-¡Eres la niña más caprichosa y egoísta que he conocido en toda mi vida! -le gritó Beleño—. Rhys es un buen hombre. Se preocupa por ti más de lo que te mereces, mientras que tú te has comportado como una mocosa. Y ahora que te has escapado, seguro que está loco de preocupación y...
—Por eso me escapé -dijo Mina entre sollozos, tragando saliva-. Por eso no tiene que encontrarme nunca. Es un buen hombre. ¡Y yo casi hago que lo maten!
Beleño la miró perplejo. No se había escapado para huir de Rhys. ¡Se había escapado para protegerlo! El kender suspiró. Casi le daba pena haberle dado el azote. Casi.
—Vamos, Mina. —Beleño empezó a darle golpecitos en la espalda para que dejara de llorar—. Siento haber perdido los nervios. Entiendo por qué lo hiciste, pero aun así no deberías haberte escapado. Y en cuanto a lo de que casi haces que maten a Rhys, eso es una tontería. Yo casi hago que maten a Rhys un par de veces, y él casi hizo que me mataran a mí otras tantas. Para eso están los amigos.
Mina pareció muy sorprendida al oír aquella explicación. Incluso Beleño tuvo que admitir que no sonaba tan bien dicha en voz alta como cuando la tenía en la cabeza.
-Lo que quiero decir, Mina, es que Rhys se preocupa por ti. No va a dejar de preocuparse sólo porque tú te escapes. Y ahora has añadido más preocupación e incertidumbre a la preocupación original. Y respecto a lo de ponerle en peligro. —Beleño se encogió de hombros—. Desde el principio sabía que iba a estar en peligro, cuando decidió llevarte a Morada de los Dioses. Para él, el peligro no supone ninguna diferencia. Porque le importas.
Mina lo miraba fijamente y Beleño tuvo la impresión de que aquellos ojos ambarinos ribeteados de lágrimas podrían engullirlo entero. La niña extendió una mano tímida.
—¿Contigo es igual? —preguntó más tranquila—. ¿A ti también te importo?
Beleño estaba obligado a decir la verdad.
—Yo no soy tan buena persona como Rhys y tal vez hubo un momento o dos en que no me importabas nada, pero sólo fue un momento... o dos.
Le cogió la mano y la acarició.
—Ahora claro que me importas, Mina. Y siento haberte dado un azote. Así que ayúdame a hacer un montón con estas piedras.
Mina lo ayudó a colocar las piedras y después prosiguieron su camino, hacia el este. El camino discurría por praderas de altas hierbas, junto a una poza y por un par de riachuelos. Para entonces, el sol no era más que un punto rojizo en el cielo. Desde lo alto de un cerro vieron que el camino descendía por un valle y desaparecía en un bosque.
Beleño consideró todas las opciones. Podían acampar allí mismo, junto al camino, en pleno campo. Rhys podría encontrarlos, pero lo mismo podría hacer cualquier otra persona, un ladrón o un bandido. Aunque Mina podía cuidar de sí misma, por ser una diosa, ¿también cuidaría de Beleño y de Atta?. Después de haberla visto en acción en el templo, Beleño no quería arriesgarse.
Si acampaban en el bosque, encontrarían un sinfín de sitios —troncos huecos, matorrales y cosas de ese tipo— donde descansar cerca del camino y, al mismo tiempo, permanecer ocultos. Atta los avisaría si Rhys se acercaba.
Con la decisión ya tomada, Beleño empezó a bajar por el camino que se internaba en el bosque. Mina, que se mostraba de lo más dócil desde la pelea, lo seguía de cerca y Atta trotaba detrás de ellos. El sol se deslizaba hacia donde fuera que pasaba la noche y dejaba el mundo mucho más oscuro de lo que era posible imaginarse. Beleño tenía la esperanza de que una luna o dos les dieran un poco de luz, pero por lo visto las lunas estaban ocupadas con otros asuntos, pues ni siquiera se asomaron y las estrellas quedaron tapadas por las tupidas hojas de los altos árboles.
