pesada) que la señal de radio viaja como una señal de tierra que sigue la curvatura de la superficie terrestre.

Hasta hacía poco tiempo, las señales que viajaban a unas frecuencias tan bajas requerían transmisores muy potentes que, por tanto, eran muy voluminosos y pesados. Por ello, las fuerzas terrestres rara vez los utilizaban. No obstante, los avances en la tecnología se habían traducido en transmisores
VLF
que, si bien seguían siendo bastante pesados, podían ser transportados por un hombre. Tenían prácticamente el mismo tamaño y peso que las mochilas normales.

El hecho de que los franceses hubiesen traído consigo un transmisor así a Wilkes preocupaba a Schofield. Solo había un uso para las señales de radio
VLF
y ese era…

No, eso es ridículo,
pensó Schofield
. No han podido hacer eso.

—Cruz, ¿dónde lo encontró?

—En la sala de perforación —dijo la voz de Montana.

—¿Está allí ahora mismo?

—Sí, señor.

—Lleve el dispositivo a la cubierta del tanque —dijo Schofield—. Yo iré cuando haya comprobado los telémetros en el exterior.

—Sí, señor.

Schofield apagó el intercomunicador. Sarah y él llegaron al pasillo de la entrada.

—¿Qué son los borradores? —preguntó Sarah.

—¿Qué? Oh —dijo Schofield. Recordó en ese mismo instante que Sarah no era militar. Schofield respiró profundamente.

—«Borrador» es el término que se emplea para describir un dispositivo explosivo colocado en un campo de batalla por una fuerza de incursión cubierta en caso de que su misión fracase. La mayoría de las veces, el borrador se acciona por un interruptor temporizado con retardo, que no es más que un temporizador normal y corriente.

—Vale, espere un segundo. Más despacio —dijo Sarah.

Schofield suspiró y se lo explicó más despacio.

—Las unidades de ataque pequeñas, como la de estos tipos franceses con los que nos hemos topado hoy, tienen que luchar a menudo en lugares donde se supone que no deberían estar, ¿vale? Probablemente se produciría un incidente internacional si se demostrara que los soldados franceses se encontraban en una estación de investigación estadounidense intentando matar a todos los allí presentes, ¿no le parece?

—Sí…

—Bueno, no existe garantía de que esas unidades vayan a lograr obtener su objetivo —dijo Schofield—. Quiero decir, bueno, podrían tener que verse las caras con unos tipos duros como nosotros y acabar muertos.

Schofield agarró una parka de un gancho que colgaba de una pared y comenzó a ponérsela.

Continuó:

—Por ello, en los tiempos que corren, casi todos los equipos de élite (el regimiento de paracaidistas franceses, las
SAS
, los
SEAL
de la Armada) llevan a cabo planes de contingencia en caso de que sus misiones fracasen. Los llamamos «borradores» porque han sido creados exactamente para eso: para borrar la existencia de todo el equipo. Para que parezca que ese equipo jamás estuvo allí. A veces los llaman píldoras de cianuro porque, si el enemigo es capturado, el borrador actuará en última instancia como su píldora de suicidio.

—Entonces, está hablando de explosivos —dijo Sarah.

—Estoy hablando de explosivos especiales —dijo Schofield—. La mayoría de las veces los borradores son o explosivos con base de cloro o explosivos líquidos que detonan a elevadas temperaturas. Han sido diseñados para borrar rostros, vaporizar cuerpos, destrozar uniformes y placas de identificación; creados para hacer que parezca que uno nunca ha estado allí.

»Lo cierto es que los borradores son un fenómeno relativamente reciente. Nadie había oído hablar de ellos hasta hace un par de años, cuando un equipo de sabotaje alemán fue atrapado en un silo de misiles subterráneo en Montana. No tenían escapatoria, así que tiraron de la anilla de tres granadas de cloro líquido. Cuando esas cosas estallaron, ya no quedó nada. Ni soldados. Ni silo. Creemos que los alemanes estaban allí para inutilizar algunos misiles balísticos nucleares cuya existencia negábamos.

—Una unidad de sabotaje alemana. En Montana —dijo Sarah con incredulidad—. Corríjame si estoy equivocada pero ¿no se supone que Alemania es nuestro aliado?

—¿No se supone que Francia es nuestro aliado? —respondió Schofield arqueando las cejas—. Esto ocurre. Más a menudo de lo que cree. Ataques de los llamados «países amigos». En el Pentágono tienen incluso un término para ello, lo llaman «Operaciones Casio», por Casio, uno de los que traicionó a Julio César.

—¿Tienen un término para esos ataques?

Schofield se encogió de hombros dentro de su abrigo.

