Un triste ciprés (6 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Un triste ciprés
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Roddy apareció en el vestíbulo y se dirigió hacia ellos.

—¿Y bien? —preguntó ansiosamente.

Elinor dijo:

—Da pena verla... No subas, Roddy..., hasta que pregunte por ti.

Roddy inquirió:

—¿Desea algo..., algo... especial?

Peter Lord habló, dirigiéndose a Elinor:

—Tengo que marcharme. Por el momento no se puede hacer nada. Volveré mañana temprano. Adiós, miss Carlisle... No..., no se preocupe demasiado.

Estrechó la mano de la joven en un apretón viril y consolador. Elinor pensó que la había mirado más estrechamente que nunca..., como si la compadeciera...

Cuando la puerta se cerró detrás del doctor, Roddy repitió su pregunta.

—La tía Laura está preocupadísima por ciertos asuntos de intereses. La he tranquilizado diciéndole que mister Seddon estará aquí mañana. Debemos telefonearle —dijo Elinor.

—¿Va a hacer un nuevo testamento?

—No sé... No dijo nada de eso.

—¿Qué...?

Se interrumpió en seco. Mary Gerrard descendía a toda prisa la escalera. Cruzó el vestíbulo y desapareció por la puerta de la cocina.

Elinor dijo con voz ronca:

—¿Qué me ibas a preguntar?

Roddy exclamó vagamente:

—¿Eh?... ¡Ah, lo he olvidado!

Su mirada estaba clavada en la puerta por la que Mary Gerrard acababa de salir.

Las manos de Elinor se contrajeron espasmódicamente. Sintió sus uñas largas y cuidadas horadar las palmas.

«¡No puedo soportarlo! —pensó—. ¡Oh, Roddy, no es imaginación, no! ¡Es la triste verdad!...
Y no quiero perderte

Cerró los ojos, sumida en profundas reflexiones: «¿Qué será lo que vio él..., el doctor..., en mi rostro? ¡Oh, Dios mío, qué triste es la vida a veces! Pero ¿qué te pasa, tonta? ¡Tranquilízate!... ¡Vuelve a ser dueña de ti!»

Al fin dijo en voz alta:

—Roddy, ya es hora de comer. Voy a subir con la tía y diré a las enfermeras que bajen.

Roddy exclamó, alarmado:

—¿Quieres que coma con ellas?

Elinor repuso con desdeñosa frialdad:

—¡No creo que te muerdan!

—Pero ¿y tú? ¿Por qué no comemos nosotros primero y luego las haces bajar?

Elinor dijo:

—No. Yo no tengo apetito... Verás cómo te distraes con ellas.

Luego dijo para sí: «Ya no puedo sentarme a comer junto a él..., hablar a solas con él. ¡Oh, no..., no podría!»

Y en voz alta:

—¡Oh, déjame que arregle las cosas a mi modo!

Capítulo IV
-
¡Si Mary no existiese!
1

No fue una simple doncella la que despertó a Elinor al día siguiente, sino mistress Bishop en persona, en su antiquísimo traje negro y llorando desconsoladamente.

—¡Oh, miss Elinor, se nos ha ido!

—¿Qué dice?

Elinor se había sentado en su cama, frotándose los ojos.

—Su tía Laura, señorita, murió mientras dormía...

—¿Ha muerto mi tía?

Elinor quedó mirándola con fijeza. Parecía incapaz de comprenderlo. Mistress Bishop continuó sollozando histéricamente.

—Pensar que he estado dieciocho años a su lado y morir así..., sola... Elinor repuso reposadamente.

—Ha sido una verdadera suerte para ella haber muerto mientras dormía, sin sufrir...

—Sí, pero ¡ha sido tan de repente...! El médico dijo que vendría a hacerle esta mañana la visita de costumbre.

—No podemos decir que ha sido
de repente
. Ya estaba enferma hacía Instante tiempo. Doy gracias al Cielo, que le ha evitado tantos sufrimientos.

