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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (47 page)

BOOK: Viaje alucinante
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Dezhnev interrumpió diciendo:

–Estamos dando palos de ciego. Hemos consumido nuestra provisión de energía como si fuera vodka en una boda. Entre persecuciones y desminiaturizaciones, nos queda muy poca para la desminiaturización controlada. Debemos irnos ya.

–Se necesitaría muy poca energía para sacar a este hombre un par de minutos y volverlo a entrar. Después podemos irnos.

Por un segundo, Konev y Morrison se contemplaron con hostilidad, pero Dezhnev, con voz que parecía sin vida, dijo:

–Mi pobre padre solía decir: «La frase más espantosa en lengua rusa es: Muy curioso»

Konev se revolvió furioso:

–Cállese, Arkady.

–Lo dije solamente porque ha llegado el momento de que yo lo diga: ¡Muy curioso!

Boranova apartó con la mano el cabello que le caía sobre la frente (Morrison pensó que lo hacía agotada y que el cabello estaba claramente empapado de sudor). Pero preguntó:

–¿Qué es curioso, Arkady? Dejémonos de juegos.

–La corriente de material celular está perdiendo velocidad.

Siguió un breve silencio, luego Boranova preguntó:

–¿Cómo lo sabe?

–Querida Natasha, si estuviera usted sentada en mi puesto sabría que hay fibras entrecruzadas en la célula...

–Citoesqueleto –aclaró Morrison.

–Gracias, Albert, hijo mío. –Y Dezhnev hizo un gesto ampuloso–. Mi padre solía decir: «Es más importante conocer la cosa, que su nombre» Pero esto no importa. El cómo se llame no impide la corriente de la célula y no detiene la nave, pero puedo verlo brillar al pasar. Bien, pues ahora brilla más tenuemente. Supongo que las fibras no se mueven, así que deduzco que vamos lentamente. Y como yo no hago nada para retener la nave tengo que figurarme que es la corriente intracelular la que está realmente aminorando... A esto se le llama lógica, Albert, así que no tiene que educarme sobre este punto.

Kaliinin dijo entonces:

–Creo que hemos dañado la célula –y parecía abrumada.

Morrison lo interpretó como que le remordía la conciencia y le explicó:

–Una célula cerebral más o menos no puede dañar a Shapirov de ningún modo, especialmente en el estado en que se encuentra. Pero no me sorprendería que la célula se perdiera. Después de todo, la nave vino en mi busca a toda marcha, me supongo, y vuelvo a darles las gracias a todos por ello, y vibró de tal modo que casi se deshizo y debió hacer que la célula vibrara también.

Konev aún ceñudo protestó:

–Es una locura. Nuestro tamaño es molecular... y de pequeña molécula, además. ¿Supone que algo de lo que hagamos, ya sea vibrar o sacudirnos, puede destrozar toda una célula?

–No tenemos por qué razonarlo, Yuri –observó Morrison–. Es un hecho comprobado. La corriente intracelular se está deteniendo y esto no es normal.

–En primer lugar, ésta es la impresión de Arkady, y él no es neurólogo...

–¿Es preciso ser neurólogo para tener ojos? –protestó Dezhnev irritado, alzando el brazo como si fuera a pegar a su vecino.

Konev le miró de reojo, pero no hizo ningún comentario, limitándose a decir:

–Además, no sabemos qué es normal en una célula cerebral desde nuestro nivel de observación. Puede haber remansos y remolinos en la corriente, así que incluso si se observa un fenómeno como éste, puede ser solamente temporal.

–Está silbando a destiempo, Yuri –advirtió Morrison–. El hecho es que esta célula ya no nos sirve y que no nos queda suficiente energía para pasearnos en busca de otra célula.

–Debe haber
algo
que podamos hacer –dijo Konev apretando los dientes–.
No podemos
abandonar ahora.

–Natalya –rogó Morrison–, decídalo usted. ¿Vale la pena seguir investigando esta célula? ¿Estamos en situación de ir en busca de otra?

Boranova levantó la mano y bajó la cabeza, para pensar un instante. Los otros se la quedaron mirando y Konev aprovechó la oportunidad para coger a Morrison por el brazo y tirar de él. Sus ojos estaban cargados de hostilidad. Indicando a Kaliinin con la cabeza murmuró:

–¿Por qué supone que estoy
enamorado
de... qué le da derecho a pensarlo? Conteste.

Morrison lo miraba sin entender, pero en aquel momento habló Boranova, aunque no fue para contestar a la pregunta de Morrison, se limitó a preguntar:

–¿Qué está haciendo, Arkady?

Dezhnev, que estaba inclinado sobre sus controles, levantó la cabeza:

–Estoy arreglando los cables tal como estaban antes. Vuelvo a conectarlos para poder comunicar.

–¿Le he dicho yo que lo hiciera?

–La necesidad me obliga a hacerlo.

–¿Se le ha ocurrido que va a ser imposible maniobrar la nave? –preguntó Konev.

