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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (30 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
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Schofield lo miró fijamente. No sabía muy bien qué pensar de aquel hombre llamado James Renshaw. Después de todo, ese era el tipo que hacía menos de una semana había matado a uno de sus compañeros científicos. De una cosa sí estaba seguro. No quería permanecer atado a la merced de aquel hombre.

—¿Qué tiene que decirme? —dijo Schofield. Sus ojos recorrieron la habitación mientras hablaba. La puerta, en el lado más alejado de la habitación, estaba cerrada. Las otras paredes de la habitación eran de hielo.

—Teniente, lo que tengo que decirle es esto: no soy un asesino. Yo no maté a Bernie Olson.

Schofield no dijo nada.

Intentó recordar lo que Sarah Hensleigh le había dicho previamente, cuando había llegado a Wilkes, acerca de la muerte del científico Bernard Olson.

Sarah le había dicho que, la noche en la que Olson fue asesinado, habían escuchado cómo Renshaw y Olson mantenían una fuerte discusión. Había sido después de esa discusión cuando Renshaw le había clavado a Olson en la garganta una aguja hipodérmica llena de un líquido limpiador de sumideros. A continuación había inyectado el contenido de la jeringa en el torrente sanguíneo de Olson. El resto del personal de Wilkes había encontrado a Olson muerto poco después. La jeringa aún le colgaba del cuello.

—¿Me cree? —dijo Renshaw en voz baja mientras miraba a Schofield con recelo.

Schofield no dijo nada.

—Teniente, tiene que creerme. Me imagino lo que le habrán contado y sé que no debe de pintar nada bien, pero tiene que escucharme. No lo hice. Lo juro. No lo hice. Jamás podría hacer algo así.

Renshaw tomó aire y habló lentamente.

—Teniente, esta estación no es lo que parece ser. Han ocurrido cosas, cosas extrañas, mucho antes de que sus hombres y usted llegaran aquí. No puede confiar en nadie de esta estación, teniente.

—Pero espera que me fíe de usted —dijo Schofield.

—Sí, sí, lo espero —dijo Renshaw pensativo—. Y eso supone un problema, ¿no es cierto? Después de todo, en lo que a usted respecta, cuatro días atrás maté a un hombre con una aguja hipodérmica llena de Draino, un limpiador de sumideros de uso industrial, ¿verdad? —Renshaw dio un paso adelante, hacia Schofield—. Pero es mi intención rectificar esta situación, teniente Schofield. De manera concluyente. Razón por la que… voy a hacer esto.

Renshaw se colocó junto a la cama y se irguió sobre Schofield con la mirada seria.

Schofield se puso tenso. Estaba totalmente indefenso. No tenía idea alguna de lo que pensaba hacer Renshaw…

¡Plas!

La correa de cuero que aprisionaba el brazo izquierdo de Schofield cayó al suelo. Un segundo después, ocurrió lo mismo con la correa de su brazo derecho.

Los brazos de Schofield volvían a estar libres. Renshaw había soltado las correas de cuero que lo mantenían inmóvil en la cama.

Schofield se incorporó mientras Renshaw se dirigía a los pies de la cama y soltaba los cierres que ataban las correas a sus pies.

Durante un largo instante, Schofield solo miró a Renshaw. A continuación dijo:

—Gracias.

—No me las dé, teniente —dijo Renshaw—. Crea en mí. Y prométame una cosa: prométame que, cuando todo esto acabe, examinará el cuerpo de Bernie Olson. Mire su lengua y ojos. Eso lo explicará todo. Es mi única esperanza, teniente. Usted es la única persona que puede probar mi inocencia.

Ahora que podía moverse de nuevo, Schofield se sentó en la cama. Se tocó el cuello. Sintió un dolor punzante. Se miró en un espejo que había cerca. Renshaw le había cosido muy bien la herida. Eran unos puntos muy bien dados.

Renshaw le ofreció a Schofield un trozo rectangular de apósito adhesivo.

—Aquí. Póngaselo sobre los puntos. Es como una tirita, le mantendrá la herida protegida y evitará que se abra.

Schofield cogió el apósito adhesivo y se lo colocó sobre la herida del cuello. Miró el resto de su cuerpo. Renshaw le había quitado la mayor parte de su traje blindado, ahora solo llevaba la ropa de camuflaje con el jersey de cuello vuelto gris debajo. Seguía llevando las botas y las maltrechas coderas y rodilleras. Sus armas (la pistola, el cuchillo, el MP-5 y el Maghook) y sus gafas plateadas se encontraban en una mesa al otro lado de la habitación.

Schofield vio de nuevo la puerta cerrada de la habitación y cayó en la cuenta de algo. Recordó que le habían dicho que la puerta de la habitación de Renshaw había sido sellada, que sus compañeros habían remachado el marco de la puerta. Pero también recordó algo más, algo que alguien había dicho instantes antes de haber sido disparado. Algo acerca de que la puerta de Renshaw había sido echada abajo…

Schofield preguntó.

—¿Cómo he llegado hasta aquí?

