Aleación de ley (11 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: Aleación de ley
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Él acarició el objeto que tenía en la mano. El casquillo usado de una bala, envuelto en un pegote de cera.

—Bueno, empezó a crecer rápidamente en los últimos años. Pero durante la mayor parte del tiempo, yo diría que unos mil quinientos habitantes.

—¿Y los alrededores? —preguntó ella—. ¿Todos los lugares por los que patrullaba, pero que no tenían vigilantes?

—Tal vez tres mil en total —dijo Waxillium—. Depende. Hay un montón de gente de paso en los Áridos. Gente que busca una veta mineral o establece una granja. Trabajadores que se mudan de un lado a otro.

—Digamos que son tres mil —dijo Marasi—. ¿Y cuántos de ustedes había? ¿Los vigilantes que ayudaban a mantener la ley?

—Cinco o seis, según. Wayne y yo, y Barl la mayor parte del tiempo. Unos cuantos más de manera intermitente.

«Y Lessie», pensó.

—Digamos seis por tres mil —resumió ella—. Eso nos ofrece una cifra fácil con la que trabajar. Un vigilante de la ley por cada quinientas personas.

—¿Qué sentido tiene esto? —preguntó Lord Harms, molesto.

—La población de nuestro octante es de unas seis mil personas —explicó Marasi—. Por la misma ratio que ha descrito Lord Ladrian, deberíamos tener mil doscientos alguaciles. Pero no los tenemos. Eran unos seiscientos la última vez que comprobé la cifra. Así que, Lord Ladrian, sus tierras «salvajes» tienen en realidad el doble de agentes de la ley vigilándolas que la ciudad.

—Oh —dijo él. «Extraña información para una joven de posibles.»

—No intento despreciar sus logros —añadió ella rápidamente—. Es muy posible que tengan un porcentaje mayor de delitos también, ya que la reputación de los Áridos atrae a ese tipo de gente. Pero creo que se trata de una cuestión de percepción. Como usted decía, fuera de la ciudad, la gente espera salirse con la suya con sus crímenes.

»Aquí son más circunspectos… y muchos de los crímenes son menos espectaculares. En vez de robar a un banco, hay una docena de personas a las que roban camino de casa por la noche. La naturaleza del entorno urbano hace que sea más fácil ocultarse si mantienes tus delitos bajo cierto nivel de visibilidad. Pero yo no diría que la vida es más segura en la ciudad, a pesar de lo que cree la gene.

»Apuesto a que aquí asesinan a más gente, según porcentajes de población, que en los Áridos. Sin embargo, en la ciudad pasan tantas cosas que la gente le presta menos atención. En contraste, cuando asesinan a un hombre en una ciudad pequeña, es un hecho muy llamativo… aunque se trate del único crimen que se haya cometido en años.

»Y todo esto sin contar siquiera con el hecho de que gran parte de la riqueza del mundo está concentrada en unos pocos sitios dentro de la ciudad. La riqueza atrae a los hombres que buscan una oportunidad. Hay un puñado de razones por las que la Ciudad es más peligrosa que los Áridos. Simplemente, pretendemos que no lo es.

Waxillium cruzó los brazos sobre la mesa. «Qué curioso.» Una vez que empezaba a hablar, ella no parecía nada tímida.

—Ya ve, mi señor —dijo Harms—. Por eso intentaba hacerla callar.

—Habría sido una lástima si lo hubiera hecho —respondió Waxillium—, ya que creo que es lo más interesante que me ha dicho nadie desde que regresé a Elendel.

Marasi sonrió, aunque Steris simplemente puso los ojos en blanco. Wayne regresó con la sopa. Por desgracia, la zona alrededor estaba tan abarrotada que Wayne no podría crear una burbuja de velocidad en torno a Waxillium y él mismo. Alguien más quedaría dentro, y se vería acelerado también. Wayne no podía darle forma a la burbuja ni elegir a quién afectaba.

