99 ataúdes (31 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

BOOK: 99 ataúdes
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Cada vez estaban más cerca. Era todo tan irreal, tan surrealista, que Caxton no lograba hacerse una idea de lo cerca que estaban. Echó un vistazo por la mirilla y apuntó mejor. Estaban más cerca, al alcance de sus disparos.

—¡Fuego! –gritó y la noche se llenó de fogonazos y de un estruendo ensordecedor, mientras los rifles de asalto vibraban en manos de sus hombres. Caxton disparó y notó cómo el arma le golpeaba el hombro. El retroceso no fue tan duro como había esperado. El retroceso no fue tan duro como había esperado. No perdió la vista de su objetivo; un oscuro agujero había aparecido en el pecho del vampiro, que levantó un brazo y dobló la cintura al tiempo que se le desplomaba la barbilla sobre el hombro.

La formación se detuvo de golpe. Los vampiros se quedaron muy quietos, inmóviles por la sorpresa. Los ojos les ardían.

El vampiro contra el que ella había disparado cayó al suelo. Sus ojos dejaron de arder y quedaron fijos en el cielo. Cayeron unos cuantos más en la primera fila. Había dos, no, tres vampiros en el suelo. Los demás contemplaban sus cuerpos, observaban los agujeros que llenaban sus pechos, sus estómagos y sus caras, y volvían la vista a un lado y a otro, atónitos.

Los tres que habían caído ya no volvieron a levantarse. Los demás esbozaron una mueca de dolor mientras su carne se regeneraba alrededor de las heridas de bala y sus cuerpos cicatrizaban. Aquello no pudo durar más de uno o dos segundos.

—¡Seguid disparando! –gritó Caxton. Fueron los rifles los que respondieron. Cayó otro vampiro, y uno que había al final de la hilera se revolvió y se agarró al que tenía junto a él. Los rifles rugían y los vampiros saltaban, retrocedían, se apartaban para despejar el paso a los de atrás.

Se movían de nuevo y cada vez se acercaban más, rapidísimo.

—¡Mantened las posiciones! –gritó Caxton al ver que los hombres que tenía detrás avanzaban y retrocedían, buscando una mejor posición de tiro, tratando de conservar la distancia—. ¡No retrocedáis! –ordenó por encima del estruendo de los rifles. Los vampiros de la primera fila iban cayendo, pero enseguida aparecían más. Siempre había más. Eran muchísimos, estaban muy cerca y se movían muy rápido—. ¡No retrocedáis! –volvió a gritar. Disparó de nuevo y un puñado de botones de latón oxidados salieron volando de una túnica negra. Lo que no había era sangre; los vampiros no tenían, por lo que está no podía brotar de sus heridas. Por eso, precisamente, no había forma de saber si los disparos daban en el blanco o no. Algunos de los vampiros que habían caído al suelo, con extremidades dobladas y desencajadas, empezaban a levantarse de nuevo.

Avanzaban muy rápido, estaban más cerca de lo que ella habría querido. Cogió los protectores auditivos que llevaba colgados del cuello, se los colocó y se aseguró de que los demás tuvieran también los suyos. Sacó una granada del bolsillo y rompió el envoltorio de plástico.

La granada tenía un tacto peculiar, se parecía más a una lata de refresco que a una bomba en miniatura. Estaba pintada de negro mate, era cilíndrica y pesada, y estaba cubierta de agujeros circulares. Nunca había visto una antes, pero sabía de lo que era capaz.

— Los ojos –gritó, y tiró de la anilla. La arrojó como una pelota de béisbol y rebotó inofensivamente contra el hombro de uno de los vampiros. Éste se volvió y la observó caer al suelo.

Caxton se llevó el rifle al hombro al tiempo que cerraba los ojos con fuerza. Aun así, cuando la granada estalló vio las estrellas.

