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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (30 page)

BOOK: Viaje alucinante
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–Es obvio –observó Konev– que la pura razón no es deseada.

La pura razón era lo que Morrison quería. Desde que se mencionó el daño cerebral, se había estado estudiando, pensando, tratando de llegar a conclusiones.

–Arkady –dijo de pronto– cuando los motores de microfusión funcionan están convirtiendo hidrógeno miniaturizado en helio miniaturizado y algo de este helio escapa junto con el vapor de agua miniaturizado u otras materias destinadas a producir impulso.

–Sí –respondió Arkady, cansado–. Y si es así, ¿qué pasa?

–Y las partículas miniaturizadas, átomos y demás, escapan simplemente a través de Shapirov y a través de la Gruta y a través de Tierra y terminan en el espacio, tal como me dijo.

–Bien, ¿y qué pasa?

–¿Seguro que no permanecen miniaturizadas? ¿No estaremos iniciando un proceso en el que el Universo se irá gradualmente llenando de partículas miniaturizadas a medida que la Humanidad se sirva de la miniaturización, cada vez más?

–Y si así fuera, ¿qué daño harían? Toda la actividad humana durante millones de años no pudo añadir una cantidad significativa de partículas miniaturizadas al Universo. Pero no es así. La miniaturización es una condición metastable, lo cual significa que existe siempre la posibilidad de que una partícula miniaturizada salte, espontáneamente, a la verdadera estabilidad, es decir al estado desminiaturizado.

Por el rabillo del ojo, Morrison vio que Boranova levantaba una mano en señal de aviso, pero Dezhnev, una vez lanzado el chorro oral, era difícil de detener.

–Naturalmente –prosiguió impertérrito– no se puede prevenir cuándo una determinada partícula miniaturizada cambiará de golpe; pero apuesto a que todas, o casi todas, estarán más allá de la Luna cuando ocurra. En cuanto a las pocas, siempre hay unas pocas, que dejan la miniaturización casi inmediatamente, el cuerpo de Shapirov puede absorberlas.

Sólo entonces pareció darse cuenta de los gestos de Boranova, que se habían hecho perentorios, así que dijo:

–Pero lo estoy aburriendo. Como mi anciano padre dijo en su lecho de muerte: «Mis proverbios pueden haberte aburrido, pero ahora puedes esperar dejar de oírlos, por lo que me llorarás menos y, por lo tanto, sufrirás menos» Al viejo le habría sorprendido, y quizá decepcionado, saber cuánto lo lloraron sus hijos, incluso..., pero creo que no voy a arriesgarlo con mis compañeros de nave...

–Exactamente –cortó Konev–; así que basta, por favor, especialmente ahora que nos estamos acercando al capilar donde deberíamos entrar. Albert, inclínese y estudie el cerebrógrafo, ¿de acuerdo?

Kaliinin simulando dirigirse a Boranova observó:

–Albert no está en condiciones de luchar con un cerebrógrafo.

–Deje que lo intente –ofreció Morrison forcejeando con su cinturón de seguridad.

–No –ordenó Boranova–. Yuri puede responsabilizarse sólo de esta decisión.

–Entonces, así lo haré –contestó Konev malhumorado–. Arkady, ¿puede acercarme a la pared de su derecha y enfilar la corriente que se mete en el capilar?

–He estado haciendo carreras con glóbulos rojos –anunció Arkady– y he descubierto uno que se mueve hacia la pared de la derecha–. Nos impulsará, o la pequeña corriente que le empuja nos empujará también a nosotros... Ah, ¿lo ve?, está ocurriendo, como ocurrió en otras ocasiones en que tuvimos que desviarnos. Todas las veces logré servirme correctamente de la corriente natural.

Una amplísima sonrisa iluminó su rostro feliz a la vez que decía:

–Aplaudan todos. Digan «¡Bien por Arkady!»

Morrison repitió amablemente:

–¡Bien por Arkady! –y la nave entró en el capilar.

Morrison se había reanimado lo bastante como para sentirse harto de hacerse el inválido. Afuera del casco transparente de la nave, la pared del capilar parecía fuertemente embaldosada y muy cerca por ambos lados. Se parecía mucho al otro capilar, aquel en el que había dado la vuelta a la nave.

–Quiero ver el cerebrógrafo –dijo de pronto.

Se desabrochó el cinturón, el primer movimiento realmente decisivo desde que regresó a la nave, y al hacerlo miró con rebeldía a la turbada Kaliinin.

Se impulsó suavemente hacia arriba hasta flotar, sujetándose en posición para mirar por encima del hombro de Konev tras repetidas correcciones, primero hacia arriba; luego hacia abajo.

–¿Cómo sabe que
estamos
en la correcta, Yuri?

Konev levantó la vista y dijo:

–Contando y adivinando. Vea. Si reducimos la escala del cerebrógrafo, ésta es la arteriola que hemos recorrido al salir de la carótida. Tomamos este ramal y este otro, y ahora es ya cuestión de contar los capilares que se ramifican hacia la derecha.