Beleño había estado en multitud de bosques, pero no recordaba ninguno tan oscuro y lúgubre. Apenas veía nada, pero sí oía muy bien y le llegaban muchos sonidos de criaturas escabullándose, escondiéndose y arrastrándose. La actitud de Atta tampoco resultaba muy tranquilizadora, pues se quedaba mirando muy fijamente entre los árboles y gruñía. En una ocasión, se abalanzó sobre algo y lanzó una dentellada, a lo que ese algo le respondió con otro gruñido y otra dentellada, pero se fue.
Mina cogió al kender de la mano, como si no quisiera perderlo en la oscuridad. Era evidente que estaba asustada, pero no dijo ni una palabra. Parecía como si intentara compensar haberse comportado como una mocosa y Beleño sintió que se enternecía. Estaba empezando a pensar que su idea de acampar en el bosque no había sido una de sus mejores ocurrencias. Había estado atento todo el rato para encontrar un lugar donde pasar la noche, pero no daba con ninguno y el bosque se volvía más tenebroso por momentos. Algo se lanzó sobre ellos desde un árbol y remontó el vuelo sobre sus cabezas, lanzando un graznido chirriante. Mina gritó y se acurrucó en el suelo, Beleño se cayó y se torció un tobillo.
—Tenemos que parar y levantar el campamento —dijo el kender.
—No quiero parar aquí —se quejó Mina, temblando.
—No veo a un palmo de mis narices. Pero estaremos bien...
Atta emitió un ladrido espeluznante, atacó a algo y luchó un rato contra lo que fuera aquello. La cosa lanzó un gañido y cayó. Atta se quedó jadeando mientras Mina hacía pucheros. En el fondo de su ser, Beleño se sentía igual.
—Bueno, podemos ir un poco más lejos —concedió el kender.
Los tres siguieron por el camino. Mina iba pegada a Beleño y éste arrastraba los pies en medio de la oscuridad, con Atta gruñendo a cada paso que daba.
-¡Veo una luz! -exclamó Mina, parándose de golpe.
—No, no ves nada —repuso Beleño enfadado-. Es imposible. ¿Qué iba a hacer una luz en medio de este bosque tenebroso?
—Pero es que veo una luz —insistió Mina.
entonces Beleño también la vio. Era una luz que titilaba entre los árboles. Brillaba desde una ventana, y una ventana significaba una casa, y una casa con una luz en la ventana significaba que había alguien viviendo en el bosque, en una casa, con una luz en la ventana. Es más, estaba oliendo el más embriagador de los olores: el tentador aroma de una hogaza o un pastel recién sacado del horno.
-¡Vamos! -exclamó Mina, entusiasmada.
-Espera un momento -la frenó Beleño-. Cuando era pequeño, mi madre me contó una historia sobre una bruja fea y vieja que atraía a los niños hasta su casa, los metía en el horno y hacía bizcochos de jengibre con ellos.
Mina lanzó un grito ahogado y se aferró a su mano con tanta fuerza que Beleño dejó de sentir los dedos. El kender volvió a olfatear el aire. Fuera lo que fuese lo que estaban cocinando, olía muy pero que muy bien, no como un niño al horno. Y pasar la noche en una cama blanda era mucho mejor que dormir en un tronco hueco, suponiendo que encontraran uno.
-Vamos a ver -dijo Beleño al fin.
—¿A ver a una bruja vieja y fea? —preguntó Mina, temblando y quedándose atrás.
-Estoy casi seguro de que me he equivocado. No era una bruja. Era una dama muy hermosa que hacía bizcochos para los niños, no con niños.
—¿Estás seguro? —Mina no parecía muy convencida.
-Seguro —afirmó Beleño.
