Read Al Filo de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Lo doy por sentado. Nuestro hombre dijo que Jessie planeaba estudiar a la criatura —explicó Neph.
—Así que entró en el bosque y nunca regresó.
—Sí, santidad —dijo Neph. Se frotó la espalda encorvada como si le doliera. No solo pretendía recordarle al rey dios su edad, sino también las cargas que soportaba a su servicio.
Con un gesto salvaje, el rey dios clavó el cuchillo en el colchón tan arriba entre las piernas de Magdalyn que Neph pensó que la había apuñalado. La chica chilló a través de la mordaza y se revolvió para intentar apartarse. Sin hacerle caso, Garoth cortó hacia sus pies, desgarrando el vestido hasta el dobladillo y levantando una nube de plumas.
De súbito, volvía a estar calmado. Dejó el cuchillo clavado en el colchón, retiró un pliegue del vestido cortado y posó la mano con dulzura en el muslo desnudo de la chica, que temblaba de manera descontrolada.
—Es muy difícil meter espías en la Capilla. ¿Por qué insisten en desperdiciar sus vidas, Neph?
—Por el mismo motivo por el que se nos unen de buen principio, santidad: la ambición.
Garoth miró al vürdmeister con expresión cansina.
—Era una pregunta retórica.
—También traigo buenas noticias —dijo Neph, que se enderezó un poco, olvidándose de su espalda—. Hemos capturado a un bardo ladeshiano llamado Aristarco. Creo que desearéis interrogarlo en persona.
—¿Por qué?
—Porque lo he Escrutado, y ese hombre ha visto algo extraordinario.
Garoth entrecerró los ojos.
—Al grano.
—Cree haber visto al portador de un ka’kari. Un ka’kari negro.
—¡Deja de mirarme! —ordenó Stephan. Era un gordo mercader de telas, un ex amante agraviado que juraba que podía revelarle a Vi quién era el shinga. O bien el shinga era una mujer, o bien Stephan no tenía una preferencia clara entre carne y pescado, porque ese había sido su precio.
Vi estaba tumbada debajo de él. Se movía con la destreza de una atleta y la maña de una cortesana adiestrada por Mama K en persona, pero en sus ojos no había un ápice de pasión. No gemía ni hacía muecas. No quería fingir placer y eso estaba causando problemas a Stephan. Como la mayoría de los hombres, tenía tres cuartas partes de boquilla y un cuarto de polla. Algo menos de un cuarto, en esos momentos.
Stephan se retiró y maldijo su flacidez. Estaba sudado y, por debajo de sus finos aceites perfumados, apestaba. Vi no pudo evitar dedicarle una sonrisa condescendiente.
—Creía que me iba a enterar de lo que es bueno —dijo.
El hombre enrojeció, y Vi se preguntó por qué lo estaba saboteando. No era ni más ni menos que cualquier hombre, y ella todavía necesitaba oír lo que tenía que contarle. Chinchándolo solo iba a conseguir que aquello durara más.
—Suéltate el pelo —dijo él.
—Olvídate de mi pelo.
Nysos, ¿no podían dejar nada en paz? Rodó hasta ponerse boca abajo y contoneó sus caderas, mientras proyectaba su Talento para agarrarlo. Luego hizo lo necesario para ayudarle a olvidar.
Cuando tenía quince años y el maestro Patíbulo la llevó a Mama K, la cortesana observó cómo el ejecutor se la tiraba y luego dijo:
—Niña, follas como si ni siquiera lo notaras. ¿Es así?
Nadie mentía a Mama K, de manera que Vi lo reconoció. Su sexo era totalmente insensible.
—Bueno —había dicho Mama K—, nunca serás la mejor, pero no es algo que no podamos superar. La magia más antigua es la sexual. Con tus tetas y todo el Talento que tienes, todavía puedo convertirte en algo especial.
De modo que en ese momento Vi usó sus habilidades, mientras maldecía a aquel capullo amanerado en un susurro; no hacía falta que las palabras cuadrasen con sus intenciones pero, como toda mujer con Talento, tenía que hablar para utilizar sus poderes.