—Mírelo de esta manera. Los Estados Unidos eran una de las dos superpotencias. Cuando había dos superpotencias, existía un equilibrio, un control. Lo que uno hacía, el otro lo contrarrestaba. Pero ahora los soviéticos son historia y los Estados Unidos son la única superpotencia que queda en el mundo. Disponemos de más armas que cualquier otra nación. Disponemos de más dinero para gastar en armas que cualquier otra nación en el mundo. Muchos países se arruinarían si intentasen equiparar nuestro gasto en defensa. Los soviéticos lo hicieron. Hay un montón de países ahí fuera (algunos que consideramos amigos) que piensan que los Estados Unidos es un país demasiado grande, demasiado poderoso; países que desearían ver caer a los Estados Unidos. Y, algunos de esos países (Francia, Alemania y, en menor medida, Reino Unido), no temen darnos un pequeño empujón para lograrlo.

—No lo sabía —dijo Sarah.

—No mucha gente lo sabe —dijo Schofield—, pero esa es una de las razones principales por las que mi unidad fue enviada a esta estación. Para defenderla de cualquiera de nuestros «aliados» que decidiera hacerse con ella.

Schofield se cerró la parka y agarró el pomo de la puerta principal que conducía al exterior.

—Dijo que quería hablarme de algo —añadió—. ¿Puede hablar mientras camina?

—Eh, sí, supongo que sí —dijo Sarah mientras cogía rápidamente una parka de uno de los percheros.

—Entonces vamos —dijo Schofield.

En el nivel E, Libby Gant estaba comprobando la calibración de un manómetro de profundidad.

Riley y ella se encontraban en el perímetro exterior de la plataforma que rodeaba el tanque. Habían transcurrido ya unos cuarenta y cinco minutos desde que habían visto a las orcas, pero no querían problemas. Se mantuvieron bien alejados del borde del agua.

Gant y Riley estaban comprobando el equipo de buceo de la unidad, preparándose para la zambullida que realizarían con la campana de inmersión de la estación.

Se encontraban solos en el nivel E y trabajaban en silencio. De vez en cuando, Riley iba al almacén situado en el túnel sur y echaba un vistazo a Madre.

Gant puso en el suelo el manómetro que estaba sosteniendo y cogió otro.

—¿Qué le ocurrió a sus ojos? —preguntó en voz baja sin levantar la vista de lo que estaba haciendo.

Riley dejó de trabajar durante unos instantes y miró a Gant. Gant alzó la vista cuando vio que Riley no contestaba inmediatamente.

Durante unos segundos, Riley pareció evaluarla. Después, repentinamente, apartó la vista.

—No mucha gente sabe lo que le ocurrió a sus ojos —dijo Riley—. Qué demonios, hasta hoy, no mucha gente había visto siquiera sus ojos.

Se produjo un breve silencio.

—¿Es por eso que su distintivo es Espantapájaros? —dijo Gant en voz baja—. ¿Por sus ojos?

Riley asintió.

—Norman McLean se lo puso.

—¿El general?

—El general. Cuando McLean vio los ojos de Schofield, le dijo que se parecía a un espantapájaros que había puesto una vez para proteger su maizal en Kansas. Al parecer, era uno de esos espantapájaros que tienen dos cortes en cada ojo, ya sabe, como una cruz.

—¿Sabe cómo se los hizo? —preguntó en el mismo tono Gant.

Al principio, Riley no respondió. Finalmente, asintió con la cabeza. Pero no dijo nada.

—¿Qué ocurrió?

Riley tomó aire. Dejó en el suelo el compresor de helio y miró a Gant.

—Shane Schofield no siempre estuvo al mando de una unidad de reconocimiento de terreno —comenzó—. Era piloto, con base en el
Wasp
.

El
USS
Wasp
era el buque insignia del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Era uno de los siete buques de proyección estratégica del Cuerpo y el centro de batallas para cualquier expedición importante de los marines. A menudo era confundido con un portaaviones.

Lo que mucha gente no sabía del Cuerpo de marines era que poseía una sección de aviación considerable. Si bien en la mayoría de las ocasiones los aviones se empleaban para transportar a las tropas, también se utilizaban como apoyo a los ataques por tierra. Para ese fin, estaban equipados con helicópteros de ataque AH-1W Cobra (fácilmente reconocibles por su forma estrecha) y cazabombarderos multipropósito AV-8B Harrier II (de fabricación británica, pero modificados por los Estados Unidos) o, como más comúnmente se les conocía, Harrier de despegue vertical. Los Harrier eran los únicos aviones de ataque que podían despegar y aterrizar verticalmente.

—Schofield pilotaba un Harrier en el
Wasp
. Me han contado que era uno de los mejores —dijo Riley—. Estuvo en Bosnia en 1995, en la fase más cruenta de la guerra, realizando misiones de patrulla sobre la zona de exclusión aérea.

Gant observó detenidamente a Riley mientras este hablaba. Mientras le relataba la historia, Buck miraba a la nada.

—Un día, a finales de 1995, fue alcanzado por una batería de misiles móvil de los serbios cuya existencia Inteligencia dijo desconocer. Creo que averiguaron después que se trataba de un equipo de ataque compuesto por dos personas en un todoterreno con seis misiles estadounidenses Stinger en el asiento trasero.

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