A través del mar de soles (12 page)

Read A través del mar de soles Online

Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia ficción, #spanish

BOOK: A través del mar de soles
5.9Mb size Format: txt, pdf, ePub

— ¿Cuántas épocas de formación de cráteres hubo?

— ¡Oh! Fraser dice que hubo un período inicial, al igual que en nuestro sistema solar, pero eso fue hace mucho. Ha obtenido esos datos de prueba a partir de las lunas que rodean al gigante gaseoso, y eso supone más de cinco billones de años atrás, cuando cesó la formación inicial de cráteres. Pero luego tenemos esta época reciente, puedes apreciarla en los terrenos elevados de Isis. Un montón de detritus que cayeron por todas partes.

— ¿Hace aproximadamente un millón de años?

—Sí. ¿Porqué?

—Me parece de veras extraño. Después de que los planetas hubieron despejado sus órbitas de escombros, absorbiendo los detritus iniciales de la formación de todo el sistema solar de Ra, debería haber culminado el nacimiento de cráteres.

—Bueno, mira, Nigel... —Ted se arrellanó en la silla de rejilla y se puso a juguetear ociosamente con una pluma—. Isis se ha desplazado, distanciándose de Ra, obligado por las fuerzas de la marea; así pues, ¿quién sabe cómo va a cambiar eso el bombardeo? Me refiero a que éste es un juego de bolos completamente nuevo y las viejas reglas prácticas anteriores no son aplicables.

—Precisamente —repuso Nigel de manera cortante, introspectiva.

— ¿Adónde quieres ir a parar?

— ¿Por qué suponer que los satélites son el último fragmento de la civilización que tuvieran los EM? Su edad orbital es más o menos la misma que la de la última época de formación de cráteres, pero la coincidencia no implica causalidad.

—Mira, sabremos más cuando hallemos algunas ciudades.

—Un supuesto. —Nigel se encogió de hombros y se levantó para marcharse—. Los EM tal vez nunca tuvieron ninguna.

Pero había ciudades.

O al menos, edificios. El Equipo de Zona número 6 encontró el sistema circular, utilizando los estudios IR de una meseta elevada en concreto. Había evidencia de edades anteriores con pesadas dunas de polvo, mas ahora un cambio en los vientos del Ojo había desvelado una llanura que contaba 893.000 años según los datos de los radioisótopos. Depresiones de leve curvatura bordeaban un punto central elevado como radios en una rueda. La excavación sacó a la luz edificios a sólo quince metros debajo del terreno seco, lacerado por el viento. Las arcaicas piedras eran rectangulares y tenían tenues marcas. Los antropólogos del
Lancer
dedujeron poca cosa a partir de esos rasguños. Lograron delinear el perfil general de las calles, un sistema de irrigación y una ecología de valle fluvial. No había rastro alguno de metales fabricados o fundidos, pero entonces ya nadie esperaba ninguno. Lo que la herrumbre no reclamaba, se lo llevaban los vientos.

4

Nigel contemplaba cómo la sangre salía fluyendo de él y bostezó. De alguna forma siempre le producía sueño. Las primeras docenas de veces le había hecho desvanecerse.

— ¡Eh! No te he preguntado si deseas tenderte. ¿Quieres?

—Soy proclive a ello, sí —repuso Nigel, pero la doctora no sonrió. Sencillamente bajó su silla de operaciones con un gesto veloz de la muñeca, despreocupadamente ducho. Nigel observaba cómo los tubos llevaban hebras rosadas de su plasma al montaje médico.

La voluminosa máquina chasqueó al pasar a otro diagnóstico de muestras.

—Alguna habilidad he de tener —susurró la doctora.

Nigel habría asentido comprensivamente, de no ser porque la parte superior de sus brazos, pecho y cuello estaban desconectados. El montaje médico tenía que mantener en marcha el ritmo cardiovascular, a pesar del descenso de presión, y resultaba más fácil si el paciente no se inmiscuía. No obstante, podía mover la boca.

