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Authors: Kerstin Gier

Zafiro (20 page)

BOOK: Zafiro
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—Pero... ¿cómo podía el conde haber cometido un asesinato en el año 1602...? ¡Oh, ya lo entiendo! ¡Lo hizo en uno de sus viajes en el tiempo!

Exacto. Y cuando era mucho más joven. Fue una casualidad increíble que justo en el mismo momento Lucy y Paul estuvieran exactamente en el mismo lugar. Si es que puede hablarse de casualidad en ese contexto. El propio conde escribe en uno de sus numerosos escritos: «¡Quien cree en casualidades no ha comprendido el poder del destino».

—¿A quién mató? ¿Y por qué?

Lucas volvió a mirar a su alrededor.

—Eso, querida nieta, tampoco lo supimos nosotros al principio. Tardamos semanas en descubrirlo. Su víctima fue nada menos que Lancelot de Villiers, el primer viajero del tiempo en el Círculo. ¡El Ámbar!

—¿Mató a uno de sus propios antepasados? Pero ¿por qué?

—Lancelot de Villiers era un barón belga que en 1602 se trasladó con toda su familia a Inglaterra. En las Crónicas y los Escritos secretos del conde de Saint Germain, que legó a los Vigilantes, se dice que Lancelot murió en 1607, por eso al principio no pensamos en él. Pero, de hecho (no hace falta que te explique aquí los detalles de nuestras investigaciones detectivescas), al barón le cortaron la garganta en su propia carroza en el año 1602 —No lo entiendo —murmuré.

—Ni yo mismo he podido juntar todas las piezas del rompecabezas —dijo Lucas mientras se sacaba un paquete de cigarrillos del bolsillo y encendía uno—. Y a esto se suma que no he vuelto a ver a Lucy y a Paul desde el 24 de septiembre de 1949. Supongo que han saltado con el cronógrafo a una época anterior a la mía, porque si no, hace tiempo que habrían venido a verme. Oh... ¡maldita sea! ¡Sobre todo no mires!

—¿Qué pasa? ¿Y desde cuándo fumas?

—Ahí vienen Kenneth de Villiers y la pesada de su hermana.

Lucas trató de taparse con el menú.

—Dile sencillamente que queremos estar a solas —susurré.

—No puedo, es mi superior: en la logia y en la vida corriente. Él es el dueño de este condenado bufete... Si tenemos suerte, no nos verán.

No tuvimos suerte. Un hombre alto rondando la cuarentena y una dama con un sombrero color turquesa se dirigieron en línea recta hacia nuestra mesa y se sentaron en las dos sillas libres sin que nadie les hubiera pedido que lo hicieran.

—Parece que esta tarde todos hacemos novillos, ¿eh, Lucas? —dijo Kenneth de Villiers con tono campechano palmeándole el hombro—. Y no es que no esté dispuesto a hacer la vista gorda después de que ayer cerraras el caso Parker tan brillantemente. Te felicito de nuevo. Ya me han dicho que tenías visita del campo.

Sus ojos ambarinos me sometieron a un examen detallado. Traté de devolverle la mirada de la forma más despreocupada posible. Era realmente curioso cómo se parecían los De Villiers en todas las épocas, con sus pómulos marcados y esa nariz recta y aristocrática. Y este en concreto tenía una planta impresionante, aunque no era tan bien parecido como, por ejemplo, el Falk de Villiers de mi época.

—Hazel Montrose, mi prima —me presentó Lucas—. Hazel, mister y mistress de Villiers.

—Pero yo sí soy su hermana —dijo mistress de Villiers soltando una risita—. Oh, qué bien, tiene cigarrillos; tiene que darme uno.

—Por desgracia ahora mismo nos íbamos —dijo Lucas mientras le ofrecía galantemente un cigarrillo y le daba fuego—. Tengo que trabajar en algunos expedientes...

—Pero no hoy, amigo mío, no hoy.

