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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (158 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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Pues así acaeció que estando un día Amadís en una armada en la falda de aquella montaña cerca de la ribera de la mar esperando algún puerco o bestia fiera, teniendo por la traílla un muy hermoso can, que él mucho amaba, miró contra la mar y vio de lueñe venir un batel la vía donde él estaba y cuando más cerca fue vio en él una dueña y un hombre que lo remaba, y porque le pareció que debía ser alguna cosa extraña, dejó la armada donde estaba y fuese con su can por la cuesta abajo colando entre las grandes matas sin que alguno de su compaña le viese, y llegando a la ribera halló que la dueña y aquel hombre que con ella venían sacaban arrastrado del batel un caballero muerto armado de todas armas y le pusieron en tierra y su escudo cabe él. Amadís como a ellos llegó dijo:

—Dueña, ¿quién es ese caballero y quién lo mató?

La dueña volvió la cabeza y aunque con paños de monte lo vio como los caballeros en tal acto andar y suelen y sólo luego conoció que era Amadís y comenzó a romper sus tocas y vestiduras haciendo gran duelo y diciendo:

—¡Oh, señor Amadís, acorred a esta triste sin ventura por lo que debéis a caballería y porque estas mis manos os sacaron del vientre de vuestra madre e hicieron el arca en que en la mar fuisteis echado, porque la vida se salvase de aquélla que os parió, acorredme, señor, pues que para acorrer y remediar las atribulados y corridos en este mundo nacisteis, en tanta amargura como sobre mí es venida!

Amadís hubo muy gran duelo de la dueña, y como le oyó aquella palabra miróla más que antes y luego conoció que era Darioleta la que se halló con la reina su madre al tiempo que él fue engendrado y nacido, de lo cual mucho más el dolor le creció y llegóse a ella y quitándole las manos de los cabellos, que la mayor parte de ellos eran blancos, le preguntó qué cosa era aquella porque así lloraba, y tan duramente sus cabellos mesaba que se lo dijese luego y que no dejaría de poner su vida al punto de la muerte porque su gran pérdida reparada fuese. La dueña cuando esto le oyó hincóse delante de él de hinojos y quísole besar las manos, mas él no se las quiso dar y ella le dijo:

—Pues, señor, cumple que sin a otra parte ir donde algún estorbo halláis entréis luego conmigo en este batel y yo os guiaré donde mi cuita remediarse puede y por el camino la mi desventura os contar.

Amadís, como tan aquejada la vio y con tanta pasión, bien creyó que la dueña había pasado por gran afrenta y como desarmado se viese sino solamente de la su muy buena espada y que si por sus armas enviase Oriana lo detendría de manera que no podría ir con la dueña, acordó de se armar de las armas del caballero muerto, y así lo hizo, que mandó aquel hombre que lo desarmase y armase a él, lo cual luego fue hecho, y tomando la dueña consigo se metió prestamente en el batel, y queriendo partir de la ribera acaso llegó un montero de los de su compaña que iba tras un venado que iba herido y se le acogiera aquella parte que las matas era muy espesas, al cuando Amadís lo vio, llamóle y díjole:

—Di a Grasandor como yo me voy con esta dueña que aquí ahora aportó y que le demando perdón, que la gran pérdida y prisa suya me cuenta que no lo pueda hablar ni ver y que le ruego que haga enterrar este caballero y me gane perdón de Oriana, mi señora, porque sin su mandado hago este viaje, crea que no he podido hacer al que gran vergüenza no me fuese.