Las granadas normales, de fragmentación, no habrían servido de nada contra los vampiros. Tal vez la explosión de metralla los hubiera detenido por un instante, pero los fragmentos jamás habrían alcanzado al corazón bien protegido de un vampiro. Cuando la Guardia Nacional le había preguntado qué tipo de armamento iba a resultarle más útil, por una vez Caxton había tenido un verdadero momento de inspiración. Se había acordado de cómo la luz de la linterna de Harold, el vigilante nocturno, había molestado al vampiro y en aquel momento había pedido granadas de iluminación, también conocidas como granadas aturdidoras. La Guardia Nacional las llamaba XM84.

La granada que había lanzado tenía tan sólo cuatro gramos y medio de magnesio y perclorato de amonio. Era más que suficiente. Al detonar, emitía más luz que un millón de velas y producía un estruendo de casi ciento ochenta decibelios, lo suficiente como para dejar a un ser humano sin protección aturdido y desestabilizado. A pesar de que llevaba protectores auditivos, a Caxton le pareció como si le acabara de estallar una bomba en las narices.

Cuando el resplandor y el ruido hubieron cesado, volvió a abrir los ojos con cautela, rezando por que la granada hubiera resultado efectiva. Lo que vio casi le hizo sonreír.

Los vampiros eran criaturas nocturnas, incapaces de soportar la luz resplandeciente. También eran depredadores con un oído excepcionalmente fino. Además, aquéllos en particular tenían más de cien años, por lo que nunca podrían haber imaginado qué era lo que acababa de lanzarles. Muchos de ellos debían de haberse dado la vuelta para completar directamente la granada. Todos habían oído el estrépito. Su avance se había detenido y la mayoría de ellos habían caído, rodaban por la hierba y se tapaban las orejas triangulares con las manos. El brillo de sus ojos se había intensificado considerablemente hasta que aquellas brasas rojas parecían crepitar en las cuencas. Caxton vio a uno levantar las manos hacia las estrellas, como si tratara de protegerse de otra explosión inesperada. Otro había caído de rodillas y se estaba arrancando los ojos con sus dedos como garras.

Estaban a menos de diez metros de distancia. Si hubiera dudado un segundo más, se les habrían echado encima y hubieran devorado a sus tropas.

—Tenemos que rodearlos –les gritó a sus hombres, que se estaban quitando los protectores auditivos; Caxton hizo lo propio—. Vamos, debemos rodearlos ahora, ¡no tendremos una oportunidad mejor que ésta!

Tenía otra granada de iluminación en el bolsillo, pero sabía que no debía infravalorar a los vampiros. Si repetía el truco, éstos sabrían a qué atenerse.

Sus pies resbalaron sobre la hierba, pero logró mantener el equilibrio. Se acercó al grupo de vampiros por detrás y levantó el arma. Era poco caballeroso, pero no le importaba lo más mínimo. Descerrajó un disparo y luego el siguiente, ejecutando a los monstruos uno a uno, volándoles el corazón. Éstos se retorcían y gemían bajo el cañón de su rifle, sus cuerpos relucían en la oscuridad. Un absurdo cántico fúnebre resonó dentro de su cabeza: "Un vampiros, dos vampiros, tres vampiros, cuatro." No se detuvo no aminoró el ritmo hasta que Glauer le agarró por el brazo.

—¿Qué? –preguntó entonces—. ¿Qué pasa ahora?

El agente señaló hacia uno de los vampiros y Caxton vio que éste parpadeaba rápidamente. Se estaba incorporando, iba recuperando la compostura poco a poco.

—Mierda –dijo ella.

Sabía que se recuperarían del fogonazo, aunque, en el fondo, se había hecho esperanzas de que tardaría más

Capítulo 72

Creía que iba a ser difícil encontrar voluntarios, pero una vez más me equivocaba. Me sorprendió, como imagino que habría sorprendido a cualquiera que no hubiera presenciado aquella guerra en persona, la cantidad de soldados moribundos que había en Maryland, heridos en el campo de batalla, víctimas de la temible peste que corría, o simplemente con el cuerpo y el alma destrozados. Había tantos hombres sin nada por lo que vivir, dispuestos a experimentar por última vez la gloria antes de unirse al resto.