No obstante, lo más extraño era que habría jurado que en el mismo momento que había mencionado el bizcocho de jengibre, había empezado a oler a bizcocho de jengibre.
Mina no ofreció más resistencia. Cogidos muy fuerte de la mano, se dirigieron a la casa. Beleño ordenó a Atta que permaneciera junto a él, pues no le quedaba más remedio que admitir para sí que era mucho más probable que encontraran brujas horrendas que hermosas damas viviendo en un bosque oscuro y tenebroso. Atta había dejado de gruñir y Beleño lo interpretó como una buena señal.
A medida que se acercaban a la luz, Beleño se sentía más confiado. Vio que la luz provenía de una pequeña cabaña de dos o tres habitaciones con aspecto acogedor. La vela estaba en la ventana. Su luz se filtraba a través de unas cortinas blancas e iluminaba un caminito de piedras bordeado de flores, cuyos pétalos se mecían somnolientos y despedían un suave perfume que lo envolvía todo.
No percibía más que buenas señales, pero Beleño era un kender precavido y tenía un hechizo preparado, por si acaso.
-Si resulta que se trata de una bruja fea —le susurró a Mina—, yo grito «corre» y tú echas a correr. No te preocupes por mí. Te alcanzaré.
La niña asintió, nerviosa, sin soltarlo. Beleño debía tener las dos manos libres, porque necesitaba una para llamar a la puerta y la otra para conjurar el hechizo, en caso de que quien abriera fuera una bruja.
—Atta, estáte atenta —avisó a la perra.
Beleño se acercó a la puerta y llamó con un golpe enérgico.
—¡Hola! —exclamó—. ¿Hay alguien en casa?
Se abrió la puerta y la luz bañó la entrada. Era una mujer. Beleño no la veía demasiado bien, porque una luz muy intensa lo cegaba. Iba toda vestida de blanco y el kender tuvo la impresión de que era amable, delicada y tierna, pero al mismo tiempo fuerte, poderosa y con dotes de mando. No se explicaba cómo alguien podía ser todas esas cosas a la vez, pero así lo percibía y sintió un poco de miedo.
—Encantado, señora. Mi nombre es Beleño y soy un kender acechador nocturno que sabe unos cuantos hechizos muy potentes. Ellas son Mina y Atta, que es de una raza de perros muy mordedores. Tiene unos colmillos muy afdados.
—Encantada, Mina, Beleño y Atta —contestó la mujer y extendió la mano hacia la perra. Atta la olfateó y, para gran asombro de Beleño se levantó sobre los cuartos traseros y apoyó las patas sobre el pecho de la mujer.
—\Atta\ ¡Eso no se hace! —ordenó Beleño atónito—. Lo siento, señora. Normalmente no se comporta así con la gente.
-No pasa nada -lo tranquilizó la mujer, mientras acariciaba a. Atta en la cabeza con delicadeza y sonreía a Beleño-. Tú y tu amiguita parecéis cansados y hambrientos. ¿No vais a entrar?
Beleño vacilaba y Mina no se movía ni un paso.
—No vas a meternos en el horno, ¿verdad? —preguntó la niña con un hilo de voz.
La mujer se echó a reír. Tenía una risa maravillosa, de esas que hacían que Beleño se sintiera bien de golpe.
—Alguien te ha estado contando cuentos —dijo la mujer, lanzando una mirada divertida al kender. Ofreció la mano a Mina—. Pero por una extraña casualidad, he hecho un bizcocho de jengibre. Si entráis, podemos comerlo juntos.
Beleño pensó que aquélla era una casualidad muy pero que muy extraña, tal vez una casualidad no sólo extraña, sino también siniestra. Sin embargo, Atta ya había aceptado la invitación. La perra entró en la casa alegremente, encontró un buen sitio junto la chimenea y se acomodó. Se acurrucó con la cola alrededor de las patas y el hocico apoyado en la cola. Mina cogió a la mujer de la mano y dejó que la condujese adentro, mientras Beleño se quedaba en la entrada con aquel aroma tentador del bizcocho recién hecho llamando a su estómago.