—Oh, fácil. Metí su cuerpo en el montacargas y lo envíe a este nivel —dijo Renshaw.

—No, no me refiero a eso. Pensaba que estaba encerrado en la habitación. ¿Cómo ha salido?

Renshaw le sonrió de forma pícara.

—Llámeme Harry Houdini.

Renshaw cruzó la habitación y se colocó delante de los dos televisores.

—No se preocupe, teniente. En un minuto le mostraré cómo salí de aquí. Pero antes, tengo algo que creo que querrá ver.

—¿El qué?

Renshaw sonrió de nuevo. La misma sonrisa pícara y traviesa de antes.

—¿Desearía ver al hombre que le disparó? —dijo.

Schofield contempló a Renshaw durante un largo instante.

A continuación, sacó lentamente las piernas fuera de la cama. El cuello le ardía y tenía un dolor de cabeza terrible a causa de la conmoción. Schofield cruzó con cuidado la habitación y se colocó junto a Renshaw, delante de los dos televisores.

—¿No tiene frío? —preguntó Schofield mientras miraba el atuendo informal de Renshaw.

Renshaw se abrió la camisa a lo Superman, mostrando una ropa interior azul similar a un traje de buceo.

—Traje de neopreno —dijo con orgullo—. Lo emplean en los transbordadores, para paseos espaciales y esas cosas. Podría estar a cien grados bajo cero aquí y no lo notaría.

Renshaw encendió uno de los monitores y una imagen en blanco y negro apareció en la pantalla.

La imagen era granulada, pero, unos segundos después, Schofield supo lo que estaba mirando.

Era una imagen del tanque situado en la base de la estación polar.

Sin embargo, era una imagen extraña. Estaba tomada desde una cámara elevada que enfocaba hacia la sección del tanque y la plataforma de alrededor.

—Se trata de una transmisión en directo —dijo Renshaw—. Las obtiene una cámara colocada en la parte inferior del puente que se extiende sobre el nivel C. Enfoca directamente al tanque.

Schofield entrecerró los ojos mientras miraba a la imagen en blanco y negro de la pantalla.

Renshaw dijo:

—Los científicos que trabajan en esta estación efectúan rotaciones de seis meses, así que heredamos las habitaciones unos de otros. El tipo que tuvo esta habitación antes que yo era un viejo tarado, un biólogo marino de Nueva Zelanda. Era un tipo raro. Adoraba a las orcas. Nunca se cansaba de ellas. Dios, las observaba durante horas, le gustaba ver cómo salían a la superficie del tanque a por aire. Les puso nombres y todo. Dios, cómo se llamaba… Carmine no sé qué.

»Bueno, de cualquier modo, el viejo Carmine colocó una cámara en la parte inferior del puente para poder ver el tanque desde su habitación. Cuando las veía en su monitor, bajaba a toda prisa al nivel E y las observaba de cerca. Demonios, ese viejo cabrón incluso las observaba a veces desde la campana de inmersión para poder verlas más de cerca.

Renshaw miró a Schofield y se echó a reír.

—Supongo que es la última persona del mundo a quien debería hablarle sobre ver a las orcas de cerca.

Schofield se volvió, recordando la terrible batalla con las orcas que había acontecido anteriormente.

—¿Lo vio todo?

—¿Que si lo vi? —preguntó Renshaw—. ¿Está bromeando? Pues claro que lo vi. Lo tengo todo grabado. ¿Vio a esas enormes hijas de puta? ¿Vio la manera en que cazaban a sus presas? ¿Vio la complejidad de su comportamiento? ¿Como, por ejemplo, cuando pasan al lado de su próxima víctima antes de atacarla y matarla?

—Debí de perderme esa parte —dijo Schofield con rotundidad.

—Pues como se lo digo, lo hacían. Cada vez que iban a atacar. Ya lo había leído antes. ¿Sabe lo que creo que es? Creo que se trata de la forma en que la orca reivindica lo que es suyo. Es la forma en que la orca dice a las demás que esa persona es su presa. Podría mostrárselo si quisiera…

—Dijo que había algo que debería ver —dijo Schofield—. Algo acerca del hombre que me disparó.

—Oh, sí, es cierto. Cierto. Lo siento. —Schofield se quedó mirando a Renshaw mientras el hombre menudo cogía una cinta de vídeo y la metía en el segundo vídeo. Era un hombre extraño. Maníaco, nervioso y, aun así, obviamente muy inteligente. Y hablaba mucho. Parecía como si todo le saliera a borbotones cuando hablaba. A Schofield le resultaba difícil saber cuántos años tenía. Podría tener desde veintinueve a cuarenta.

—¡Eso es! —exclamó Renshaw de repente.

—¿El qué? ¿Qué ocurre? —dijo Schofield.

—Yaeger. Carmine Yaeger. Ese era su nombre.

—¿Podría poner el vídeo? —dijo Schofield exasperado.

—Oh, sí, de acuerdo. —Renshaw apretó el botón de
play
del vídeo.

En el segundo monitor apareció una imagen. Era casi idéntica a la del primer monitor. Estaba tomada por la misma cámara que miraba desde el puente al tanque y a la plataforma de alrededor.

