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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (40 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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—Eso es el
Amerce
—informó Brand mortalmente serio, señalando una de las naves destruidas. Apuntó a otro holograma—. Y ése, el
Anlage.
Leia lo miraba confusa.

—No son naves corellianas.

Brand le devolvió una de las miradas más tristes que jamás hubiera visto.

—Los yuuzhan vong han atacado Fondor. Nos engañaron haciéndonos creer que iban a atacar Corellia y han atacado Fondor —las palabras surgían de su boca sin emoción—. Nuestras esperanzas estaban depositadas en esas naves. La Primera Flota hace todo lo que puede, pero el enemigo está lanzando literalmente sus coralitas contra cualquier blanco que se les ponga a tiro.

—La flota hapana está preparada para atacar —aseguró Isolder.

—¡No! —gritó Leia sin darse cuenta. Brand e Isolder la contemplaron fijamente—. No —repitió más tranquila.

—Gracias, príncipe Isolder —dijo por fin Brand—, pero ya he ordenado que elementos de la Quinta Flota partan desde Bothawui. Esperamos noticias de ellos.

Leia se volvió hacia la consola de comunicación con el corazón latiéndole desbocado.

—Alto Mando de Commenor, aquí la fuerza de asalto Aleph —se dejó oír una voz apenada—. El enemigo ha minado todas las rutas que unen Bothawui y Fondor con dovin basal que operan por control remoto. La mitad de nuestras fuerzas ha sido arrancada del hiperespacio y seis naves han colisionado con sombras de masa. No podemos seguir, señor; nuestra única opción es retirarnos al Borde Exterior y saltar a Fondor desde Eriadu o Sullust.

—Llegarán demasiado tarde —musitó Brand antes de volverse a Isolder—. ¿Dice que su flota está preparada?

Isolder se irguió en toda su considerable altura.

—E impaciente, comodoro.

Leia sintió que no podía respirar, y el CIT empezó a girar ante sus ojos. Tuvo que sujetarse al brazo de Brand para no desplomarse sobre la cubierta.

Capítulo 26

Por lo que se había podido determinar, los coralitas no se mantenían atracados en los hangares de los transportes, sino que eran lanzados y recuperados desde las largas proyecciones en forma de ramas de las naves. Todo eso pasó brevemente por la mente de Kyp Durron mientras su Ala-X soltaba dos torpedos de protones contra la esfera que los láseres cuádruples del
Halcón Milenario
habían perforado y desinflado. Los torpedos hicieron poco más que abrir un boquete en lo que quedaba del desinflado globo, pero lo bastante grande como para permitir la entrada a cualquiera de los cazas que formaban su Docena.

—Once y Doce, vigilad la retaguardia —ordenó Kyp por la red de comunicaciones tácticas—. Los demás, seguidme. Vamos a entrar.

Kyp dirigió su nave ignorando las estridentes protestas de su androide astromecánico, que pitaba y silbaba sin cesar a causa de las lecturas que emitía la nave enemiga. Los yuuzhan vong respiraban oxígeno, se recordó a sí mismo, y eso significaba que sus naves tenían que producir atmósfera de algún modo. No estaba tan seguro acerca de la gravedad, aunque conjeturó que los mismos dovin basal responsables de la propulsión y de la protección de las naves se encargarían de proporcionarla. En cuanto al espacio para aterrizar, Kyp estaba dispuesto a encontrarlo en la superficie de cualquier cubierta, aunque tuviera que pilotar su Ala-X hasta el mismísimo corazón de la nave.

El Ala-Y modificado de Ganner, junto a otros siete cazas estelares, lo siguió por la brecha abierta por los torpedos. Los dos que se quedaban atrás tendrían que encargarse de la ayuda que se enviara a la nave-racimo, al menos hasta que volvieran el
Halcón y
sus dos escoltas.

La determinación de Kyp aumentó cuando su Ala-X entró en la destrozada esfera. El vacío había absorbido todo rastro de atmósfera, pero la gravedad casi se ajustaba a la humana estándar, y había espacio suficiente para que los nueve cazas aterrizasen en una cubierta muy semejante al casco y los mamparos interiores de los buques de guerra enemigos. Los potentes cañones del
Halcón
y sus propios torpedos lo habían destrozado todo, pero les hubiera sido difícil definir lo que estaban viendo incluso sin ello. Kyp sospechó que la estructura en forma de colmena que adivinaban al fondo de la esfera era una especie de neuromotor de alguna clase, y que, si la abrían, encontrarían en su interior a un par de aturdidos dovin basal.

