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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

Treinta noches con Olivia (25 page)

BOOK: Treinta noches con Olivia
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—¿Qué quieres saber? —preguntó utilizando un tono de voz suave mientras caminaba en dirección al bar.

«Joder, qué pregunta», pensó él. Quería saber todo, pero no a título informativo. Por increíble que pareciera, ella le importaba, y eso no era buena señal. Conocer a las personas implica que las personas te conozcan a ti, en una palabra: «confianza». Y él no era amigo de tales sentimientos. Aunque se muriese de ganas por saberlo todo acerca de ella.

—¿Vamos a quedarnos aquí? —quiso saber él con evidente cara de asco al poner un pie en la tasca del pueblo.

Ella ignoró tal comentario.

—¿Qué quieres beber? No, no me lo digas, eres tan previsible…

Cinco minutos más tarde, él, con una cerveza en la mano, y ella, con una Coca-Cola Zero, salieron al exterior y ella lo condujo hasta un lateral donde se sentaron en un banco.

—¿Vas a contarme ahora qué pasó? —Ella inició la conversación.

—¿Por qué tanto interés? Joder, deja de remover la mierda. —Dio un buen trago a su cerveza. Después empezó a jugar con el llavero del coche—. Y ¿qué pasa con tus padres? Ya que nos ponemos en plan confidencias…

—Mis padres viven en Torremolinos desde hace tres años, cuando se jubilaron. Se pasaron toda su vida en el campo, trabajando. Vienen una vez al año, en Navidad. Nos llevamos bien, se desviven por su única nieta y, cuando puedo, voy yo a verlos. ¿Algo más?

—Cuéntame algo de ti.

—Ya sabes cómo soy, no escondo un cadáver en el armario, me llevo bien con casi todo el mundo, me encanta ser peluquera y poco más.

Thomas sabía que no había nada mejor que la verdad para despistar. Esa declaración, que aparentemente sonaba sincera, ocultaba mucho más de lo que revelaba.

Se puso cómodo recostándose en aquel banco al que le hacía buena falta otra mano de pintura, ya que todo el pueblo parecía querer firmarlo a base de rayones. Si hubiera llevado un pañuelo antes de sentarse lo hubiera puesto debajo para no correr el riesgo de mancharse los pantalones.

Estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos. Hacía buena noche, algo más fresca que las anteriores, y eso era de agradecer.

—Será mejor que volvamos al baile.

—Ahora que había pillado la postura… —Se quejó él sin mucho énfasis y miró a ambos lados. Se estaba empezando a preocupar, ya que sólo cavilaba para poder meterle mano, sin importarle que la plana mayor del pueblo pudiera pillarlos.

Ella se puso en pie y él la siguió de forma perezosa. Se estaba bien, podían haberse quedado un rato más allí, dedicándose a la vida contemplativa.

De camino a la plaza del pueblo él, sin saber el motivo, o sin querer saberlo, estiró el brazo para agarrarla de la mano. Como si con ese sencillo gesto pudiera soportar mejor la tortura que suponía escuchar esa música. La banda ponía empeño, pero una cosa es golpear una lata y otra muy distinta era tocar música.

Ella rompió su promesa de quedarse junto a él al poco de llegar a la plaza, con la excusa de saludar vete a saber a quién, lo dejó solo. Miró a su alrededor y se dio perfecta cuenta de que desentonaba como el que más.

Para tener algo que hacer se acercó al bar provisional instalado en una esquina, junto al ayuntamiento. Tenía toda la pinta ser un edificio del siglo
XIX
.

A medida que se iba acercando comprobó con horror que su vista no iba ganando dioptrías y que era real lo que veía: una hilera de cinco bidones metálicos sobre los que habían colocado lo que parecía un tablero forrado de plástico blanco y grapado en los bordes.

—Ver para creer —se dijo a sí mismo.

Pidió una cerveza para él y una Coca-Cola «a secas» para cuando la traidora regresara. Mientras lo servían se fijó en el letrero, un folio en el que, con letra infantil y ni un solo renglón derecho, anunciaba los precios. Estaba claro que no eran precios populares.

Abandonó el improvisado bar y volvió a su posición inicial, vigilando que nadie de los que allí bailaban se rozara con él. Se dispuso a esperar a Olivia, por si se dignaba a volver, sosteniendo las dos bebidas como un tonto.

A pesar de sus esfuerzos hubo alguien que se acercó demasiado, invadiendo su espacio.

—Me gustaría tener unas palabras contigo.

34

Thomas intentó hacerse el sueco, pero no hubo suerte.

—¿Estás sordo?

«Que más quisiera», pensó molesto.

—Tú dirás —resopló resignado.

—No eres santo de mi devoción y te tengo calado desde el primer minuto, pero por deferencia hacia tu padre, que era un hombre extraordinario, voy a ser razonable contigo.

«¡Vaya por Dios!, ya salió otra vez el tema del viejo. Hasta a Pichurri le caía bien.»

—Qué bien —soltó con desdén.

—Te he visto con ella.

No hacía falta añadir que no era tan simple, los había visto en una actitud que inducía a pensar que no sólo habían salido a pasear como dos conocidos.