Así pues, no me vi frenado porque faltaban voluntarios. De hecho, tuve que rechazar a muchos, hombres a los que aún quedaba un destello de vida, hombres físicamente capaces, enfermos tan sólo de desesperanza. Aunque no pude ofrecerles detalles, aunque mis labios nunca pronunciaban la palabra <>, había muchos, muchísimos. Eran demasiados.

Reunir las provisiones necesarias tampoco supuso un problema. Las tropas habían requisado varias damajuanas de ácido prúsico, que utilizaban para envenenar a las ratas en los campamentos. Tampoco me costó encontrar ataúdes de la firmeza y calidad requerida.

Este Gobierno se ha asegurado de que nunca haya escasez de ataúdes. Un vagón de ferrocarril equipado para el traslado de los soldados fallecidos me esperaba en Hagerstown. Y también había logrado acceso al elemento más necesario: la señorita Justina Malvern. La vampira era mucho más manejable y complaciente si cada noche recibía su ración de sangre. En más de una ocasión, era yo quien se la proporcionaba de mis propias venas.

ARCHIVO DEL CORONEL WILLIAM PITTENGER

Capítulo 73

—¡Maldita sea! ¡Retroceded, retroceded! –gritó Caxton.

Los hombres que había a sus alrededor obedecieron al instante y se retiraron, algunos de ellos a la carrera. Otros, en cambio, se quedaron donde estaban, disparando contra los vampiros, con las armas apuntando hacia el suelo, con un estruendo incesante.

Cada vez eran más los vampiros que se incorporaban y se ponían en pie. Los que seguían en el suelo eran ejecutados, pero quedaban todavía muchísimos.

—¡Retroceded!

La única ventaja que tenían los humanos era la distancia; si los vampiros se recuperaban demasiado rápido, harían trizas a los agentes, los soldados y los policías.

—¡Retroceded!–volvió a gritar.

Otro puñado de sus hombres se internó corriendo en la oscuridad, pero había varios que parecían no oírla. A lo mejor los protectores auditivos no los había protegido de la explosión; a lo mejor se habían quedado sordos, pero también era posible que estuvieran tan asustados que ni siquiera entendieran lo que les estaba diciendo.

En el extremo opuesto de la formación, un vampiro se levantó de un salto y se lanzó contra un agente. Le abrió la camisa del uniforme y le desgarró la piel. Caxton levantó el arma con la intención de abatir al vampiro, pero no estaba en situación de realizar un disparo claro. Las balas del calibre 50 de su rifle podían atravesar un motor, por lo que también habrían atravesado al vampiro y al agente. No podía hacer nada por ayudar a aquel hombre.

Junto a ella había un agente de la BBA que disparaba sin parar. Había activado el disparador automático y estaba arrojando una lluvia de balas del calibre 50sobre los vampiros. Estaba desperdiciando munición. Los vampiros a los que alcanzaba daban un respingo, como si tiraran de ellos con una cuerda, pero en realidad estaba disparando a ciegas y las posibilidades de que acertara con un disparo limpio al corazón eran casi nulas. Caxton le gritó que parara, pero el estrépito le impedía siquiera oír su propia voz o ver nada más allá de los destellos del cañón. Lo cogió del brazo e intentó apartarle la mano del gatillo, pero en ese momento se quedó sin balas.

—Estoy seco –dijo el tipo y dio media vuelta como si quisiera retroceder. Tal vez quisiera coger más munición, o tal vez tan sólo pretendía echar a correr. Caxton sacó un cargador lleno del bolsillo e hizo el gesto de tirárselo, sin embargo, en aquel preciso instante oyó el grito del policía local que tenía al otro lado.

