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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

Agentes del caos (16 page)

BOOK: Agentes del caos
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Un torbellino negro retrocediendo en la oscuridad del vacío… Un vórtice de la nada un poco menos profundo que el océano de inexistencia en el cual nadaba…

Luego, la sensación táctil de firmeza, de alguna sustancia debajo de él y contra su espalda. Su cuerpo estaba sentado sobre algo… una silla…

El cerebro obnubilado de Johnson experimentó un momento de éxtasis total. «¡Estoy vivo!», pensó. «De algún modo, en algún lado, estoy vivo. ¡Vivo! ¡Vivo! ¡Vivo!».

Entonces empezó a ver más claro. Un enorme globo blanco flotaba delante de él, un globo con cabello negro y largo… un globo que le sonreía… Su vista adquirió nitidez y el corazón se le fue a los pies cuando sus ojos enfocaron el rostro sonriente que tenía delante.

—Así que finalmente nos conocemos —dijo Vladimir Khustov.

—¡Está… está vivo! —balbuceó Johnson, y miró desesperadamente en derredor. Entonces vio la enorme mesa de nogal y los hombres sentados en torno de él… Gorov, Torrence, todos los Consejeros Hegemónicos lo miraban fijamente, estudiándolo como si fuera un insecto extraño…

«Están todos vivos!», pensó. «¡Fracasé, fracasé miserablemente! Pero ¿cómo… cómo?».

Khustov rió.

—Veo que está algo confundido —dijo—. Esperaba que estuviéramos todos muertos, ¿no es cierto?; y, sin duda, cuando lo afectó el gas, pensó que usted mismo moría también. Pero como bien puede ver, el gas era un somnífero inocuo, tan inocuo como su propio estúpido plan, y todos estamos vivos. ¿No es ésta una sorpresa agradable, después de todo?

—¿Pero cómo…? ¿El gas venenoso…? —susurró Johnson desolado—. No pueden estar vivos… Ustedes…

—Vamos, vamos. Hasta usted debe creer lo que le dicen sus sentidos —dijo Khustov—. Estamos todos muy vivos. Lo derrotó su propio orgullo necio acerca de su supuesta inteligencia, Johnson. ¿Realmente pensó que uno de sus agentes, en un lugar tan importante como la sala de bombeo, podía pasar inadvertido? Una falla psicológica peculiar… un hombre que cree lo que quiere creer. Todo era una trampa señor Boris Johnson, y usted cayó. Una vez que supimos que Daid era un agente de la Liga, supimos que usted no podría resistir la tentación de eliminarnos a todos si le ofrecíamos la oportunidad. Dejamos que pensara que tenía una ventaja, un arma secreta dentro del Ministerio, pero esa misma información que usted poseía fue el arma que usamos contra usted. Simplemente lo dejamos proseguir con su plan, cerrando la Sala del Consejo en forma hermética, pero usando una fuente interna de aire en vez de la que provenía de la sala de bombeo… Y, bueno, usted sabe lo que sigue.

Johnson estaba anonadado más allá de la desesperación. ¡La Hegemonía se había anticipado a cada paso! ¡Se había comportado como un idiota total!

—¿Por qué no me mató, Khustov? —dijo cansadamente—. Supongo que no es su intención dejarme ir…

Khustov parecía estar estudiándolo seriamente.

—¡Ah!, pero usted es demasiado interesante para matarlo simplemente —dijo—. No lo comprendo, Johnson, y quiero comprenderlo. La Liga Democrática está totalmente liquidada. Me imagino que comprende eso…

A pesar de sí mismo y de su odio por Khustov y todo lo que representaba, Johnson se encontró asintiendo con la cabeza. Estaba terminado, y la Liga estaba liquidada. ¿Tenía alguna importancia? ¿Había tenido la Liga alguna posibilidad de éxito en algún momento? Eran un puñado de hombres contra un gobierno que controlaba cada centímetro cuadrado del Sistema Solar Se sentía totalmente inútil, gastado, desilusionado. «¿Por qué empecé todo esto?», se preguntó. «¡Cómo pude creer que era posible destruir a la Hegemonía, con sus Custodios y sus computadoras, sus enormes recursos, su control total!».