—¿Y?

—Me preocupo por ella, es una mujer increíble. No quiero verla sufrir y estoy seguro de que tú no eres trigo limpio.

—Ajá —murmuró con desinterés. ¿Éste era tonto o muy tonto?

—Sé perfectamente por qué estás aquí y que sólo la ves como un pasatiempo de verano.

—Lo que tú digas.

—Conozco al notario que lleva el testamento de tu padre, le llevo las tierras. Puedo llamarlo y decirle que haga un alto en sus vacaciones para que resuelvas tus asuntos y te largues de aquí.

—Me parece muy bien. —Thomas continuó con su actitud indiferente. Puede que fuera una noticia estupenda eso de poder arreglar el jodido testamento y largarse, pero por otro lado…

—No voy a consentir que juegues con ella. ¡De ninguna manera!

Había que reconocer que el Pichurri hablaba con vehemencia y convencido de que él era un cabrón. Claro que, en realidad, lo era, así que no suponía ninguna novedad.

—Y ¿tú qué ganas con este ímpetu defensor? —Su tono fue marcadamente receloso.

—Quiero que le vaya bien y tú no eres bueno para ella.

—Y por eso le pones los cuernos —le replicó entrando por primera vez al trapo.

—No es asunto tuyo, pero te lo diré de todos modos. Lo hemos hablado y me ha perdonado. Nos ha deseado lo mejor a mí y a Celia.

Joder con la cornuda. ¡Qué detalle! Pero sólo era un ejemplo más de que Olivia era más lista que el hambre. ¿Cómo no iba a perdonarlo?

De acuerdo, ella llevaba unos buenos cuernos, pero Pichurri podía presumir de una cornamenta que ni el ciervo más atractivo de la manada podía envidiar.

—Me alegro por ti —dijo de modo inexpresivo. Mejor no sacarlo de su error. Si el hombre era feliz así…

—Conozco bien a Olivia, es una buena chica. A veces puede ser un poco rara, pero…

Joder, pues vaya una descripción. Para haber sido novios «rara» resultaba, como poco, una paupérrima descripción. Aunque tampoco debía sorprenderse, ella sabía dar una de cal y otra de arena, y al pobre hombre lo tenía engañado. Hasta terminaría por compadecerlo…

—Si tú lo dices… —Se encogió de hombros. ¿Qué otra cosa podía hacer? No quería caer en una especie de absurda solidaridad masculina y decirle la verdad, especialmente porque sería contraproducente para él; esa noche esperaba un fin de fiesta memorable.

—Así que ándate con ojo, pienso tenerte controlado.

Thomas ni se inmutó ante ese Vito Corleone rural, que, por cierto, no intimidaba ni queriendo.

Le hizo un gesto con la mano como diciéndole: «Sí, sí, majete, lo que tú digas» para que desapareciera de su vista.

De nuevo a solas, con su cerveza y la Coca-Cola en la que los cubitos de hielo eran historia, siguió contemplando, para no salir de su asombro, cómo los lugareños bailaban o hacían corrillos; por supuesto, sin dejar de controlarla, pues esperaba que regresara lo antes posible para salir escopeteado de allí.

En uno de esos barridos visuales vio a su hermana, con su grupo de amigos. Estaba claro que las cosas no le habían ido muy bien, ya que su cara lo decía todo. Pero ese asunto podía tratarlo más tarde, primero quería llevarse a la tía Olivia al huerto. Para eso estaban en el campo.

—¿Te importa que me quede aquí un rato? —preguntó una voz a su derecha.

Thomas no quería ser maleducado, pero tener de acompañante temporal a la futura señora de Pichurri era lo menos acertado, por no decir aburrido.

—No —mintió.

—Te he visto hablar con Juanjo.

«No te insinúes, guapa, que vas a caerte con todo el equipo.»

—¿Y?

—Nada, simple curiosidad. ¿De qué habéis hablado?

—Pregúntaselo a él.

—No quiero aburrirlo —ronroneó Celia, arrimándose más de lo necesario.

Thomas, con disimulo, se iba apartando poco a poco de ella, pero si se seguía acercando así, se acabaría la plaza del pueblo.

—Y ¿a mí sí? —preguntó, perdiendo un poco el tono amable. Para que ella no se mosqueara mucho, esbozó una sonrisa de lo más falsa.

—Bueno… tampoco quiero aburrirte. Podemos hablar de otra cosa si quieres.

—No creo que haya temas que nos interesen a los dos como para mantener una conversación medianamente aceptable.

—Eso… depende. ¿No crees?

A Thomas, esa horrible y falsa demostración de interés lo estaba sacando de sus casillas. Intentó obviarla, y en uno de sus barridos visuales cruzó la mirada con Olivia. Esperaba que ésta viniera a salvarlo o le frunciera el cejo molesta, pero no, la muy pícara arqueó una ceja y sonrió. Estaba claro que aguantar a Celia era un buen castigo.

—Supongo. —Celia le sonrió. Estaba claro lo que pensaba, pero, a esas alturas, sólo existía una mujer con dudosos gustos estéticos que le interesara, y no estaba a su lado, precisamente.

