A través del mar de soles (31 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia ficción, #spanish

BOOK: A través del mar de soles
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Allí... En la ululante tormenta, Nigel ve los puntos azules que son las claves, los catalizadores: núcleos de carbono que planean como gaviotas en una corriente ascendente de aire.

Brillan los fósforos que dividen la imagen, marcándole el camino. Flota y nada en el fulgor blanquiazul que fluye, a través de una lóbrega tormenta de iones que se fusionan. Contempla penachos de núcleos de carbono que acometen a los enjambres de protones, tejiéndolos para formar los núcleos de nitrógeno más pesados. El torrente se arremolina y aúlla junto a la piel de Nigel, y, en sus sensores, ve, siente y degusta el nitrógeno grumoso, indolente, mientras éste da con un nuevo protón que se avecina; y, con el restallar carnoso de la fusión, los dos se cohesionan, se sustentan, se cimbrean como gotas de lluvia. Caen juntos, se amalgaman, se hinchan en un nuevo núcleo, aún más pesado: oxígeno.

Pero las verdes motilas de oxígeno son inestables. Estas frágiles formas
se
escinden instantáneamente. Chorros de nuevas partículas se abalanzan a través del fulgor circundante: neutrinos, rojizos fotones lumínicos, y más lentas, más oscuras, se aproximan las pesadas hijas del matrimonio: una nube inflamada, de un dorado abrasador. Un bamboleante isótopo de hidrógeno más pesado.

El proceso continúa raudo. Cada núcleo colisiona un millón de veces con los demás en un torbellino de la dimensión de un punto semejante a brillantes copos de nieve. Todo en el lapso de un parpadeo. Los copos surcan las líneas del campo magnético. Los rayos gamma se inflaman y chisporrotean entre las erráticas motas, como luciérnagas caprichosas. El fuego nuclear ilumina el largo corredor que es el propulsor principal de la nave.

Nigel nada mientras rompen sobre él las chispas de un blanco candente cual espuma. Al frente, divisa los puntos violáceos del nitrógeno y los oye quebrarse en carbono y partículas alfa. Así pues, a la postre, la larga cascada produce el carbono que la catalizó, carbono que iniciará de nuevo su andadura en la ululante ventisca de protones que llega desde el estómago delantero de la nave.

Con la ayuda del carbono, un átomo de hidrógeno interestelar se ha erigido a sí mismo desde un mero protón hasta, finalmente, una partícula alfa, grupo estable de dos neutrones y dos protones. La partícula alfa es la meta de todo ello. Escapa de la procelosa tormenta, llevando la energía que la fusión aporta. EL gas interestelar, de intenso color rubí, está desposado ahora, protón a protón, con el carbono como casamentero.

Nigel siente que un campo eléctrico en aumento tira de él. Se mueve para verter su excedente de carga. Llevar aquí un manto de electrones es fatal. Corriente arriba se hallan las fauces devoradoras de la antorcha, donde son absorbidos los protones entrantes, despojados de su energía cinética por los campos eléctricos. Las partículas son frenadas allí, traídas al interior de la nave para descansar, almacenada su energía fluyente en los condensadores.

Un ciclón aúlla detrás de él. Nigel nada lateralmente hacia las paredes de la cámara de combustión. El fuego de fusión que llamea a su alrededor no es nunca puro, no puede ser puro porque la escoria del cosmos se vierte por aquí, como cebada entrelazada con granos de granito. La lluvia atómica entrante salpica continuamente las paredes del flujo vital, aniquilando las hebras superconductoras orgánicas que hay allí. Nigel se impele contra los gomosos campos magnéticos y se lanza en picado a lo largo de la costra de las paredes moteada de amarillo y azul. En el fluctuante fulgor que relampaguea de infrarrojos y ultravioletas, avista la excrescencia escamosa que mengua los campos magnéticos y reduce el fuego nuclear de la tobera. Se distiende, se retuerce y hace virar a la forma semejante a una anguila. Esto sitúa al disparador de haces electrónicos en un radio de milímetros.

Se incendia. Un crepitar chisporroteante salta sobre la pared escamosa. La lengua corroe y perfora.

Los copos borbotean como brea, ennegrecidos y, finalmente, calcinados. La impetuosa corriente de electrones arrastra a los copos, revelando el azul acerado de debajo. Ahora las hebras superconductoras al descubierto pueden iniciar la lenta poda de sí mismas, la vida se desprende de su muerte. Sus moléculas de prolongadas cadenas orgánicas pueden alimentarse y crecer nuevamente. Mientras Nigel corta, gira y talla, observa cómo el carrete ahusado de fibras se deslía y amontona en remolinos. Finalmente, se alejan girando en la avasalladora tormenta de protones. Las fibras muertas chisporrotean y se inflaman donde son golpeadas por los protones entrantes y, posteriormente, con un retumbo en sus bobinas de recepción acústica, ve cómo son arrasadas.

Algo tira de él. Delante se encuentra la pala rugosa donde se disparan las partículas alfa energéticas. Se precipitan como luminosas avispas de jade. La pala las succiona. En el interior serán agrupadas, drenadas de energía para inducir megavatios de potencia para la nave. La nave se beberá hasta su última gota de inercia y las dejará atrás, una estela de átomos quebrantados.