—Respiradores y armas —dijo por la red de comunicaciones mientras la carlinga del Ala-X todavía se estaba abriendo.

Recordando su primer contacto con los yuuzhan vong en el Borde Exterior y la grotesca criatura cuyas secreciones habían quemado el transpariacero de su XJ, Kyp había esperado encontrarse con unas monstruosidades semejantes, pero la sala estaba desierta. Ganner, obviamente, pensaba lo mismo. Saltando ágilmente de la cabina de su Ala-Y, dijo por el micrófono de su respirador:

—Probablemente se han replegado para proteger al yammosk.

—Entonces nos han facilitado la misión —le respondió Kyp.

Empuñaron y conectaron los sables láser que hasta entonces colgaban de los cinturones de sus monos de vuelo. El sibilante siseo de las hojas de energía zumbó con fuerza en la sala abandonada. Todos los demás llevaban una pistola o un rifle láser.

—Vigilad dónde pisáis —advirtió Kyp—. Sabemos que los yuuzhan vong utilizan una especie de gelatina viva para inmovilizar a enemigos y prisioneros.

Avanzaron cautelosamente hasta la pared de la esfera adyacente, sin saber si se dirigían hacia proa o hacia popa. Al igual que los muros del módulo colapsado, el casco curvo tenía una apariencia orgánica, membranosa. Buscaron inútilmente el equivalente a una compuerta de acceso.

—Tiene que haber una forma de pasar de una esfera a la otra —apuntó Deak—. Quizás están separados por campos hidrostáticos.

Pero el mamparo no lo dejó pasar por más que se apretó contra él, aunque cedió elásticamente a su contacto.

—Quizá sólo reacciona ante los yuuzhan vong —sugirió Ganner.

—No es momento para debates —cortó Kyp—. No estamos en un congreso científico.

Clavó su sable en la pared curva. Cuando su punta la traspasó, Kyp giró la muñeca, abriendo un agujero redondo lo bastante amplio para poder pasar a través de él. La sala que encontraron al otro lado de la mampara no era diferente a la que habían dejado atrás.

—Tampoco hay oxígeno —comentó Ganner tras echarle un vistazo al indicador que llevaba en la muñeca.

Avanzaron en fila india por un pasillo que bien podía ser la garganta de una criatura gigantesca. Colonias de microorganismos en paredes y techo proporcionaban una débil bioluminescencia verdosa. Poco después se toparon con otro muro curvo, pero provisto de un portal en forma de iris que les dio paso a una antecámara sellada. La cámara servía como esclusa, pero no les fue evidente hasta entrar en una espaciosa sala que contenía atmósfera respirable.

También contenía a los guerreros yuuzhan vong que Kyp y Ganner habían esperado encontrar antes.

Eran treinta. Algunos llevaban una coraza quitinosa, otros no; pero todos iban armados con espadas de doble filo o los anfibastones que Kyp sabía que podían ser utilizados como látigos, porras, espadas o lanzas. Los dos grupos se mantuvieron inmóviles por un instante, estudiándose mutuamente. Entonces, uno de los guerreros dio un paso adelante y gritó una frase en su propio idioma.

Hizo que sonara como una declaración de principios, pero la carga que siguió a continuación confirmó que era un grito de guerra. Deak y los otros que no eran Jedi abrieron fuego con sus armas, derribando a diez o más de los guerreros sin blindaje antes de que recorrieran la mitad de la distancia que separaba a ambos grupos. Kyp y Ganner se lanzaron contra los supervivientes pisando apenas la superficie de la cubierta, desarmando telequinésicamente a parte de sus contrincantes, mientras paraban los golpes de los rígidos anfibastones o desviaban las lanzas. Uno a uno, los yuuzhan vong sucumbieron a los mandobles verticales dirigidos a la cabeza, o a las estocadas horizontales que siempre encontraban los únicos puntos vulnerables de la armadura viviente: bajo los sobacos.