—Nos podemos quedar un ratito —advirtió el kender, cruzando el umbral de la puerta muy despacio—. Sólo hasta que nuestro amigo, Rhys Alarife, nos encuentre. Es un monje de Majere campeón en dar patadas.
La mujer cortó un trozo de bizcocho, lo colocó en un plato y se lo tendió a Mina, junto con una cucharilla. Después, la mujer puso crema sobre el bizcocho. Cortó otro trozo grande y se lo ofreció al kender.
Beleño ya no se resistió más.
—Está increíblemente bueno, señora —masculló con la boca llena—. Puede que sea el mejor bizcocho de jengibre que haya probado nunca. Podría decirlo con más seguridad si tomara otro trozo.
La mujer le cortó otro.
—Sin duda es el mejor —confirmó Beleño, limpiándose la boca con una servilleta y, sin querer, dejando caer servilleta y cucharilla en su bolsillo.
Mina se había quedado dormida con su bizcocho a medio comer. Descansaba con la cabeza entre los brazos, apoyada sobre la mesa. La mujer la miró y le acarició el pelo rojizo con ternura. Beleño también se sentía somnoliento. Una de las reglas básicas del viajero era no quedarse dormido en una casa desconocida en medio de un bosque oscuro, sin importar lo bueno que estuviera el bizcocho. Pero sus ojos se empeñaban en cerrarse, así que se sujetó los párpados con los dedos y empezó a hablar, con la esperanza de que el sonido de su propia voz mantuviera despierto.
-¿Vive aquí sola, señora?
-Así es -contestó ella. Se acercó a una mecedora que había junto a la chimenea y se sentó.
—¿No da un poco de miedo vivir en medio de un bosque oscuro? ¿Por qué vive aquí?
—Doy cobijo a aquellos que se pierden en la noche —repuso la mujer. Se inclinó hacia Atta, que estaba junto a la mecedora. La perra le lamió la mano y apoyó la cabeza sobre los pies de la desconocida.
-¿Son muchos los que encuentran el camino hasta aquí?
-Muchos lo encuentran, aunque desearía que fueran muchos más los que me encontraran.
La mujer empezó a balancearse en la mecedora, tarareando una canción muy suave.
Beleño se sentía arropado, a salvo y en paz. Ya no lograba sostener la cabeza por más tiempo y la dejó descansar sobre la mesa. Sus párpados parecían resueltos a cerrarse, pasara lo que pasase. Se dio cuenta de que ni siquiera sabía el nombre de la mujer, pero en ese momento no le parecía importante. Al menos, no lo suficiente para salir de aquel cálido sopor y preguntárselo.
Vagamente, se dio cuenta de que la mujer se levantaba y se acercaba a Mina. Vagamente, se dio cuenta de que la mujer cogía en brazos a la niña dormida, la abrazaba y le daba un beso.
Mientras el sueño se apoderaba de él, a Beleño le pareció oír la voz de la mujer.
-Mina... Mi hija... Mi pequeña... -susurraba con ternura.
Rhys seguía la calzada que se dirigía hacia el norte desde Solace, confiando en que estaba siguiendo los pasos de sus amigos. La matrona no era la única que había visto al kender, la niña y la perra. Se había encontrado con otros muchos a lo largo del camino que también los habían visto. Los tres estaban bien y caminaban hacia el norte.
Se alegró al saber que, a pesar de que habían partido varias horas antes de que él hubiera empezado a seguirlos, no le sacaban demasiada ventaja. Había temido que a Mina se le hubiera metido en la cabeza caminar hasta Morada de los Dioses a paso de dios, pero por lo visto ella, el kender y la perra andaban sin prisa. A veces tenía la esperanza de encontrárselos sentados a un lado de la calzada, con los pies doloridos y cansados de tanto discutir.