Aleación de ley (40 page)

Read Aleación de ley Online

Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: Aleación de ley
5.84Mb size Format: txt, pdf, ePub

Mientras Wax intentaba rodar, Miles lo agarró por la pechera y lo alzó antes de descargarle un puñetazo en la cara. Marasi jadeó, aunque le habían dicho que se quedara atrás. Hizo su parte.

El puñetazo lo derribó al suelo, y Wax saboreó sangre. Herrumbre y Ruina… tendría suerte si no tenía rota la mandíbula. También sentía como si se hubiera desgarrado algo en el hombro.

Sus heridas parecieron pesarle de pronto. No sabía si eran las brumas, alguna acción de Armonía, o simple adrenalina que le había hecho ignorarlas durante un rato. Pero no se había curado. El costado le gritaba donde había sido herido, y su brazo y su pierna se habían quemado y despellejado por la explosión. Las balas lo habían rozado en el muslo y el brazo. Y ahora, la paliza de Miles.

Se sintió abrumado y gimió, desplomándose, luchando por permanecer consciente. Miles lo alzó de nuevo, y Wax consiguió descargar un golpe que lo alcanzó. Y no consiguió nada. Era muy, muy difícil pelear con un hombre que no reaccionaba cuando lo golpeabas.

Otro puñetazo envió de nuevo a Wax al suelo, los oídos zumbando, los ojos viendo estrellas y destellos de luz.

Miles se agachó y le habló al oído.

—La cosa, Waxillium, es que sé que tú también lo sientes. Una parte de ti sabe que está siendo utilizada, que a nadie le importan los oprimidos. Eres solo una marioneta. La gente muere asesinada cada día en esta ciudad. Al menos una al día. ¿Lo sabías?

—Yo…

«Que siga hablando.» Rodó hasta quedar de espaldas, dolorido, y miró a Miles a los ojos.

—La gente muere asesinada cada día —repitió Miles—, ¿y qué es lo que te sacó de tu «retiro»? Cuando le pegué un tiro en la cabeza a un viejo sabueso con ínfulas de aristócrata. ¿Te paraste alguna vez a pensar en toda esa gente que es asesinada en las calles? ¿Los mendigos, las putas, los huérfanos? Muertos porque no tenían comida, o porque estaban en el lugar equivocado, o porque intentaron hacer algo estúpido.

—Intentas invocar el mandato del Superviviente —susurró Wax—. Pero no funcionará, Miles. Esto no es el Imperio Final de las leyendas. Un hombre rico no puede matar a uno pobre porque se le antoje. Somos mejores que eso.

—¡Bah! Fingen y mienten para dar un buen espectáculo.

—No —dijo Waxillium—. Tienen buenas intenciones, y hacen leyes que detienen a los peores… pero esas leyes siguen quedándose cortas. No es lo mismo.

Miles le dio una patada en el costado para mantenerlo en el suelo.

—No me importa el mandato del Superviviente. He encontrado algo mejor. Eso no te incumbe. No eres más que una espada, una herramienta que va donde la dirigen. Te hace pedazos no poder impedir las cosas que sabes que deberías impedir, ¿verdad?

Se miraron a los ojos. Y, sorprendentemente, a pesar de la agonía, Waxillium se encontró asintiendo. Asintiendo con sinceridad. Lo sentía. Por eso lo que le había sucedido a Miles lo aterrorizaba.

—Bueno, alguien tiene que hacer algo al respecto —dijo Miles.

«Armonía —pensó Waxillium—. Si Miles hubiera nacido entonces, en los tiempos remotos, habría sido un héroe.»

—Empezaré a ayudarlos, Miles —dijo Waxillium—. Te lo prometo.

Miles negó con la cabeza.

—No vivirás tanto, Wax. Lo siento. —Volvió a darle una patada. Y otra. Y otra más.

Waxillium se enroscó sobre sí mismo, las manos sobre la cara. No podía luchar. Solo tenía que durar. Pero el dolor aumentaba. Era terrible.

—¡Basta! —la voz de Marasi—. ¡Basta, monstruo!

Las patadas cesaron. Waxillium la sintió a su lado, arrodillada, la mano sobre su hombro.

«Necia. Apártate. No llames la atención. Ese era el plan.»

Miles hizo crujir audiblemente sus nudillos.

—Supongo que debería entregarte a Elegante, muchacha. Estás en su lista, y podrás sustituir a la que Waxillium liberó. Probablemente tendré que buscarla.

—¿Cómo es que —dijo Marasi, furiosa— los miserables deben destruir a los que saben que son mejores y más grandes que ellos?

—¿Mejor que yo? ¿Este? No es grande, niña.

—El más grande de los hombres puede ser abatido por las cosas más simples. Una bala perdida puede acabar con la vida del más poderoso, capaz y seguro de los hombres.

—Conmigo no —dijo Miles—. Las balas no son nada para mí.

—No. Caerás por algo aún más simple.

—¿Como por ejemplo? —preguntó él, divertido, acercándose.