Mientras los demás estaban distraídos con la sopa, Waxillium rompió el envoltorio de cera del casquillo y encontró un papelito enrollado dentro. Miró a Wayne y lo desenrolló.

«Tenías razón», decía.

—Normalmente la tengo —murmuró mientras Wayne le colocaba un cuenco delante—. ¿Dónde quieres ir a parar con esto, Wayne?

—A un sitio cómodo, gracias —dijo Wayne entre dientes—. Estoy deslomado de tanto trabajar.

Waxillium lo miró con mala cara, pero Wayne lo ignoró y procedió a explicar, con su leve acento terrisano, que pronto regresaría con una cesta de pan y más vino para el grupo.

—Lord Ladrian —dijo Steris mientras empezaban a comer—. Le sugiero que empecemos a hacer una lista de temas de conversación que podamos emplear en compañía de otros. Los temas no deberían tratar de política ni de religión, pero deberían ser memorables y darnos una oportunidad de parecer encantadores. ¿Conoce algún dicho especialmente ingenioso o historias que puedan servir de punto de partida?

—Una vez le volé de un tiro el rabo a un perro por error —dijo Waxillium—. Es una historia divertida.

—Dispararle a los perros difícilmente es un tema de conversación adecuado para la cena —dijo Steris.

—Lo sé. Sobre todo porque le estaba apuntado a las pelotas.

Marasi estuvo a punto de escupir su sopa al otro lado de la mesa.

—¡Lord Ladrian! —exclamó Steris, aunque su padre parecía divertido.

—Creí que había dicho que no podía escandalizarla más —le dijo a Steris—. Simplemente estaba poniendo a prueba su hipótesis, querida.

—Sinceramente. ¿Superará alguna vez esta rural falta de decoro?

Waxillium meneó la sopa para asegurarse de que Wayne no había escondido nada dentro. «Espero que al menos lavara ese casquillo.»

—Sospecho que acabaré por hacerlo —dijo, llevándose la cuchara a la boca. La sopa estaba buena, pero demasiado fría—. Lo divertido es que cuando estaba en los Áridos, se me consideraba muy refinado… tanto, en realidad, que me creían arrogante.

—Llamar a un hombre «refinado» según los baremos de los Áridos —dijo Lord Harms, alzando un dedo—, es como decir que un ladrillo es «blando» según los baremos de la construcción… justo antes de aplastarlo contra la cara de alguien.

—¡Padre! —dijo Steris. Miró a Waxillium con reproche, como si el comentario fuera culpa suya.

—Era un símil perfectamente legítimo —dijo Lord Harms.

—¡No volveremos a hablar de golpear a nadie con ladrillos ni de disparar, sea cual sea el blanco!

—Muy bien, prima —dijo Marasi—. Lord Ladrian, una vez oí que le lanzó usted a un hombre su propio cuchillo y que le alcanzó justo en el ojo. ¿Es verdad esa historia?

—En realidad el cuchillo era de Wayne —respondió Waxillium. Vaciló—. Y el ojo fue un accidente. Esa vez también apuntaba a las pelotas.

—¡Lord Ladrian! —dijo Steris, casi lívida.

—Lo sé. Es desviarse mucho. Tengo muy mala puntería lanzando cuchillos.

Steris los miró, poniéndose colorada mientras veía que su padre se reía, pero intentaba ocultarlo con la servilleta. Marasi la miró a la cara con inocente ecuanimidad.

—Nada de ladrillos ni de pistolas —dijo Marasi—. Estaba cumpliendo con los requisitos que dijiste.

Steris se levantó.

—Voy a mirarme en el servicio de señoras mientras ustedes se recuperan.

Se marchó, y Waxillium sintió una puñalada de culpa. Steris era estirada, pero parecía seria y honesta. No se merecía las burlas. Sin embargo, era muy difícil no provocarla.

Lord Harms se aclaró la garganta.

—Eso no hacía falta, niña —le dijo a Marasi—. No debes hacerme lamentar mi promesa de educarte en estas funciones.