Mistress Bishop asintió. Luego dijo entre hipos:

—¿Quién se lo dirá a mister Roderick?

—Yo misma.

Cubriéndose con un salto de cama, Elinor salió de su dormitorio y se encaminó a la habitación de Roddy. Llamó con los nudillos, y cuando oyó la voz de su primo que le decía: «¡Adelante!», entró.

—La tía Laura ha muerto, Roddy..., mientras dormía.

Roddy, sentándose en la cama, exhaló un profundo suspiro.

—¡Pobre tía Laura! Dios sea alabado, por haberla llamado a su seno. Habría sido tremendo que hubiese continuado mucho tiempo en el estado en que se encontraba... cuando yo la vi.

—No sabía que hubieses ido a verla.

Roddy dijo, avergonzado:

— La verdad, Elinor, es que me sentía muy cobarde por no atreverme a verla. Anoche me decidí y subí. La enfermera..., la gorda... acababa de salir de la habitación... Recuerdo que llevaba una botella de goma en la mano. Ella no supo que yo estuve allí. Después de permanecer un momento mirándola... salí, cuando oí a la O'Brien que subía la escalera. ¡Era una cosa terrible ver a la tía!

—Sí, era terrible —repitió Elinor mecánicamente.

—Debe de haber sufrido horriblemente hasta que...

—Desde luego —interrumpió Elinor.

Roddy dijo, después de un corto silencio:

—Es maravillosa la forma en que tú y yo nos compenetramos. Siempre pensamos exactamente igual.

Elinor asintió en voz baja:

—Sí. Así es.

Y Roddy añadió:

—En este momento, los dos tenemos idéntica sensación: el agradecimiento a Dios por habérsela llevado antes que la vida se le hubiese hecho insoportable.

2

—¿Qué le pasa, miss Hopkins? ¿Ha perdido algo? —preguntó la enferma O'Brien.

La enfermera Hopkins, con el rostro enrojecido, hurgaba nerviosamente en el interior de la cartera de cuero que había dejado en el vestíbulo la noche anterior.

Gruñó, malhumorada:

—Es extraño. No me explico cómo puede haberme sucedido esto.

—¿Qué es?

La Hopkins respondió, bastante ininteligiblemente:

—¿No le he hablado de Elisa Rykin, la enferma de sarcoma? Tengo que inyectarle morfina dos veces al día, mañana y tarde. Ayer tarde le puse una inyección y juraría que traía una ampolla.

—Mire otra vez. ¡Son tan pequeñas!

La enfermera Hopkins volvió a inspeccionar el contenido de la cartera.

—No está. Tal vez la dejé en mi botiquín. No volveré a confiar en mi memoria después de esto. Tenía la seguridad completa de que la llevaba preparada.

—¿Dejó la cartera en algún sitio antes de venir hoy?

—No. La dejé aquí, en el vestíbulo, y no creo que nadie se haya atrevido a tocar nada. Pero es lamentable que haya perdido la memoria hasta este punto. Además, tendré que regresar a casa y luego ir hasta el otro extremo del pueblo.

—Le deseo que no pase un día azaroso después de esta noche terrible. Pobre señora. Ya sabía yo que no viviría mucho.

—Y yo también. Pero me atrevo a decir que el doctor tendrá una sorpresa desagradable cuando se entere.

—Sí. Estaba muy esperanzado.

La enfermera Hopkins, mientras se disponía a partir, dijo:

—¡Ah, él es joven..., carece de experiencia todavía!...

Y con esta sentencia poco favorable para el doctor, se marchó.

3

El doctor Lord enarcó las cejas, sorprendido.

—¿Ha muerto?

—Sí, doctor.

La enfermera O'Brien estuvo a punto de contarle el fallecimiento con toda clase de detalles, pero se contuvo y esperó a que le preguntaran.