»Tuvimos el tropiezo con el leucocito aquí, y durante el tiempo que la célula nos tuvo a su merced, este capilar era el único donde razonablemente podíamos entrar. Una vez dada la vuelta y de regreso a la arteriola recorrimos su estrecha estructura y ésta coincidía con lo que reflejaba el cerebrógrafo. El trazado de puntos de ramificación también coincide, casi exactamente, con la figura descrita por el cerebrógrafo; solamente esto ya me asegura que seguíamos el buen camino. Ahora hemos entrado en este capilar.

La mano izquierda de Morrison resbaló sobre el tejido suave del respaldo del asiento de Konev y su intento de afianzarse lo hizo quedar retorcido en una cómica postura apoyado solamente en los dedos abiertos de su mano derecha. Luchó por enderezarse y pensó, rabioso, que otra de las mejoras que debían introducirse en posteriores versiones, sería agarraderos en los asientos y en otras zonas estratégicas. Jadeante, preguntó:

–¿Y a dónde nos llevará este capilar?

–Directamente a uno de los centros donde usted supone puede encontrarse el cruce de caminos del proceso del pensamiento abstracto. Volvamos a reducir la escala del cerebrógrafo. Aquí mismo.

Morrison asintió.

–Por favor, tenga en cuenta que sólo indirectamente los he localizado en seres humanos, juzgando por lo descubierto en cerebros animales. No obstante, si estoy en lo cierto, esto debería ser el nódulo
sképtico
superior externo.

–Según usted, debería haber ocho nódulos de este tipo, cuatro a cada lado. Éste, sin embargo, es el mayor y más intrincado del lado izquierdo y por consiguiente es el que más probabilidades ofrece de revelarnos los datos que necesitamos. ¿Estoy en lo cierto? –preguntó Konev.

–Creo que sí –respondió cautamente Morrison– pero recuerde que mis razonamientos no han sido aceptados por la comunidad científica.

–¿Acaso empieza usted a dudar también, Albert?

–La cautela es una actitud razonablemente científica, Yuri. Mi concepto del nódulo
sképtico
tiene sentido común a la luz de mis observaciones, pero nunca he podido probarlo directamente, nada más. Y no deseo que más tarde se diga que le he engañado.

Dezhnev dijo zumbonamente:

–¡nódulo
sképtico!
No es de extrañar que sus compatriotas se muestren escépticos respecto al concepto, Albert. Mi padre solía decir: «La gente está siempre dispuesta a reírse de uno. No haga muecas a fin de animarla a ello» ¿Por qué no lo llamó «nódulo del pensamiento» en simple idioma ruso? Hubiera sonado mucho mejor.

–O «nódulo del pensamiento» en simple inglés –corrigió Morrison, paciente–. Pero la ciencia es internacional y uno se sirve del griego y del latín siempre que sea posible. La palabra griega para pensamiento es
skeptis.
Nos ha dado
sképtico,
escéptico, tanto en inglés como en ruso para reflejar una actitud habitual de duda. Esto es así porque el propio acto de dudar implica pensamiento. Seguro que todos saben que la forma más eficaz de aceptar dogmas inanes, impuestos sobre nosotros por la ortodoxia social, es evitar pensar.

Siguió un silencio incómodo después de estas palabras, hasta que Morrison (que había dejado de hablar un instante, por pura malicia..., se lo merecían) añadió:

–Como saben todos los seres humanos de todas las naciones.

La atmósfera se aclaró perceptiblemente y al instante se oyó decir a Dezhnev:

–En tal caso, veremos lo escépticos que debemos ser sobre el nódulo
sképtico,
cuando lleguemos a él.

–Confío –observó Konev con un gesto agrio– en que no pensará que esto es algo para tomar a broma, payaso. Ese nódulo está donde confiamos detectar los pensamientos de Pyotr Shapirov. Sin ello, la aventura no habrá servido para nada.

–A cada uno lo suyo. Yo les llevaré hasta allí gracias a mi experto manejo de la nave. Una vez llegados, conseguirán los pensamientos... Albert los conseguirá. Y si son tan buenos con los pensamientos como lo soy yo con la nave, no tendrán nada de que lamentarse. Mi padre solía decir...

–Su padre está bien donde está –interrumpió Konev–. No vuelva a sacarlo a relucir.

–Yuri –cortó Boranova, severamente– ésta ha sido una observación intolerablemente grosera. Debe excusarse.

–No importa –dijo Dezhnev–. Mi padre solía decir: «El momento de ofenderse es cuando un hombre, una vez tranquilizado, repite un insulto que ha proferido en su ira» No estoy seguro de poder seguir siempre su consejo, pero en honor a mi padre, olvidaré por esta vez el estúpido comentario de Yuri.

Y se inclinó, sombrío, sobre sus controles.

