—
Namaste
.
Me detengo un instante antes de girarme hacia el edificio. Me quedo sin habla al ver que las gigantescas e imponentes puertas se abren para permitirle el paso.
—H
ola
Levanto la vista y me sorprendo al ver a Jude. Estaba tan absorta en el trabajo que ni siquiera lo he oído entrar.
—¿Cómo haces eso? —Lo miro con los ojos entornados mientras me fijo en su aura, de un agradable tono azul.
—¿Cómo hago el qué? —Se inclina sobre el mostrador para observarme.
—Siempre consigues acercarte a mí sin hacer ruido. —Clavo la vista en su camiseta negra, intrigada por saber cuál es el personaje que aparece en ella hoy—. ¿Qué es eso? —Lo señalo con un gesto.
Jude cierra los ojos, levanta las manos por delante e intenta unir los dedos índices con los pulgares, pero no tarda mucho en rendirse y empieza a entonar:
—Ooommm… —El sonido asciende desde su diafragma. Me mira de reojo antes de añadir—: Es el sonido de la existencia… el sonido del universo.
Arrugo la nariz. No tengo ni la menor idea de adonde quiere ir a parar.
—El universo está compuesto de energía vibrante, palpitante, ¿no es así?
Asiento con la cabeza.
—Eso me han dicho.
—Vale, pues se cree que «Om» es el sonido de esa energía… de esa vasta energía cósmica. ¿Nunca lo habías oído? ¿No practicas la meditación?
Me encojo de hombros. Antes solía meditar y purificar mi aura. Imaginaba que salían raíces de las plantas de mis pies hacia el centro de la tierra y un montón de tonterías más. Pero ya no. Lo cierto es que no tengo tiempo para sentarme y concentrarme en la respiración cuando todo se desmorona a mi alrededor.
—Deberías volver a hacerlo, ¿sabes? Ayuda mucho para el equilibrio y la sanación, por no mencionar que…
—¿Y te está curando? —Señalo sus brazos intencionadamente. Aún no he decidido si debo poner en práctica o no la idea que se me ocurrió la otra noche; todavía estoy sopesando los pros y los contras sin llegar a una conclusión definitiva.
—Tengo visita con el médico más tarde, así que pronto lo averiguaré. —Hace un gesto despreocupado con los hombros y me mira de arriba abajo antes de añadir—: Y, por cierto, hablando del tema… —nuestras miradas se encuentran—, me preguntaba si podrías acercarme en coche. Podría coger el autobús, pero tendría que terminar la clase antes de tiempo y preferiría no tener que hacerlo, ¿sabes?
—¿La clase? —lo miro con expresión desconcertada.
—Sí, ya sabes, Desarrollo Psíquico básico, en especial el autofortalecimiento y la Wicca… ¿no lo recuerdas? —Se echa a reír.
Asiento con la cabeza y me levanto del taburete para dejar que se siente.
—¿Y cómo te va? —Rodeo el mostrador para que pueda ocupar mi lugar.
—Bien. —Inclina la cabeza en un gesto afirmativo—. Tu amiga Honor posee un talento natural.
Me detengo. Lo detengo todo. Ahora cuenta con toda mi atención.
—¿Honor?
Jude se encoge de hombros.
—Sí, pensé que erais amigas.
Niego con la cabeza al recordar lo que vi el último día de clase y los planes de Honor de dar un golpe de estado al gobierno de Stacia.
—Somos compañeras de clase —le explico mientras me aprieto contra la pared a fin de dejarle espacio para pasar—, no amigas. Créeme, hay mucha diferencia.
Jude se queda parado… cuando debería seguir adelante. Se queda parado en un lugar que lo deja prácticamente pegado a mí. Sus ojos buscan mi rostro de esa forma que siempre me provoca una oleada de calma… una calma que siento por primera vez en muchos días, desde que me marché de Summerland. Cuando abandoné Summerland, solo podía pensar en Ava y en el hecho de que ella había conseguido entrar en el templo. Y aunque Jude solo tarda un segundo en pasar junto a mí hacia el taburete, el impacto de la carga relajante de su presencia no se desvanece.
—O se está esforzando un montón, o tiene un talento innato para la magia —me dice al tiempo que coge la caja de los recibos con dos de sus dedos ilesos y empieza a echarles un vistazo—. Me da la impresión de que está muy decidida, así que supongo que es su prioridad.
Lo miro con suspicacia mientras intento recordar lo que sé de Honor. Aparte de que es la novia de Craig y la descontenta mejor amiga de Stacia, no es mucho.
Miro a Jude y me pregunto si debería contarle que, a juzgar por lo que vi el día que le eché un vistazo a su mente, las intenciones de Honor no son muy… «honorables». Pero lo cierto es que Stacia no me ha hecho nunca ningún favor (ni a mí ni a nadie, la verdad), así que ¿para qué meterme en sus asuntos?
—Bueno, ¿a qué hora empieza la clase? —le pregunto mientras me dirijo al cuarto trasero, decidida a hacer lo más práctico.