—Veo que estamos de acuerdo en una cosa al menos —dijo Khustov—. La Liga Democrática está terminada. Nunca fue una amenaza seria, pero debo admitir que eran molestos, y no hay lugar para molestias en la Hegemonía del Sol. Debemos asegurarnos de que tales molestias no se vuelvan a producir. Por eso está usted con vida. No puedo comprender por qué alguien puede querer unirse a una cosa como la Liga, por qué pueden querer quebrar el Orden de la Hegemonía. Quiero comprender esa psicosis. Debemos comprenderla para eliminarla del cuadro genético de la raza. ¿Por qué, Johnson, por qué? Estoy dispuesto a escucharlo. Dígame, ¿qué esperaban lograr?

Johnson miró fijamente a Khustov. «¿Qué clase de pregunta es ésa?», pensó. «¿Es obvio… o no? ¡Los hombres siempre lucharán por su libertad contra la tiranía! ¡Hasta un tirano como Khustov debe darse cuenta de eso!».

—¡La destrucción de la Hegemonía, por supuesto! —dijo—. ¡El fin de esta tiranía y la libertad para la raza humana!

—La destrucción de la Hegemonía… —suspiró Khustov, meneando la cabeza—. Pero ¿por qué? ¿Con qué la reemplazarían?

—¡Con la Democracia! ¡Con la libertad!

Una vez más Khustov sacudió la cabeza con incredulidad.

—¿Por qué? —repitió—. ¿Qué tiene de mala la Hegemonía? ¿Hay guerras en las que mueren miles de seres como durante el Milenio de las Religiones y la Nacionalidad? ¡No! ¡El orden de la Hegemonía ha traído una paz real por primera vez en la historia del hombre! ¿La gente pasa hambre? ¿Los Protegidos sufren de enfermedades endémicas incurables? ¡No! Nunca han tenido tanta salud y prosperidad. Nadie pasa hambre; ni siquiera hay pobreza. Esa palabra ya casi no tiene significado, a no ser el histórico. Paz, prosperidad, plenitud; ¡hasta placidez! Usted más que nadie debe saber que los Protegidos están contentos con la Hegemonía. La Liga existió durante diez años, ¿y cuántos Protegidos lograron reclutar? ¡Un puñado de idiotas y de neuróticos! Y dentro de poco hasta la estupidez y las neurosis desaparecerán. Las eliminaremos de la raza. ¡Hemos construido una utopía! El Orden es casi total, y dentro de poco será total. Entonces la Hegemonía podrá gobernar en forma absoluta sobre cada planeta, sobre cada roca que pise el hombre. El Sistema Solar será un paraíso, no por un año, ni por un siglo o un milenio, sino hasta que la humanidad se acabe. ¡Ni siquiera un idiota puede querer destruir esto! ¡Le hemos dado al hombre todo lo que necesita! ¿Qué más puede pedir?

A pesar de su agotamiento, a pesar de saber que lo peor ya había ocurrido, Boris Johnson se sorprendió al verificar que todavía existía algo que pudiera chocarle. ¡Khustov hablaba en serio! ¡Sus palabras eran sinceras! ¡No pensaba de sí que pudiese ser un tirano! Era la quintaesencia de la tiranía, el triunfo final del despotismo total, el mismo déspota prisionero del sistema. Ni siquiera podía ver que… que…

—¿Y eso es todo, Khustov? —dijo—. ¿Usted cree eso, realmente? ¿Y qué pasa con la Libertad?

—¿Y qué pasa? —replicó Khustov blandamente—. Es una palabra, nada más. ¿Libertad de qué? ¿De la enfermedad, de la pobreza, de la guerra? Ya la tenemos. ¿O quiere decir libertad para? ¿Para tener hambre? ¿Para sufrir? ¿Para matar? ¿Para hacer la guerra? ¿Para ser infelices? ¿Qué es esta libertad? ¡Una palabra caduca y sin sentido! ¡Qué idiota es usted, desperdiciar su vida por una palabra!