Su jefe le guiñó un ojo amistosamente.

—Con Kenneth a solas es siempre tan aburrido... —dijo mistress de Villiers, y expulsó el humo del cigarrillo por la nariz—. Con él no se puede hablar de nada aparte de política. Kenneth, por favor, pide té para todos. ¿Y de dónde procede usted exactamente, querida?

—De Gloucestershire —dije, y tosí un poco.

Lucas suspiró resignado.

—Mi tío, es decir, el padre de Hazel, tiene una gran propiedad allí con muchos animales.

—Oh, a mí me encanta la vida en el campo. ¡Y me encantan los animales! —exclamó mistress de Villiers en tono entusiasta.

—Y a mí —dije yo—. Sobre todo los gatos.

De los Anales de los Vigilantes / Acta de la Guardia de Cerbero

24 de julio de 1956

«Nam quod in inventus non discitur, in matura aetate nescitur.»

7.00 horas: El novicio Cartrell, que en la prueba Ariadna nocturna había sido dado por desaparecido, llega a la escalera con siete horas de retraso. Se tambalea ligeramente y huele a alcohol, lo que hace suponer que, si bien no ha superado la prueba, ha localizado la bodega perdida. Excepcionalmente, le dejo pasar con la contraseña del día anterior.

Por lo demás, ningún acontecimiento digno de mención.

Informe: J. Smith, novicio, turno de mañana

13.12 horas: Avistamos una rata. Quiero ensartarla con mi espada, con el nombre de Audrey.

15.15 horas: Miss Violet Purpleplum llega a la escalera a través de un camino para nosotros desconocido desde el Palacio de Justicia. Pronuncia sin ningún fallo la contraseña del día, Leroy la escolta conforme a sus deseos hasta los despachos de arriba.

15.24 horas: Audrey ha vuelto a aparecer. Por lo demás, ningún acontecimiento digno de mención.

Informe: P. Ward, novicio, turno de tarde

18.00 horas a 0.00 horas: Ningún acontecimiento digno de mención

Informe: N. Cartrell, novicio, turno de noche

0.00 horas a 6.00 horas: Ningún acontecimiento digno de mención

Informe: K. Elberteth/M. Ward, novicios

8

El centinela que hacía guardia al pie de la escalera dormía con la cabeza apoyada en la barandilla.

—Pobre Cartrell —susurró Lucas cuando nos deslizamos junto al hombre, que roncaba ruidosamente—. Creo que no conseguirá llegar a adepto si sigue bebiendo de ese modo... Pero, en fin, tanto mejor para nosotros. ¡Ven, rápido!

Yo ya me había quedado sin aliento, porque habíamos tenido que hacer el camino desde el café hasta la casa a paso de carrera. Kenneth de Villiers y su hermana nos habían retenido una eternidad con su charla; habíamos estado hablando con ellos durante horas sobre la vida en el campo en general y en Gloucestershire en particular (yo había aportado un par de bonitas anécdotas sobre mi prima Madeleine y una oveja llamada Clarisse), sobre el caso Parker (del que solo entendí que mi abuelo lo había ganado), sobre el pequeño sucesor al trono Charles, que era una monada (¿de verdad habían dicho eso?), y sobre todas las películas de Grace Kelly y su boda con un príncipe monegasco. De vez en cuando tosía y trataba de llevar la conversación hacia los devastadores efectos del tabaco sobre la sa lud, pero mis intentos no fueron bien acogidos.

Cuando por fin pudimos dejar el café, era tan tarde que ni si quiera tuve tiempo de buscar los lavabos, aunque llevaba un litro de té en la vejiga.

—Tres minutos solamente —dijo Lucas jadeando mientras corríamos por los pasillos del sótano—. Y aún hay una infinidad de cosas que quería decirte.

Tenía que venir mi jefe, que es como un grano en el culo...

—No sabía que trabajaras para un De Villiers —dije—. Al fin y al cabo tú eres el futuro lord Montrose, miembro de la Cámara de los Lores.