Súbitamente, gira a la izquierda,
Jesucristo, cómo puede..., piensa
, y el campo de la pala lo fustiga. Un megavoltio por cada metro de cimbreante vórtice eléctrico se apodera de él. Enorme, veloz implacable se aferra a sus brillantes superficies. La abertura de la pala es una boca que acomete, aúlla. Chorros de átomos esplendorosos pasan por su lado en torbellinos, burlones. Las paredes próximas a él contrarrestan su movimiento incrementando los campos magnéticos. Las líneas de fuerza se expanden y arraciman.

“¿Quées esto...?”
, es todo lo que tiene tiempo de pensar antes de que estalle cerca un punto hiriente. Su presencia, tan próxima a la estrella, ha alterado los porcentajes combinatorios. Si la reacción queda fuera de control, puede arder por el depósito recipiente, por la roca del asteroide, al otro lado, y cruzar con fuego corrosivo hasta la nave, hacia el domo vital.

Un rugido estentóreo. La pala tira de sus talones. Los iones se ponen al rojo blanco. Siente una punzada de advertencia. Tantean en su busca enredadas cuerdas magnéticas, solidificándose a su alrededor.

El pánico le oprime la garganta. Desesperadamente, hace fuego con su disparador de haces electrónicos contra la pared, confiando en que le facilite un impulso, un vector nuevo...

No basta. En torno a él, florecen y rugen y se inflaman los iones anaranjados.

Otra muerte.

—Muy mal —dijo Ted Landon. Nigel trató de enfocar la vista. Los artilugios terapéuticos le hurgaban y acariciaban como amantes mecánicos. Logró distinguir el ceño de Ted, y dijo en dirección a la imagen borrosa:

—Qué... intenté... volver para afianzar...

—No lo conseguiste.

Nigel yacía de espaldas, dejando que las sensaciones se sumieran en la inconsciencia. Sentía el cuerpo consumido y tumefacto.

—El...

—Destruido, perdido. El trazador muestra que golpeó la pared. La cuestión es que sufriste un gran choque retroalimentado en el sistema nervioso central cuando estalló.

—No puedo... mi cuerpo no parece el mismo.

—No lo será durante un tiempo. Eso afirman los médicos, en todo caso. La cuestión es que nunca antes se nos ha presentado esta lesión precisa. Los demás tipos salieron de esas oleadas. Tú deberías haber sido capaz de alejarte de ella. No había nada especial en esa oleada.

—Me... pasó de lado, supongo. No dejaré que ocurra...

—Me temo que esto te aparta permanentemente de las tareas manuales, Nigel. De ninguna forma puedo permitir que permanezcas en lista.

No se le ocurrió nada que decir, y, en cualquier caso, apenas podía esclarecer la confusión de impulsos distorsionados que le proporcionaban sus sentidos. Miró hacia la puerta de exop. La gente se apelotonaba en círculo, atendiendo mientras un médico hablaba en un murmullo quedo. Sintió que las lágrimas le corrían por la cara. Había perdido algo, algún equilibro interior; su cuerpo no era el mismo instrumento afinado que había llegado a tolerar tan fácilmente. De él surgió un sollozo desazonador. Buscó entre la gente y, en la parte posterior, un punto de reposo tranquilizador en los rostros arracimados, encontró a Nikka. Ella sonreía.

4

El restablecimiento de Nigel fue lento. Pasó largo tiempo antes de que pudiera volver a trabajar en los campos, recolectando, gruñendo por el esfuerzo e intentando no evidenciarlo. Pero le agradaba la labor y se atuvo a ella. Le recordaba momentos del pasado cuando, ensimismado en alguna abúlica tarea, se presionaba la muñeca con un dedo por casualidad y experimentaba, como un recordatorio repentino, el palpitar paciente de su pulso, una nota constante que le abstraía de algún detalle inquietante.

Su confusión interna, empero, no se esfumaba. Era un pensador lo bastante mecanicista para entender que las descargas súbitas contra el cuerpo entero podían actuar sobre la mente de formas desconocidas. La glacial templanza y la determinación que había poseído desde
Marginis
, le faltaban ahora, dejándole con ansiedades extrañas, variables.

Nunca había tenido teoría alguna sobre sus propios estados mentales. Se había negado a suscribir a místicos eruditos en la Tierra. Aquel hatajo había realizado un trabajo minucioso con Alexandria, gracias. Las cosas te ocurrían y aprendías de ellas lo supieras o no, pero la pretensión de un paisaje interior común susceptible de ser descrito, un maldito libro de viajes sobre el alma, eso era una falacia. Ninguna fórmula terminante podía atrapar la interioridad humana. Kafka, ese espíritu tortuoso, estaba en lo cierto. La vida queda definida por los espacios cerrados del ser.