Solo había una diferencia.

En la pantalla del segundo monitor había alguien en la cubierta.

Schofield observó atentamente la pantalla.

La persona de la pantalla era un hombre. Uno de los marines. Estaba solo.

Schofield no podía ver de quién se trataba porque la cámara estaba colocada justo encima de él. Lo único que podía ver era la parte superior del casco, del hombro y las protecciones de sus hombros.

Y, de repente, el hombre alzó la vista, escudriñando lentamente el eje de la estación, y Schofield pudo verle el rostro.

Schofield frunció el ceño.

Estaba viendo su propio rostro.

Schofield se volvió inmediatamente hacia Renshaw.

—¿Cuándo grabó esto…?

—Siga mirando la pantalla.

Schofield volvió a mirar la pantalla.

Se vio a sí mismo detenerse junto al tanque y hablar por el micro de su casco. La imagen no tenía sonido, solo podía ver cómo movía la boca. Dejó de hablar y echó a andar.

Y de repente se detuvo.

Había pisado algo.

Schofield se vio a sí mismo agacharse y examinar los cristales rotos que había en el suelo. Pareció mirar a su alrededor. De repente, ladeó la cabeza. Estaba escuchando algo. Escuchando a alguien que le hablaba por el intercomunicador de su casco.

El Shane Schofield de la pantalla se puso entonces de pie y comenzó a darse la vuelta cuando todo su cuerpo se convulsionó violentamente y una explosión de sangre salió de su cuello. Se detuvo al instante y se tambaleó ligeramente. Se llevó la mano al cuello y la miró. Tenía sangre en la mano.

Y entonces le fallaron las piernas y cayó al suelo de la cubierta. Permaneció allí, inmóvil.

Schofield contempló su propia imagen en la pantalla.

Acababa de ver cómo lo disparaban…

Schofield se volvió hacia Renshaw.

Renshaw señaló con la cabeza a la pantalla.

—Hay más —dijo en voz baja—. Mucho más.

Schofield volvió a posar la mirada en la pantalla.

Vio su propio cuerpo tendido en la cubierta del nivel E. Inmóvil. Permaneció allí tumbado durante un tiempo.

Nada ocurrió.

Y, de repente, alguien entró dentro del campo de visión de la cámara.

Schofield sintió cómo le subía la adrenalina mientras observaba la pantalla. Estaba a punto de ver a la persona que lo había disparado.

Lo primero que vio fue el casco.

Era otro marine.

Un hombre. Schofield pudo deducirlo por la forma en que caminaba. Pero no podía ver su rostro.

El marine caminó lentamente hacia el cuerpo inmóvil de Schofield. No tenía prisa. Sacó la pistola automática de la funda mientras se acercaba al cuerpo de Schofield y retrajo la corredera, alimentando de nuevo la recámara del arma.

Schofield observó atentamente la pantalla.

El marine, cuyo rostro seguía cubierto por el casco, se inclinó sobre el cuerpo y colocó dos dedos en la garganta cubierta de sangre de Schofield.

—Está comprobando su pulso —susurró Renshaw.

Schofield vio que eso era exactamente lo que estaba haciendo. El marine de la pantalla esperó varios segundos con el dedo en el cuello de Schofield.

Schofield no apartaba la vista del televisor.

El marine de la pantalla se puso en pie, satisfecho por el hecho de que Schofield no tuviera pulso. Puso el seguro al arma y la devolvió a su funda.

—Y… Mire eso —dijo Renshaw—. No hay nada. —Renshaw se volvió para mirar a Schofield—. Creo que su corazón dejó de latir.

Schofield ni siquiera miró a Renshaw mientras este hablaba. Sus ojos estaban pegados a la pantalla.

—Ahora mire lo que hace —dijo Renshaw—. Comete un error fatal para él…

Schofield observó cómo el marine (con el rostro aún tapado por el casco) empujaba el cuerpo inerte de Schofield por la cubierta de la plataforma con su pie.

Estaba empujando el cuerpo hacia el tanque.

Tras dos fuertes patadas, el cuerpo de Schofield se desplazó hasta el borde de la plataforma, junto al agua. El marine le dio entonces una última patada y el cuerpo cayó al agua.

—No lo sabía —dijo Renshaw—, pero ese tipo acababa de poner en marcha su corazón.

—¿Cómo?

—Supongo que el agua está tan fría que actuó como un desfibrilador, ya sabe, esas palas de descargas eléctricas que usan en la tele para que el corazón de la gente vuelva a funcionar. El impacto que recibió su cuerpo cuando entró en contacto con el agua (y, créame, tuvo que ser un
shock
tremendo para un cuerpo que no estaba preparado para ello) fue suficiente para volver a poner en marcha su corazón.

Schofield observó la pantalla.

El marine permaneció en el borde de la cubierta un rato, observando el círculo de ondas que indicaban el punto donde el cuerpo de Schofield había caído a las oscuras aguas. Tras unos treinta segundos, el marine se volvió y miró a su alrededor.

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