A través del mar de soles (50 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia ficción, #spanish

BOOK: A través del mar de soles
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Las palabras fluyeron a través de él, procedentes del sumergible y luego todo un diálogo desde la reunión en el
Lancer.
Escuchaba y, sin embargo, no acertaba a hacerse completamente a la idea. Sus defensas instintivas embotaban las noticias, los detalles, la sucesión de números y ciudades arrasadas y el recuento de muertos, de naciones borradas del mapa y de tierras convertidas en cenizas.

Lentamente, comenzó a moverse de nuevo. Bloqueó el flujo de palabras. Se retrajo sobre sí mismo e instó a sus manos a hacer lo que sabía que tenían que hacer, a pesar del caos de emociones que le embargaba.

Desprender el filtro médico. Cortar algunos tubos del armazón, afilar el tubo hasta sacarle punta, usando el cortador láser.

Empalmar los tubos. Proceder con los mandos de activado.

Incluso en esas presiones y con ese frío, el sistema se puso en completo funcionamiento. Lo acopló a las tomas médicas del traje. Un simple pinchazo en una vena era suficiente por el momento.

La pared de carne refulgía bajo sus fósforos encendidos. La surcaban blandas franjas de pálido color carmesí y púrpura. Dibujos intrincados, líneas en arabescos y grandes manchas moteadas. Por consiguiente, había estado en un error: en este océano que era un mundo vivía algo que podía ver tales dibujos o, de lo contrario, no habrían evolucionado. Quizás el veloz ser autoluminoso que vieron anteriormente. Tenía que haber una ecología vasta y compleja con bancos de seres, semejantes a peces, de los que alimentarse, una pirámide de vida. El sumergible los había ahuyentado, probablemente.

Se percató de que estaba teorizando, demorándose. El saberlo le liberó de la tormenta de emociones que estaba reprimiendo y se abandonó a ella.

Introdujo la punta del tubo de lleno en la masa de carne. El movimiento arrojó una sombra, puntiaguda y enorme, por la planicie.

Entró hasta la mitad. Nigel empujó con fuerza y la enterró más. No percibió respuesta alguna, ningún temblor, ningún indicio de dolor. Procediendo con parsimonia, completó el acoplamiento. Encendió las bombas. Se relajó en un estado de aturdimiento y vacío, mientras fluía hacía su interior un empuje insólito.

5

Inerte. A la deriva. Desconectado de las glándulas y del canto de la sangre. Despierto, aunque no del todo consciente.

Así debía ser para los Vigilantes, y para los laberintos maquinales que los habían creado. Pacientes y calculadores. En principio, como la vida, en su función analítica y en las leyes de la evolución que actúan igualmente tanto sobre el silicio—germanio como sobre el ADN. Pero no se hallaban completamente en el mundo como hacía la vida, no habían surgido de los límites quebrantados de la ley molecular, no medraban en el universo de las esencias —como había expresado el
Snark
, buscando un término humano para determinar lo que estimaba que se encontraba para siempre más allá de su entendimiento cibernético— y, por ello, temía y odiaba a los seres orgánicos que los alumbraron y murieron a cambio.

O, tal vez, las palabras
odio y temor
no podían penetrar en el frío mundo en el cual el pensamiento no era capaz de estimular hormonas para amar, o para huir, o para luchar, donde reinaba el análisis y se erigía, con ladrillos de silogismo, un mundo que conocía la mano dura de la competencia, pero no la totalidad orgánica que provenía de una mortalidad empecinada.

No obstante, los Vigilantes tenían cosas en común con la vida orgánica. Una lealtad a su especie.

Habían destruido completamente el mundo que circundaba a Wolf 359, y seguían patrullándolo. Mas no inspeccionaban a los obedientes robots que extraían icebergs de las lunas exteriores de hielo y los arrojaban para que se estrellaran trazando espirales en lo que una vez fue su mundo natal. Un Vigilante daba vueltas a ese mundo, haciendo guardia contra cualquier forma orgánica que pudiera surgir cuando el vapor y el líquido, expuestos finalmente al sol, se condensaran formando estanques y mares.

Hubiera sido más sencillo destruir también a esos robots, dejándolo todo estéril y sin esperanza. El Vigilante permitía que esos simples sirvientes continuasen, sabiendo que, algún día, errarían en su autoduplicación según se reparaban a sí mismos, y, en ese momento, se renovaría la evolución de las máquinas.

En consecuencia, las máquinas deseaban su diversidad propia para que se propagase y trajera nuevas formas a la galaxia —haciendo guardia todo el tiempo contra una nueva biosfera, que los robots pacientes, leales, se afanaban por gestar—, a fin de que las sociedades de máquinas no fuesen estáticas y, subsecuentemente, vulnerables a la postre, sin importar cuan fuertes fueran ahora.