Siempre que era posible, los dos Jedi actuaban en equipo, espalda contra espalda u hombro con hombro, negándose a ceder cualquier terreno ganado y reduciendo al mínimo los movimientos de sus sables. Sus victorias, relativamente fáciles, los convencieron de que aquellos guerreros pertenecían a una casta distinta a la de los combatientes veteranos con los que se habían enfrentado en la nave ithoriana
Bahía de Tafanda.
Aun así, algunos de los integrantes de La Docena de Kip tenían dificultades. Dos de ellos habían muerto; uno decapitado por un cuchillo y el otro traspasado por un anfibastón.

Cuando Kyp y Ganner se quedaron casi sin enemigos, se separaron para enfrentarse a los últimos guerreros uno a uno. Kyp se enzarzó en un combate salvaje contra un enemigo que le sobrepasaba una cabeza, y tan diestro con su bastón como Kyp con su sable láser; Ganner utilizó un empujón telequinésico de la Fuerza para lanzar a su adversario contra un trío de yuuzhan vong que asediaban a Deak. Dos de ellos cayeron derribados sobre cubierta, dando a Deak el tiempo que necesitaba para levantar su rifle y matar al tercero y al que había empujado Ganner.

Kyp percibía todo lo que ocurría en la sala. Con sus pies bien plantados en el suelo, sostenía el sable láser a la altura de la cintura, con la hoja alzada, mientras giraba las muñecas para responder, y desviar, los tajos y golpes del anfibastón del yuuzhan vong. El que Kyp permaneciera inmóvil pese a la presión a que era sometido hizo que el guerrero se mostrase más feroz a cada segundo que pasaba. Arremetiendo contra el humano, lanzó un mandoble hacia la cintura de Kyp, ordenando a su bastón que se alargara y atacara con sus colmillos. La repentina transformación del anfibastón de espada en serpiente cogió a Kyp por sorpresa, pero sólo por un instante. Hizo un molinete con su sable láser alrededor del bastón y lo elevó repentinamente hacia arriba, cercenando la mano del yuuzhan vong por el pequeño espacio que quedaba entre el guantelete y la protección de los antebrazos, y haciendo que el arma del guerrero volase por los aires.

El puño desmembrado cayó sobre cubierta, mientras un chorro de sangre oscura rezumaba del truncado miembro del guerrero. El yuuzhan vong contempló a Kyp con sorprendida incredulidad, bajó la cabeza y cargó a toda velocidad en un intento de embestir a su contrincante. Un paso lateral del Jedi saboteó el esfuerzo. Mientras el debilitado guerrero trastabillaba al pasar por su lado, Kyp alzó el sable láser a la altura del hombro y asestó una estocada por debajo del brazo de su enemigo, matándolo al instante.

Permaneció junto al yuuzhan vong un segundo, recuperando el aliento, y después paseó la mirada por toda la sala para contemplar la carnicería que habían provocado sus compañeros y él. Ganner y Deak estaban arrodillados al lado de sus camaradas muertos.

—Ya les rendiremos homenaje más tarde —dijo Kyp, haciéndoles una seña con el sable láser conectado.

Penetraron más profundamente en la nave, cruzando el umbral de otra esfera sin encontrar más oposición. Desde el momento en que entraron en la nave, Kyp se dio cuenta que la Fuerza había enmudecido: no desaparecido, sino silenciado. No sentía que sus habilidades Jedi estuvieran afectadas o disminuidas en forma alguna, pero tenía la impresión de haber entrado en el espacio en blanco de un mapa. Ahora, de repente, sintió algo a través de la Fuerza, y, un poco más allá, se toparon con una puerta sellada similar a las muchas que habían pasado antes.

Kyp se volvió hacia Ganner, que asintió con la cabeza. Entonces perforó el centro de la puerta con la hoja del sable láser. Al retirarla, el aire entró ruidosamente en el misterioso cuarto a través del agujero, y el iris se abrió. Dentro yacía una multitud de cautivos de diversas especies, diseminados por el suelo flexible empapado de sudor y otros fluidos. Vestidos con túnicas viejas y rotas, parecían muy delgados pero vivos. Poco a poco, a medida que la sala se llenaba de oxígeno, empezaron a moverse.

Kyp se acercó a uno de ellos, un humano de pelo gris que, a juzgar por los pliegues colgantes de su piel, probablemente había empezado su cautiverio con más peso que muchos de los otros. Cerca de él yacían dos machos ryn y una hembra.

Los nublados ojos del hombre pestañearon y recorrieron la cara de Kyp, centrándose finalmente en el sable láser desactivado de su mano derecha.

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