—Dentro de una hora. ¿Por qué? —Me mira por encima del hombro.
—Estaré en la oficina hasta que me necesites —respondo antes de entrar en el cuarto y cerrar la puerta. Saco el
Libro de las sombras
de su escondite y lo coloco sobre el viejo escritorio de madera. Respiro hondo unas cuantas veces para purificarme y luego me inclino sobre él y sigo con los dedos la enrevesada inscripción dorada de la cubierta delantera mientras me pregunto si debería hacer esto o no.
La última vez que consulté el volumen, las cosas no me fueron demasiado bien. Y ahora que sé que Roman tiene cierta relación con él… bueno, ya no tengo claro que sea de fiar. Porque si el libro ha acabado en mis manos gracias a él, leerlo solo me convertiría (¡una vez más!) en un peón dentro de sus planes. No obstante, si de verdad frene alguna influencia sobre estas páginas, seguro que hay alguna Pista enterrada, alguna señal que revele cómo acaba el juego o cómo piensa ganarlo.
Quizá, al igual que los registros akásicos de Summerland, el truco esté en hacer las preguntas correctas.
Sin embargo, mientras que los registros akásicos solo permiten el paso a sus grandes templos a los merecedores de ese honor, el
Libro de las sombras
solo requiere un código seguido de una pregunta en clave, preferiblemente en verso.
Así pues, entono la rima que Romy y Rayne me enseñaron:
Dentro del mundo de la magia,
reside este mismo tomo
que nos permitirá regresar al hogar,
ya que sus elegidas somos.
En el reino de la mística,
dentro de poco moraremos
si se nos permite atisbar
lo que este libro encierra dentro.
Luego me quedo sentada mientras intento idear una buena rima que logre romper el código de Roman… pero mi mente sigue en blanco y el libro se niega a revelarme nada nuevo en sus páginas.
Suspiro, me apoyo en el respaldo de la silla y empiezo a girar hacia uno y otro lado al tiempo que me fijo en la estancia, en los cuadros y los tótems alineados en las paredes, en los montones de libros apilados en las estanterías. La sala tiene muchísimo potencial, contiene todos los ingredientes necesarios para cualquier hechizo mágico, y sin embargo nada me inspira, nada me sirve de ayuda. Y lo cierto es que no puedo perder el tiempo. El verano pasa rápido y debo encontrar una solución, ya que no podré seguir evitando a Damen.
Damen.
Me froto la cara con las manos, decidida a contener las lágrimas. Me esfuerzo por lograr que el escozor salado baje por mi garganta.
No he vuelto a verlo desde el día de la fiesta de Miles, cuando salté de su coche y me fui a Summerland. No he respondido a sus llamadas. No le he abierto la puerta. Apenas me he fijado en los numerosos ramos de tulipanes rojos que ahora llenan mi habitación. Sé que no los merezco… que no me merezco a Damen… hasta que encuentre una forma de solucionar esto… hasta que encuentre un modo de pedirle ayuda… o de conseguir que Jude se la pida en mi nombre. Sin embargo, cada vez que lo intento, la bestia interfiere… se niega a que nada se interponga entre Roman y yo. Y la verdad es que no solo me estoy quedando sin tiempo, sino también sin sitios en los que buscar. La investigación de Jude no ha obtenido resultados, y todo lo que he intentado hasta ahora ha sido un fracaso. Y si lo sucedido anoche sirve de alguna indicación, está claro que las cosas van a peor.
Abrí los ojos en una habitación oscura, y la niebla densa de la costa no dejaba pasar ni un solo rayo de luna. No obstante, salí de la cama y de la casa, descalza, vestida solo con un diáfano camisón de algodón, con un único destino en mente. Me arrastré hacia la casa de Roman como una sonámbula… como una de las novias de Drácula.
Me movía con rapidez y sin esfuerzo a través de las calles silenciosas y vacías, y solo me detuve al llegar a su ventana. Me agaché y eché un vistazo por el hueco que dejaba la persiana. Sentí la presencia de ella de inmediato. Supe que estaba allí dentro, en algún sitio, disfrutando de algo que es mío.
Me sentí mareada, confusa, con el cuerpo invadido por deseos y necesidades insatisfechos. La bestia rugía en mi interior y me instaba a dejar de pensar y a ponerme en movimiento. Solo debía entrar y eliminarla de una vez. Y estaba a punto de hacerlo, a punto de entrar, cuando ella me percibió también. Se acercó corriendo a la ventana con una mirada tan furiosa, tan amenazadora, que fue como un mazazo… un recordatorio de quién era yo… de quién era ella… y de lo que podríamos perder si permitía que la bestia se saliera con la suya.
Y antes de pensármelo mejor, eché a correr. Corrí hasta mi casa, hasta mi cama, donde me tumbé, sudorosa y estremecida. Hice todo lo posible por acallar esa abrumadora necesidad… por extinguir la oscura llama de mi interior.
Una llama que cada día arde con más fuerza, con más intensidad, con más brío.