Y dicho esto partió el batel de la ribera a la más prisa que llevarse pudo y anduvieron todo aquel día y la noche por la vía que allí la dueña había venido. En este comedio preguntó Amadís a la dueña que le dijese la prisa y afrenta en que estaba, para que su acorro tanto había menester, la cual llorando muy agriamente le dijo:

—Mi señor, vos sabréis que al tiempo que la reina vuestra madre partió de Gaula para ir a esta ínsula vuestra, a las bodas vuestras y de vuestros hermanos, ella envió un mensaje a mi marido y a mí a la Pequeña Bretaña, donde por su mandado estamos por gobernadores, por el cual nos mandó que en viendo su carta nos viniésemos tras ellos a la Ínsula Firme, porque no era razón que tales fiestas sin nosotros pasasen, y esto lo causó la su gran nobleza y el mucho amor que nos tiene más que nuestros merecimientos. Pues habido este mandamiento luego mi marido y aquel desventurado de mi hijo que allá dejamos muerto, cuyas son esas armas que lleváis, y yo entramos con buena compaña de servidores en la mar, en una nao asaz grande y navegando con buen tiempo, el cual por nuestra contraria fortuna se mudó, de tal manera que nos hizo desviar de la vía que traíamos gran parte, y nos trajo a cabo de dos meses, y de muchos peligros que con aquella gran tormenta nos sobrevinieron, una noche por gran fuerza del viento a la Ínsula de la Torre Bermeja, donde es señor de ella el gigante llamado Balán, más bravo y más fuerte que ningún gigante de todas las ínsulas, y como al puerto llegamos, no sabiendo en qué parte éramos arribados, cuanto alguna pieza nos detuvimos por guarecer allí en aquel puerto, luego en la hora, gentes de la ínsula en otras fustas nos cercaron, de manera que fuimos todos presos y allí tenidos hasta la mañana que al gigante nos llevaron, el cual como nos vio preguntó si venía entre nos algún caballero. Mi marido le dijo que sí, que él lo era y aquel otro que cabe él estaba que era su hijo.

—Pues —dijo el gigante— conviene que paséis por la costumbre de la ínsula.

—¿Y qué costumbre es? —dijo mi marido.

—Que os habéis de combatir conmigo uno a uno —dijo el gigante—, y si cualquier de vos os pudiereis defender una hora seréis libres y toda vuestra compaña, y si fueren vencidos en aquella hora, seréis mis presos, pero quedaros ha alguna esperanza a vuestra salud, si como buenos probaseis vuestras fuerzas, mas si por ventura vuestra cobardía fue tan grande que en esta ventura de tomar la batalla no os deje poner, seréis metidos en una cruel prisión, donde pasaréis grandes angustias en pago de haber tomado orden de caballería, teniendo en más la vida que la honra, ni las cosas que para la tomar jurasteis. Ahora os he dicho toda la razón de lo que aquí se mantiene, escoged lo que más os agradare.

Mi marido le dijo:

—La batalla queremos, que de balde traeríamos armas si por espanto de algún peligro dejásemos de hacer con ellas aquello para que fueron establecidas, mas, ¿qué seguridad tendremos si fuéremos vencedores que nos será guardada la ley que decís?

—No hay otra —dijo el gigante— sino mi palabra, que por mal ni por bien, nunca a mi grado quebrada será, antes me consentiré quebrar por el cuerpo, y así lo tengo hecho jurar a mi hijo que aquí tengo y a todos mis servidores y vasallos.

—¡En el nombre de Dios! —dijo mi marido—, hacedme dar mis armas y mi caballo y a este mi hijo también y aparejos para la batalla.

—Eso —dijo el gigante— luego será hecho.

Pues así fueron armados ellos y el gigante y puestos a caballo en una gran plaza que está entre unas peñas a la puerta del castillo, que es muy fuerte. Entonces el malaventurado de mi hijo rogó tanto a su padre que a mal de su grado le otorgó la primera justa, en la cual fue del gigante tan duramente encontrado que así a él como al caballo derribó tan crudamente que el uno y el otro a un punto perdieron la vida. Mi marido fue para él, y encontróle en el escudo, más no fue sino dar en una torre, y el gigante llegó a él y trabóle tan recio por el un brazo, que como quiera que él sea dotado de harta fuerza según su grandeza de cuerpo y de edad, así lo sacó de la silla como si un niño fuera. Esto hecho mandó dejar a mi hijo muerto en el campo, y a mi marido y a mí y una hija que traíamos para que sirviese a Melicia, vuestra hermana, nos hizo llevar suso al alcázar, y a nuestra compaña mandó meter en una prisión. Cuando yo esto vi comencé como mujer fuera de sentido que así lo estaba en aquella hora, a dar gritos muy grandes y decir:

—¡Oh, rey Perión de Gaula! Ahora fueses tú aquí o alguno de tus hijos que bien me cuidaría contigo o con cualquier de ellos salir a esta tan gran tribulación.

Cuando el gigante esto oyó dijo:

—¿Qué conocimiento tienes tú con ese rey? ¿Es éste por ventura el padre de uno que se llama Amadís de Gaula?

—Sí es, por cierto —dije yo—, y si cualquier de ellos aquí estuviese no serías poderoso de me hacer ningún desaguisado, que ellos me ampararían, como aquélla que todos mis días gasté y dependí en su servicio.

—Pues si tanta confianza en ellos tienes —dijo él—, yo te daré lugar a que llames aquél que más te agradare, y más me placería que fuese Amadís, que tan preciado es en el mundo, porque éste mató a mi padre Madanfabul en la batalla del rey Cildadán y del rey Lisuarte, cuando so el brazo fuera de la silla al mismo rey Lisuarte llevaba y se iba con él a las barcas, y este Amadís, que a la sazón Beltenebros se llamaba, lo siguió, y comoquiera que en defensa de su señor y de los de su parte pudo herir sin que mi padre le viese a su salvo, no se le debe contar a gran esfuerzo ni valentía, ni a mi padre a gran deshonra, y si de este que tan famoso es y tanto has servido te quieres valer, toma aquel barco con un marinero, que yo te daré para le guiar y buscarlo, y porque más su saña y gana de te vengar se encienda, llevarás aquel caballero tu hijo armado y muerto como está, y si él te ama como tú piensas y es tan esforzado como todos dicen, viendo esta tu gran lástima no se excusará de venir.

Cuando yo esto le oí díjele:

—¿Si yo hago lo que dices y traigo aquel caballero así a tu ínsula por dónde será cierto que le mantendrás verdad?

—De eso —dijo— no tengas ni él tenga cuidado, que aunque a mí haya otras cosas de mal y de soberbia, esto he mantenido y mantendré todo el tiempo de mi vida, de antes la perder que mi palabra fallezca de aquello que prometiere, la cual yo te doy para cualquier caballero que contigo viniere, y mucho más entera si fuese Amadís de Gaula que no haya de qué se temer sino de mi persona sola, a mi grado.

—Pues yo, señor, viendo esto que el gigante me dijo, y a mi hijo muerto, y mi marido y mi señor y mi hija presos con toda nuestra compaña, heme atrevido a venir en esta manera, confiado en Nuestro Señor, y en la buena ventura vuestra y en la crueldad de aquel diablo que tanto contra su servicio es, que me dará venganza de aquel traidor con gran prez de vuestra persona.

Amadís cuando esto oyó mucho le pesó de la desventura de la dueña, que mucho de su padre el rey Perión y de la reina su madre, y de todos ellos era amada y tenida por una de las buenas dueñas de todo el mundo de su manera, y asimismo tuvo por grande afrenta aquella, no tanto por el peligro de la batalla, aunque grande era, según la fama de aquel Balán, como por entrar en la ínsula y entre gente donde le convenía estar a toda su mesura, pero poniendo su hecho todo en la mano de Aquel Señor que sobre todos la tiene, y habiendo gran piedad de aquella dueña y de su marido, la cual nunca de llorar cesaba, pospuesto todo temor, con muy gran esfuerzo la iba consolando y diciéndole que muy presto sería reparada y vengada su pérdida, si Dios por bien lo tuviese que por Él se pudiese acabar.