—¡Muerta! —repitió el doctor pensativamente.

Tras un instante de reflexión, ordenó:

—Hágame el favor de traerme agua hervida.

La enfermera O'Brien, extrañada, no hizo comentario. La disciplina era superior a su curiosidad. Si el doctor le hubiese dicho que le llevara la piel de un lagarto, habría murmurado: «Sí, doctor.» Y habría ido obediente a buscarla, sin preocuparse de investigar por qué la necesitaba.

4

Roderick Welman dijo:

—¿Quiere usted decir que mi tía murió
ab intestato
?... ¿Que no hizo testamento alguno?

Mister Seddon limpió sus lentes y repuso:

—Ése es el caso.

—Es extraordinario, ¿verdad?

Mister Seddon tosió significativamente.

— No es tan extraordinario como usted se imagina. Sucede bastante a menudo. Hay una especie de superstición que hace creer a la gente que aproxima la fecha de su óbito haciendo el testamento. Siempre postergan este acto diciendo que hay tiempo de sobra.

Roddy dijo:

—¿No le sugirió nunca a mi tía la idea de hacer el suyo?

—Con bastante frecuencia —repuso Seddon con sequedad.

—¿Y qué decía ella?

El abogado suspiró:

—Igual que todos: que no tenía prisa. Que no tenía intención de morirse. Que aún no había decidido la forma exacta en que quería que se distribuyese su dinero.

Elinor intervino:

—Pero después del primer ataque de parálisis...

Mister Seddon movió la cabeza.

—Entonces fue peor... Me dijo que no quería que volviese a hablarle de ello.

—Es extraño —dijo Roddy.

—Nada de eso —repuso Seddon—. Su enfermedad la volvió mucho más nerviosa.

—Pero ella estaba deseando morirse...

—¡Ah, querida miss Carlisle, la mente humana es un mecanismo curiosísimo! Mistress Welman pensaba que
quería
morirse, pero junto a ese sentimiento tenía la esperanza de recobrarse completamente. Y a causa de esa esperanza consideró de mal agüero hacer testamento. Usted debe saber —prosiguió, dirigiéndose personalmente a Roddy— cómo se elude el enfrentarse con una cosa que resulta desagradable...

Roddy enrojeció al tiempo que murmuraba:

—Sí, sí... claro. Ya sé lo que quiere decir.

—Pues bien: mistress Welman tenía la intención de hacer su testamento, pero siempre lo dejaba para el día siguiente.

Elinor dijo:

—Por esa razón estaba tan trastornada anoche... Quería que se le avisara a usted inmediatamente.

Mister Seddon replicó:

—¡Sin duda!

—Y ahora, ¿qué ocurrirá? —inquiriré Roddy.

—¿Con los bienes de mistress Welman? —dijo el abogado, y tosió profesionalmente—. Pues dado que murió sin testar, toda su fortuna iría a su pariente más próximo..., es decir, a miss Elinor Carlisle.

—¿A mí? —preguntó Elinor, asombrada.

—El Estado también tendrá su participación —se apresuró a añadir el abogado.

Después de extenderse en detalles sobre artículos del Código, que impacientaron a sus interlocutores, el abogado terminó:

—Pudiendo disponer libremente de su dinero, mistress Welman estaba facultada para cederlo a quien tuviese por conveniente. No habiéndolo hecho, toda su fortuna pasará a miss Carlisle. El impuesto del Tesoro será..., ¡ejem!..., algo elevado; no obstante, después de satisfacer su pago, quedará una fortuna considerable. Casi todo está invertido en valores del Estado.

Elinor dijo:

—¿Y Roderick?

—Mister Welman no es más que el sobrino del esposo de mistress Welman. No lleva su sangre.

Elinor replicó lentamente:

—De todas formas, no importa. Roderick y yo vamos a casarnos.

Pero no miró a Roddy.

El abogado exclamó:

—¡Estupendo!