—Yo —replicó Marasi.

Miles se echó a reír.

—Me gustaría ver… —se calló.

Waxillium abrió los ojos, contemplando a lo largo del túnel el techo roto donde se había alzado el edificio. La luz inundaba el pozo desde arriba, haciéndose más brillante a cada segundo.

—¿A quién has traído? —preguntó Miles, sin dejarse impresionar—. No llegarán lo bastante rápido.

Se detuvo. Waxillium giró la cabeza a un lado y vio el súbito horror en el rostro de Miles. Lo había visto por fin: un titilante reborde cercano, una leve diferencia en el aire. Como la distorsión causada por el calor que brota de una calle caliente.

Una burbuja de velocidad.

Miles se volvió hacia Marasi. Entonces corrió hacia el borde de la burbuja, lejos de la luz, tratando de escapar.

La luz al otro extremo del túnel se volvió brillante, y un grupo de borrones se movió por ella, tan rápido que era imposible distinguir qué los causaba.

Marasi dejó caer su burbuja. La luz del día llegaba desde el lejano pozo, y llenando el túnel, justo fuera de donde se encontraba la burbuja, había una fuerza de más de un centenar de alguaciles uniformados. Wayne iba a la cabeza, sonriente, llevando un uniforme y un sombrero de alguacil, y un bigote postizo en la cara.

—¡A por él, muchachos! —dijo, señalando.

Utilizaban porras, sin molestarse con las armas de fuego. Miles gritó tratando de esquivar a los primeros, luego empezó a golpear al grupo que le puso las manos encima. No fue lo bastante rápido, y eran demasiados. En cuestión de minutos, lo sujetaron contra el suelo y le ataron los brazos con cuerdas.

Waxillium se sentó con cuidado en el suelo, un ojo hinchado y cerrado, el labio sangrando, el costado dolorido. Marasi se arrodilló junto a él, ansiosa.

—No tendrías que haberte enfrentado a él —dijo Waxillium, saboreando la sangre—. Si te hubiera golpeado, habría sido el final.

—Oh, calla. No eres el único que puede correr riesgos.

El plan de contingencia había salido bien, aunque con dificultad. Había empezado eliminando a todos los lacayos de Miles. Incluso uno de ellos, de haber quedado con vida, podría haber advertido lo que significaba la burbuja de velocidad y le habría disparado a Waxillium y Marasi desde fuera. No habría habido nada que hubieran podido hacer para impedirlo.

Pero sin los lacayos, y si podían distraer a Miles lo suficiente mientras la burbuja estaba emplazada, Wayne podría ir a reunir una gran fuerza para rodear a Miles mientras estaba indefenso. Nunca lo habría permitido si lo hubiera sospechado. Pero dentro de la burbuja de velocidad…

—¡No! —gritó Miles—. Quitadme las manos de encima. ¡Desafío a vuestra opresión!

—Eres un necio —le dijo Waxillium, luego escupió sangre a un lado—. Te dejaste aislar y distraer, Miles. Te olvidaste de la primera regla de los Áridos.

Miles gritó. Uno de los alguaciles le puso una mordaza mientras lo ataban con fuerza.

—Cuanto más solo estás —dijo Waxillium en voz baja—, más importante es tener a alguien en quien puedas confiar.

20

—El alguacil-general ha decidido no acusar a su socio de hacerse pasar por un agente de la ley —dijo Reddi.

Waxillium se limpió los labios con el pañuelo. Se hallaba en la comisaría más cercana al cubil de los desvanecedores. Se sentía fatal, con las costillas rotas y la mitad de su cuerpo envuelto en vendas. Le quedarían cicatrices tras esto.

—El alguacil-general —dijo Marasi, con voz dura— debería alegrarse de la ayuda de Lord Waxillium… de hecho, tendría que haberla pedido —estaba sentada junto a él, como protegiéndolo.

—Lo cierto es que parece alegre —repuso Reddi. Ahora que Waxillium le prestaba más atención, advertía cómo el alguacil no dejaba de mirar a Brettin, el alguacil-general, que se encontraba al otro lado de la comisaría. Los ojos de Reddi se entornaron levemente, los labios hacia abajo. Le sorprendía la calmada reacción de su superior a los acontecimientos.

Waxillium estaba agotado en ese momento para molestarse con la anomalía. De hecho, era agradable oír que había algo a su favor.

Otro de los alguaciles llamó a Reddi, y se marchó. Marasi posó una mano sobre el brazo bueno de Waxillium. Él podía sentir prácticamente su preocupación por la forma en que vacilaba, la forma en que arrugaba el entrecejo.

—Lo hiciste bien —dijo Waxillium—. Miles fue tu presa, Lady Marasi.

—No soy yo quien recibió una paliza mortal.

—Las heridas sanan, incluso en un viejo caballo como yo. Verlo atacarme y no hacer nada… Apuesto a que fue una agonía. No creo que yo hubiera podido soportarlo, si nuestros papeles hubieran estado cambiados.