Un fuego tan insaciable que lo arrasará todo a su paso: mi pequeño resquicio de cordura, mi frágil conexión con el futuro que deseo… Arrasará con todo lo que se interponga entre Roman y yo.
Y justo antes de dormirme por fin, comprendí lo peor de todo: cuando eso ocurra, estaré tan lejos, tan perdida, que ni siquiera me daré cuenta.
Jude entra en la oficina y se deja caer pesadamente en la silla a propósito para que lo vea.
—¿Qué tal te ha ido? —murmuro al tiempo que levanto la cabeza del escritorio, donde ha estado apoyada durante la última hora. Aún me tiemblan los brazos y las piernas, aún lucho por contener el horrible impulso que ha llegado a definir mi existencia.
—Yo podría preguntarte lo mismo. —Me observa con detenimiento—. ¿Algún progreso?
Me encojo de hombros. A decir verdad, me encojo de hombros y suelto un gruñido, lo que, a mi entender, debería bastar por respuesta. Oculto las manos con cuidado en el regazo para que no vea lo mucho que me tiemblan.
—¿Todavía intentas romper el código?
Lo miro un instante antes de cerrar los ojos y negar con la cabeza. Me doy por rendida con el libro. En mi opinión, solo empeora las cosas.
—Yo tampoco he conseguido descubrir nada. De todas formas, no me importaría hacer otro intento, si aún quieres mi ayuda.
En una palabra: sí. Quiero su ayuda. Aceptaré toda la ayuda que pueda conseguir. Pero puesto que la bestia ahora lo controla todo, la respuesta no sale de mis labios. Siento la garganta dolorida y cerrada, y sé que solo el silencio podrá aliviarla.
—¿Es algo relacionado con la rima? —pregunta negándose a dejar el tema.
Sacudo la cabeza, todavía incapaz de hablar.
Sin embargo, Jude se limita a encogerse de hombros y sin dejarse intimidar por mis negativas a cooperar.
—Aunque está mal que lo diga, se me dan bastante bien los encantamientos… y también el rap, ya puestos… ¿Quieres escuchar unas estrofas?
Cierro los ojos, deseando que siga adelante.
—Sabia decisión. —Sonríe, ajeno a lo que estoy pasando. Finge limpiarse el sudor imaginario de su frente con la mano vendada, pero eso solo me recuerda que me ha pedido que lo lleve en coche al médico.
Me pongo en pie con la esperanza de que haga lo propio, pero sigue sentado, mirándome con tal intensidad que no puedo evitar preguntarle con voz ronca:
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Ha venido Riley?
Niega con la cabeza, movimiento que aparta el cabello de sus hombros para dejarlo sobre la espalda. Sus brillantes ojos verdeazulados se cierran un poco.
—Hace bastante que no la veo —replica antes de ladear la cabeza y mirarme a los ojos—. Supongo que ahora no quiere hablar conmigo.
Arrugo la frente, no muy convencida que eso sea así. Riley me ha enviado bastantes mensajes crípticos últimamente, tantos que dudo mucho que no quiera hablar con él.
—¿Has pensado que quizá…? —Me quedo callada porque no quiero parecer ridícula, pero al final decido que da igual. Ya he hecho muchas veces el ridículo delante de Jude, así que ¿qué importa una vez más?—. ¿Has pensado que quizá no sea que no quiere avanzar, sino que no puede? —Jude me mira y está a punto de decir algo, pero levanto el dedo índice para acallarlo—. No me refiero a que no sea capaz de encontrar una forma de conseguirlo, sino más bien a que… no sé… tal vez alguien se lo prohiba. Puede que alguien o algo se lo esté impidiendo.
—Podría ser. —Se encoge de hombros con tanta naturalidad, con tanta facilidad, que no sé muy bien si en realidad está de acuerdo o solo lo dice para complacerme. Para evitarme el frío, duro e inevitable hecho de que mi hermana fantasmal me ha olvidado… de que está tan ocupada con sus asuntos ultraterrenos que no tiene tiempo de jugar conmigo—. ¿Ha aparecido en algún otro sueño? —añade con un tono más inquisitivo, casi rayano en la esperanza.
—No —digo sin la menor vacilación. No quiero pensar en ese otro sueño perturbador que tuve cuando Damen estaba atrapado tras el cristal y Riley permanecía al otro lado, instándome a no apartar la mirada.
—¿Quieres que intente contactar con ella ahora mismo? —Jude me mira con la cabeza ladeada.
Niego con un gesto y dejo escapar un suspiro. Por supuesto que me gustaría contactar con ella… me encantaría. ¿Quién no querría recibir una visita de su adorable y valiente hermanita muerta? Sin embargo, teniendo en cuenta el estado en el que me encuentro, no puedo hacerlo. Aun en el caso de que ella pudiera ayudarme de algún modo, algo que dudo mucho, no podría soportar que me viera así. No quiero que sepa lo que he hecho y en qué me he convertido.
—Yo… no estoy de humor para eso ahora —le digo después de aclararme la garganta.