Dezhnev refunfuñó y contestó con ironía:

–¿Y has pensado tú en que no habrá más maniobras que hacer?

–¿Qué necesidad lo obliga a hacerlo? –preguntó Boranova, resignada.

–No creo que sea la célula sola lo que está estropeado. La temperatura está bajando a nuestro alrededor... lentamente.

–¿De acuerdo con sus mediciones? –rezongó Konev.

–No, de acuerdo con las de la nave. Por la radiación infrarroja de fondo que estamos recibiendo.

–Eso no basta para juzgar –protestó Konev–. Dado nuestro tamaño recibimos muy pocos fotones infrarrojos. El nivel variaría sobre el conjunto.

–Así –dijo Dezhnev mirando a Konev. Su mano se movió arriba y abajo frenéticamente–. También puede moverse arriba y abajo como una barquita en un tifón y hacerlo también a un nivel medio cada vez más bajo. –Y su mano sin dejar de temblar bajó un poco más.

–¿Por qué baja la temperatura? –preguntó Boranova.

Morrison, sonrió, sombrío.

–Vamos, Natalya. Creo que sabe por qué. Sé que Yuri también conoce el motivo. Arkady debe confirmarlo y por esta razón la necesidad lo obliga a recurrir a las comunicaciones.

Los envolvió un silencio incómodo, excepto por Dezhnev que gruñía y maldecía entre dientes mientras trabajaba en los cables de la nave.

Morrison miró hacia fuera ahora que se había restablecido la luz de la nave, lo que hacía su visión más dificultosa. Veía el brillo apagado habitual de las moléculas, grandes y pequeñas, que viajaban junto a ellos. Ahora que Dezhnev lo había mencionado, veía una irregular reflexión de la luz desde una línea que se extendía a través de la corriente, por delante de ellos, y luego a un lado, o detrás, o por debajo, a la velocidad de un tren expreso.

Indudablemente se trataba de fibras de colágeno, muy delgadas, que conservaban la forma irregular de la neurona y evitaban que se convirtiera en una masa vagamente esférica por la presión de su propia tensión de superficie. Si hubiera estado atento, lo habría observado mucho antes. Pensó que Dezhnev, como navegante, tenia que estar pendiente de todo y, en la situación sin precedentes en que la nave se encontraba, había carecido de guía, de instrucción, de experiencia para saber qué era lo que debía evitar, o buscar o estudiar. Era indiscutible que Dezhnev realizaba una tarea que lo había sometido a una tensión mucho mayor de lo que los
otros
habían supuesto.

En opinión de Morrison, a Dezhnev se le había tenido por el menos importante de los cinco, lo cual le parecía una injusticia.

Dezhnev se incorporó. Tenía un auricular conectado y explicó:

–Debería poder establecer contacto... ¿Están ahí? ¿Gruta? ¿Gruta...?

Sonrió.

–Sí. Por el momento estamos bien... Lo siento pero como les expliqué había que elegir entre comunicar o navegar... ¿Y ahí que tal están? ¿Cómo? Repita más despacio... Sí, me lo figuraba.

Se volvió a los demás.

–Camaradas –les dijo–, el académico Pyotr Leonovich Shapirov ha muerto. Hace unos trece minutos. Todas las constantes vitales cesaron y nuestra tarea ahora es abandonar el cuerpo.

XVII. SALIDA

Si fuera tan fácil salir de los apuros como meterse en ellos... la vida sería como una canción

DEZHNEV, padre

Un silencio sombrío cayó sobre la nave.

Kaliinin hundió el rostro entre las manos, y pasado un buen rato rompió el silencio murmurando:

–¿Está seguro, Arkady?

Y Dezhnev, parpadeando para retener las lágrimas, dijo:

–¿Si
estoy
seguro? El hombre ha estado al borde la muerte durante semanas. La corriente celular, se hace lenta, la temperatura baja y la Gruta, que lo tiene conectado a todos los instrumentos jamás inventados, dice que ha muerto. ¿Cómo puedo no estar seguro?

–Pobre Shapirov, merecía una muerte mejor –suspiró Boranova.

–Podría haber aguantado una hora más –dijo Konev.

–No pudo elegir, Yuri –le reprendió Boranova ceñuda.

Morrison sintió un frío glacial. Hasta ahora había estado consciente de algunos glóbulos rojos, de un punto específico de la Región intercelular, del interior de una neurona. Su entorno se había circunscrito a lo inmediato.

Ahora miraba al exterior a través de las paredes de plástico transparente a lo que, por primera vez, le parecían capas espesas de materia A su escala actual, con la nave del tamaño de una molécula de glucosa y el mismo poco mayor que un átomo, el cuerpo de Shapirov se le antojaba mayor que el planeta Tierra.

Y allí estaba, enterrado en un objeto planetario de materia orgánica, muerta Le impaciento la pausa para llorarlo Ya tendrían tiempo después, pero entretanto... En un tono de voz que sonó tal vez un poco mas fuerte de lo que hubiera debido, pregunto:

–¿Y ahora como salimos?