—¿De qué? —preguntó encantada de ser el centro de atención. Muchos de los presentes los miraban con curiosidad.

—De si tengo ganas de aguantar estupideces o no —espetó en tono engreído. Esperaba que, con un poco de suerte, se sintiera ofendida y lo dejara en paz, no sólo esa noche, sino para el resto de los días que iba a estar en el pueblo.

Por suerte, su coeficiente intelectual comprendió la frase y se apartó.

—Bueno, me tengo que ir.

—Buenas noches —dijo encantado.

Se acercó con cuidado a la barra, o lo que fuera, del bar a dejar su botellín de cerveza vacío y la Coca-Cola aguada. A punto estuvieron de mancharle la camisa, pero, afortunadamente, sus reflejos lo ayudaron a apartarse a tiempo.

Empezaba a mostrarse inquieto porque ni quería estar allí, ni soportaba la música, y mucho menos el bullicio de la gente. Y por supuesto quería su fin de fiesta ya.

Cuando se percató de que ella caminaba hacia donde se encontraba respiró tranquilo, pero no dio muestras de ello.

—Ya veo que te estás integrando con la gente del pueblo —le soltó ella con recochineo cuando se puso junto a él.

—Si te dijera que lo he evitado con todas mis fuerzas… ¿me creerías?

—No hace falta que lo jures.

Él le sonrió de manera indulgente, para que abandonara el tema.

—Pero aun así has tenido éxito,. ¿me equivoco? —insistió ella.

—Si te refieres al Pichurri y a su futura esposa, yo no lo llamaría éxito. Más bien fracaso, los dos se han empeñado en darme la lata.

—Vaya por Dios, al niño no le gusta que le den coba.

—¿Coba? ¿Qué bobadas dices? —replicó confundido.

—Celia se te ha arrimado mucho —dijo, para picarlo un poco. La conocía muy bien y sabía que su intención era aplicar la ley del ojo por ojo. «Si tú tonteas con mi novio, yo tonteo con el tuyo.» Sólo que en ese caso había una gran diferencia: Thomas no era su novio. Durante un instante, le molestó que su compañera se mostrara tan abiertamente comunicativa con él, pero se convenció de que eso no era bueno para su paz mental y decidió que lo mejor era relegarlo al fondo del desordenado armario de los sentimientos contradictorios.

—¿Celosa? —No lo parecía, pero en esas cosas las mujeres, como en muchas otras, dicen una cosa y piensan otra.

—¡Uf!, no te haces idea de cuánto. Si no le tiro de los pelos es porque lleva tanta laca encima que me quedaría ahí pegada.

Thomas se echó a reír.

—No sufras. He sido desagradable con ella.

—O sea, has sido tú mismo.

Responder a tal afirmación no llevaba a ninguna parte.

—Por cierto… —Se arrimó a ella y le rodeó la cintura con el brazo; al cuerno con los mirones y sus especulaciones—. ¿No es hora ya de retirarse? —preguntó con voz ronca, disimulando su impaciencia.

—Hum, voy a ver cómo le va a Julia.

Inmediatamente él la sujetó de la muñeca para que no se separarse ni un milímetro.

—Déjala, no interrumpas. Estoy seguro de que prefiere estar con sus amigas.

Olivia miró en la dirección en la que había visto por última vez a su sobrina y no la vio.

—No estoy tranquila…

—Olvídate de ella y concéntrate en lo importante. —Ella lo miró con desconfianza—. Y, por si no lo sabes, te diré que lo importante ahora es que tú y yo encontremos un lugar cómodo y apartado para distraernos un poco. —Acompañó sus palabras con un movimiento ascendente-descendente de la mano por su cadera y una voz sugerente.

Olivia se aclaró la voz. Se estaba insinuando allí, delante de todo el mundo.

¿Qué haría una mujer experimentada?

¿Pisarlo con el tacón?

¿Pensar en ese sitio ideal?

—No me enjabones, que te corto el agua —respondió al final. Ni aceptaba ni negaba. Una respuesta elocuente, propia de alguien como ella.

Aunque, siendo sincera, continuar allí en la plaza del pueblo había perdido toda su gracia. Había que reconocer el mérito de él, o la debilidad de ella, según se mire. Porque, aun sin abandonar el tono pedante, conseguía resistirse.

Y entonces se dio cuenta de algo… ¿Para qué posponer lo inevitable? ¿Para qué negar que disfrutaba con él? ¿Para qué perder el tiempo analizando los pros y los contras? ¿Por qué, a pesar de ser tan malditamente pedante, me pone tan cachonda?

Las respuestas a esas preguntas podían ser infinitas, pero ¿no era más lógico aceptar la explicación más sencilla?

«Disfruto con él porque no tengo ataduras, es temporal y su arrogancia me excita. Cosas más raras se han visto.»

Lo agarró de la mano y él no opuso resistencia. Salieron de la plaza tranquilamente, saludando con la cabeza a quienes se cruzaban con ellos. En cinco minutos ya caminaban por las calles menos transitadas del pueblo en dirección a su casa.

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