—Sí —replicó Lucas malhumorado—, pero hasta que no pueda entrar en posesión de la herencia de mi padre, tengo que mantener a mi familia.

Sencillamente se presentó este trabajo... No importa, escucha: todo lo que el conde de Saint Germain dejó a los Vigilantes, los llamados Escritos secretos, las cartas, las Crónicas, todas esas cosas fueron censuradas previamente por él. Los Vigilantes solo saben lo que Saint Germain quiso que supieran, y todas las informaciones apuntan a un objetivo: que las generaciones venideras hagan lo que esté en su mano para cerrar el Círculo. Pero ninguno de los Vigilantes conoce el secreto completo.

—Pero ¿tú lo conoces? —exclamé.

—¡Chissst! No hables tan fuerte. No. Yo tampoco lo conozco.

Corriendo, doblamos la última esquina, y abrí apresuradamente la puerta del antiguo laboratorio de alquimia. Mis cosas estaban sobre la mesa, tal como las había dejado.

—Pero Lucy y Paul sí que conocen el secreto, estoy convencido. La última vez que nos vimos estaban a punto de encontrar los documentos. —Lucas miró su reloj—. ¡Maldita sea!

Cuando por fin pudimos dejar el café, era tan tarde que ni si quiera tuve tiempo de buscar los lavabos, aunque llevaba un litro de té en la vejiga.

—Tres minutos solamente —dijo Lucas jadeando mientras corríamos por los pasillos del sótano—. Y aún hay una infinidad de cosas que quería decirte.

Tenía que venir mi jefe, que es como un grano en el culo...

—No sabía que trabajaras para un De Villiers —dije—. Al fin y al cabo tú eres el futuro lord Montrose, miembro de la Cámara de los Lores.

—Sí —replicó Lucas malhumorado—, pero hasta que no pueda entrar en posesión de la herencia de mi padre, tengo que mantener a mi familia.

Sencillamente se presentó este trabajo... No importa, escucha: todo lo que el conde de Saint Germain dejó a los Vigilantes, los llamados Escritos secretos, las cartas, las Crónicas, todas esas cosas fueron censuradas previamente por él. Los Vigilantes solo saben lo que Saint Germain quiso que supieran, y todas las informaciones apuntan a un objetivo: que las generaciones venideras hagan lo que esté en su mano para cerrar el Círculo. Pero ninguno de los Vigilantes conoce el secreto completo.

—Pero ¿tú lo conoces? —exclamé.

—¡Chissst! No hables tan fuerte. No. Yo tampoco lo conozco.

Corriendo, doblamos la última esquina, y abrí apresuradamente la puerta del antiguo laboratorio de alquimia. Mis cosas estaban sobre la mesa, tal como las había dejado.

—Pero Lucy y Paul sí que conocen el secreto, estoy convencido. La última vez que nos vimos estaban a punto de encontrar los documentos. —Lucas miró su reloj—. ¡Maldita sea! ¡Sigue! —le apremié al tiempo que cogía la cartera y la linterna de bolsillo. Y en el último instante recordé que aún tenía que devolverle la llave. La conocida sensación de vértigo ya empezaba a atenazar mi estómago—. ¡Y, por favor, aféitate el bigote, abuelo!

—El conde tenía enemigos que en las Crónicas solo se mencionan de forma marginal —dijo Lucas a toda velocidad—. Sobre todo había una antigua organización secreta próxima a la iglesia, llamada la Alianza Florentina, que le tenía en su punto de mira. En 1745, el año de fundación de la logia aquí en Londres, esa organización se hizo con documentos de la herencia del conde de Saint Germain... ¿Crees que el bigote me queda mal?

La habitación empezó a girar en torno a mí.

—¡Te quiero, abuelo! —exclamé.