—En cuanto algo vaya mal serás necesaria, lo sabes. Al igual que un piloto...

—Me preparé para esto, ya sabes, aunque podría ser tripulante. Yo era ingeniera, la mejor que había, pero no con la categoría adecuada para el trabajo de navegación. Sólo que me fijé en esta tarea y me figuré que no era nada a lo que no pudiera acostumbrarme.

Nigel contrajo los labios de un modo que esperaba expresase aprobación. Escrutó el rostro delgado, aburrido de la doctora y trató de interpretar el estado de ánimo de la mujer con equidad. Si no otra cosa, este ejercicio sustraía a su mente del desagradable pitido en sus oídos que siempre se producía cuando el montaje médico empezaba a succionar con más fuerza, filtrando el plasma y reteniendo sus glóbulos rojos. La máquina en forma de bloque mezclaba plasma artificial al mismo tiempo, pero el pitido continuaba. Con el plasma iban presumiblemente las células sanguíneas deterioradas, en tanto que entraban nuevos elementos. Antioxidantes para suprimir radicales libres. Microenzimas para desgajar viejas hebras de ADN que se habían enredado. Refuerzos inmunológicos. Agentes lixiviantes para destruir las células avejentadas que habían perdido la capacidad de reproducirse correctamente. Era un cóctel antivejez.

—Parece muy aburrida —comentó Nigel con tacto.

—Bien cierto —dijo ella, hoscamente—. Es difícil de creer, pero los médicos solían hacer esto. Era una enormidad.

— ¿De veras? —Nigel procuró mantener algo de interés en la voz, a pesar del hecho de que podía recordar cuando los médicos lo inyectaban a uno con agujas y creían que comer carne era perjudicial.

—Ahora lo que resulta un trabajo ingente es, eh...

— ¿Mantenimiento?

—Sí, exacto. Me refiero a que me gusta trabajar con las manos en tareas bien consideradas, pero esta chapu... No es ninguna ofensa, entiendo que lo necesites, pero es como ser peluquero o algo por el estilo.

—Tú eres ingeniero.

—Así es. Ahora me han puesto a rastrear plasmaféresis y a inyectar hormonas y...

— ¿Qué te parecería un chollo en los conductos impulsores?

Ella salió de su fija antología de lamentaciones y le miró. Hasta ahora él había sido otro cliente anónimo, otro acoplamiento para el montaje médico.

—Bueno, ¡mierda!, seguro que me metería en eso, es sólo que...

—Creo que puedo introducirte en la tripulación.

— ¿Quién lo dice?

—Lo digo yo. Lo discutiré con Ted Landon.

— ¿Podrías hacerlo? Quiero decir que es complicado conseguir...

—Desde luego. Entiendo que esto es mortalmente tedioso. Debe de ser horrible, especialmente con gente como yo, siempre el mismo rollo, enganchados al montaje médico.

— ¡No lo sabes bien! —Ella se animó y su delgado rostro se llenó de interés—. ¿Podrías conseguir que yo trabajara con ese equipo? La mera limpieza de los conductos es, ya sabes, interfaz de estado sólido, mucho trabajo de campo y algo de laboratorio, también, me...

—Estupendo. Pareces de las que deberían verse libres de esto. —Él hubiera agitado un brazo en muda demostración, pero hizo el amago y se encontró con que el control motriz era nulo—. Me siento como un zombi.

—Espera, casi hemos acabado. —Pulsó un interruptor y él pudo mover el brazo derecho.

—Me parece una lástima tener que desperdiciar el tiempo de alguien para hacer esta... el control, el remiendo y demás.

—Sí. Deberías ser capaz de manejarlo tú mismo. ¿Cómo es que no estás en el autoservicio del montaje médico?

—Ted está siendo cuidadoso. Desea controlar a todas las carrozas como yo.

—Jesús. Sólo da más trabajo.

—Precisamente.