Era por ese motivo que siempre se había negado a convertirse en una docta figura, intérprete de los alienígenas, largo tiempo muertos, del naufragio de
Marginis.
Se habría perdido a sí mismo de esa manera, cuando todo consistía en seguir siendo un hombre, en permanecer en el puñetero mundo y experimentarlo directamente, soslayando abstracciones. Le constaba que esto le hacía parecer más y más aislado, maniático, al margen de los tripulantes jóvenes. Poco hacía para atemperar esto, empero, y utilizó toda la influencia que pudo cuando Nikka obtuvo una asignación de trabajo en la piel del
Lancer
, para reparar los campos de la antorcha de fusión. Ted alegó el muy razonable argumento de que no podía gobernar una nave basándose en los amantes de la tripulación. Nigel replicó que, con la frecuencia de cambios de sexo en la tripulación, era jodidamente difícil precisar quién estaba inclinado a hacer qué, o a quién. Se apercibió, entonces, de por qué Ted sonreía benévolamente ante toda la autoalteración que resultaba tan a la moda en el
Lancer.


Se ha hecho con la situación, lisa y llanamente —dijo Nigel a Carlotta una tarde—. Gente clonando nuevos tejidos, gente cada vez más conectada a máquinas para aumentar la eficiencia. Así pueden tener más tiempo libre para sus pasatiempos, preocupaciones. ¡Dios mío! En una sociedad animada por el capricho como el
Lancer
, Ted semeja tranquilizadoramente inmutable. Maravilloso, el viejo Ted... dejemos que él mantenga una mano en el timón mientras nosotros nos vamos a consolarnos por tan largo viaje.

Carlotta meneó la cabeza.

—No tiene sentido. Las instrucciones sobre terapia de involución (ése es el término, no frunzas la nariz) vinieron de la Tierra. Ted no tuvo nada que ver con...

—Ridículo. Mira lo que estás bebiendo, jerez frappé carbonado, efervescente de microicebergs de naranja flotantes. ¿De dónde vienen los recursos?

Ella agitó la sedosa bebida.

—De la sección química, imagino.

—El viejo y bueno de Ted podría acabar con tales diversiones si quisiera, pasando de la Tierra. No, está a favor de un aire festivo, de una regresión a...

— ¡Regresión! Mira, puedes creer...

—Sí, lo creo. Seguramente no necesitábamos prestarnos a ello.

—Me cuesta entender cómo puedes negarle a una persona el derecho de... una oportunidad de... encontrar nuevas definiciones de sí misma.

—Simplemente estoy intentando comprender al amigo Ted. Estoy enterado de que el cambio de sexo llegó a ser corriente en la Tierra como un método para ayudar a los adolescentes con sus ajustes sexuales. Y que la búsqueda de la variedad lo ha convenido con mucho en la máxima moda allí. Pero aquí...

—Creo que es magnífico que Ted y los demás permitan el uso de los recursos de la nave para ello. Eso ciertamente le muestra en una apreciación imparcial como una mente abierta.

—O, de forma alternativa, en una comprometidamente franca y sorprendentemente imparcial apreciación. Con él siempre se da una apreciación u otra, como ha de ver.

—Estás en plan cínico.

—Hum. “Cínico” es un término inventado por los optimistas para describir a los realistas.

—Eres imposible.

— ¡Hum! Generalmente.

Transcurrió un mes sin que apenas se percatara de ello.

Una tarde, cuando llegó Carlotta, murmuró un saludo y continuó viendo una imagen Fourier tridimensional, cromáticamente factorizada, de las señales de los EM.

Todavía eran casi opacas para él. Estaba columbrando una historia anterior, sobre sus breves escarceos con las naves espaciales y la astronomía. Había aquí algo rayano en la poesía, una sugerencia de un tiempo fracturado, atisbos de los seres que habían reunido fuerzas para rehacerse a sí mismos.

— ¿Qué crees que deberíamos votar en este caso que se presenta? —inquirió Nikka.... dientes de rueda fragmentados en la señal...

— ¡Eh! ¿qué?

—Esta mujer que robó todos esos créditos nave.

— ¿Cómo?

—Haciendo un índice falso, por supuesto.

— ¿Qué dices tú, Carlotta?

—Es culpable de pecado.

— ¡Hum! Siempre me he preguntado qué significa eso. ¿De qué pecado se supone que es culpable?

...le hace a uno cuestionarse si la cultura pre—EM salió alguna vez de su propio sistema solar. Estas imágenes de aquí, podrían representar extremidades que se extienden hacia afuera, trazadores hacia otras estrellas, o el brote de una descomunal semilla de diente de león, para el caso...

—Puedes creerme, lo hizo.

—Hum. Eso dictaminó el tribunal.

—La tripulación completa ha de decidir qué hacer con ella, no obstante —dijo Nikka.

...la tripulación está más desconcertada de lo que imagina con este continuo aluvión de malas noticias de la Tierra. Los Pululantes por todas panes, ni siquiera los elementos químicos parecen surtir efecto en ellos y, entretanto, el trabajo prosigue en órbita por encima de los océanos plagados, se construyen las astronaves, utilizando máquinas autoprogramadas para hacer el trabajo difícil. La humanidad se apresta para desperdigarse entre las estrellas como semillas de diente de león, un efecto de escape...

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