Stephan gimió como un animal embobado y terminó en cuestión de segundos. Mientras seguía alelado, por joderle un poco, Vi se limpió con su elegante capa y se sentó en la cama con las piernas cruzadas y la armadura de su desnudez.
—Habla, gordinflón —dijo, contemplando sus michelines con tanta repugnancia que el hombre se tapó avergonzado. Apartó la vista.
—Por todos los dioses, ¿hace falta que...?
—Habla.
Stephan se tapó los ojos.
—Solían llegarle mensajeros. Ya sabían que podían encontrarlo en mi casa. A veces oía detallitos sueltos, pero él siempre iba con mucho cuidado. Quemaba las pocas cartas que recibía y siempre salía fuera para hablar con los mensajeros. Pero la noche de la invas... la liberación, recibió a un mensajero y escribió una nota aquí. —Stephan cogió una bata y se cubrió con ella antes de caminar hasta su escritorio. Sacó una hoja de papel de arroz ceurí y se la entregó a Vi. Estaba en blanco—. Sostenla a la luz —dijo.
Vi alzó el papel delante de una lámpara y vislumbró unas leves impresiones en él. «Salva a Logan de Gyre —rezaba, con una letra pulcra y minúscula—, y a la chica y la mujer de las cicatrices si puedes. La recompensa superará cualquier cosa que hayas podido imaginar.» En vez de un nombre, estaba firmada con dos símbolos: un ojo entrecerrado circunscribiendo una estrella, dibujado sin levantar la pluma del papel, y a su lado una estrella de nueve puntas. El primero era el glifo del Sa’kagé; el segundo, el símbolo del shinga. Los dos juntos significaban que todos los recursos del Sa’kagé estaban a disposición del destinatario.
—Después de eso, partió —dijo Stephan—, y no regresó jamás. Le dije que lo amaba y ni siquiera quiere verme.
—Su nombre, gordinflón. Dime cómo se llama.
—Jarl —respondió Stephan—. Que los dioses me perdonen, el shinga es Jarl.
En una de sus casas seguras más pobres, dominada por la oscuridad, las ratas y las cucarachas como el resto de las Madrigueras, Jarl y Mama K habían quedado con un muerto. El muerto sonrió al entrar en la habitación. Llevaba la pierna derecha entablillada para no doblar la rodilla, y el brazo derecho en cabestrillo. Las vendas que le cubrían el codo estaban manchadas de sangre. Tenía una muleta pero, en vez de llevarla bajo el brazo, debía sostenerla con su mano derecha. La herida del codo le impedía usar la muleta en el lado que exigía su rodilla, de modo que, más que cojear, avanzaba a saltitos. Tenía el pelo canoso y muy corto, estaba fuerte a la manera de los ancianos fibrosos y, aunque tenía la cara demacrada y cenicienta, sonreía.
—Gwinvere —dijo—. Me alegro de ver que los años por lo menos te han respetado a ti.
Ella sonrió y, en vez de comentar que él tenía aspecto de haber estado durmiendo entre la basura, porque llevaba manchadas sus finas prendas y apestaba, dijo:
—Me complace comprobar que no has perdido tu lengua de plata.
Brant Agon se acercó dando saltitos hasta una silla y se sentó.
—Las noticias de mi fallecimiento y tal.
—Brant, te presento a Jarl, el nuevo shinga. Jarl, te presento al barón Brant Agon, antaño general supremo de Cenaria.
—¿Qué puedo hacer por vos, general supremo? —preguntó Jarl.
—Sois demasiado amable. Me presento aquí como poco más de lo que veis: parezco un mendigo, y a mendigar he venido. Pero soy más que un mendigo. He combatido en todas las fronteras que tiene este país. Me he batido en duelos. He comandado pelotones de dos hombres y he dirigido campañas con cinco mil. Tenéis un combate por delante. Khalidor ha dispersado nuestros ejércitos, pero el poder de Cenaria es el Sa’kagé, y el rey dios lo sabe. Os destruirá a menos que lo destruyáis primero. Necesitáis guerreros, y eso es lo que soy. Los ejecutores tienen su lugar, pero no pueden hacerlo todo; como visteis hace unas semanas, a veces solo empeoran las cosas. Yo, en cambio, puedo volver a vuestros hombres más eficaces, más disciplinados y diestros a la hora de matar. Basta que me dejéis un sitio y me pongáis al mando de hombres.