—Caramba, si pudieras conseguirme trabajo en los motores...

— ¿Crees que puedes colocarme en autoservicio? Lo digo porque es un despilfarro espantoso.

—Me parece que sí.

—Bien. No voy a incurrir en un error cuando está en juego mi propia salud, después de todo. Ella le miró.

—Sí, eso supongo.

—Muchas gracias.

Él se relajó. Los relés vibraron y la sensación regresó a su pecho y brazos. Detestaba tratar a la gente del modo en que acababa de hacerlo, pero en ocasiones no parecía haber otra salida.

Nigel estaba de buen talante. Carlotta, Nikka y él habían pasado la tarde jugando al sambau en un tablero tradicional. Había sufrido grandes pérdidas, cediendo el equivalente a un mes de faenas domésticas a Nikka y algunos créditos de la nave a Carlotta. Impasible, resistió un aluvión de chistes malos e historias inverosímiles.

— ¿Qué te ha entrado? —inquirió Carlotta—. ¿Has estado trajinando de nuevo con esas drogas prohibidas?

—Nada tan mundano —hizo un guiño y se golpeó el pecho—. He aquí a un hijo de la Bretaña revitalizado. —Hizo una pausa, sopesando si continuar. Luego dijo—: He entrado en autoservicio.

— ¡Oh! Excelente —repuso Nikka apaciblemente. Carlotta dijo:

—Traducción: ahora nadie sabrá con cuánta rapidez se está desmoronando.

— ¡Correcto! Las enzimas de un hombre no son asuntos pertinentes para que curioseen los directores de programas y chusma semejante.

Carlotta preguntó.

— ¿Cómo lo has hecho?

—En un momento oportuno. Convencí a la asistenta del montaje médico.

— ¡Hum! Es competencia de la asistenta, autoridad descentralizada y demás... — comentó Carlotta, frunciendo el ceño—. Pero una simple revisión de los sistemas dará con ello.

—Ahí es donde entras tú. —Nigel la contempló con expectación en tanto que ella arqueaba una ceja—. Tienes un montón de lacayos en los sistemas de comunicación. Seguramente podrás eximirme de su escrutinio.

Las dos mujeres se miraron y rieron.

—Así que eso es...

—El viejo razzmatazz —dijo él con ligereza.

—Nigel, quieres que introduzca en el sistema información que no es cierta.

—La verdad es meramente una opinión que ha prevalecido.

—Te estás refiriendo a datos falsos.

—Correcto, sacrosantos datos.

—Estás abusando de nuestra... nuestra...

— ¡Oh!, vamos. No somos colegiales ingleses sentados comiendo tortitas y leyendo
Cuando los Otters vinieron a tomar el té.
Esto es a perpetuidad.

Nikka dijo quedamente:

—Estás pidiendo mucho, Nigel.

—El amor siempre prevalece y todo eso, pero la vanidad es menos resistente. No puedo sentarme en este apartamento a repasar informes y no hacer nada.

—Si no estás físicamente capacitado...

—No lo entiendes, eso es solamente una vara con la que golpearme. Ted...

— ¡No puedo hacer algo deshonesto! —gritó Carlotta.

— ¿Deshonesto? Me parece que se halla dentro de lo que los americanos denominan placenteramente una zona gris.

Nikka dijo lentamente a Carlotta:

—Significaría mucho para él. De lo contrario perderá su trabajo.

— ¿Lo que implicaría qué? —replicó Carlotta— ¿No más labores de servo en la superficie?

Nikka se inclinó hacia adelante con gesto adusto.

—Eso es muy importante para él.

¡Él! ¡Siempre él!

Hemos de apoyarnos mutuamente —adujo Nikka severamente—.
¡Mierda seca!
[1]


Creo que eso quiere decir...

—Lo que yo quiero decir es que ambas estamos dando vueltas a tu alrededor. ¿Es que no lo ves? Nikka parpadeó, impasible el rostro.

—Inevitablemente hay alguna desigualdad...