—No es solamente una palabra —insistió Johnson—. Es…

—¿Qué es? —dijo Khustov—. ¿Usted lo sabe? ¿Me lo puede decir? ¿Se lo puede decir a sí mismo siquiera?

—Es la Democracia… Es cuando la gente tiene el gobierno que quiere. Cuando gobierna la mayoría…

—¡Pero la gente ya tiene el gobierno que quiere! —exclamó Khustov—. Quieren la Hegemonía. Los Protegidos están contentos. —Miró a Torrence, quien observaba todo eso con una mueca de desagrado—. ¿Quizás sea simplemente que usted quiere gobernar por su propio placer, como… como algunos que podría mencionar? ¿Es eso, Johnson? ¿No es usted el que quiere ser un tirano, el que quiere coartar los anhelos de los Protegidos y forzarlos a aceptar algo que no desean?

Johnson permaneció callado. ¡Khustov estaba equivocado! La libertad era… buena. La Hegemonía era… mala. Cualquiera podía darse cuenta de eso, ¿no es cierto? Pero…

Pero Khustov lo había enfrentado a un precipicio. Nunca había pensado que su deseo de derrocar a la Hegemonía tuviera motivaciones personales. Sabía que la Libertad y la Democracia eran lo correcto, y que la Hegemonía estaba equivocada en su absolutismo, siempre lo había sabido, y aun ahora podía sentirlo en el fondo de su corazón.

Pero no podía verbalizar sus razones, ni siquiera para sí mismo. ¿Podía ser mentira toda su vida? ¿La había derrochado por nada?

¿Por qué?

Arkady Duntov entrecerró los ojos por el resplandor crudo y polarizó aun más el visor de su casco espacial. El traje era caluroso y ni ese traje, especialmente adaptado, podía mantener vivo a un hombre sobre el lado iluminado de Mercurio por más de cuatro horas. Pero en ese tiempo sería suficiente.

Duntov dio media vuelta y miró hacía atrás. A la sombra de la nave había diez hombres, figuras oscuras y torpes vestidas con trajes espaciales, los visores de sus cascos casi opacos. Portaban pistolas láser en los cintos, y dos de los hombres cargaban voluminosas mochilas. Hizo una seña y sus hombres avanzaron hacía él. Debía mantener en silencio la radio hasta el momento del ultimátum. La misión había sido ensayada miles de veces, y a estas alturas ya casi no eran necesarias las señas.

Duntov verificó las correas del poderoso transmisor auxiliar que llevaba sobre sus espaldas, y luego avanzó pesadamente a través del paisaje infernal.

Por todos lados había grandes colinas de rocas escarpadas, enormes peñascos solitarios y erosionados, cuyas formas torcidas y extrañas eran obra de la atmósfera de gases parcialmente ionizados. El suelo, si es que podía llamarse así, estaba cubierto de millones de fragmentos de rocas desprendidas de las colinas y peñascos por las oscilaciones de la temperatura, en extremo calurosa de día, allí en Mercurio, y sumamente fría por la noche. Las lagunas traicioneras de roca en polvo se alternaban con pozos de plomo fundido, bajo el calor del horno solar, que podía quemar las retinas de un hombre en un segundo si se lo miraba directamente, aun con vidrios polarizados.

Duntov condujo a sus hombres por un desfiladero angosto entre dos acantilados, dando un rodeo para evitar un pozo de plomo burbujeante. La temperatura dentro del traje estaba aumentando, avanzando hacia lo inaguantable.

Tal la superficie de Mercurio, pensó Duntov, el lugar más inhóspito del Sistema Solar. Sólo la superficie de un planeta gaseoso podría ser más mortal…

Y mejor para nosotros, pensó.

Llegó hasta el otro extremo del cañadón que dominaba una planicie enorme con forma de plato, quizás el resto de algún cráter. En el centro de la depresión, entre peñascos erosionados, pozos de plomo fundido y millones de fragmentos de rocas, estaba la bóveda ambiental de vitrolux, única morada humana sobre Mercurio. El sol transformaba su superficie en una burbuja de fuego, desafiante y artificial en ese infierno sin vida.