Jarl se meció hacia atrás en su silla y juntó las puntas de los dedos. Miró fijamente a Brant Agon durante mucho tiempo. Mama K se obligó a guardar silencio. Había sido shinga durante tanto tiempo que le costaba arriesgarse a dejar que Jarl diera un paso en falso, pero su decisión era firme: dejar que Jarl se quedara la vida, el poder y las canas. Ella lo ayudaría hasta que el joven ya no la necesitase.
—¿Por qué estáis aquí, señor de Agon? —preguntó Jarl—. ¿Por qué yo? Terah de Graesin tiene un ejército. Si hubiese dependido de vos, el Sa’kagé habría sido exterminado hace años.
Mama K intervino:
—Habíamos oído que moriste en una emboscada.
—Roth Ursuul me perdonó la vida —explicó Brant con amargura—. Como recompensa por mi estupidez. Fue idea mía que Logan de Gyre se casara con Jenine de Gunder. Pensé que, si se aseguraba la línea sucesoria, se evitaría el golpe. En lugar de eso, solo conseguí que también mataran a Logan y Jenine.
—Khalidor no los habría dejado vivir en ningún caso —dijo Mama K—. A decir verdad, para Jenine fue una suerte. Podrían haberla apresado como entretenimiento para Ursuul, y con las historias que corren...
—Sea como fuere —interrumpió Agon, reacio a oír ninguna absolución—, huí a rastras. Cuando llegué a casa, se habían llevado a mi mujer. No sé si está muerta o es uno de los... entretenimientos.
—Oh, Brant, cuánto lo siento —dijo Mama K.
El antiguo general supremo prosiguió sin mirarla, con las facciones tensas.
—Decidí vivir y ser útil, shinga. Las casas nobiliarias quieren librar una guerra convencional. La duquesa de Graesin intentará ganarse el trono a base de zalamerías y favores. No tienen fuerza de voluntad suficiente para ganar. Yo sí, y creo que vos también. Quiero ganar. Si no es posible, quiero matar a todos los khalidoranos que pueda.
—¿Lo que proponéis es servirme o ser mi socio? —preguntó Jarl.
—Me importa una mierda —replicó Brant. Hizo una pausa—. Y últimamente sé mucho más sobre mierda de lo que había creído posible.
—¿Y qué pasa si ganamos? —inquirió Jarl—. ¿Volveréis a intentar eliminarnos?
—Si ganamos, lo más probable es que decidáis que soy demasiado peligroso y me mandéis matar. —Brant esbozó una fina sonrisa—. Ahora mismo, no me preocupa demasiado.
—Ya veo. —Jarl se pasó las manos por sus oscuras microtrenzas, mientras cavilaba—. No quiero lealtades a medias, Brant. Me serviréis a mí, y solo a mí. ¿Eso os supone un problema?
—Todo aquel a quien le he jurado algo está muerto —observó Brant. Se encogió de hombros—. Salvo mi mujer, tal vez. Pero sí tengo unas cuantas preguntas. Si sois el nuevo shinga, ¿quién es el anterior? ¿Sigue vivo? ¿Cuántos frentes va a tener esta guerra?
Jarl guardó silencio.
—Yo soy la antigua shinga —dijo Mama K—. Me jubilo, y no porque Jarl me obligue. Llevo años preparándolo para esto, pero ahora los acontecimientos nos han forzado a actuar. Las Madrigueras son nuestro centro de poder, Brant, y están muriéndose. El hambre ya es un problema, pero lo siguiente será la pestilencia. Al rey dios no le importa lo que pase aquí. No ha erigido ninguna estructura de poder. Si queremos sobrevivir, y hablo del Sa’kagé pero también de Cenaria y de todos los desgraciados de las Madrigueras, las cosas tienen que cambiar. Todavía podemos colar carros y barcos; los soldados buscan armas entre el cargamento y exigen sobornos, pero sobreviviremos a eso. A lo que no podremos sobrevivir es a lo que pasará en cuanto saqueen todos los carros que lleguen cargados de comida. La gente se muere de hambre y no hay guardias que impidan los robos, de manera que, si saquean un solo carro, saquearán todos los que vengan después. Si eso sucede, los mercaderes dejarán de mandar nada. Entonces morirá todo el mundo. Todavía no hemos llegado a eso, pero falta poco.