—Sí, nadie puede equilibrarlo todo de forma perfecta... Pero estamos compitiendo por Nigel. Y eso es erróneo.

—Sí —repuso Nigel—, lo es. No veo que esto forme parte de una contienda, sin embargo. Tú...

—Yo lo veo de esa manera —dijo Carlotta.

—Y yo no —respondió Nikka—. Simplemente estoy diciendo que Nigel necesita ayuda. Nigel dijo con moderación:

—Me gustaría ir ahí abajo en persona. No hay ninguna posibilidad de que lo permitan. Así que el servo es el único medio que tengo de ver algo de Isis.

Carlotta miró a Nikka y la duda embargó su rostro. Nigel observaba. Era mejor mantenerse al margen de las cosas, ahora.

Carlotta procedía de los decadentes barrios de Los Ángeles entreverados por el sol. Escudada en eficiencia de ejecutivo, se deslizaba con gracia femenina por la miríada de detalles del universo de los analistas de sistemas.

Su carrera había entrañado encontronazos con administradores y jefes, enchufes y largas horas de trabajo. La trayectoria natural de una carrera técnica era promoverse a administrador de contratas, luego a director de programas, después a jefe de división, siempre capaz de mantenerse a flote en la moderna degradación administrativa. Ella se resistía. Deseaba atenerse al trabajo.

En su época se ganó una reputación como arbitro terrible en conflictos laborales que ni remotamente soportaba a los necios, particularmente si eran jefazos. Tenía sus propias reglas y ellos la malograron. Hasta que el
Lancer
abandonó la órbita de la Tierra y se iniciaron las pruebas, había permanecido encerrada en sí misma. A Nikka le había gustado desde el principio y, junto con Nigel, había entablado relaciones lentamente, haciendo llevaderos para los tres los primeros años de desasosiego, y llevándolos a una confortable intimidad.

Pero cualquier dinámica de tres direcciones resultaba agotadora, inevitablemente, aunque sólo fuese en su constante comparación con el modelo convencional de dos personas, que semejaba tan indignantemente fácil. ¿Cuánta lealtad exigía su cómodo refugio?, se preguntó Nigel mientras contemplaba a Carlotta.

—Yo... yo supongo que puedo... durante un tiempo. Sólo mientras estemos en el espacio de Isis, de todas formas.

— ¡Magnífico! Sabía que verías la ventaja que es para un viejo camarada no tener que dar explicaciones de cada pata de gallo.

Él se mostraba falsamente jovial, y todos lo sabían. Mas ello dio a las mujeres una oportunidad de arrellanarse y escucharle en tanto que se explayaba sobre el trabajo de superficie. Nigel estudió la mirada preocupada de Carlotta según hablaba. Ella sonreía pensativamente ante sus bromas, pero miraba a Nikka de vez en cuando, llena de dudas, como buscando aprobación. Vio que ella se había comprometido más por Nikka que por él.

Muy bien. Había rogado y había conseguido lo que pedía. Más valía no preocuparse por los motivos.

...
Estamos compitiendo por
él
, había dicho ella. Acaso fuera así. Tenía que admitir que lo había disfrutado bastante, que siempre había estado abierto a este tipo de pactos, remontándose hasta California, con Shirley y Alejandra...

Abruptamente sacudió la cabeza, e interrumpió aquellos pensamientos. Las mujeres le dirigieron una mirada intrigada. Él compuso una expresión casual, distante.

No le agradaba pensar en sus vínculos anteriores a tres bandas y en cómo habían terminado. Dejar que el pasado se infiltrase en el presente, de esa manera, era una mala idea. Había intentado ver a Nikka y a Carlotta tal como eran, más allá del cálculo dictado por la experiencia.

Other books

The Maidenhead by Parris Afton Bonds
Regina Scott by The Heiresss Homecoming
The Orchard by Charles L. Grant
Gods and Warriors by Michelle Paver
She Sins at Midnight by Whitney Dineen