A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (4 page)

BOOK: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí
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Esto le dio un resultado excelente, pues apenas hubo intentado alejarse durante cosa de un minuto, se encontró cara a cara con la Reina roja y además a plena vista de la colina que tanto había deseado alcanzar.

—¿De dónde vienes? —le preguntó la Reina—y ¿adónde vas? Mírame a los ojos, habla con tino y no te pongas a juguetear con los dedos.

Alicia observó estas tres advertencias y explicó lo mejor que pudo que había perdido su camino.

—No comprendo qué puedes pretender con eso de tu camino contestó la Reina—, porque todos los caminos de por aquí me pertenecen a mí...; pero, en todo caso —añadió con tono más amable—, ¿qué es lo que te ha traído aquí?. Y haz el favor de hacerme una reverencia mientras piensas lo que vas a contestar; así ganas tiempo para pensar.

Alicia se quedó algo intrigada por esto último, pero la Reina la tenía demasiado impresionada como para atreverse a poner reparos a lo que decía.

—Probaré ese sistema cuando vuelva a casa —pensó—, a ver qué resultado me da la próxima vez que llegue tarde a cenar.

—Es tiempo de que contestes a mi pregunta —declaró la Reina roja mirando su reloj—. Abre bien la boca cuando hables y dirígete a mí diciendo siempre «Su Majestad».

—Sólo quería ver cómo era este jardín, así plazca a Su Majestad... —¡Así me gusta! —declaró la Reina dándole unas palmaditas en la cabeza, que a Alicia no le gustaron nada— aunque cuando te oigo llamar a esto «jardín»... ¡He visto jardines a cuyo lado esto no parecería más que un erial!

Alicía no se atrevió a discutir esta afirmación, sino que siguió explicando:

—...y pensé que valdría la pena de subir por este camino, para llegar a la cumbre de aquella colina...

—Cuando te oigo llamar «colina» a aquello... ¡Podría enseñarte montes a cuyo lado esa sólo parecería un valle!

—Eso sí que no lo creo —dijo Alicia, sorprendida de encontrarse nada menos que contradiciendo a la Reina—. Una colina no puede ser un valle, ya sabe, por muy pequeña que sea; eso sería un disparate...

La Reina roja negó con la cabeza.

—Puedes considerarlo un disparate, si quieres —dijo—, ¡pero yo te digo que he oído disparates a cuyo lado, éste tendría más sentido que todo un diccionario!

Alicia le hizo otra reverencia, pues el tono con que había dicho esto le hizo temer que estuviese un poquito ofendida; y así caminaron en silencio hasta que llegaron a la cumbre del montecillo.

Durante algunos minutos Alicia permaneció allí sin decir palabra, mirando el campo en todas direcciones...

¡Y qué campo más raro era aquél! Una serie de diminutos arroyuelos lo surcaban en línea recta de lado a lado y las franjas de terreno que quedaban entre ellos estaban divididas a cuadros por unos pequeños setos vivos que iban de orilla a orilla.

—¡Se diría que está todo trazado como sí fuera un enorme tablero de ajedrez —dijo Alicia al fin—. Debiera de haber algunos hombres moviéndose por algún lado... y ¡ahí están! —añadió alborozada, y el corazón empezó a latirle con fuerza a medida que iba percatándose de todo—. ¡Están jugando una gran partida de ajedrez! ¡El mundo entero en un tablero!..., bueno, siempre que estemos realmente en el mundo, por supuesto. ¡Qué divertido es todo esto! ¡Cómo me gustaría estar jugando yo también! ¡Como que no me importaría ser un peón con tal de que me dejaran jugar...! Aunque, claro está, que preferiría ser una reina.

Al decir esto, miró con cierta timidez a la verdadera Reina, pero su compañera sólo sonrió amablemente y dijo:

—Pues eso es fácil de arreglar. Si quieres, puedes ser el peón de la Reina blanca, porque su pequeña, Lirio, es demasiado niña para jugar; ya sabes que has de empezar a jugar desde la segunda casilla; cuando llegues a la octava te convertirás en una Reina...