—¿Y qué pensáis hacer? —preguntó Brant.
—Vamos a montar un gobierno clandestino. Todo el mundo me conoce —explicó Mama K—. Puedo contratar matones que vigilen los carros; puedo mediar en disputas; puedo dirigir la construcción de albergues.
—Eso te convierte en un blanco —dijo Brant.
—Soy un blanco pase lo que pase —matizó Mama K—. Hemos perdido a varios de los ejecutores, y no me refiero a que hayan muerto. Los ejecutores pronuncian un juramento mágicamente vinculante de obediencia al shinga. El rey dios ha roto ese vínculo. Me he enterado de que Hu Patíbulo le contó quién era yo. Garoth no cree que una mujer pueda ser el shinga, de modo que ahora anda buscando al auténtico. Pero el día menos pensado podría cambiar de opinión, tanto si actúo en público como si me mantengo en las sombras. Es algo que no puedo controlar, de modo que, ya puestos, haré lo que tiene que hacerse.
Mama K estaba tan tranquila como cualquier guerrero veterano que fuera a la batalla. Notó que Brant Agon estaba impresionado.
—Decidme qué debo hacer yo —dijo Brant.
Jarl se lo explicó:
—Escoged a aquellos de mis hombres que queráis y convertidlos en cazadores de brujos. Después de eso, quiero que construyáis defensas que podamos utilizar si el ejército ataca las Madrigueras. Khalidor tiene brujos, soldados y algunos de nuestros mejores hombres de su parte. El único motivo por el que sigo vivo es que no saben quién soy. Pero bienvenido a bordo.
—Un placer. —Brant Agon hizo una reverencia torpe por culpa de sus heridas y salió de la habitación siguiendo a un gran guardaespaldas.
Cuando se fue, Jarl se volvió hacia Mama K.
—No me habías dicho que os conocíais.
—No creo que conozca a este Brant Agon —dijo Mama K.
—Responde a la pregunta.
Una leve sonrisa afloró a los labios de la ex cortesana, divertida y algo orgullosa de que Jarl tomara las riendas.
—Hace treinta años Brant Agon se enamoró de mí. Yo era inocente. Creí que también lo amaba, y lo destrocé.
—¿Lo amabas? —preguntó Jarl, en vez de interesarse por lo que pasó.
Para Mama K, la pregunta era una prueba de que había elegido al hombre correcto para sucederla. Jarl sabía encontrar grietas. Sin embargo, una cosa era admirar su habilidad y otra sufrirla.
Esbozó una sonrisa que no le llegó a los ojos. No engañaría a Jarl ni por asomo pero, después de tantos años, la máscara era un mero acto reflejo.
—No lo sé. No me acuerdo. ¿Qué más da?
—Se dice que Gaelan Fuego de Estrella lanzó al mar el ka’kari azul y creó el remolino Tlaxini —dijo Neph—. Si es así, es bien posible que siga allí, pero no tengo ni idea de cómo podríamos recuperarlo. El ka’kari blanco lleva seis siglos perdido. En un tiempo creímos que estaba en la Capilla, pero vuestra abuela demostró que no era cierto. El verde lo llevó Hrothan Doblaceros a Ladesh y allí se perdió. He verificado que Hrothan llegó a Ladesh hace unos doscientos veinte años, pero no pude descubrir nada más. El de plata se perdió durante la guerra de los Cien Años, y podría estar en cualquier parte, desde Alitaera hasta Ceura, a menos que Garric Matasombras lo destruyera de algún modo. Ferric Cordefuego lanzó el rojo al corazón de la montaña de Vientoceniza, lo que en la actualidad es el monte Tenji de Ceura. Se rumorea que el marrón está en la escuela de Hacedores de Ossein, pero lo dudo.