Pues así como oís anduvieron dos días y dos noches, y al tercero día vieron a su siniestra una ínsula pequeña con un castillo que muy alto parecía. Amadís preguntó al marinero si sabía cuya fuese aquella ínsula. Él dijo que sí, que era del rey Cildadán y que se llamaba la Ínsula del Infante.

—Ahora nos guía allá —dijo Amadís—, porque tomemos alguna vianda, que no sabemos lo que acaecer podrá.

Entonces volvió el barco y a poco rato llegaron a la ínsula, y cuando fueron al pie de la peña, vieron descender por la cuesta ayuso un caballero, y como a ellos llegó saludólos y ellos a él, y el caballero de la ínsula preguntó quién era. Amadís le dijo:

—Yo soy un caballero de la Ínsula Firme que vengo por dar derecho a esta dueña, si la voluntad de Dios fuere, de un tuerto desaguisado que acá delante en otra ínsula recibió.

—¿En qué ínsula fue eso? —dijo el caballero.

—En la Ínsula de la Torre Bermeja —dijo Amadís.

—¿Y quién le hizo ese tuerto? —dijo el caballero.

Amadís dijo:

—Balán el gigante que me dicen que es señor de aquella ínsula.

—¿Pues qué enmienda le podéis vos solo dar?

—Combatirme con él —dijo Amadís— y quebrantarle la soberbia que a esta dueña ha hecho y a otros muchos que se lo no merecieron.

El caballero se comenzó a reír como en desdén y dijo:

—Señor caballero de la Ínsula Firme, no se ponga en vuestro corazón tan gran locura en querer de vuestra voluntad buscar aquél de quien todo el mundo huye, que si el señor de esa ínsula donde venís, que es Amadís de Gaula y sus dos hermanos, don Galaor y Florestán, que hoy son la flor y el cabo de los caballeros del mundo, todos tres viniesen a se combatir con este Balán, les sería tenido a grande locura de aquéllos que le conocen. Por eso yo os aconsejo que dejéis este camino que de vuestro mal y daño habría pesar por ser caballero y amigo de aquéllos a quien tanto ama y precia el rey Cildadán, mi señor, que me han dicho que él y el rey Lisuarte son ya concertados con Amadís y no sé en qué forma si no tanto que soy certificado que quedaron en mucho amor y concordia, y si como lo habéis comenzado lo seguís, no es otra cosa salvo iros conocidamente a la muerte.

Amadís le dijo:

—La muerte o la vida en mano de Dios está, ya los que quieren ser loados sobre nosotros conviene que se pongan y acometan cosas peligrosas y las que los otros no osaban acometer, y esto no lo digo yo por me tener por tal, más porque lo deseo ser, por esto os ruego caballero señor que no me pongáis más miedo del que yo traigo, que no es poco. Y si os pluguiere por cortesía me socorráis con alguna vianda de que nos podamos ayudar si algún entrevalo viniere.

—Esto haré yo de buen grado —dijo el caballero de la ínsula—, y más haré que por ver cosa tan extraña quiero teneros compaña hasta que vuestra ventura, buena o mala, pase con aquel bravo gigante.

Capítulo 128

Cómo Amadís se iba can la dueña contra la ínsula del gigante llamado Balán, y fue en su compaña el caballero gobernador de la Ínsula del Infante.

Aquel caballero que la historia dice, mandó traer viandas cuanto vio que cumplía y metióse así desarmado como estaba en una barca con hombres que le guiaban, y partieron de aquel puerto juntos contra la Ínsula de Balán. Y yendo por la mar adelante, el caballero preguntó a Amadís si conocía al rey Cildadán. Amadís le dijo que sí, que muchas veces lo viera, y sus grandes caballerías en las batallas que el rey Lisuarte hubo con Amadís y que él bien podía decir con verdad que era uno de los esforzados y buenos reyes del mundo.

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