Pero precisamente en este momento, sin saber muy bien cómo, empezaron a correr desaladas.

Alicia nunca pudo explicarse, pensándolo luego, cómo fue que empezó aquella carrera; todo lo que recordaba era que corrían cogidas de la mano y de que la Reina corría tan velozmente que eso era lo único que podía hacer Alicia para no separarse de ella; y aún así la Reina no hacía más que jalearla gritándole: «¡Más rápido, más rápido!» Y aunque Alicia sentía que simplemente no podía correr más velozmente, le faltaba el aliento para decírselo.

Lo más curioso de todo es que los árboles y otros objetos que estaban alrededor de ellas nunca variaban de lugar: por más rápido que corrieran nunca lograban pasar un solo objeto.

«—¿Será que todas las cosas se mueven con nosotras?» —se preguntó la desconcertada Alicia.

Y la Reina pareció leerle el pensamiento, pues le gritó:

—¡Más rápido! ¡No trates de hablar!

Y no es que Alicia estuviese como para intentarlo, sentía como si no fuera a poder hablar nunca más en toda su vida, tan sin aliento se sentía.

Y aún así la Reina continuaba jaleándola:

—¡Más! ¡Más rápido! —y la arrastraba en volandas.

—¿Estamos llegando ya? —se las arregló al fin Alicia para preguntar.

—¿Llegando ya? —repitió la Reina—. ¡Pero si ya lo hemos dejado atrás hace más de diez minutos! ¡Más rápido! —y continuaron corriendo durante algún rato más, en silencio y a tal velocidad que el aire le silbaba a Alicia en los oídos y parecía querer arrancarle todos los pelos de la cabeza, o así al menos le pareció a Alicia.

—¡Ahora, ahora! —gritó la Reina—. ¡Más rápido, más rápido!

Y fueron tan rápido que al final parecía como si estuviesen deslizándose por los aires, sin apenas tocar el suelo con los pies; hasta que de pronto, cuando Alicia ya creía que no iba a poder más, pararon y se encontró sentada en el suelo, mareada y casi sin poder respirar.

La Reina la apoyó contra el tronco de un árbol y le dijo amablemente:

—Ahora puedes descansar un poco.

Alicia miró alrededor suyo con gran sorpresa.

—Pero ¿cómo? ¡Si parece que hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! ¡Todo está igual que antes!

—¡Pues claro que sí! —convino la Reina—. Y ¿cómo si no?

—Bueno, lo que es en mi país —aclaró Alicia, jadeando aún bastante cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte...

—¡Un país bastante lento! —replicó la Reina—. Lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.

—No, gracias; no me gustaría intentarlo —rogó Alicia—; estoy muy a gusto aquí... sólo que estoy tan acalorada y tengo tanta sed...

—¡Ya sé lo que tú necesitas! —declaró la Reina de buen grado, sacándose una cajita del bolsillo—. ¿Te apetece una galleta?

A Alicia le pareció que no sería de buena educación decir que no, aunque no era en absoluto lo que hubiese querido en aquel momento. Así que aceptó el ofrecimiento y se comió la galleta tan bien como pudo, ¡y qué seca estaba! ¡No creía haber estado tan a punto de ahogarse en todos los días de su vida!

—Bueno, mientras te refrescas —continuó la Reina—, me dedicaré a señalar algunas distancias.

Y sacando una cinta de medir del bolsillo empezó a jalonar el terreno, colocando unos taquitos de madera, a modo de mojones, por aquí y por allá.

—Cuando haya avanzado dos metros —dijo, colocando un piquete para marcar esa distancia— te daré las instrucciones que habrás de seguir... ¿Quieres otra galleta?

—¡Ay, no, gracias! —contestó Alicia—. Con una tengo más que suficiente.

—Se te ha quitado la sed, entonces, ¿eh? —comentó la Reina.

Alicia no supo qué contestar a esto, pero afortunadamente no parecía que la Reina esperase una respuesta, pues continuó diciendo:

—Cuando haya avanzado tres metros, te las repetiré, no vaya a ser que se te olviden. Cuando llegue al cuarto, te diré «adiós». Y cuando haya pasado el quinto, ¡me marcharé!