—Lo habrías hecho. Eres así. Eres el hombre que pensaba que eras, y sin embargo eres más real al mismo tiempo —lo miró, los ojos muy abiertos, los labios fruncidos. Como si quisiera decir más. Él podía leer su intención en aquellos ojos.

—Esto no va a funcionar, Lady Marasi —dijo amablemente—. Agradezco tu ayuda. Lo agradezco mucho. Pero lo que deseas entre nosotros no es viable. Lo siento.

Como era de esperar, ella se ruborizó.

—Por supuesto. No estaba dando a entender una cosa así —forzó una risa—. ¿Por qué pensabas…? ¡Quiero decir, es una tontería!

—Entonces pido disculpas —dijo él. Aunque, naturalmente, los dos sabían lo que había significado la conversación. Él sintió un profundo pesar. «Si fuera diez años más joven…»

No era la edad en sí. Era lo que esos años le habían hecho. Cuando veías morir por tu propio disparo a una mujer que amabas, cuando veías a un viejo colega y respetado vigilante de la ley volverse malo, te afectaba. Te destrozaba por dentro. Y esas heridas no sanaban tan fácilmente como las del cuerpo.

Esta mujer era joven, llena de vida. No se merecía a alguien que básicamente era todo cicatrices envueltas en una gruesa piel de cuero secado al sol.

Al cabo de un rato, el alguacil-general Brettin se les acercó. Era tan estirado como siempre, el sombrero de alguacil bajo el brazo.

—Lord Waxillium —dijo con voz átona.

—Alguacil-general.

—Por sus esfuerzos hoy, he solicitado que el Senado le conceda un permiso como ayudante para toda la ciudad.

Waxillium parpadeó sorprendido.

—Por si no lo sabe —continuó Brettin—, esto le dará poderes para investigar y hacer detenciones, como si fuera miembro de la policía, suficiente para autorizar acciones como las de la noche pasada.

—Esto es… muy considerado por su parte —dijo Waxillium.

—Es la única forma de excusar sus acciones sin poner en entredicho al cuerpo. He retrasado la fecha del permiso, y si tenemos suerte, nadie se dará cuenta de que trabajó usted solo anoche. Además, tampoco deseo que considere que
necesita
trabajar solo. La ciudad podría usar su experiencia.

—Con el debido respeto, señor —dijo Waxillium—, es todo un cambio desde su postura anterior.

—He tenido motivos para cambiar de opinión —dijo Brettin—. Debería saber que pronto voy a jubilarme. Un nuevo alguacil-general heredará mi puesto, pero tendrá que aceptar el mandato del Senado referido a usted, si esta moción es aceptada.

—Yo… —Waxillium no supo qué responder—. Gracias.

—Es por el bien de la Ciudad. Naturalmente, tenga en cuenta que si abusa de este privilegio, sin duda será revocado.

Brettin asintió torpemente y se retiró.

Waxillium se rascó la barbilla mientras observaba al hombre. Aquí estaba pasando algo decididamente extraño. Era casi como si Brettin fuera una persona diferente. Wayne pasó por su lado, llevándose una mano a su sombrero de la suerte (que estaba manchado de sangre por un lado) y sonriendo mientras se acercaba a Waxillium y Marasi.

—Toma —dijo Wayne, entregándole a hurtadillas algo envuelto en un pañuelo. Era inesperadamente pesado—. Te conseguí otra de esas armas.

Waxillium suspiró.

—No te preocupes —dijo Wayne—. La cambié por un bonito pañuelo.

—¿Y de dónde sacaste el pañuelo?

—De uno de los tipos a los que te cargaste. Así que no fue robar. No va a necesitarlo, después de todo —parecía bastante orgulloso de sí mismo.

Waxillium se guardó la pistola en su funda vacía. En la otra tenía a Vindicación. Marasi había buscado por todo el escondite después de que se llevaran a Miles y la había recuperado. Menos mal. Habría sido triste sobrevivir a esta noche solo para que Ranette lo matara.

—Así que cambiaste el pañuelo de un muerto por la pistola de otro muerto —dijo Marasi—. Pero… la pistola en sí pertenecía a alguien muerto, así que por la misma lógica…

—No lo intentes —dijo Waxillium—. La lógica no funciona con Wayne.

—Compré un amuleto de protección contra la lógica a un adivino ambulante —explicó Wayne—. Me permite sumar dos y dos y conseguir un pepinillo.

—Yo… no tengo respuesta para eso —dijo Marasi.

—Parece que sacaron a ese armero del canal, Wayne, y está vivo. No muy feliz, pero vivo.

—¿Ha descubierto alguien algo relacionado con las otras mujeres que fueron secuestradas? —preguntó Waxillium.

Other books

The Quilt Walk by Dallas, Sandra
Honey Does by Kate Richards
Cowboy for Keeps by Cathy McDavid
Just One Bite by Kimberly Raye
The Ambition by Lee Strobel