Necesitaban las múltiples funcionalidades, la emulación de la vida: los transportadores de petróleo que viajaban a algunas metrópolis remotas, los
Snarks
para explorar, informar y soñar en su largo exilio, los Vigilantes que machacaban los mundos una y otra vez con asteroides.

Debían tener conocimiento, empero, del banquete químico que se celebraba dentro de las gigantescas nubes moleculares por las que el
Lancer
había pasado de largo. Debían saber que todo mundo sería sembrado perpetuamente por las crecientes nubes voluminosas. Debían saber, pues, que el conflicto se prolongaría hasta la eternidad; no había victorias, sino únicamente una guerra amarga.

Si las máquinas aplastaban la vida allá donde podían, ¿por qué había surgido la humanidad? Algo debía de haberles protegido.

Los Vigilantes mantenían centinelas que surcaban el espacio en espera de vida, y se hacían señales unos a otros, del mismo modo en que el de Isis había enviado una irrupción de microondas por delante del
Lancer
, a Ross 128. El naufragio de
Marginis
constituía la evidencia de que el Vigilante de la Tierra había sido aniquilado por alguien, una raza desaparecida ahora hacía un millón de años.

¿Los pre—EM? ¿La raza que se rehizo a sí misma en Isis?

La idea afloró inesperadamente. Tal vez. Era tanto lo que se había perdido en el tiempo...

Quienquiera que hubiese venido a esa Tierra arcaica había dejado flujo vital, un signo fehaciente de que el naufragio de
Marginis
portaba seres orgánicos, dado que sólo ellos utilizarían algo que se reproducía a sí mismo con un código genético molecular.

Y el flujo vital era el signo y el obsequio: una apertura a las estrellas.

La pulsación que había dentro de él estaba dando la bienvenida a una canción y sus armónicos evocaban el desmayado lamento de los EM, en una onda intemporal que unía a esta enorme criatura ciega con el mismo himno de vida en la galaxia, lento, poderoso, golpeado y machacado, aunque todavía con una persistente esperanza, una urgencia y una llamada.

Sintió que su mente se aclaraba. Comprobó su componente médico. Funcionaba bien, sin ningún rastro de reacciones desordenadas. Lo separó con cautela de la sólida masa silenciosa. Extrajo el tubo afilado.

Los zarcillos que sujetaban el armazón se zafaron en un espasmo de rechazo. El bastidor se estremeció y quedó libre.

El montaje médico se soltó de la abrazadera del tubo. Nigel giró y alargó el brazo, jadeando. Logró cogerlo.

Asió el armazón, igualmente, y una punzada de dolor le atravesó el brazo. Lo sostuvo.

Extendido entre dos caballos a la carga
, pensó disparatadamente. El armazón se escoró lateralmente. Le crujieron las articulaciones.
No podréresistir mucho.
A la mortecina lámpara del traje vio los soportes que giraban despacio. Los arrastraban unas bolsas fláccidas. La mayoría de los flotadores estaban reventados. Caía. Por encima, la inmensa mole se perdía en la decreciente luz ambarina y, sin embargo, era tan grande que no parecía empequeñecerse al aumentar la distancia. No podía ver sus flancos.

Nigel pugnó por afianzarse con las botas. El bastidor se volcó. Las corrientes tiraban de él, tratando de arrancarle el montaje médico, de zafar su mano del tubo. Pugnó, dándose cuenta luego de que ya no necesitaba el bastidor. Estaba cayendo también, con los flotadores inutilizados. Simplemente lo dejó ir. La oscuridad engulló la forma esquelética.

Su última protección había desaparecido. Estaba cayendo en una absoluta negrura cerrada, aferrando su filtro ligeramente grotesco, entre corrientes que se arremolinaban y gorgoteaban.

Se recobró del dolor difuso que sentía en los brazos, para escuchar las frases frenéticas de la discusión en la reunión consenso del
Lancer.

—Los Pululantes están implicados en ello, están implicados totalmente. Pero no seas necio...

—No hay ninguna evidencia. Ninguna evidencia fidedigna, en cualquier caso.

—Estáclaro como la nariz que tienes en la cara. Ellos fueron el grupo de avanzadilla.

—SíEstas naves que están en
órbita ahora se parecen a aquellas en las que vinieron los Pululantes. Mira el...

—Todo revuelto...

La voz de Nikka se abrió paso:

— ¡
Nigel!
¡Nigel! El tiempo está...

—Sí. Te oigo.

—Tenías tus razones, estoy segura, pero están ocurriendo demasiadas cosas. Estoy asustada, no te quiero ahíafuera cuando...


Por supuesto. Lo... lo lamento. Estaba extenuado, completamente liado, y éste parecía el único modo de acabar por fin... No he estado en una superficie planetaria, no he tenido ninguna auténtica oportunidad de hacerlo, de... Yo... —Su voz se quebró cuando sintió la antigua barrera, la incapacidad de comunicar sentimientos profundos que se hallaban más allá del lenguaje.