Para entonces la Reina tenía ya colocados todos los piquetes en su sitio; Alicia siguió con mucha atención cómo volvía al árbol y empezaba a caminar cuidadosamente por la hilera marcada.

Al llegar al piquete que marcaba los dos metros se volvió y dijo:

—Un peón puede avanzar dos casillas en su primer movimiento, ya sabes. De forma que irás muy deprisa través de la tercera casilla... supongo que lo harás en tren... y te encontrarás en la cuarta antes de muy poco tiempo. Bueno, esa casilla es de Tweedledum y Tweedledee... En la quinta casilla casi no hay más que agua... La sexta pertenece a Humpty Dumpty... pero ¿no dices nada?

—Yo... yo no sabía que tuviese que decir nada... por ahora... —vaciló intimidada Alicia.

—Pues debías haber dicho —regañó la Reina con tono bien severo— «Pero ¡qué amable es usted en decirme todas estas cosas»... Bueno, supongamos que lo has dicho... La séptima casilla es toda ella un bosque... pero uno de los caballos te indicará el camino... y en la octava ¡seremos reinas todas juntas y todo serán fiestas y ferias!

Alicia se puso en pie, hizo una reverencia y volvió a sentarse de nuevo.

Al llegar al siguiente piquete, la Reina se volvió de nuevo y esta vez le dijo:

—Habla en francés cuando no te acuerdes de alguna palabra en castellano... acuérdate bien de andar con las puntas de los pies hacia afuera... y ¡no te olvides nunca de quién eres!

Esta vez no esperó a que Alicia le hiciera otra reverencia, sino que caminó ligera hacia el próximo piquete, donde se volvió un momento para decirle «adiós» y se apresuró a continuar hacia el último. Alicia nunca supo cómo sucedió, pero la cosa es que precisamente cuando la Reina llegó al último piquete, desapareció. Sea porque se había desvanecido en el aire, sea porque había corrido rápidamente dentro del bosque «Y vaya que si puede correr», pensó Alicia. No había manera de adivinarlo; pero el hecho es que había desaparecido y Alicia se acordó de que ahora era un peón y que pronto le llegaría el momento de avanzar.

Capítulo 3
Insectos del espejo

Naturalmente, lo primero que tenía que hacer era lograr una visión panorámica del país por el que iba a viajar. «Esto se va a parecer mucho a estar aprendiendo geografía» —pensó Alicia mientras se ponía de puntillas, por si alcanzaba a ver algo más lejos—. Ríos principales... no hay ninguno. Montañas principales... yo soy la única, pero no creo que tenga un nombre. Principales poblaciones..., pero ¿qué pueden ser esos bichos que están haciendo miel allá abajo? No pueden ser abejas... porque nadie ha oído decir que se pueda ver una abeja a una milla de distancia...

Y así estuvo durante algún tiempo, contemplando en silencio a uno de ellos que se afanaba entre las flores, introduciendo su trompa en ellas.

«Como si fuera una abeja común y corriente» —pensó Alicia.

Sin embargo, aquello era todo menos una abeja común y corriente: en realidad, era un elefante... Así lo pudo, comprobar Alicia bien pronto, quedándose pasmada del asombro.

—¡Y qué enorme tamaño el de esas flores! —fue lo siguiente que se le ocurrió. Han de ser algo así como cabañas sin techo, colocadas sobre un tallo... y ¡que cantidades de miel que tendrán dentro! Creo que voy a bajar allá y... pero no, tampoco hace falta que vaya ahorita mismo... —continuó, reteniéndose justo a tiempo para no empezar a correr cuesta abajo, buscando una excusa para justificar sus súbitos temores—. No sería prudente aparecer así entre esas bestias sin una buena rama para espantarlos... y ¡lo que me voy a reír cuando me pregunten que si me gustó el paseo y les conteste: «Ay, sí, lo pasé muy bien... (y aquí hizo ese mohín favorito que siempre hacia con la cabeza)... sólo que hacía tanto polvo y tanto calor... y los elefantes se pusieron tan pesados!»

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