Una burbuja y, por ende, muy vulnerable. La bóveda tenía sólo dos compuertas: la principal, que estaba del otro lado y que daba al espaciopuerto, y otra que Duntov alcanzaba a distinguir frente a él y que era una salida de emergencia, inútil por cierto, puesto que una perforación de la bóveda provocaría una muerte instantánea y segura a todos los habitantes de Mercurio. Sin duda, pensó Duntov, la segunda compuerta está allí para brindar acceso al espaciopuerto en caso de que algo ocurra con la principal.

Las entradas de las compuertas estarían custodiadas, pues tal era la prolijidad paranoica de la Hegemonía que llegaban hasta a vigilar esas puertas hacia la nada, a través de las cuales nadie pasaba, aunque la guardia fuera aliviada.

Duntov hizo una seña a sus hombres cuando salieron a la planicie y se encaminaron hacia la bóveda. El grupo se dividió: siete hombres comenzaron a rodear la bóveda hacía la compuerta del espaciopuerto del otro lado, en tanto que los tres restantes continuaron con Duntov hacia la compuerta auxiliar.

Duntov los detuvo cerca de un montículo de rocas, a unos veinticinco metros de la compuerta, se ocultó detrás de una roca pequeña y les indicó que hicieran lo mismo..

Observó la compuerta desde atrás de la roca. Era un túnel corto en forma de semicilindro que sobresalía del costado de la bóveda como la entrada de un iglú. A los costados de la compuerta cerrada, en el extremo opuesto del túnel, descansaban dos hombres con trajes espaciales. ¡Sólo dos! ¡Era pan comido!, pensó Duntov mientras desenfundaba su pistola y apuntaba al hombre de la izquierda. Hizo un gesto a sus hombres. De acuerdo con lo planeado, uno de ellos apuntó al mismo hombre que Duntov mientras los otros dos hacían lo mismo con el restante Custodio.

Duntov levantó la mano izquierda y aguardó. El asunto tenía que estar bien sincronizado. Tenía que darle tiempo al otro grupo para que llegase hasta la compuerta principal antes de tomar la que tenían delante, de lo contrario el plan se descubriría y los Custodios más numerosos de la compuerta principal se alertarían.

No era totalmente necesario controlar ambas compuertas, pero si se dejaba una en manos de los Custodios, podrían enviar una fuerza represiva grande contra la otra, cruzando la superficie de Mercurio, antes que se rindiera el Consejo. Si eso ocurría se vería forzado a cumplir con el plan y liquidar a todos los habitantes de la bóveda, perspectiva ésta que no le agradaba.

Por eso, Arkady Duntov aguardó largos minutos y volvía a apuntar cuando su blanco se movía. Aguardaba mientras la temperatura continuaba subiendo y las gotas de sudor comenzaban a rodar por su rostro…

Tres… cinco… diez… quince minutos.

Debe de ser suficiente, pensó. Si no están listos ahora, no lo estarán nunca…

Empujó con su mentón la palanca dentro del casco y encendió el transmisor.

—Trampa —dijo secamente, tratando de romper lo menos posible el silencio de la radio.

—¡De ratones! —vino la contraseña, distorsionada por la estática solar. Duntov apagó el transmisor.
¡Ahora!
, pensó, y dejó caer su mano izquierda.

Cuatro pistolas láser dispararon simultáneamente lanzando sendos rayos rojos que por un momento fueron más brillantes que el sol agobiante.

Los dos Custodios se desplomaron a la vez. El aire se escapaba visiblemente por los orificios en sus trajes. Cayeron, mortalmente heridos por los rayos láser, y cocinados dentro de sus trajes por el terrible color de Mercurio.

Sin romper el silencio radial, Duntov condujo a sus hombres hacia la compuerta y examinó la pesada puerta exterior. No sería fácil cortar un agujero. Quizás —aunque la Hermandad no había podido suministrar la información— hubiese una forma de abrirla desde afuera…

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