Conecta tu trazador. Funciona
,
¿verdad?

—Hecho, estoy cayendo —añadió él, sosegadamente.

— ¿
Cómo?


Es una historia larga y aburrida.


Ya vamos.
¿Estás recibiendo el comunicador del
Lancer?
Lo he conectado en circuito abierto.


Sí. Es espantoso. —No se le ocurría otra cosa que decir. Notaría más adelante su plena repercusión, era consciente de ello. Su mente hacía lo que era preciso para sobrevivir.


Te tengo localizado a unos cuantos klicks de distancia, pero te estás moviendo aprisa. No hay nada cerca.

— ¡Jesús! Tendremos que cogerle. ¿Cómo podremos...?

Nigel se relajó, extendiéndose para ofrecer el mayor flujo de resistencia. Un pitido en los oídos. Ajustes del traje.


Es imposible, no poseemos capacidad de maniobra...
—Calla. Va a oírte, Carlos.

—Pero... Mira, podemos llegar hasta allí, pero
,
¡Madre de Dios!, requerirácomo mínimo
diez minutos y nos estaremos moviendo demasiado deprisa.

Las nudosas articulaciones gruñían de dolor, los músculos se quejaban y el corazón le latía sordamente en la oscuridad convergente.

—Colocaos... debajo de mí. Después... desplegad... un saco.

Flotaba en la suave noche. Giraba. Lo inminente dependía de la relajación, expandiéndose con los sentidos. No podía ponerse tenso o los músculos, viejos y frágiles, se agotarían antes de que hicieran falta. Tenía que dejarse ir.

6

Hacía décadas, tras la muerte de Alejandra, el señor Ichino le había dicho: “Te deseo la facultad de dejarte ir.”

La necesitaba ahora. Hasta que viera el sumergible y supiese en qué dirección virar, no podía hacer nada provechoso. O le cogían a tiempo o seguiría cayendo en esta gélida oscuridad, hacia presiones más altas, y el traje cedería. Quedaría exprimido como una uva.

Desde el
Lancer
, llegaba la reunión:


Obviamente, lo iniciaron esos malditos Pululantes.

—Sí. El caballo de Troya.

—No sécómo empezóla contienda, pero cuando esos Pululantes empezaron a ir a tierra
,
¿quése supone que iba a hacer China? Era una cuestión de supervivencia, si lo que decían sobre los americanos es cierto.

—Era cierto, querrás decir. Norteamérica ha desaparecido, calcinada.

— ¡Esas bombas altamente explosivas!
¡Una solo hace arder un continente!


El continente asiático requiriómenos cabezas nucleares. Parece ser que los Pululantes han sido diezmados allí, gracias a Dios.

—Merde, je ne...

—Esos objetos volantes son repugnantes
,
¿los veis?, horribles, y ese informe sobre el terreno dice que los Pululantes no se reproducen sirviéndose del objeto volante, en absoluto. Son una especie de suplemento.

—Los Pululantes deben haberlo planeado tiempo atrás, y se han modificado biológicamente a símismos.

—La cuestión es que todo estávinculado, los Vigilantes y esas naves grises y los Pululantes. Todo estárelacionado.

Sentía el roce de las aguas que gorgoteaban y parecían susurrar. Carecía de peso y de forma y sentía cómo se extendía aún más, como si piernas y brazos se le hubieran desprendido, igual que si fuera una bandera que ondeaba al viento. Las palabras, las frases y los retazos de conversación le llegaban desde el
Lancer
y el sumergible, aunque parecían vacíos, distantes y en última instancia, irrelevantes.

Se preguntó si las enormes criaturas le percibían a él, sólo una mota que caía, si estaban intrigados por la burbuja brillante que navegaba a su encuentro.


Es condenadamente sutil el modo en que ha ocurrido todo, pero estáclaro como la nariz que tienes en la cara...

— ¡Maldita sea!, Ted, hemos de hacer algo.

—Lo
último que se dice es que la red del espacio profundo estálanzando cargas de fragmentación haciéndolas estallar a diez mil klicks y tratando de alcanzar a algunas de sus naves en
órbita.


Pueden acertar a algunas de las pequeñas, pero esas grandes...

Vio un hilo de tenue luminosidad naranja a la izquierda, que giraba y se alejaba velozmente, y sintió, en el mismo instante, una prolongada nota atronadora que resonó por el agua como una campana remota. Le recordó a los EM y su canción y, mientras descendía perezosamente hacia el corazón de este mundo oceánico, entendió de repente cómo se relacionaba esto con los Pululantes, con todas las formas de vida convertidas en víctimas, porque, a la larga, las máquinas no podían detener a la vida, no podían suprimirla, no podían eliminar para siempre el retoñar de formas inacabables que competían con las máquinas para disponer de los recursos y del espacio. Por eso acababan reclutando a algunos de sus peores competidores: las tecnologías incipientes.

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