Morrison había prestado solamente medio oído al altercado (posiblemente Konev había sido agresivo porque se encontraba bajo una tremenda tensión) por lo que su mente volvió a algo que le había impresionado: la charla descuidada de Dezhnev y la mano alzada de Boranova para advertirle. Volvió a su asiento, sujetándose para conseguir cierta estabilidad y giró la cabeza hacia Boranova.

–¡Natalya! Una pregunta...

–¿Sí, Albert?

–Esas partículas miniaturizadas, sueltas en el Universo normal, no miniaturizado...

–Diga, Albert.

–Eventualmente, se desminiaturizan.

Boranova titubeó.

–Sí, lo hacen, como le dijo Arkady.

–¿Cuándo?

–No se puede predecir. Lo mismo que la descomposición radiactiva de un solo átomo.

–¿Cómo lo sabe?

–Porque es así.

–Quiero decir, ¿qué experimentos se han realizado? Jamás se ha miniaturizado nada al punto en que estamos ahora miniaturizados, así que no puede saber con seguridad lo que ocurre con esas partículas miniaturizadas por observación directa.

–Hemos observado acontecimientos en las miniaturizaciones que hemos realizado y podemos, de este modo, determinar lo que parecen ser las leyes del comportamiento de objetos miniaturizados. Extrapolamos...

–Las extrapolaciones no siempre son de fiar cuando salen bien fuera del reino del estudio directo.

–Concedido.

–Usted ha comparado la desminiaturización espontánea a la descomposición radiactiva. ¿Hay acaso un promedio de vida en la desminiaturización? Incluso si no puede decir cuándo una determinada partícula miniaturizada va a desminiaturizarse, ¿puede decirme cuándo lo harán la mitad de esa determinada cantidad de ellas?

–Tenemos cifras de promedios de duración y pensamos que son expresiones cinéticas de primer orden, como lo son los promedios de vida radiactivos.

–¿Puede generalizar de un tipo de partícula a otro? –preguntó Morrison.

Boranova frunció los labios y pareció sumirse en sus pensamientos, luego dijo:

–Al parecer, el promedio de duración de un objeto miniaturizado varía inversamente a la intensidad de miniaturización y también con la masa normal del objeto.

–¿De modo que a medida que vamos miniaturizándonos más y más, cuanto más pequeños seamos, menos tiempo permaneceremos miniaturizados?

–En efecto –respondió Boranova.

Morrison la miró gravemente.

–Admiro su integridad, Natalya. No desea contarme cosas. No ofrece información voluntariamente. Sin embargo, no acepta desinformarme.

–Soy un ser humano y digo mentiras en ocasiones necesarias o por defecto de mis emociones o personalidad. Pero también soy científica y no quiero distorsionar un hecho científico por nada que no sean razones de máxima obligatoriedad.

–Entonces, resumamos. Incluso esta nave, aunque tiene mucha más masa que un núcleo de helio, tiene un promedio de vida.

–Pero muy largo –advirtió Boranova inmediatamente.

–Pero el hecho de que estemos tan intensamente miniaturizados ha recortado ese promedio de vida tan largo.

–Y aún sigue siendo larga.

–¿Y qué hay de los componentes individuales de la nave? ¿Las moléculas de agua que bebemos, las moléculas de aire que respiramos, los átomos individuales que forman nuestros cuerpos? Podrían tener..., deben tener..., una muy...

–¡No! –exclamó Boranova con fuerza, pareciendo encontrar alivio en el hecho de poder negar algo–. El campo de miniaturización se cruza cuando trata con partículas suficientemente unidas, o que están quietas, o casi quietas, en relación de unas con otras. Un cuerpo extendido, como es la nave con todo lo que contiene, es tratado como una partícula sola pero muy grande y tiene un promedio de vida de desminiaturización proporcional a su imagen. Ahí, la miniaturización difiere de la radiactividad.

–Bien –rezongó Morrison–, pero cuando yo me encontraba fuera de la nave y sin contacto con ella, ¿podía ser que fuera entonces una partícula separada con una masa más pequeña que la de la nave y su contenido, y que tuviera un promedio de vida de miniaturización más pequeño que la que tenemos ahora?

–No estoy segura de que la distancia entre usted y la nave fuera lo suficientemente grande como para hacer de usted un cuerpo separado. Posiblemente así fue en el tiempo en que no estuvimos en contacto.

–Entonces, yo tenía un promedio de vida más corto..., mucho más corto.

–Posiblemente..., pero estuvo usted fuera de contacto sólo unos minutos.

–Realmente, no podemos hablar del promedio de vida de un solo objeto.

–Sí, porque esos promedios son estadísticos. Para cualquier partícula, la desminiaturización puede llegar, espontáneamente, en cualquier momento, incluso después de muy poco tiempo, aun cuando el promedio de vida de un gran número de partículas similares fuera muy larga. Pero que la desminiaturización espontánea venga después de poco tiempo cuando el promedio de vida estadístico es muy largo, es extremadamente improbable.

–Pero no imposible, ¿verdad?

–No –confesó Boranova–. No es imposible.

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