El corazón se le heló en el pecho cuando se dio media vuelta y, por el rabillo del ojo, vio cómo se le abalanzaba un cuerpo cubierto de piel blanca y ropa apolillada.

¡Eran tan rápidos! Llevaban siglo y medio bajo tierra y, aun así, eran rapidísimos…Estaban por todas partes.

Los hombres bramaban y disparaban como locos. Sus cañones apuntaban en todas direcciones, buscando objetivos, intentando dar en el blanco. Caxton se agachó justo en el instante en el que un puntero pasaba por encima de su cabeza. El estruendo de la explosión la dejó momentáneamente sorda, pero cuando levantó la vista vio a un vampiro a un palmo de su cara; le dio tiempo a ver cómo la luz roja de sus ojos se extinguía. Sus manos, blancas y pálidas, le rozaron la camisa y el brazo, pero estaban ya desprovistas de fuerza.

—Vamos–dijo Glauer, junto a ella.

Los hombres morían a su alrededor, a derecha e izquierda, mucho más rápidamente que los vampiros. Caxton vio a un soldado partido en dos y presenció cómo una cara blanquecina se hundía en aquella carne. Vio cuellos desgarrados, vio dientes de vampiro que se abrían paso a través de los anoraks de sus hombres y de sus chalecos Kevlar. Se oían gritos procedentes de todas partes.

Oyó a alguien rezar, aunque aquella voz se calló de golpe.

Glauerla agarró de la mano y a punto estuvo de caérsele el rifle.

—¡Tenemos que reagruparnos! –exclamó Caxton, al tiempo que esquivaba un vampiro que arremetía contra ella. Tenía los hombros echados hacia delante y sus zarpas hendieron el aire que hacía un momento había ocupado su cuerpo. Caxton logró levantar el rifle y le soltó tres disparos sin apuntar: en la cara, el pecho y la ingle. El vampiro se sacudió espasmódicamente, perdió pie y cayó al suelo. Caxton lo apuntó a la espalda, disparó y lo vio desmoronarse sobre la fría hierba.

—¡Replegaos!–gritó, aunque no sabía si alguien la escuchaba. El campo de batalla era un caos, un amasijo de cuerpos luchando en la oscuridad.

—¡No, desplegaos! –gritó uno de los soldados—. ¡Salid corriendo!

Un vampiro había logrado agarrarlo por las cinchas de la coraza. El soldado se revolvió, intentó zafarse, pero el vampiro lo cogió del casco con la otra mano. Un chorro de sangre manó de su cuello y Caxton vio cómo la cabeza caía sobre el pecho, unida al tronco apenas por un pedazo de carne. El vampiro se inclinó hacia delante y lamió la sangre.

—¡Necesito ayuda! –gritó alguien. Caxton dio media vuelta y vio a un agente de la BBA rodeado por tres vampiros. Disparaba con su rifle de asalto a la altura de la cadera mientras en la otra mano sostenía una enorme y reluciente Desert Eagle. De un disparo le voló el ojo a uno de los vampiros, que sonrió siniestramente antes de estrecharlo entre sus brazos, con tanta fuerza que Caxton oyó el estallido de sus vértebras dentro del anorak.

Intentó acudir en su ayuda, pero en aquel momento una fría mano la agarró por la pierna y la tiró al suelo. Era el vampiro al que había disparado por la espalda, que se había dado la vuelta y ahora miraba hacia arriba. Caxton estaba segura de haber apuntado a la perfección… pero de pronto comprendió su error: le había disparado por la espalda y había confundido la derecha con la izquierda. En el mejor de los casos, le habría perforado un pulmón que ya no necesitaba para nada.

El vampiro abrió sus enormes fauces al tiempo que tiraba de ella con las dos manos. Le ardían los ojos y Caxton notó cómo de repente el colgante espiral que llevaba en la mano empezaba a arder. Estaba intentando hipnotizarla.

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