Boranova lo miro sorprendida, con los ojos muy abiertos (estaba seguía de que en su pena por Shapirov había desterrado momentáneamente la idea de salir). Carraspeo e hizo un verdadero esfuerzo para actuar con su habitual ecuanimidad. Dijo:

–Para empezar, debemos desminiaturizarnos hasta cierto punto.

–¿Por que «para empezar»? ¿Por que no desminiaturizarnos del todo ahora mismo? –y como si quisiera anticiparse a la inevitable objeción– Dañaríamos el cuerpo de Shapirov, pero es un cuerpo muerto y nosotros todavía vivimos. Nuestras necesidades están primero.

Kaliinin lo miro con reproche:

–Incluso un cuerpo muerto merece respeto, Albert, especialmente el de un gran científico como el académico Pyotr Shapirov.

–Si, claro,
pero
no hasta el extremo de arriesgar cinco vidas –La impaciencia de Morrison iba en aumento. Shapirov era solamente alguien a quien había conocido de lejos por su reputación y periféricamente. Para Morrison no era el semidiós que parecía ser para los otros.

–Aparte de la cuestión del respeto –dijo Dezhnev – estamos encerrados en el cráneo de Shapirov. Si creciéramos hasta llenar el cráneo y después tratáramos de romperlo por efecto de nuestro campo de miniaturización, perderíamos demasiada energía y nos desminiaturizaríamos de forma explosiva. Antes que nada debemos buscar el medio de salir del cráneo.

–Albert tiene razón–asintió Boranova– Empecemos. Desminiaturizate a tamaño de célula Arkady, pida a la gente de la Gruta que determinen nuestra posición exacta Yuri, asegúrese de localizar exactamente nuestra posición en el cerebiográfo.

Morrison miro al exterior en dirección a la lejana membrana de la célula, un resplandor mas continuo y brillante, uno que resultaba visible a través del centelleo ocasional de las moléculas intermedias. La primera indicación de desmimaturización fue el hecho de que las moléculas... encogieran. (Era la única palabra que se le ocurría a Morrison para describir lo que estaba viendo.)

Era como si aquellas cosas, curvadas e hinchadas que llenaban el espacio que los rodeaba, y que el cerebro de Morrison imaginaba más que veía, se encogieran. Para todo el mundo era balones que se iban desinflando hasta que lo que las rodeaba parecía relativamente uniforme.

Pero a la vez que el líquido circundante se alisaba, las grandes moléculas distantes, las proteínas, los ácidos nucleicos, las aún mayores estructuras celulares, se iban también encogiendo y al hacerlo se las podía contemplar mejor. Los destellos de luz que reflejaban estaban menos espaciados.

La membrana de la célula en sí, parecía acercarse y también se veía con mayor claridad. Se aproximaba más y más. La nave se encontraba, después de todo, en una estrecha dendrita que se proyectaba fuera del cuerpo de la célula, y si la nave iba a aumentar hasta alcanzar el tamaño de una célula, tendría que crecer mucho más que esta simple proyección.

Era obvio que la membrana iba a colisionar con la nave y Morrison, maquinalmente, apretó los dientes y se preparó para el impacto.

No hubo impacto. La membrana se fue acercando y después, sencillamente, se separó. Ya no estaba allí. Era una estructura demasiado delgada y débilmente unida, para soportar las consecuencias de verse integrada a la fuerza en un campo de miniaturización. Aunque la nave se desminiaturizaba hasta cierto punto, era todavía excesivamente pequeña, demasiado para el mundo normal que les rodeaba; y las moléculas de la membrana, al entrar en el campo y contraerse, perdían contacto entre si, de forma que la integridad del conjunto, desaparecía.

Morrison, a partir de entonces, lo observó todo fascinado. El entorno parecía caótico hasta que, a medida que los objetos iban empequeñeciéndose, comenzó a reconocer la jungla de colágeno intercelular que habían encontrado antes de meterse en la neurona. Esa jungla, a su vez, seguía encogiéndose hasta que los troncos y cables de colágeno no fueron más que filamentos.

–Basta ya –anunció Boranova–. Necesitamos meternos en Una pequeña vena.

–Esto es todo, en cualquier caso –refunfuñó Dezhnev–. Es muy poca la energía que nos queda.

–Pero seguramente durará hasta que podamos salir del cráneo.

–Esperémoslo –dijo Dezhnev–. No obstante, Natasha, no es usted más que el capitán de la nave, pero no lo es de las leyes de termodinámica.

Boranova sacudió la cabeza en son de reproche:

–Arkady, pídales que determinen nuestra posición... y no me sermonee.

–No creo que sea muy importante determinar nuestra posición –interrumpió Konev–. No puede ser sensiblemente diferente de lo que era cuando salimos del capilar. Nuestros movimientos desde entonces sólo nos han llevado a una neurona cercana y de ella a otra neurona próxima. La diferencia de situación, incluso a escala de microscopio normal es apenas perceptible.

Pasados unos minutos de espera, recibieron su posición y Konev exclamó:

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