5

—No importa, ¿verdad? —preguntó Elinor.

Lo dijo en tono de súplica.

Mister Seddon se había marchado.

El rostro de Roddy se estremeció nerviosamente.

Dijo:

—Es tuyo, Elinor. ¡Por Dios santo!... ¡Que no se te meta en la cabeza la idea de compartirlo conmigo! ¡No quiero un céntimo de todo ese condenado dinero!

Elinor repuso con voz insegura:

—¿No habíamos acordado que a cualquiera que correspondiese el dinero lo repartiría con el otro al... casarnos?

Él no respondió. Ella persistió:

—¿No recuerdas haber dicho eso, Roddy?

Él dijo al fin:

—Sí.

Fijó la vista en el suelo. Había una expresión de dolor en sus rasgos y un temblor en los labios sensuales. Elinor dijo, alzando la cabecita orgullosa:

—No importaría... si nos casáramos... Pero ¿lo haremos, Roddy?

Él preguntó, ensimismado:

—¿Que si haremos qué?

—¿Nos vamos a casar?

—Esa es nuestra idea.

Lo dijo con tono indiferente. Prosiguió:

—Naturalmente, Elinor; si ahora piensas de otra forma...

Elinor gritó:

—¡Oh Roddy!... ¿Por qué no eres sincero?

El joven hizo una mueca.

Exclamó en voz baja:

—¡Ah Elinor, no sé lo que me ha sucedido!...

—Yo sí...

—Tal vez sea que no me agrada la idea de vivir a costa del dinero de mi esposa.

—No es eso —interrumpió Elinor con el rostro palidísimo—. Es otra cosa —hizo una corta pausa, y dijo en voz muy baja—: ¿No es por Mary?

Roddy murmuró, abatido:

—Tal vez. ¿Cómo lo sabes?

Elinor dijo, torciendo los labios en un esfuerzo por sonreír:

—No era muy difícil adivinarlo. Cualquiera podía leerlo en tu rostro cada vez que la mirabas.

—¡Oh, Elinor! —exclamó el joven, incapaz de fingir—. ¡No sé cómo ha sucedido! ¡Debo de estar loco! ¡El primer día que la vi..., allí..., entre los árboles..., sentí algo extraño en mi interior! ¡Tú no puedes comprenderlo!

Elinor dijo:

—Sí, lo comprendo. Sigue.

—No quería enamorarme de ella. Era casi feliz contigo. ¡Oh, Elinor, es pueril que te hable así!

—No seas tonto. Continúa. Cuéntame...

Roddy prosiguió, balbuciendo:

—Eres maravillosa... ¡Cómo me consuela hablar contigo! ¡Te quiero tanto, Elinor!... Debes creerlo.
Lo otro
es como una especie de encanto sobrenatural. Ha trastornado todo: mi concepción de la vida, mi alegría... y todo el orden razonable, de..., de...

—El amor no es muy razonable, desde luego.

—No —asintió Roddy, confuso.

Elinor inquirió con un temblor en la voz:

—¿Le has dicho algo a... ella?

Roddy reflexionó antes de responder.

—Esta mañana..., como un loco..., he perdido la cabeza... Y ella no me permitió seguir hablando... Me dijo que pensara en tía Laura... y en ti...

Elinor se quitó el anillo de diamantes que llevaba en el dedo.

—Será mejor que te lo devuelva, Roddy.

Cogiéndolo, murmuró sin mirarla:

—Elinor, no puedes imaginarte cuánto me reprocho...

La muchacha le interrumpió sosegadamente:

—¿Crees que se casará contigo?

Él movió la cabeza.

—No tengo la menor idea... No..., no lo creo... Por lo menos hasta que pase algún tiempo. Ahora no le intereso, pero tal vez..., después..., llegue a quererme.

—Tienes razón. Dale algún tiempo. No la veas durante varias semanas, y luego empiezas de nuevo.

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