—No le eche la culpa a ella, mi señor —dijo Waxillium—. Yo fui el principal causante de la ofensa. Le ofreceré mis más sinceras disculpas a Steris cuando regrese, y contendré la lengua durante el resto de la velada. No tendría que haberme permitido llegar tan lejos.

Harms asintió, suspirando.

—Admito que yo mismo me he sentido tentado de dejarme llevar un par de veces. Es igual que su madre —le dirigió a Waxillium una mirada de compasión.

—Comprendo.

—Esa es nuestra suerte, hijo —dijo Lord Harms, poniéndose en pie—. Ser señor de una casa requiere ciertos sacrificios. Ahora, si me disculpa, veo que Lord Alernath está junto a la barra y creo que voy a tomar algo más fuerte con él antes del plato principal. Si no me voy antes de que Steris regrese, me obligará a quedarme. No tardaré mucho.

Les asintió a ambos, y luego se dirigió a un grupo de mesas más altas situadas junto a una barra.

Waxillium lo vio marchar, mientras meditaba y jugueteaba con la nota de Wayne entre los dedos. Antes había asumido que Lord Harms había impulsado a Steris a ser como era, pero parecía que estaba sometido a ella. «Otra curiosidad», pensó.

—Gracias por defenderme, Lord Ladrian —dijo Marasi—. Parece que es tan rápido en acudir en ayuda de una dama con las palabras como lo es con las pistolas.

—Simplemente decía la verdad tal como la veía, señora mía.

—Dígame. ¿De verdad le voló el rabo a un perro cuando le apunta a las… er…?

—Sí —dijo Waxillium, sonriendo—. En mi defensa, el maldito bicho me estaba atacando. Pertenecía a un hombre al que perseguía. La agresividad no era culpa del perro: el pobre animal parecía que no había comido desde hacía días. Intenté dispararle a un sitio no letal, para asustarlo. La parte del hombre al que alcancé en el ojo es inventada. No apuntaba a ninguna parte corporal en concreto: tan solo esperaba darle.

Ella sonrió.

—¿Puedo preguntarle una cosa?

—Adelante.

—Pareció abatido cuando mencioné las estadísticas de las ratios de vigilantes. No pretendía ofender o menospreciar sus heroicidades.

—No pasa nada.

—¿Pero…?

Él sacudió la cabeza.

—No estoy seguro de poder explicarlo. Cuando me establecí en los Áridos, cuando comencé a entregar forajidos, empecé a…. Bueno, creí haber hallado un sitio donde era necesario. Creí haber encontrado un modo de hacer algo que nadie más querría hacer.

—Pero lo hizo.

—Y sin embargo —dijo él, remenando su sopa—, parece que todo el tiempo el lugar que dejé atrás me necesitaba aún más. Nunca me di cuenta.

—Hacía usted un trabajo importante, Lord Ladrian. Un trabajo vital. Además, tengo entendido que antes de que usted llegara nadie defendía la ley en esa zona.

—Estaba Arbitan —dijo él, sonriendo, recordando al viejo—. Y, naturalmente, los vigilantes del Lejano Dorest.

—Una ciudad lejana y de poca importancia —dijo ella—, que tenía a un único vigilante capaz de atender a una gran población. Jon Dedomuerto tenía sus propios problemas. Para cuando usted puso las cosas en marcha, Erosión estaba mejor protegida que la Ciudad… pero no empezó así.

Waxillium asintió, aunque, una vez más, sintió curiosidad por cuánto sabía ella. ¿De verdad que la gente contaba historias sobre Wayne y él aquí en la ciudad? ¿Por qué no las había oído antes?

Las estadísticas de ella, en efecto, lo molestaban. No había considerado que la Ciudad fuera peligrosa. Eran los Áridos, salvajes e indómitos, los que necesitaban ser rescatados. La Ciudad era la tierra de la plenitud que Armonía había creado para albergar a la humanidad. Aquí, los árboles daban frutos en abundancia y las tierras cultivadas tenían agua sin necesidad de riego. El terreno era siempre fértil, y de algún modo nunca se agotaba.