—¡... documentos que, entre otras cosas, demuestran que no basta con registrar la sangre de los doce viajeros del tiempo en el cronógrafo! El secreto solo se revela cuando... —oí que decía Lucas antes de sentir un tirón en los pies.

Una fracción de segundo más tarde parpadeaba bajo una luz clara. Y frente a una camisa blanca. Un centímetro más a la izquierda y habría aterrizado directamente sobre los pies de mister George.

Solté un gritito y retrocedí unos pasos.

—La próxima vez tenemos que pensar en darte una tiza para que marques el sitio —dijo mister George sacudiendo la cabeza, y me cogió la linterna de la mano.

Mister George no había esperado en solitario a mi vuelta. Junto a él, de pie, vi a Falk de Villiers; el doctor White estaba sentado en una silla junto a la mesa; Robert, el joven fantasma, asomaba la cabeza por detrás de sus piernas, y Gideon estaba apoyado contra la pared, junto a la puerta, con un enorme parche blanco en la frente Al verle, contuve la respiración instintivamente.

Había adoptado su postura habitual, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero el color de su cara apenas era más oscuro que el parche, y las sombras bajo sus ojos hacían que sus iris parecieran aún más verdes que de costumbre. Sentí una necesidad casi irresistible de correr hacia él, estrecharle entre mis brazos y soplarle en la herida como solía hacer tiempo atrás con Nick cuando se hacía daño.

—¿Todo va bien, Gwendolyn? —preguntó Falk de Villiers.

—Sí —dije yo sin perder de vista a Gideon. Dios mío, solo ahora me daba cuenta de cuánto le había echado de menos. ¿Hacía apenas un día de ese beso en el sofá verde? Aunque en realidad no podía hablarse de un beso exactamente.

Gideon me devolvió la mirada sin inmutarse, casi con indiferencia, como si fuera la primera vez que me veía. Ni rastro de lo que había pasado ayer.

—Llevaré a Gwendolyn arriba para que pueda volver a casa —dijo tranquilamente mister George, y apoyando la mano en mi espalda, me empujó hacia la puerta pasando junto a Falk. Directamente hacia Gideon.

—Tienes un... ¿Ya te encuentras bien? —le pregunté.

Gideon se limitó a mirarme. Pero había algo raro en la forma en que lo hizo. Como si yo no fuera una persona, sino un objeto. Algo insignificante, cotidiano, algo así como... una silla. ¿Tal vez tenía una lesión cerebral y ya no sabía quién era yo? De repente sentí frío.

—Gideon debe guardar cama, pero antes tiene que elapsar unas horas si no queremos arriesgarnos a un salto en el tiempo incontrolado —explicó el doctor White con tono desabrido—. Es una imprudencia volver a dejarle solo...

—Dos horas en un sótano tranquilo en el año 1953, Jake —le interrumpió Falk—. En un sofá. Sobrevivirá, no te preocupes.

—Sí, desde luego —dijo Gideon, y su mirada se ensombreció aún más, si es que eso era posible.

De pronto me entraron ganas de romper a llorar.

Mister George abrió la puerta.

—Ven, Gwendolyn.

—Solo un momento, mister George. —Gideon me sujetó del brazo—. Antes de que se marche, me gustaría saber una cosa: ¿a qué año han enviado a Gwendolyn?

—¿Ahora? A julio de 1956 —dijo mister George—. ¿Por qué?

—Bueno, es que huele a tabaco —respondió Gideon, aumentando dolorosamente la presión en mi brazo. De hecho, apretaba tanto que estuve a punto de soltar la cartera.

Automáticamente me olí la manga de la chaqueta. Era verdad: las horas que había pasado en ese café lleno de humo habían dejado huellas claramente perceptibles en mi ropa. ¿Cómo demonios iba a explicar eso ahora?

Todas las miradas estaban fijas en mí, y comprendí que tenía que encontrar a toda prisa una buena excusa.

—Muy bien, me has cogido —dije mirando al suelo—. He fumado un poco.

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