Se suponía que esta tierra era diferente. Protegida. Él había guardado sus armas en parte porque se había convencido a sí mismo de que los alguaciles podían hacer su trabajo sin ayuda. «¿Pero no demuestran los desvanecedores que tal vez no sea así?»

Wayne regresó con el pan y una botella de vino. Se detuvo al ver los dos asientos vacíos.

—Oh, cielos —dijo—. ¿Se han cansado tanto de esperar que han devorado a sus dos acompañantes?

Marasi lo miró y sonrió.

«Lo sabe —advirtió Waxillium—. Lo reconoce».

—Si puedo señalar una cosa, mi señora —dijo Waxillium, volviendo a llamar su atención—. Es usted mucho menos tímida que en nuestro primer encuentro.

Ella dio un respingo.

—No soy muy buena siendo tímida, ¿verdad?

—No era consciente de que es algo que necesitara práctica.

—Yo lo intento todo el tiempo —dijo Wayne, sentándose a la mesa y sacando un pan de la cesta. Le dio un buen bocado—. Nadie me lo reconoce. Es porque soy un incomprendido, lo sé. —Su acento de Terris había desaparecido.

Marasi parecía confusa.

—¿Debo fingir estar escandalizada por lo que está haciendo? —le preguntó a Waxillium en voz baja.

—Se ha dado cuenta de que lo ha reconocido —dijo Waxillium—. Ahora va a enfurruñarse.

—¿Enfurruñarme? —Wayne empezó a tomarse la sopa de Steris—. Eso es muy desagradable, Wax. Puaf. Esto sabe mucho peor de lo que decía. Lo siento.

—Se reflejará en mi propina —dijo Waxillium secamente—. Lady Marasi, mi pregunta iba en serio. Para ser sinceros, parece que ha estado intentando actuar con exagerada timidez.

—Siempre bajando la mirada después de hablar —coincidió Wayne—. Alzando demasiado el tono de voz con las preguntas.

—No es el tipo de persona que estudia en la universidad por propia voluntad —advirtió Waxillium—. ¿Por qué finge?

—Prefiero no decirlo.

—¿Lo prefiere usted o lo prefieren Lord Harms y su hija?

Ella se ruborizó.

—Lo segundo. Pero por favor. Preferiría cambiar de tema.

—Siempre encantador, Wax —dijo Wayne, dando otro bocado al pan—. ¿Ves? Casi has hecho llorar a la dama.

—Yo no… —empezó a decir Marasi.

—Ignórelo —dijo Waxillium—. Hágame caso. Es como un sarpullido. Cuanto más lo rasque, más irritante se vuelve.

—Hum —dijo Wayne, aunque sonrió.

—¿No le preocupa? —le preguntó Marasi en voz baja—. Lleva uniforme de camarero. Si lo ven sentado a la mesa y comiendo…

—Oh, lleva razón —dijo Wayne, echando hacia atrás su silla. La persona tras él se había marchado, y ahora que Lord Harms se había ido, Wayne tenía espacio suficiente para…

Y allí estaba. Echó de nuevo la silla hacia delante, las ropas cambiaron a un sobretodo con una camisa desabrochada y gruesos pantalones de los Áridos debajo. Hacía girar su sombrero en un dedo. Los pendientes habían desaparecido.

Marasi dio un brinco.

—Una burbuja de velocidad —susurró, asombrada—. ¡Creí que podría ver algo desde fuera!

—Podría, si observara con atención —dijo Waxillium—. Un borrón. Si mira a la mesa de al lado, la manga del uniforme de camarero sobresale de donde la ha arrojado. Los pliegues del sombrero, aunque los lados son duros, pueden comprimirse entre las manos. Sigo tratando de imaginar dónde tenía el sobretodo.

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